sábado, 15 de junio de 2013

Y tú, ¿quieres ser santo?



El 19 de julio de 2011 escribía en este blog por vez primera sobre mi paisano Ismael de Tomelloso; una entrada, todo hay que decirlo, que ha sido la tercera más visitada de todas cuantas he publicado. Casi dos años después, Ismael Molinero Novillo, vuelve a este espacio. El pasado día 23 de mayo, se presentó la Asociación para la Causa de Canonización en el Seminario Conciliar de Madrid. Constituidas en Tomelloso y Zaragoza, Madrid se convierte oficialmente en el tercer feudo donde de manera organizada  va a fomentarse la devoción a  Ismael; mejor aún: ya ha comenzado a difundirse.

Se hace preceptivo aclarar que el nombre de Ismael de Tomelloso no es porque fuera torero o producto de marketing publicitario, ideado por un tomellosero emprendedor de los años treinta. Fue en el Hospital Clínico de Zaragoza donde se le empezó a llamar así,  por un joven que conoció en unos Ejercicios Espirituales en el Seminario de Ciudad Real.  Ese joven, que más tarde se convertiría en don José Ballesteros, sacerdote,  herido por impacto de bala en el frente, se enteró que había un paisano (él nació en Albaladejo) ingresado. Al visitarle y  decirle Ismael  el posible lugar en que años atrás podrían haberse encontrado, instintivamente miró la ficha de la cabecera de la cama y al leer su nombre exclamó: “Pero tú… ¿eres Ismael …de Tomelloso, que estuviste haciendo los Ejercicios en el Seminario?”. Los dos se fundieron en un abrazo, posiblemente el último que dio Ismael antes de entregar su vida a Dios. Así es como se le empezó a conocer.

La última noticia sobre el proceso de Canonización es que se está ultimando la Positio, un documento en el que se incluyen, además de los testimonios de los testigos, los principales aspectos de la vida, virtudes y escritos del Siervo de Dios, con un relator nombrado por la Congregación para las Causas de los Santos. Puede que desconozcas que es un proceso largo que puede durar muchos años.  La Santa Iglesia no solamente pide que se demuestre documentalmente que una persona vivió con heroicidad las virtudes de la fe, sino que  por intercesión de determinado hijo o hija se haya producido un milagro, que, generalmente, suele ser médico; es decir, la curación de una persona enferma con un pésimo pronóstico.  De este modo la fe apela a la ciencia. Sin el apoyo de la ciencia la Iglesia no declara santo a una persona por mucha fama de santidad que hubiese mantenida en vida. No debe quedar el menor resquicio que pueda conducir a que exista una causa científica para producirse la inesperada curación. La Santa Iglesia es así de prudente.

Reconocido un primer milagro, la Iglesia declara Beato a quien hasta esa fecha ha sido conocido por Siervo. Se necesitará un segundo milagro para que se promulgue solemnemente por el Papa la santidad de un bautizado. Pero no pienses que aquéllos hombres y mujeres, incluso niños, a los que se rinde culto público son espíritus estáticos, que se desocupan de nuestros problemas; tampoco pienses que solamente puedes rezarles en momentos puntuales de nuestra vida. No solamente debemos recurrir a ellos en casos extremos: conviene pedirles pequeños favores. De este modo se acrecienta la confianza. La amistad se asienta  por pequeños detalles. Además, cada vez que pedimos la intercesión estamos elevando una oración a Dios, y a esa oración se le llama de petición, oración agradable a Dios que quiere que le pidamos como hijos necesitados. Conocer a cada santo, beato o siervo de Dios es como si el Señor nos dijese: Mira, te presento a Ismael de Tomelloso –por ejemplo-,  quiero que seáis muy amigos en la tierra, quiero ayudarte a través de su intercesión  para luego disfrutar juntos en el Cielo.

No obstante, el trato con los santos no se circunscribe a pedirle favores: ellos son un ejemplo de que se puede alcanzar una vida plena de amor de Dios, si nos dejamos convencer de que no hay elección mejor posible para ser dichosos. Si observas el margen derecho del blog -pinchando la estampa accedes a la página web, para que le conozcas mejor- verás que debajo de la estampa de Ismael hay una frase que pronunció él mismo: “Cuántos serían santos si en su camino se encontraran otros santos”. Un modo de conocer la intensidad de nuestro amor a Dios, es descubrir los deseos que tenemos de comunicarlo a los demás. El Señor así nos lo pide (Mt. 10,8). Es una realidad perfectamente comprobable. Te lo garantizo.  Tuve el regalo de Dios de tratar y ser tratado por un tomellosero  del que no me cabe la menor duda que está en el Cielo. Es más: mi acercamiento a Dios no podría entenderlo si no fuera por haber conocido a este gran amigo. Porque sabrás que el Señor no ha dispuesto el Cielo para una élite de privilegiados que la Iglesia ha canonizado. Sería demasiado selectivo. La vida eterna también ha sido alcanzada por hombres y mujeres que no han sido declarados oficialmente santos –y posiblemente nunca lo serán-, pero que participan de la grandeza del Reino de los Cielos. A ti y a mí no debe preocuparnos que dentro de unas décadas o siglos llevemos el san o santa delante de nuestro nombre. Realmente nuestra vida debe ocuparse en descubrir una vida que nunca acaba. Tampoco pienses que para ser santo vas a tener que llevar hasta para acostarte una aureola incómoda, ni que tus pies van a estar elevados unos centímetros del suelo como muestra extraordinaria de tu olor a santo, ni que tengas que olvidarte de una vida compartida con los demás para vivir en plan eremita, ni que tengas que vivir periodos turbulentos como sufrió Ismael. Tu vida, dentro del estado en que te encuentras, cambiará poco externamente, pero mucho interiormente. En el Concilio Vaticano II, “Constitución Lumen” ya se hizo un llamamiento a la universal vocación a la santidad. Tal vez estas palabras de Benedicto XVI te aclaren el panorama: “La santidad, la plenitud de la vida cristiana, no consiste en el realizar empresas extraordinarias, sino en la unión con Cristo, en el vivir sus misterios, en el hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos”.

El acto de clausura de la Presentación de la Asociación lo llevó a cabo don César Franco Martínez, Obispo Auxiliar de Madrid.  Fui testigo de cómo se dirigía primero a una de mis hijas –que estaban a la puerta del salón de actos del Seminario, entregando estampas y hojas informativas a los asistentes que iban entrando- , y cordialmente le preguntó: “Y tú, ¿vas a ser santa?”. Ante la pregunta tan inesperada no tuvo más respuesta que una sonrisa, sin palabras. Y se dirigió a mi otra hija con otra pregunta: “Tú sí, ¿verdad?”. Misma reacción.  Es normal, lo pienso, y no porque sea su padre. La pregunta sorprende, ¿o no? En su discurso don César matizó mucho que los que formamos  las Asociaciones tenemos que aspirar y trabajar por la santidad. Estamos para propagar la devoción de personas que han vivido una vida ejemplarmente cristiana. El Beato Papa Juan Pablo II en la Divinus Perfectionis Magister, promulgada el  25 de enero de 1.983, exhortaba a buscar la santidad a través de estas Asociaciones. No quiero con esto decirte que para ser santo tengas que pertenecer a una Asociación. Conviene saber, eso sí, que no hay ninguna vida de siervos, beatos o santos que no haya sido santificada a través de los sacramentos de iniciación cristiana, y fortalecida especialmente por la Eucaristía y la Confesión. Es decir, dentro de la Iglesia Católica, que no pervive por los siglos de los siglos para obtener riquezas y poder, sino para que tú y yo lleguemos al Reino de los Cielos.


Es posible que atisbes un nivel de exigencia muy alto. ¡Con lo trasto que soy soy!, puedes expresarte. Pues que sepas que no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro. Y que la mejor idea que te puedes formar del sentido de la santidad es compararla con la felicidad. Y tú quieres ser felíz, ¿no es eso?; muy, pero que muy felíz, ¿o no? Además, Aquel que te llama a ser santo te proporciona un pack completo. Entre tú yo, sin anglicanismos: llamemos gracia santificante.

Del video, una confesión: siento hacer publicidad. ¿Me perdonas?