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domingo, 13 de mayo de 2018

Acerca del coronel Arnaud Beltrame



Probablemente ya lo tengas olvidado o tal vez no te enteraste por coincidir con la proximidad de la Semana Santa. Desgraciadamente se publica este post cuando aún está reciente la noticia de un nuevo atentado en París, donde un hombre atacó con un cuchillo a varias personas provocando la muerte de una persona. El Estado Islámico ha reivindicado esta acción criminal.   

Fueron circunstancias muy parecidas las que ocurrieron el pasado 23 de marzo. Un terrorista musulmán mató a un policía y a dos civiles, tomando a varios rehenes en un supermercado de Trébes (Francia). El coronel de la Gendarmería Nacional francesa, Arnaud Beltrame fue de los primeros en llegar. Se ofreció para intercambiarse por uno de los rehenes. Minutos después el terrorista abrió fuego contra él, provocándole la muerte pocas horas más tarde. Tenía 44 años. 

El 9 de junio tenía previsto contraer matrimonio por la Iglesia con Marielle. El sacerdote que iba a casarles estuvo junto a la cama del héroe francés, y pudo administrarle la Unción de Enfermos. “Para él –manifestaba Marielle dos días después de su muerte- ser gendarme, quería decir proteger. Pero no podemos entender su sacrificio si lo separamos de su fe personal”.

Arnaud Beltrame provenía de una familia católica, bautizado, pero alejado de la fe. Fue en 2006 durante la Peregrinación Internacional que distintos ejércitos del mundo hacen a Lourdes, cuando empezó su conversión interior. Años más tarde haría con su padre una peregrinación a Santiago de Compostela. Después de rogarle a la Virgen encontrar una mujer para compartir su vida, conoció en 2015 a Marielle, se comprometieron la Pascua de 2016 y en agosto de ese mismo año contrajeron matrimonio civil. Desde agosto pasado estaba destinado en Carcasota, en el distrito de Aude.

La generosa acción de Arnaud me ha recordado a la que tuvo lugar en el campo de concentración de Auschwitz, donde en 1941 fue enviado san Maximiliano Kolbe, después de ser hecho prisionero por los nazis y encarcelado en la prisión de Pawiak. A pesar de vivir en condiciones inhumanas el franciscano polaco mostró generosidad y entrega entre los compañeros cautivos. La huida de un prisionero provocó que el comandante del campo en represalia ordenara escoger a diez prisioneros para ser condenados a morir de hambre. Entre esos diez hombres estaba el sargento Franciszek Gajowniczek  -"mientras tenga aire en los pulmones, consideraré mi deber hablar a la gente del extraordinario acto de amor de Maximiliano Kolbe", dijo en una conferencia en Filadelfia en 1944- polaco, casado y con hijos. San Maximiliano pidió el intercambio por él. El comandante aceptó. Encerrado en una celda de aislamiento, en vista de que aún vivía se acordóle terminar con su vida mediante una inyección letal. Fue el 14 de agosto de 1941, contaba 47 años. San Juan Pablo II, un año después de su elección, en Auschwitz, dijo: "Maximiliano Kolbe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida".


Cuando me decidí a escribir sobre esta acción de Arnaud Beltrame pensé que había transcurrido demasiado tiempo. Aun así quería resaltar la aptitud de este católico francés ,siguiendo el mandato de Jesucristo: Nadie tiene amor mayor que el de dar la vida por sus amigos (Jn. 15,13). La intención ya no albergó duda cuando hace pocos días me he enterado que el 18 de mayo, dentro de cinco días, se estrena la película Dos coronas, en la que se narra la historia de Maximilian Kolbe. Más oportuno, por tanto, no podía llegar este post. Así tengo ocasión para animarte a verla. Creo que ayudará a plantearnos nuestras respuestas a las exigencias cristianas.

Creo que era deber desde este blog destacar las virtudes de este cristiano.  Pocos medios de comunicación se han hecho cargo de su condición de católico. Se le ha tratado justamente con todos los honores por parte del gobierno francés, su acción admirable ha tenido amplia repercusión en distintos medios internacionales; pero pocos han precisado que era un hombre de Dios, entregado al servicio de los demás; tanto él como su esposa estaban comprometidos en acciones solidarias.

Conversión y recompensa. Conversión es lo que pidió la Santísima Virgen en Fátima hace hoy 101 años de su primera aparición a los pastorcillos. Y recompensa es a lo que se nos anima en este domingo, solemnidad de la Ascensión del Señor. Arnaud Beltrame, seguro que ya la tiene. Por la gracia de Dios.


Estamos en mayo.  Pincha y entérate de la intención del Papa Francisco para este mes.


domingo, 23 de julio de 2017

Uso y abusos de la libertad de expresión


Después de que el Observatorio contra la Homofobia denunciara ante el órgano competente catalán las palabras pronunciadas por el padre Custodio Ballester por  entender que emitió un discurso de odio porque “criminaliza y estigmatiza la homosexualidad al considerarla pecado”, pidiendo a la vez al Arzobispado de Barcelona su destitución, el pasado día 12 el Departamento de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias de la Generalitat de Cataluña resolvió archivar  el expediente incoado por entender que “no era posible abrir un procedimiento administrativo sancionador”, reconociendo que las manifestaciones vertidas se sitúan “en el ámbito del ejercicio del derecho a la libertad de expresión”. Caso -uno más- resuelto por archivo. El artículo 34 de la ley contra la Homofobia 11/2014, de 10 de octubre, no ha sido vulnerado.

No creo que Eugeni Rodríguez, presidente del citado Observatorio, se haya sorprendido por la resolución a raíz de las declaraciones efectuadas posteriormente a la denuncia, donde esperaba que el expediente incoado “acabe en sanción, porque de lo contrario creará un malestar muy grande en el colectivo (gay), ya que la Generalitat ha abierto muchos expedientes, pero ninguno acaba en sanción”. Los expedientes administrativos concluyen en archivo cuando no hay materia sancionable. La realidad objetiva prevalece por encima del deseo subjetivo. Así debe ser para no conculcar derechos, como es el de la libertad de expresión reconocido en el art. 20, Título I de los derechos y deberes fundamentales, de la Constitución de 1978.


Como se recordará, el párroco de la iglesia de la Inmaculada Concepción de Hospitalet de Llobregat, el pasado día 24 de junio, en plena celebración en Madrid de la 5ª edición del llamado Word Pride, en la homilía que ofreció a los asistentes en la Misa dominical, expuso unas consideraciones respecto a conductas homosexuales y el posicionamiento moral de la Iglesia. He leído el contenido de la homilía, he escuchado íntegramente lo que el feligrés o "enviado" de parte interesada grabó y, sinceramente, no veo argumentos para haber llegado a incoar un procedimiento para sancionar a una persona que ostenta todos los derechos reconocidos por la Constitución. 

Es preciso concretar que no es el padre Custodio quien considera pecado la homosexualidad -y aquí hay que matizar que la Iglesia no reprueba la orientación homosexual de una persona, sino la realización de actos sexuales-, no da una opinión personal ante los fieles de su parroquia; lo que hace más bien es afirmar el contenido moral de estos actos, donde la Tradición de la Iglesia tiene en cuenta las enseñanzas morales del Antiguo y Nuevo Testamento. La Iglesia tiene el derecho y el deber de exponer lo que conviene y perjudica a sus hijos; y en lo referente a los pecados contra la castidad los heterosexuales, solteros y casados, ministros o laicos, estamos también llamados a vivir en plenitud lo que el Catecismo de la Iglesia Católica aconseja en relación al sexto mandamiento del Decálogo. 

El tema de la homosexualidad no es ajeno a mi vida cotidiana. Desde hace  varios meses comparto relación profesional con un compañero homosexual, padre de una criatura nacida de "un vientre de alquiler". Durante tres años he estado subordinado profesionalmente a un superior gay casado con otro hombre; y puedo asegurar que la relación ha sido, es y seguirá siendo respetuosa, cordial y distendida. Por encima de todo, la persona, en su concepto más amplio de ser humano. Y no me considero ninguna excepción, pues estoy plenamente convencido que los católicos, siguiendo el ejemplo de Cristo, actuamos con consideración hacia quienes no piensan o viven conforme a la doctrina cristiana. 


Prueba de ello ha sido la reacción ante el dibujo publicado en internet a través de la cuenta de Instagram de la pareja sentimental de un prestigioso cantante latino, donde un sacerdote católico se está masturbando. Meses antes un cantante español -también de la misma tendencia sexual-, celebrando conciertos en Quito y Guayaquil presentó una escenografía consistente en una pantalla gigante colocada detrás de él, donde la cara de la Virgen María con el Niño Jesús en brazos es sustituida por la suya. Y hablando de caras, la del cartel anunciador en la ciudad italiana de Perugia, utilizando la imagen de un transformista drag queen con la cara de la Virgen en actitud lasciva. Actos de reparación, desagravios, protestas pacíficas ha sido la respuesta de muchos católicos que se han sentido agraviados por estos comportamientos.

El derecho a la libertad de expresión conlleva también deberes que hay que asumir y acatar con independencia de quien sea la persona que lo ejerce. Tan criticable es perseguirlo como banalizarlo.

Inmersos en la última semana de julio, estamos a tiempo de dar a conocer la intención mensual del Papa Francisco para este mes. Habla de tristeza y belleza de la vida cristiana, te lo anticipo.

¡Felices vacaciones!



sábado, 3 de octubre de 2015

Bañarse en Tomelloso




No sé si a algún tomellosero que vive en una gran ciudad le pasará que de camino a nuestro pueblo siente como una necesidad de transformación, de limpiarse de una especie de pegajosa capa individualista, que penetra por los poros de nuestra personalidad con la misma facilidad que el humo contaminante de las grandes ciudades. Tomelloso, a falta de pantanos, lagunas o playas para paliar los efectos del verano y contribuir al sosiego del cuerpo, tiene otra clase de baños para limpiar estas asperezas interiores. Son lo que llamo baños de amistad.  

Las grandes ciudades son  propensas a ignorar el cultivo de la amistad,  una virtud que va deteriorándose en beneficio de una tendencia al egocentrismo, al individualismo, a pensar no más allá de uno mismo,  generando  situaciones tan chocantes como  aquéllas en las que algunos vecinos solamente saludan en el interior del portal, negando el saludo, o contestando a duras penas si hacen un denodado esfuerzo, si la coincidencia entre vecinos se hace fuera del inmueble. Es fácil encontrarse en el metro escenas en las que un viajero saluda a otro que conoce, cuando no le queda más remedio que acercarse para abrir la puerta del vagón y bajarse en su parada. Suelen disculparse con frase tan socorrida como absurda: “¡Ay!, no te había visto”, para justificar no haberse acercado antes a la persona conocida. La realidad es que sí se ven, pero puede más ir centrado en los propios asuntos –ya sea leyendo un libro, jugando o imbuirse en redes sociales con el iphone, o haciendo sudokus- que en hacer uso de una mínima regla de cortesía entre personas.

Son estas situaciones cotidianas, paradójicas, fiel reflejo de esa tendencia a ignorar que somos seres sociales, que necesitamos convivir, comunicarnos en lugar de aislarnos en nosotros mismos. Tendemos a aislarnos sin más justificaciones verdaderas que la desidia, la pereza, basadas en un egoísmo que cada vez parece ganar más adeptos.

En Tomelloso no suelen darse estos casos. La amistad es una cualidad que se cuida más. El vecino es más vecino, el conocido es más conocido y el amigo es más amigo. Por eso, uno se siente reconfortado con un baño de amistad cuando quedas con un amigo que ha estado trabajando toda la semana en el campo mientras yo disfruto de vacaciones, y la única noche que tiene para descansar comparte mesa con su  esposa e hijo y mi familia en una pizzería, confesando durante la velada que las pizzas no son su plato preferido. Un baño de amistad es pararte por la calle con otro amigo que te informa que su padre –otro buen amigo- está gravemente enfermo, y después del intercambio de teléfonos para conocer la evolución de la enfermedad me llama un par de veces la semana siguiente para comunicar su estado, cuando normalmente quien debe de llamar es uno y no el familiar del paciente. Disfrutar de un baño de amistad es tomar una cerveza con otro buen amigo, después de que tras coincidir en la calle se compromete a pesar de estar pasando el hombre por momentos delicados.


 Podría ampliar con más  detalles otros baños de amistades, como la de un conocido paisano que  una mañana del domingo, mientras va o viene de hacer deporte se para  y me cuenta la nueva situación política después de las pasadas elecciones municipales; o esa señora que amigablemente me suministra pan, que a raíz de ofrecerle en mi anterior viaje una estampa de Ismael de Tomelloso se siente con la suficiente confianza  para preguntarme si he vuelto para pasar la Feria; o quien tan amigablemente siempre nos dedica a mi esposa, hijas y a mí unos divertidos minutos  cuando le vemos por la calle, intentando convencer a mis dos hijas que él no es quien es, sino un príncipe encantado que un conjuro de su peor enemigo lo ha convertido en quien vemos, pero que con un beso de cualquiera de ellas podría volver a ser el príncipe sin encantamiento; o ese tocayo que me provee de productos manchegos cada vez que vengo a mi pueblo, y de paso con su buen don de palabra me habla del negocio y de los avatares que hay que pasar para consolidarse en el mercado.

Uno vuelve a la ciudad limpio de egoísmos, crispaciones y tensiones, reconfortado de haberse bañado con aguas de afecto y simpatía en mi pueblo. No hace muchos días leía esta frase cuyo contenido de ponerlo en práctica nos convertiría en personas  nobles, en su más profundo significado: La apertura a un “tú” capaz de conocer, amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la persona humana (1). En Tomelloso doy fe que hay muchos nobles. Gracias a Dios.


(1) Carta Encíclica Laudato Si´, pág. 93. Papa Francisco.

martes, 3 de septiembre de 2013

Nuestras madres mayores


Aunque la entrada esté centrada en la figura de nuestras madres, la hago extensiva también a la de nuestros padres. Al ser la mujer más longeva que el hombre es más frecuente quedarnos los hijos antes huérfanos de padres que de madres,  suelen ser ellas las que llegan a una edad en que además del deterioro propio de la vejez se añaden episodios de soledad, de incomprensión, de desatenciones o indiferencias. Hay otras, por supuesto, que están acompañadas, que forman parte integrada de una familia, que conviven con un acompañamiento constante. De éstas, es verdad, se habla menos. Es la situación a la que queremos llegar con el paso de los años.

Como viene siendo habitual cada verano he pasado una semana en mi querido Tomelloso.  He compartido tiempo con mi familia y con esos amigos a los que siempre es obligado visitar, o intentar juntarnos al menos; a esos amigos de infancia, de juventud. Tuve la dicha de saludar y abrazar a un querido amigo que llevaba veintiún años sin verle. También pude tomar café con un grupo de amigos conocidos a través de Facebook, y disfrutar de la corta pero fiel amistad que mantenemos gracias a esta red social.

Sin embargo,  las ocasiones más reconfortantes han sido los momentos en los que he convivido con mi madre. Escuchando durante las comidas esas historias tantas veces oídas pero que dejaban en segundo término las noticias de televisión; o, después de comer, en el salón, cada uno sentado en sillones diferentes, sin precisarse una conversación fluida, pero sabiendo que delante tenía a mi madre. En la noche, antes de despedir el día, satisfecho de haber contribuido con mi presencia -aunque mi esposa e hijas son las que más compañía le hacen, tengo que admitirlo- a que mi madre estuviera unos días más acompañada. Al fin y al cabo los viajes a mi pueblo están preferentemente pensados para ver y estar con mi madre.

Es hermoso poder cumplir el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios: honrar a tu padre y a tu madre. Si te fijas en el Decálogo, los tres primeros mandamientos se refieren al trato piadoso y respetuoso con el Señor; a partir del cuarto ya todos se refieren a las relaciones con el prójimo, y el primero de estos  es la honra, el respeto que debemos tener con quienes gracias a ellos hemos podido nacer, los que nos han dejado en disposición de valernos por nosotros mismos, de ser hombres y mujeres coherentes con las enseñanzas adquiridas.

 Precisamente durante esta estancia en Tomelloso he tenido la experiencia de conocer a dos personas, a dos buenos hijos, que cumplen cariñosamente con este precepto. Los dos en edad madura. Mujer y hombre, casados y con hijos mayores; ella con nietos. Profesión docente él, escritora y ama de casa ella. Lo pude comprobar  con él cada vez que sonaba su móvil. Se disculpaba, lo cogía expectante por si eran sus padres con alguna necesidad imprevista. Su madre había sufrido mucho en la etapa que ostentó un importante cargo político y público en nuestro pueblo. Para él ha sido siempre un pesar. Es la recompensa del hijo agradecido.

Otra día,  en la misma Plaza de España, ya entrada la noche, de pié con mi mujer y mis dos hijas éramos testigos cuando ella, con naturalidad y sencillez, nos contaba que diariamente, a la misma hora si era posible visitaba a sus padres  ¿Una norma? No. ¿Una rutina? Menos aún. Un deber libre y voluntario sin más objetivo que acompañar, que estar, con sus padres. Puedo imaginarme a los padres de esta paisana mirando el reloj esperando la llegada de su hija cada día. Las caras alegres al ver pasar día a día a su hija para estar con ellos, para sentirse marido y mujer, padre y madre.

No sabemos qué es lo que más anhelaremos tener cuando seamos mayores. Salud, por supuesto; tener la suficiente lucidez para vivir razonablemente los momentos de cada día; estar capacitados para tener una movilidad apta para desplazarnos por nosotros mismos; si, como en el caso de mi madre, en el ecuador de los ochenta, tener la capacidad para  realizar cuadros de punto de cruz, o como un amigo de mis padres, que llegó a quedarse prácticamente ciego, pero sin impedirle pintar cuadros o escribir con brillante lucidez. Sí que es seguro que, sobre todo, pretenderemos recibir  el cariño, el afecto, la comprensión, la compañia; el ser tratado como una persona que importa en nuestro entorno.

Ciertamente que hay ancianos a los que es muy complicado sobrellevar. Las cualidades físicas y psíquicas se van deteriorando, se vuelven más egoístas, cuesta comprender sus comportamientos, pronuncian frases hirientes..., pero me pregunto: ¿no es el momento de la comprensión?, ¿de la paciencia? La infancia -desde los primeros días de vida- y la ancianidad son los momentos donde más paciencia mostramos, o deberíamos mostrar. Si tuviéramos la misma paciencia y comprensión con nuestros hijos de edad temprana que con nuestros padres ancianos, pocas personas estarían en el mundo con estabilidad mental. Seriamos, y a riesgo de exagerar, seres esquizofrénicos, vacíos de afecto, inestables de carácter.A un chiquillo se le regaña, se le da un azote, se le corrige; y a un padre, a una madre anciana... Porque esa persona que parece que nos hace la vida imposible es quien nos ha dado la vida, quien se ha desvelado noches y noches para que durmamos, quien nos ha dado la medicina para sanar, quien nos ha protegido cuando por miedo hemos recurrido a ella, quien ha callado actos de los que nos hemos avergonzado, quien, en una palabra, se ha dejado parte de su vida para tenerla nosotros en su totalidad. Cuando un niño comete una fechoria no le damos importancia, porque se trata de un niño; ¿y cuando el acto reprochable lo comete una persona mayor? Somos menos consecuentes, y peor pensados: lo hace por maldad.  Tal vez no somos capaces de comprender que determinados comportamientos son más achacables a ese deterioro que a la decisión libre y meditada de complicar la vida en los hogares.

En una entrevista efectuada el 24 de febrero de 2012 al entonces cardenal Bergoglio por Vatican Insider reflexionaba sobre los escándalos comparando  la aptitud que debemos tener los cristianos con la Iglesia, como si de una madre se tratara: "No debo escandalizarme porque la Iglesia es mi madre: debo ver los pecados y las faltas como si viera los pecados y las faltas de mi mamá. Y cuando me acuerdo de ella, recuerdo sobre todo muchas cosas bellas y buenas que hizo, no tanto de las faltas o de sus defectos". Siempre, siempre, siempre estaremos en deuda con nuestras madres.

Ya como Papa Francisco, con ocasión de los actos de la  Jornada Mundial de la Juventud en Rio de Janeiro, en el avión que viajaba a la capital brasileña dialogó con diferentes periodistas desplazados para cubrir la información del evento,  también se refería a los ancianos con estas palabras: " ...Y tantas veces pienso que cometemos una injusticia con los ancianos cuando los dejamos de lado como si ellos no tuviesen nada que aportar; tienen la sabiduría, la sabiduría de la vida, la sabiduría de la historia, la sabiduría de la patria, la sabiduría de la familia. Por eso digo que voy a  encontrar a los jóvenes, pero en su tejido social, principalmente con los ancianos".  En el discurso con jóvenes argentinos en la catedral de San Sebastián en Rio de Janeiro, el 25 de julio, volvía a insistir en la necesidad de no excluir a los ancianos, de dejarles hablar, de dejarles actuar. "Entonces hagan lío -les decía-, cuiden los extremos del pueblo que son los ancianos y los jóvenes, no se dejen excluir y que no excluyan a los ancianos, segundo, y no licúen la fe en Jesucristo". Y esa fe, incluso con obras, se puede licuar, se puede diluir, si por mucha actividad social que tengamos hacia los demás, por muchos afanes apostólicos que nos desvelen, por muchas amistades con las que nos crucemos diariamente por la calle, por muchos agregados que nos sigan en redes sociales,  por mucho prestigio profesional que vaya en aumento entre compañeros y subordinados,  no somos capaces de aceptar, comprender, acompañar, entretener e incluso hacer reír a esa madre o abuela con la que convivimos a diario y que tenemos que soportar en algunos momentos. Todo cuanto dejemos de hacer por ellas, llegará un día que será imposible recuperar. Lo sabemos, estamos hablando de personas que están en la etapa final de sus vidas.

La ventaja de un cristiano con un no creyente es que tenemos un modelo del cuál guiarnos con absoluta garantía de hacer lo que debemos. Jesucristo en la tarde del Viernes Santo, clavado en la Cruz y agonizando, viendo a la Virgen Santísima, su Madre,  quiso dejarla al cargo del Apóstol san Juan (Jn. 19, 26-27). Tres días después María gozará doblemente por la resurrección del Salvador y por la de su hijo amado. Pero no quiso que el resto de sus días en este mundo los pasara sola.  Prueba del inefable amor de Jesús por su Madre. Tú y yo, siguiendo el ejemplo del Maestro, debemos hacernos cargo de nuestras madres si las circunstancias así lo requieren, si tenemos la dicha de tenerlas entre nosotros pensar que no hay ocupación más agradable a los ojos de Dios que velar por hacerles la vida agradable. Un mal gesto, una rancia respuesta, una sonrisa, unas agradables respuestas, un pequeño detalle pueden ser el último recuerdo que se lleven de esta vida.

El pasado día 15 celebramos el día de la Asunción de Nuestra Señora, o como decía Benedicto XVI, festejamos que tenemos una madre en el Cielo. Si eres un buen hijo, y estoy seguro de que lo eres, no me digas que no te alegras de que algún día puedas reunirte con la  mirada tierna y complaciente de la Madre del Cielo con tu madre y seres queridos. Por eso, esmérate cada día para que tu madre saboree las mieles del cielo. En esos momentos complicados y tensos que puedan surgir, cuando el cansancio de una jornada sea propicio para no darla conversación, en los casos en que te dejes llevar por la comodidad y abandones el tenue, pero existente, deseo de estar con ella, piensa que puedes aliviar algún desconsuelo. Son muchas horas sin actividad normalmente, sentadas en un sillón junto a una ventana o enfrente de la televisión, que hace que tengan muchos pensamientos y hay casos, qué te voy a decir, en los que la memoria les trae recuerdos, vivencias, pasadas y actuales, muy tristes. Todos tenemos un defecto difícil de combatir: es más fácil recordar malos momentos que buenos, hechos desagradables que alegres. 

 Sería injusto no hacer mención expresa de mi padre. Hace seis años y medio que falleció. Él es parte importante del afecto hacia mi madre. Los domingos, después de trabajar seis días en el campo reunía a mi madre y a mis hermanos y por la tarde íbamos a visitar a la abuela, su madre. Recuerdo que años más tarde todos los domingos a la hora de comer me preguntaba si había ido a ver a la abuela.  En los últimos días de la vida de mi padre  pudimos saber que tenía muy presente a su madre. Cada vez que vamos a Tomelloso visitamos su tumba mi mujer y mis hijas. No encontrarás flores en su nicho, y si las encuentras no serán mías. Las flores se marchitan, aguantan poco las inclemencias del tiempo. Lo que depositamos son oraciones, por él y por nuestros familiares. La oración persiste, purifica, aporta, si lo necesita, el pequeño o gran avance, para alcanzar la Gloria donde nos espera el Padre del Cielo. Después de rezar, me asomo y por el cristal de la puerta del panteón familiar le veo en fotografía, junto a la de otros familiares, y le digo, y les digo: nos vemos en el Cielo.

Tampoco olvido a mi esposa en su trato con su madre -fallecida exactamente dos meses antes que mi padre-, mi paciente y querida suegra que se fue con la duda de cuando su yerno le hablaba en serio o en broma. Los desvelos por su delicada salud , enferma muchos años, sus atenciones sanitarias en los ingresos hospitalarios, las visitas los sábados por la tardes a casa de una de sus hermanas con la que pasaba la mayor parte del año para estar con ella. Otra ejemplar aptitud de una hija con su madre. En el fondo es una gran verdad de que madre no hay más que una. Y también una sola vida para dedicarle la atención y el cariño que se merecen. Añado otra certera realidad: viendo a mis hijas y a su madre, estoy completamente de acuerdo con la afirmación de que nuestras madres siempre son las más idóneas para cada uno de nosotros.

Nuestros hijos tomarán buena nota del trato que tengamos con nuestros padres. Y puede que dependiendo del trato que vean que tenemos con nuestros mayores, así seamos correspondidos por ellos cuando estemos nosotros en las mismas condiciones. De ser hijos distantes y susceptibles con nuestros padres, habremos errado por partida doble: hacia nuestros padres y hacia nuestros hijos. 

Fácil elección para elegir el vídeo. Descúbrelo. 





sábado, 8 de septiembre de 2012

La alegría de ser alegres

En el mes de agosto que recientemente hemos dejado atrás, se ha cumplido un año de la celebración de la JMJ en Madrid. Para muchos cristianos la intensidad de esos días vividos entre el 18 y 21 de agosto especialmente, es un recuerdo imborrable; sobre todo para quienes más cerca pudimos vivir ese encuentro de la juventud de todo el mundo con Benedicto XVI. Para agradecer la presencia del Santo Padre en esas fechas, jóvenes de la Archidiócesis de Madrid se trasladaron a Roma para ser recibidos en Audiencia por el Papa el pasado 2 de abril. Y les decía: “Queridos amigos, aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia”.



La alegría era la nota predominante que reinaba entre los peregrinos; una alegría que se transmitía con suma facilidad; una alegría que emocionaba y ensanchaba el corazón independientemente de edades, razas y nacionalidades. Ése fue el don que Dios quiso transmitirnos a través, como recordaba Benedicto XVI a los jóvenes, del Espíritu Santo.

Desde una visión natural, la alegría es consustancial al hombre; todos anhelamos vivir en un estado de plena satisfacción por haber alcanzado un objetivo o estar en situación de obtenerlo. Indefectiblemente, la alegría puede decirse que es vital para el ser humano. Aristóteles lo aconsejaba: “El hombre no puede vivir largo tiempo sin alegría”. No obstante, siempre estamos expuestos a que los contratiempos propios de la vida hagan oscurecer ese estado pleno de ánimo. A veces, incluso, perdemos la alegría por problemas y situaciones ficticias, insignificantes que son acrecentadas por nuestros propios miedos y arrogancias. Podríamos decir que nos sentimos alegres hasta que las circunstancias son propicias. Es una alegría determinada por situaciones externas, por acontecimientos que repercuten en nuestras vidas de manera satisfactoria, dependiendo en gran parte del objetivo perseguido. Podemos alegrarnos por encontrar unos zapatos que llevábamos tiempo buscando; pero más alegría producirá si en la zapatería compramos unas papeletas para un sorteo a Punta Cana para dos personas durante quince días, y somos los agraciados.

Si embargo, hay otra alegría más intrínseca, más profunda que tiene su raíz en el interior de la persona, diríamos que más sobrenatural, porque supera la propia alegría natural que emana del hombre. En esta búsqueda el objetivo ya no es perecedero, material, emocional o incluso sentimental; es ¡trascendental!: Dios. Además, la recompensa no se logra en proporción al esfuerzo personal; el Bien Supremo viene a nosotros para el resto de nuestras vidas, con una particularidad: jamás se diluirá si somos fieles, lo tenemos en esta vida y podemos gozar con Él en el Cielo. Por nuestra parte, basta decir sí a Quien nos busca. La alegría no perece, sino que persiste, ya es una manera de vivir, con un comportamiento que se exterioriza, que se transmite y se contagia. Es entonces cuando podemos decir que somos alegres, exteriorizamos un gozo que nace del interior por haber encontrado un sentido trascendental a nuestra vida, es la paz que se alberga en el alma. El ansía de infinita alegría y felicidad que busca el hombre solamente puede colmarla un Dios Infinito.

Indudablemente que la vida trae sinsabores, decepciones, dolor, sufrimiento, muerte; y que es una realidad que hace que la alegría en estas situaciones se esconda, que surjan dudas sobre si el hombre está hecho para la felicidad o es un ser condenado al sufrimiento. Será entonces cuando pidamos al Señor ahondar más detenidamente en la herencia del Cielo como ayuda para superar las situaciones difíciles, para aumentar la virtud de la esperanza. 

Don Luis Moya, sacerdote tretapléjico a consecuencia de un accidente de tráfico, entendió así el sentido de su tragedia personal: “Gracias a ello veo: creo que un amor inmenso preside mi vida. Y la de todos, aunque muchos no se den cuenta. Por resumir mi problema, diría que soy un multimillonario que ha perdido solo mil pesetas”. 

Para entender el entresijo de nuestras vidas, te propongo imaginarte un tapiz. Es frecuente mirar el reverso y nos fijamos en los hilos, cuerdas y nudos sin sentido alguno; pero si colaboramos con Dios, en la eternidad veremos el anverso de ese mismo tapiz y nos daremos cuenta de la maravillosa obra de arte que Dios hizo con nuestras vidas.

Todavía, por desgracia para ellos, son muchos los que piensan que vivir el cristianismo es renunciar a vivir la vida con plenitud, a estar como taciturnos, temerosos y angustiados de ofender a Dios, carentes de ilusión por disfrutar de todo lo bueno que la sociedad y el progreso ponen a disposición del hombre. Y nada más lejos de la realidad. La JMJ inundó de alegría interior las calles y los hogares de Madrid. Nos dejó muestra de lo que debemos ser los cristianos. Hombres y mujeres alegres, que tenemos que transmitir y contagiar esa alegría a quienes nos rodean. He conocido a cristianos jóvenes y ancianos, sacerdotes y laicos, sanos y enfermos, pudientes y de profesiones humildes, y la sonrisa y buen humor han sido gestos que denotaban una alegría interior notoria. ¿Y sabes por qué? Te contesto con el Libro del Deuteronomio, capítulo 4, versículo 7:”Porque ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos, como está el Señor, nuestro Dios, cuantas veces le invocamos?”. 

Conclusión: si quieres ser feliz busca a Dios; Él te ha encontrado primero y te está esperando. Pero, eso sí, vive la fe con alegría, siéntete tocado por esa frase de Santa Teresa: “Un santo triste es un triste santo”. Porque de lo contrario habrás desaprovechado la mejor herramienta que Dios nos ha dejado para transformar el mundo cada día desde tu circunstancia personal: la virtud de la alegría. San Pablo insistía con esta virtud a los Filipenses: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraros”. (Filip. 4, 1-9) ¿Te apuntas?

No encuentro mejor lugar para cumplir el objetivo que no sea en…



martes, 17 de julio de 2012

Eurocopa 2012, no hay dos sin tres

Pido de antemano disculpas a los que os acerquéis a este blog y os encontréis con que un españolito está haciendo un post presumiendo de su selección de fútbol. Para todos los aficionados a este deporte, julio nos deja el sabroso recuerdo de la victoria de España en la Eurocopa,  dando a Europa y al mundo un verdadero espectáculo futbolístico, difícilmente de presenciar en un deporte donde prima, por desgracia, la eficacia a la belleza, el éxito a la constancia, la extravagancia a la sencillez. Además, este sufrido pueblo español ha disfrutado en un par de semanas de unión e ilusión; los medios de comunicación han priorizado la información apoyando a la selección, gentes de diversas generaciones han exhibido por la calle la camiseta roja de nuestra selección;  las ventanas y balcones han sido engalanadas con la bandera nacional. Los graves problemas de una nación parecían no existir disfrutando con un equipo que ha respondido a las expectativas originadas. España vuelve a obtener un nuevo título europeo. Tenemos la mejor selección de fútbol del mundo.
Pero más importante para mí es que nuestros representantes han demostrado también virtudes humanas. Terminada la final, me llamó poderosamente la atención contemplar los niños que estaban en el césped con la camiseta de la selección: eran los hijos de algunos jugadores; en brazos o de la mano, dependiendo la edad,  participando de esa alegría que se contagia con tanta facilidad. Otro de nuestros jugadores,  reiteraba, hasta que lo consiguió, la presencia de sus padres para hacerse una fotografía con la copa de campeones. Los había que se abrazaban al grupo de su entorno familiar. El capitán de la selección y su novia, se daban un abrazo una vez finalizada la corta entrevista que ella le hacía minutos después de recoger el ansiado trofeo.  Imágenes, todas ellas, muy entrañables, aleccionadoras, vistas por millones de espectadores, donde los protagonistas comparten  la alegría por el éxito obtenido  con sus familiares más cercanos.
Y detrás de este grupo, destaca otra persona que resalta por sus cualidades humanas: el seleccionador, Vicente Del Bosque, profesional y hombre fiel a sus ideas, que ha sabido conjugar sus conocimientos futbolísticos con dos virtudes: paciencia -especialmente a la hora de recibir las primeras criticas, a veces desleales efectuadas por compañeros de profesión- y sencillez,  que ha sabido transmitir a los jugadores, a un grupo de personas que le tenían como referencia deportiva, y quien sabe si más de uno como referencia personal.
Precisamente es la fidelidad a un estilo de juego, la cualidad que el seleccionador ha sabido mantener intacta independientemente al juego y resultados, la característica más destacada y determinante. Y aquí es donde quiero detenerme por si a ti y a mí nos puede servir para aplicarla a nuestras vidas.  No es fácil en los momentos actuales vivir fieles a un estilo de vida, una forma de pensar y de vivir cuando parece que la consecución de los objetivos se encaminan a unos medios no siempre muy deportivos. Buscamos el éxito a costa de perjudicar a los demás, a veces a quien más cerca está de nosotros (zancadillas); valen incluso las amenazas veladas y hasta las agresiones a la intimidad de las personas (agresiones de todo tipo); nos constituimos en víctimas con la intención de acaparar la atención de los demás para que sientan pena por nosotros ante alguna leve contrariedad en las convivencias diarias habituales (gestos y gritos desesperados cuando hemos sido receptores de una falta sin más); estamos  en un estado de susceptibilidad que provoca  a las primeras de cambio que infamemos de palabra al prójimo, y si  es posible desde  un medio de comunicación para tener más repercusión  (insultos);  no reparamos en que el prójimo puede sufrir por nosotros no siempre por buenas y ejemplares acciones sin pedir disculpas (infracciones en las que una vez cometidas sobre el rival nos olvidamos de él, en lugar de estrecharle la mano y ayudarle a levantarse). Somos inconsecuentes también en el terreno de juego con la autoridad (árbitros).  Ante cualquier falta a nuestro entender no pitada nos revelamos (gestos de desesperación para expresar la “injusticia” cometida). Si podemos, incluso,  intentamos eludir nuestros deberes para obtener un beneficio o impedir una penalización (jugadas conflictivas dentro del área para impedir la acción del contendiente o un “piscinazo” para pitarnos un penalti a favor, inexistente, pero penalti a favor a fin de cuentas). Podríamos seguir con estas comparaciones entre las jugadas que se dan en un partido de fútbol y las acciones que cometemos, buenas o malas, en el vivir cotidiano.  Todo para la consecución de un fin que nos llene de dicha: la victoria que nos induce a la felicidad.
Este es el ejemplo más trascendente que he visto con la selección nacional de fútbol. Ha sufrido críticas desleales por la forma de jugar en algunos partidos; ha habido en alguno de ellos en los que ha tenido que sufrir arbitrariedades del contrario y padecer los silbidos de un público que en lugar de animar a su selección buscaba el desacierto entre los nuestros; en las pocas jugadas conflictivas no ha sido beneficiada por errores arbitrales. Pues, bien, éstas contrariedades no han variado el modo de alcanzar el objetivo: deportividad, unión entre los jugadores,  apoyos constantes dentro del terreno de juego, vistosidad en el juego buscando en todo momento al compañero que en mejor condiciones está para recibir el balón…, virtudes individuales,  labor de equipo, para llegar a la meta, nunca mejor dicho.
Si cada persona actuáramos con humildad, poniendo nuestras virtudes al servicio de los demás, tendríamos otra España, otra Europa, otro mundo y otra Iglesia. Cuestión de aplicarnos el viejo proverbio que dice: “Más vale encender una cerilla que maldecir la oscuridad”. O en otras palabras –mías claro está, en las que podrás estar de acuerdo o no-: en lugar de quejarnos, de buscar malas artes, convertirnos en un jugador imprescindible dentro de la sociedad. Y si a esto le añades poner en tu vida a un espectador de lujo el éxito será arrollador. ¿Qué quién es ese espectador de lujo? Se llama Dios. También se convierte en, masajista, compañero, entrenador, psicólogo y hasta en  árbitro benevolente para dejar pasar alguna mala jugadilla hecha por nuestra parte.
Nota.- La selección española de fútbol sub-19 se proclamó el pasado domingo campeona de Europa de selecciones nacionales. Fiel al mismo estilo de juego de los mayores. No son casualidades.  Hay un arte de jugar y un arte de vivir que no falla.