martes, 25 de septiembre de 2012

Benedicto XVI en el Líbano

Benedicto XVI ha concluido el viaje a Líbano después de entregar la Exhortación Postsinodal ( documento final) del Sínodo de Obispos para Oriente Medio celebrado en 2010. Líbano, por otro lado, es un país ejemplar por lo que se refiere a convivencia entre distintas religiones. El cargo de Presidente de la República es siempre ocupado por Ley por un cristiano maronita, el de Primer Ministro por un suní y el de Presidente del Senado por un chiita; de este modo ninguna minoría queda excluida de puestos claves en la estructura del Estado.
Este viaje apostólico a una región enormemente conflictiva,  ha coincidido con la explosión de violencia que se ha desencadenado a consecuencia de la exhibición del video norteamericano y la publicación en una revista francesa de caricaturas al profeta Mahoma. Una mecha más en el polvorín imperecedero de Oriente.
Los cristianos tenemos superadas las provocaciones tendenciosas y deleznables desde hace veintiún siglos. Jesucristo fue despreciado incluso en la Cruz por quienes no entendieron o se negaron a entender que era el Hijo de Dios. Y prueba histórica de la continuación de los ultrajes entre sus seguidores, desde  finales del siglo II d.C. ya se conocía un grafito en las cercanías del palacio de Nerón en la que un cristiano llamado Alexámeno (que debía ser un alumno de la escuela de pajes al que sus compañeros paganos hacían burlas por ser cristiano) adora a un crucificado con cabeza de burro, y debajo de la imagen está escrito “Alexámeno  adora a su Dios”.
El papa Benedicto XVI no ha sido ajeno a los oprobios y agravios, como pontífice y antes como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Recordemos que el pasado año en España, un día antes de su llegada a Madrid, se autorizó  una marcha laica sin más fin como se vio por su manifiesto, frases, parodias y final en la Puerta del Sol, que denostar a la Iglesia a través del Romano Pontífice y provocar y amedrentar a los jóvenes peregrinos. Los pregoneros de la igualdad y justicia social aprovechan así que surje la  ocasión para  arremeter contra Benedicto XVI  por su nivel de ostentación en los atuendos -dicen- señalándole a él y a la Iglesia como culpables de la pobreza que se padece en el mundo.  Sin embargo, sabemos que las injurias, mentiras, persecuciones, maldades y odios recibidos por causa de Jesucristo, serán recompensadas en el Cielo. Así lo enseña el Señor a sus discípulos en una de las Bienaventuranzas (Mt. 5, 1-12 y Lc, 20-26). Por tanto, no corresponde a los cristianos levantarse cada mañana en busca del ofensor para hacer justicia humana: tenemos quien le juzgue.
Lo cierto y verdad es que mientras estas vacaciones muchos turistas habrán desechado la idea de viajar a Tierra Santa y  conocer los países árabes por el clima de inseguridad que se vive, Benedicto XVI ha acometido un problemático viaje para hacer entrega de un documento que bien podría haber sido facilitado por su Secretario de Estado o por un legado pontificio. Pero no: ha estado en Líbano. A ti y a mí puede servirnos de acicate su ejemplar sentido del deber. Tú y yo no me dirás que incurrimos en más de lo debido en una pereza que nos ata a una comodidad bien sujeta a nuestro propio ego; sobre todo en aquéllos deberes que más nos cuesta emprender. Pues el Papa, ahí lo tienes, con ochenta y cinco años, cumpliendo con el deber en un país en el que pocos representantes y autoridades de Estados hubieran decidido personarse en estas determinadas fechas.
Si tuviera que destacar una frase de las pronunciadas en los tres días que ha visitado Libano sería esta: “Vengo a Medio Oriente como peregrino de paz, amigo de Dios y de los hombres”.
Amistad, una palabra que suena mucho ¿verdad? Los niños desde la infancia ya establecen sus primeras amistades. Los matrimonios, se forjan primeramente con una sincera amistad antes de formalizar su relación.  Se dice que los padres tienen que hacerse amigos de los hijos para que éstos confíen en ellos. Poetas y cantantes han escrito y compuesto para alabar la amistad. Una persona sola, sin alguien en quien pensar y por quien vivir, es presa fácil de tristezas y peligrosas patologías. Hacer amigos forma parte de la vida de hombres y mujeres por nuestra condición de sociabilidad que llevamos implícita. Y si no, que se lo pregunten a Fernando Alonso que ha llegado  al millón de agregados en su twitter. El deseo del cantante brasileño Roberto Carlos lo ha hecho realidad (¿te acuerdas de la canción?: Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar…)  gracias a la popularidad del protagonista y a las redes sociales.
Pero la amistad que propugna el Papa es otra. Benedicto XVI no ha hablado para contentar sino para convertir. ¿Convertir? Sí, convertir; convertir la convivencia humana en amistad con Dios y entre los hombres. La historia está llena de apretones de manos entre contendientes, de sonrisas delante de unas cámaras de televisión, de firmas en documentos refrendando acuerdos alcanzados entre las partes. Pero… ¿con qué resultados? Porque por mucho que se intente -y buscar la paz siempre es una loable empresa- si no tenemos a Dios por amigo es muy difícil, extremadamente complicado, que la amistad predomine entre los hombres, que perdure. Benedicto XVI humildemente se ha tildado de peregrino de la paz en una región azotada por las guerras, odios y divisiones; pero esa peregrinación no la hace en nombre de Dios, sino con Dios. Así es como se forja la verdadera amistad.
Si mañana de buenas a primeras alguien al salir de casa me parara y me dijera: Oye, tu que eres cristiano, convénceme para profesar tu religión, le daría un Nuevo Testamento para que leyera el capítulo 15, versículos 13 al 15 del evangelio de San Juan. El Señor habla de dar la vida por sus amigos, no les llama siervos, seguidores, simpatizantes. No. Les llama amigos. Y cumple la promesa: entrega su vida por ellos, por ti y por mí, por todos los hombres y mujeres, los que hemos nacido y los que no lo han podido hacer. Tenemos los cristianos un Dios cercano, que se hace amigo de los hombres para que los hombres nos hagamos amigos de Dios. ¿Alguien da más?
Por eso, los cristianos tenemos que esforzarnos por pulir de egoísmos el sentido de la amistad. La verdadera amistad es entrega desinteresada, de alegrías y tristezas compartidas. Las palabras de Benedicto XVI tienen que conducirnos al ejemplo de Jesucristo, que hizo la mayor entrega de uno mismo por los demás. ¿Tú y yo qué estamos dispuestos a entregar?
En estos tiempos que todo lo supeditamos a la temporalidad, no hay apuesta más segura que tener un amigo para siempre… Sí, ese mismo: se llama Jesús, y dice ser Dios. ¿No tienes inquietud por conocerle?


sábado, 8 de septiembre de 2012

La alegría de ser alegres

En el mes de agosto que recientemente hemos dejado atrás, se ha cumplido un año de la celebración de la JMJ en Madrid. Para muchos cristianos la intensidad de esos días vividos entre el 18 y 21 de agosto especialmente, es un recuerdo imborrable; sobre todo para quienes más cerca pudimos vivir ese encuentro de la juventud de todo el mundo con Benedicto XVI. Para agradecer la presencia del Santo Padre en esas fechas, jóvenes de la Archidiócesis de Madrid se trasladaron a Roma para ser recibidos en Audiencia por el Papa el pasado 2 de abril. Y les decía: “Queridos amigos, aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia”.



La alegría era la nota predominante que reinaba entre los peregrinos; una alegría que se transmitía con suma facilidad; una alegría que emocionaba y ensanchaba el corazón independientemente de edades, razas y nacionalidades. Ése fue el don que Dios quiso transmitirnos a través, como recordaba Benedicto XVI a los jóvenes, del Espíritu Santo.

Desde una visión natural, la alegría es consustancial al hombre; todos anhelamos vivir en un estado de plena satisfacción por haber alcanzado un objetivo o estar en situación de obtenerlo. Indefectiblemente, la alegría puede decirse que es vital para el ser humano. Aristóteles lo aconsejaba: “El hombre no puede vivir largo tiempo sin alegría”. No obstante, siempre estamos expuestos a que los contratiempos propios de la vida hagan oscurecer ese estado pleno de ánimo. A veces, incluso, perdemos la alegría por problemas y situaciones ficticias, insignificantes que son acrecentadas por nuestros propios miedos y arrogancias. Podríamos decir que nos sentimos alegres hasta que las circunstancias son propicias. Es una alegría determinada por situaciones externas, por acontecimientos que repercuten en nuestras vidas de manera satisfactoria, dependiendo en gran parte del objetivo perseguido. Podemos alegrarnos por encontrar unos zapatos que llevábamos tiempo buscando; pero más alegría producirá si en la zapatería compramos unas papeletas para un sorteo a Punta Cana para dos personas durante quince días, y somos los agraciados.

Si embargo, hay otra alegría más intrínseca, más profunda que tiene su raíz en el interior de la persona, diríamos que más sobrenatural, porque supera la propia alegría natural que emana del hombre. En esta búsqueda el objetivo ya no es perecedero, material, emocional o incluso sentimental; es ¡trascendental!: Dios. Además, la recompensa no se logra en proporción al esfuerzo personal; el Bien Supremo viene a nosotros para el resto de nuestras vidas, con una particularidad: jamás se diluirá si somos fieles, lo tenemos en esta vida y podemos gozar con Él en el Cielo. Por nuestra parte, basta decir sí a Quien nos busca. La alegría no perece, sino que persiste, ya es una manera de vivir, con un comportamiento que se exterioriza, que se transmite y se contagia. Es entonces cuando podemos decir que somos alegres, exteriorizamos un gozo que nace del interior por haber encontrado un sentido trascendental a nuestra vida, es la paz que se alberga en el alma. El ansía de infinita alegría y felicidad que busca el hombre solamente puede colmarla un Dios Infinito.

Indudablemente que la vida trae sinsabores, decepciones, dolor, sufrimiento, muerte; y que es una realidad que hace que la alegría en estas situaciones se esconda, que surjan dudas sobre si el hombre está hecho para la felicidad o es un ser condenado al sufrimiento. Será entonces cuando pidamos al Señor ahondar más detenidamente en la herencia del Cielo como ayuda para superar las situaciones difíciles, para aumentar la virtud de la esperanza. 

Don Luis Moya, sacerdote tretapléjico a consecuencia de un accidente de tráfico, entendió así el sentido de su tragedia personal: “Gracias a ello veo: creo que un amor inmenso preside mi vida. Y la de todos, aunque muchos no se den cuenta. Por resumir mi problema, diría que soy un multimillonario que ha perdido solo mil pesetas”. 

Para entender el entresijo de nuestras vidas, te propongo imaginarte un tapiz. Es frecuente mirar el reverso y nos fijamos en los hilos, cuerdas y nudos sin sentido alguno; pero si colaboramos con Dios, en la eternidad veremos el anverso de ese mismo tapiz y nos daremos cuenta de la maravillosa obra de arte que Dios hizo con nuestras vidas.

Todavía, por desgracia para ellos, son muchos los que piensan que vivir el cristianismo es renunciar a vivir la vida con plenitud, a estar como taciturnos, temerosos y angustiados de ofender a Dios, carentes de ilusión por disfrutar de todo lo bueno que la sociedad y el progreso ponen a disposición del hombre. Y nada más lejos de la realidad. La JMJ inundó de alegría interior las calles y los hogares de Madrid. Nos dejó muestra de lo que debemos ser los cristianos. Hombres y mujeres alegres, que tenemos que transmitir y contagiar esa alegría a quienes nos rodean. He conocido a cristianos jóvenes y ancianos, sacerdotes y laicos, sanos y enfermos, pudientes y de profesiones humildes, y la sonrisa y buen humor han sido gestos que denotaban una alegría interior notoria. ¿Y sabes por qué? Te contesto con el Libro del Deuteronomio, capítulo 4, versículo 7:”Porque ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos, como está el Señor, nuestro Dios, cuantas veces le invocamos?”. 

Conclusión: si quieres ser feliz busca a Dios; Él te ha encontrado primero y te está esperando. Pero, eso sí, vive la fe con alegría, siéntete tocado por esa frase de Santa Teresa: “Un santo triste es un triste santo”. Porque de lo contrario habrás desaprovechado la mejor herramienta que Dios nos ha dejado para transformar el mundo cada día desde tu circunstancia personal: la virtud de la alegría. San Pablo insistía con esta virtud a los Filipenses: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraros”. (Filip. 4, 1-9) ¿Te apuntas?

No encuentro mejor lugar para cumplir el objetivo que no sea en…