miércoles, 14 de agosto de 2013

Accidente de Angrois y El Grao de Gandía


Recordar el trágico suceso de Angrois no tiene más interés que buscar una reflexión a lo acontecido. Cuando parece que el hombre domina sobre lo creado, que es dueño de su destino, se producen circunstancias trágicas como las vividas:  un error humano, una distracción, una anomalía técnica pueden dar al traste no ya con un propósito, ilusión o proyecto, sino con muchas vidas. Ante los pasados trágicos acontecimientos se produce la clásica pregunta imposible de contestar con rotundidad. Queremos encontrar explicación buscando al principal causante: ¿el destino?, ¿una fuerza superior de maldad que busca la infelicidad del hombre?, ¿un dios que se desentiende de las criaturas?

Sabemos que nuestras vidas están sujetas a la temporalidad. Limitaciones espaciales, físicas, intelectuales…, el poder del hombre no puede doblegar la impetuosidad de la naturaleza, la ciencia asume que el gran avance contra algunas enfermedades son batallas ganadas, pero la derrota de la muerte está incuestionablemente perdida. Para colmo, a pesar de los elogiables intentos del hombre por buscar la paz, las guerras no desaparecen, sino que se recrudecen por la vileza humana. El hombre, no es perfecto. No puede garantizar la vida del semejante sobre la faz de la tierra.

 Sucesos como el de la curva de A Grandeira nos hace pensar por qué tiene que morir la novia de un joven que espera a pocos kilómetros la llegada de la persona que tanta felicidad le produce; por qué tiene que dejarse la vida un veterinario que consigue un puesto de trabajo en Madrid y está a punto de conocer al hijo nacido en Santiago de Compostela hacía un mes; por qué ese primo de un compañero de trabajo; por qué ocurrió el accidente ese día y a esa hora, y no otro día o cinco horas antes, por ejemplo, de que un tren de características similares a las del siniestrado pasara por la misma vía, por la misma curva y llegara a su destino final. ¿Por qué a estas personas? ¿Por qué en la proximidad de una fecha festiva? ¿Por qué tan cercana a la ciudad donde iba a celebrarse?

Podemos, no obstante, -y ésta es la razón principal de este post- hacernos a raíz de conocer las tragedias humanas otra pregunta: ¿para qué? La pregunta clave para tu vida y la mía, para todos los hombres y mujeres es si estos acontecimientos terribles no debiera plantearnos la cuestión de si no estamos creados para una vida mejor. Si obramos acertadamente poniendo todas nuestras ilusiones, todos nuestros anhelos, en una vida que tiene fecha de caducidad. Por supuesto, que infinidad de hombres y mujeres se marcan  pretensiones muy nobles en esta vida, y que produce marcada tristeza conocer que el motivo de no alcanzarlos sea por la repentina muerte en circunstancias trágicas. ¡Cómo no voy a lamentar que una joven se deje la vida en un vagón que le transportaba hacia el encuentro con su novio, si yo he tenido esa sensación de que el tiempo no pasa esperando la llegada de mi novia! ¡Cómo no voy a entristecerme de la muerte de un hombre que viaja para conocer a su hijo, si yo soy padre de dos hijas! ¡Cómo no voy a conmoverme de ese muchacho que no volverá a encontrarse con su primo, si cuando era poco más de un párvulo murió en un terrible accidente de tráfico una prima mía con diecisiete años de edad! Precisamente estos hechos luctuosos tienen para mí un significado esperanzador: somos viajeros en el mundo con destino a la eternidad.

El famoso científico Albert Einstein maduró acerca de la perspectiva trascendental del hombre. Se hacía esta pregunta, con respuesta final: “¿Cuál es el sentido de nuestra vida, cuál es, sobre todo, el sentido de la vida de todos los vivientes? Tener respuesta a esta pregunta se llama ser religioso”. El hombre religioso es quien tiene la respuesta. Mientras busquemos  la felicidad a costa del olvido de Dios, seremos permanentemente inseguros, infelices e, inexorablemente, condenados a la frustración, al oscurecimiento de nuestra existencia. Si el propio hombre es capaz de prescindir del sentido trascendente de su vida, si se le elimina la esperanza se aboca a la desesperación. El Papa Francisco, en la primera encíclica publicada en su pontificado hace mención del sufrimiento humano: “Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda la historia del sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz”. (Lumen Fidei, pág. 88-89). El Dios que entra en la Historia haciéndose carne mortal acompaña al hombre, a ti y a mí, por los caminos –a veces tortuosos- de la vida.

Este verano he disfrutado desde la terraza del apartamento contratado en Gandía de una panorámica que viene al hilo de lo que quiero expresar. Bien entrada la noche presenciaba la partida de pequeñas y humildes embarcaciones para faenar. Al amanecer regresaban con más o menos carga, imagino que cansados los pescadores, pero deseosos de encontrar reposo. Durante la jornada nocturna seguro que esperaban el amanecer, recoger la pesca y volver al puerto, regresar a casa. La faena en alta mar no les impediría recordar a sus seres queridos, a sus esposas, a sus hijos; los enamorados, en el amor que han dejado en tierra. Estas escenas me hacía recapacitar sobre nuestra relación con Dios: nos proporciona una embarcación cuando nacemos para surcar los mares por donde quiere que faenemos. Encontramos periodos de calma, de zozobra y también de tempestades. Pero Él no nos abandona nunca, siempre nos espera en el mejor puerto posible, el Cielo. Amarra el barco, coge las redes de nuestra pesca, selecciona los peces buenos y deshecha los malos; se queda con nuestras buenas obras y olvida las malas, si somos capaces de reconocer que en ocasiones no hemos obrado conforme a sus consejos, anteponiendo el afán de aventuras con el riesgo de convertirnos en náufragos en medio de las tormentas. Desgraciadamente para nosotros no actuamos con la prudencia de un marinero experimentado, perdemos fácilmente el rumbo que nos marca la brújula por considerar que el acertado es el que nosotros mismos nos asignamos. El peligro del naufragio adquiere fuerza cuando perdemos la orientación.

Volviendo a la terraza del apartamento, hubo otra tarde muy significativa: el 16 de julio. Esa tarde presencié con mi familia la procesión en barca de la Virgen del Carmen. Distintas clases de embarcaciones se dieron cita en la proximidad de la parroquia de San Nicolás  de Bari –ahora te contaré su historia más reciente- para acompañar a la Virgen, transportada en otra embarcación pesquera. Esta procesión mariana y marítima me hizo pensar en la necesidad de meter muy en la proa de nuestras vidas a la Virgen, para que nos proteja, nos ayude y nos salve. Cuando nos acogemos a ella tenemos siempre el rumbo más seguro.

Y ahora vamos con la historia. Durante la Guerra Civil fue destruida la parroquia de San Nicolás de Bari en Gandía. Concluida la contienda fue nombrado párroco don Juan Minaya Pavía, quien desde sus comienzos hizo cuanto estaba de su mano para volver a levantarla. Gracias a la cesión de un terreno por doña María de los Ángeles Suárez, esposa de don Vicente Calderón Pérez-Cavada –que fuera presidente del Club Atlético de Madrid, e hijo adoptivo de Gandia donde financió una fundación educativa que lleva el nombre de su esposa, y en la que reciben enseñanza gratuita más de quinientos niños- se pudo reconstruir la citada parroquia en la misma zona del Grao de Gandía. Este matrimonio está enterrado en esta iglesia, junto al altar de San Francisco de Borja,  duque de Gandia y descendiente de realeza, que tras quedar viudo y con ocho hijos, conoció a San Ignacio de Loyola, renunció al ducado y a toda su hacienda e ingresó en la Compañía de Jesús para vivir desprendido de posesiones y entregarse al servicio de Dios. Un sacerdote, una esposa y madre de familia y un religioso. A cada uno el Señor les encomendó una labor, llenar la red de buenas obras.

En la introducción de la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, el beato Juan Pablo II con la expresión latina  “Duc in altum”  -remar mar adentro-, nos invitaba a comienzos del tercer milenio a adentrarnos en las entrañas del mundo para fructificar los talentos recibidos. Es así como debe encontrarnos el Señor cuando nos mande regresar a la otra Orilla: activos, faenando con la esperanza firme en el regreso. Con esperanza, porque de lo contrario nos convertimos en esa clase de mujeres y hombres a los que se refería San Pablo: “Si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres”. (I Cor. 15.19). Fíjate que no dice no creer en Cristo mientras vivimos, es decir, creer; sino poner la esperanza en esta vida, supeditar nuestra preexistencia en la tierra.

Es humanamente comprensible la desolación, la incomprensión por estos sucesos. Tristeza, desconsuelo, abatimiento, son sentimientos propios para los familiares y amigos de las víctimas. San Francisco de Borja, también desconsolado pidió al Señor la curación de su esposa, escuchando una voz celestial que le respondía: “Tú puedes escoger para tu esposa la vida o la muerte, pero si tú prefieres la vida, ésta no será ni para tu beneficio ni para el suyo”. Derramando lágrimas respondió: “Que se haga tu voluntad y no la mía”. Debemos dar por seguro, amigo mío, amiga mía, que incluso en las circunstancias más penosas que podamos afrontar, el Señor siempre sacará beneficio para nuestra salvación, para nuestra felicidad eterna y la de quienes nos ocupamos de poder alcanzarla.

Recemos por los fallecidos. Con tus oraciones y las mías, por los méritos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, los trenes hacia el Cielo caminan a más alta velocidad. Siempre seguros llegan a un destino que Ni ojo vió, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que Dios preparó para los que le aman. (1. Cor. 2.9).

Este video puede servir de recuerdo a todas las víctimas fallecidas en las proximidades de Santiago de Compostela. No he dudado un momento en seleccionar otro para cerrar el post. Me lo manda una seguidora que ha vivido muy de cerca la desgracia de Angrois. La letra de la canción muestra un estado de ánimo de Dani Martín:  la compuso a raíz de la muerte de su hermana, de 34 años de edad. Escucha la canción con atención y ten el firme propósito de aprovechar cada momento de tu vida en pensar y vivir para los demás. No lo dejes para el futuro, porque no depende de ti.







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