viernes, 26 de diciembre de 2014

... No había lugar para ellos en la posada




Y sucedió que estando allí se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada (Lc. 2,6-7).

Estamos en la Navidad de 2014. Celebramos el nacimiento de Cristo,  puede ser el momento para que la fe renazca en tu corazón y en el mío. Solamente es necesario estar en disposición de querer acogerle como lo que es: recién nacido, desvalido, indefenso...  Esta es la clave: la hospitalidad con María y José, que buscan un lugar para envolver al Niño Dios en pañales y dejarlo en el pesebre de tu alma.

Se me ha ocurrido imaginar los diferentes estados en los que la humanidad puede esperar el nacimiento del Salvador. Un año más este mundo nuestro tan frío y distante de Dios, es testigo de un acontecimiento esperado desde hace siglos. El protagonista es tu corazón y el mío. El corazón del ser humano es una posada a la que Jesús y María llaman buscando un lugar para que el Niño Jesús nazca, porque es la Luz que ilumina el mundo, tu alma y la mía. Un alma donde Dios no tiene cabida es una gruta oscura, triste; y el corazón del ser humano está hecho para iluminar.

Se encuentran la primera posada. Un año más la puerta está cerrada. Llaman, se les oye, pero se les niega la entrada. Son quienes nada han querido saber de Dios, los que se han desentendido, los que han abjurado de sus creencias. Viven para el consumismo, el mundo espiritual no tiene cabida en su existencia, acomodándose a un relativismo en el que únicamente albergan como axioma la autocomplacencia. Para ellos Dios les coarta la libertad, se consideran libres para vivir por y para sí mismos. Prefieren la ignorancia al compromiso. Prefieren taponarse los oídos con cera de soberbia. José y María no insisten, marchan cabizbajos camino de otra posada.


Llegan a una nueva posada. La puerta está entreabierta, llaman y se les invita a pasar. Se les recibe pero se les posterga a un rincón, terminando por ser ignorados. Son esos hombres y esas mujeres que celebran la Navidad recordando el nacimiento de Jesucristo, pero volcados en una tradición más costumbrista que real.  Creen en Jesús, personaje histórico que sembró detractores y simpatizantes, pero que vio frustrada su proyección por ser ajusticiado injustamente y clavado en una cruz hasta morir. Gustan de vivir las fiestas navideñas teniendo presente que conmemoran el sentido religioso, pero los afanes de esta vida, el relativismo ético les hace sucumbir a la llamada. Pasan la vida  ocupados en sus quehaceres diarios, se les esfuma la vida implicados en un mundo que no quieren cambiar, sino involucrarse hasta el punto de pasar inadvertidos. Esconden sus creencias cuando ven peligrar su posición social, no vale defender unos principios porque en realidad no se cree en ellos. En los avatares de la vida, el cristianismo para ellos es un peligroso condicionante. Vista la indiferencia, José y María buscan nueva posada. Se alejan silenciosamente; nadie se da cuenta de que abandonan la posada por ser ignorados.

Por fin llegan a una posada en la que no es preciso llamar, la puerta está abierta. José y María se ven reconfortados. Pasan y son recibidos con alegría. Se dan cuenta que la posada está bien acondicionada, preparada como si les estuvieran esperando. Es 24 de diciembre, no han olvidado que el fundamento de esta noche es prepararse para el nacimiento de Jesús. Son personas normales, con debilidades, miedos e inseguridades, incluso con dudas de fe porque cuesta afrontar situaciones de sufrimiento, tragedias, enfermedades, muertes, desolación, soledades, incomprensiones; pero tienen la convicción de que la vida sin Dios conduce a un vacío del que no se sale. Son esos cristianos que a pesar de la poquedad con que se ven levantan la vista al Cielo, porque es desde allí desde donde Jesús viene; y si el mismo Dios llega a la tierra es porque tiene un mensaje de vital importancia para la humanidad. El don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo es nuestra verdadera paz. Y Cristo llama a nuestros corazones para darnos la paz. La paz del alma, abramos las puertas a Cristo (1). José y María se alegran. Han encontrado lugar para que el Niño Dios se aloje en esos corazones tímidos, pero que a imitación de María quieren decir sí a la llamada del Señor.

 La esencia de la fe cristiana es ésta: Dios está aquí. Esa verdad debe llenar nuestras vidas: cada Navidad  ha de ser para nosotros un nuevo especial encuentro con Dios, dejando que su luz y su gracia entren hasta el fondo de nuestra alma (2). Este es el sentido de la Navidad. Si los cristianos no vivimos estos días con la mirada puesta en Belén, habremos dejado pasar una ocasión más brindada por Dios para tener un encuentro personal con cada uno de nosotros. 

Empieza la Navidad. Es 25 de diciembre. Tiempo de dejarse sorprender por el amor de Dios. Es un misterio. No cabe en nuestros parámetros que Dios se haga carne en el vientre de una joven. Incomprensible. Pero no es un cuento de hadas. Es una realidad que transforma el corazón de los hombres, ensanchándolos para salir de sí mismos e impregnar de amor y calor el espacio que Dios nos ha proporcionado en este mundo. Belén significa tierra de pan y es en esta ciudad donde encontramos el verdadero alimento para el alma, que en estas fiestas siempre anhela más especialmente el encuentro con Jesús. Se nota en la gente, en las calles, que hay un deseo mayor de alegría y felicidad.



Por cierto, no quiero dejar de preguntarte: ¿con qué posada te identificas?

Estás todavía a tiempo de darle la debida acogida.

¡Feliz y Santa Navidad!


(1)        Papa Francisco, Ángelus 19/12/2014
(2)        San Josemaria Escrivá, Es Cristo que pasa, pág 45,46.







domingo, 16 de noviembre de 2014

¡ A vivir que son dos días!





Cuando veo la fecha del último post repaso un punto del Diario de la Divina Misericordia, escrito por Santa María Faustina Kowalska, el 1338, en el que escribe lo siguiente: En el momento en que escribo estas palabras he oído a Satanás gritando: Escribes todo, escribes todo y por eso perdemos tanto. No escribas de la bondad de Dios, Él es justo. Y dando aullidos de rabia, desapareció.

El 24 de septiembre hice la última entrada y es mucho tiempo transcurrido; puede que el enemigo  número uno de la salvación del hombre haya hecho sibilinamente su trabajo, como así acostumbra. No quiero estar en el bando de los  que escriben poco sobre Dios teniendo ocasión para hacerlo. Porque desde este blog no hay más pretensión que  escribir sobre las bondades de Dios, y no hay mayor bondad que pueda recibir el ser humano de Dios que la de sentirse salvado, porque es amado por el Creador. 

Por eso la Iglesia, fundada por Jesucristo para derramar torrentes de gracias entre los hombres,  nada más comenzar noviembre celebra el primer día  la Fiesta de Todos los Santos y el segundo el de los Fieles Difuntos; de esta manera conmemoramos el triunfo de quienes han alcanzado el Paraíso y pedimos por quienes aún se purifican en el Purgatorio hasta alcanzar el encuentro con el Padre Celestial.

De paso puede y debe servirnos este mes de noviembre para profundizar en la vida futura a los que peregrinamos por este mundo. Porque del modo en que vislumbremos el fin de nuestra existencia podremos vivir esta vida. No estoy de acuerdo con quienes en un afán de loable y sincera responsabilidad, piensan en otra vida pero centrándose únicamente en esta. La vida puede adquirir un devenir dependiendo de qué idea y con qué esperanza afrontemos la realidad incuestionable de la muerte. Para unos, puede resultar el final de una existencia, y para otros el principio de una nueva vida.

Vamos a reducir al máximo en este post la manera de discurrir sobre el futuro de tu alma y la mía; y lo hacemos con dos frases, y te invito a reflexionar sobre ellas. Una frase encierra un encendido aferramiento a esta vida, otra una esperanza inconmensurable de eternidad.

 “¡A vivir que son dos días!”. Es una frase que adquiere cuotas de éxito notable. No tiene autor conocido, al menos que uno sepa. No es necesario tratar a una persona de vida desenfrenada para escucharla. Entre buenos amigos, familiares entrañables y personas ejemplares es habitual oírla, especialmente en esos momentos tristes en los que se  pierde a un ser querido y donde parece no existir más esperanza que vivir intensamente el momento actual. Es una expresión para reafirmar el presente, siempre y cuando  sea agradable, porque de lo contrario la frase no tiene sentido. Está hecha para quienes están conformes con el trato que les da la vida. Salud, familia, economía, amigos, colman las más elementales pretensiones, pueden considerarse personas satisfechas…, ¿felices?, pensemos que para ellos es así. Pero no es una frase muy consistente por dos razones. Si alguno de los soportes que nos dan bienestar  se pierde se desvanece la seguridad, surgen crisis que dan al traste con la estabilidad emocional o afectiva que era el soporte de la vida. Si se parte una de las patas de la mesa, esta se viene abajo. La otra razón de la inconsistencia es el tiempo. Llegará un día en que será el último. Se acabará. Esos “dos días” habrán terminado. Difícilmente encontrar una muerte en paz pensando lo bien  que nos ha tratado la vida, los éxitos alcanzados, el bienestar logrado, las expectativas cubiertas; la amargura de la agonía no se supera con la dulzura de los recuerdos. Siempre se estará sujeto a que esos dos días puedan ser cincuenta, veinte años, o quién sabe si puede ser pasado mañana. En cualquier caso, la vida siempre se escapará demasiado pronto. Es una continua cuenta atrás desde que nacemos.



“Nunca más serviré a señor que se me pueda morir”. Esta otra frase fue pronunciada por san Francisco de Borja. Llegó a ser virrey de Cataluña. Tuvo que conducir a Granada los restos mortales de la emperatriz Isabel, mujer a la que conocía y admiraba por su belleza. Llegados a Granada al  abrirse el ataúd que contenía el cuerpo de la bella mujer la vida le cambió por completo al descubrir el rostro desfigurado de la emperatriz y pronunció esta famosa frase. Renunció a toda su fortuna, ingresó en la Compañía de Jesús para servir a un señor que no muere, para servir al Dios vivo, y el significado de la vida  le cambió por completo.

El mes de noviembre se cierra en el último domingo con la fiesta de Cristo Rey. Otra ocasión que la Iglesia invita a reflexionar sobre la entrega de nuestro corazón. Podemos servir al César, que es tanto como decir a nosotros mismos, convirtiéndonos en emperadores de nuestro  existencia siempre expuesta al carácter temporal,  o podemos entregar el corazón al Señor, no solamente por la inquietud del destino final de nuestra alma, sino para vivir el Cielo desde la tierra, amando a Dios, y amando al prójimo, que es el modo más acertado de amarnos a nosotros mismos.

La esperanza en la vida eterna no es una orientación metafísica, no es una corriente de pensamiento filosófico que el hombre ha fraguado en su pensamiento. Es una consecuencia del hecho histórico, del origen de la Buena Nueva que a lo largo de veintiún siglos ha transformado la vida de millones de seres humanos. La teología cristiana se sustenta en dos razones: que Jesucristo resucitó de entre los muertos y ascendió al Cielo;  y una promesa a todos los hombres: El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás (1).

La lectura con detenimiento de este párrafo  puede hacerte pensar qué frase puede sustentar tu vida: Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no  hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría sin brio, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí reemprende siempre de nuevo (2).

En términos deportivos: si te aficionas a un deporte, qué menos que simpatizar con el deportista o equipo que más éxitos puede cosechar; de esta manera disfrutarás del deporte y de las victorias alcanzadas. Pues con la fe puede pasar exactamente igual: el  triunfador siempre es Dios, porque gracias al sacrificio redentor en la Cruz de Jesucristo, el principal rival para la felicidad del hombre –la muerte- está vencido. Y  aunque a lo largo de la contienda –de esta vida- se pasen apuros y desalientos, tristezas y sufrimientos, la victoria sabemos que corre de Dios, y si estamos unidos a Él, nosotros participaremos del triunfo definitivo. Piénsalo, porque este mes de noviembre  puede cambiar conceptos de tu vida. ¿O no?




(1) (Jn. 11,25-27)
(2) Papa Francisco, Mensaje Urbi et Orbi en la Pascua (20-IV-2014)










miércoles, 24 de septiembre de 2014

Yo también soy nazareno






Este símbolo es la letra "Nun" del alfabeto árabe. Cuando los miembros del denominado Estado Islámico marcan en una casa o centro de trabajo con esta letra, significa que han sido localizados cristianos y, por tanto, sus vidas corren grave peligro. Si no huyen, tarde o temprano estos  extremistas les intimidarán para que renieguen de su fe y se conviertan al Islam; de lo contrario los hombres pueden ser decapitados y las mujeres tratadas como esclavas. Si huyen, lo abandonan todo, tienen que atravesar el desierto exponiendo sus vidas a morir de hambre o de sed.

En un reportaje de televisión contaba un  padre de familia que tuvieron que salir de su casa veinticuatro miembros con una botella de agua como único elemento de subsistencia. El medidor para compartir el agua era el tapón. Cada uno bebía al día el contenido de un tapón; no había otro modo de racionalizar el agua. Miles de personas no han tenido más remedio que huir de la barbarie, quedando algunos en la arena del desierto víctimas del hambre y la deshidratación.

El pasado 7 de septiembre, víspera de la Natividad de Nuestra Señora, convocaba el Papa Francisco una jornada de ayuno y de oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero. En la parroquia Nuestra Señora de la Merced se celebró esta jornada bajo un intenso clima de recogimiento espiritual. Durante dos horas con el Santísimo expuesto en el altar mayor, se intercambiaron ratos de oración, de silencio, y de lectura de testimonios de cristianos sirios. La celebración terminó con el rezo de santo Rosario.

En uno de esos testimonios, un cristiano sirio comparaba estos tiempos con el de los vividos por los primeros cristianos: persecuciones, vejaciones, muertes indiscriminadas..., y, sin embargo, como ocurre con los confesores y mártires de la fe, no reniegan, al contrario, se reafirman más, porque el amor de Dios puede más que el miedo al frenético odio de los hombres.

Odio. Pero ¿odio a un cristiano? ¿Cuál puede ser la aptitud de un cristiano para ser odiado? ¿Por qué se odia a mujeres, niños, ancianos, jóvenes, hombres de cualquier clase o condición?

La respuesta solo puede obtenerse si consideramos que a quien se odia no son a mujeres que con esfuerzo y pocos medios sacan adelante a sus hijos, o a los padres que buscan ingresar dinero para cubrir las necesidades más elementales de sus familias, o a los jóvenes que intentan abrirse un futuro con las propias limitaciones de regiones tan pobres, todos ellos ciudadanos ejemplares respetuosos con las leyes y atentos con sus conciudadanos. No. A quien se quiere asesinar es a Dios;  solo a Dios se persigue y se busca darle muerte, no tienen otro medio que buscar la muerte de cristianos para dar muerte a Dios, a Jesucristo, Dios de la Divina Misericordia.  Los discípulos del Señor ya fueron advertidos por Jesús: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros (Jn. 15,18). Acordaos de la palabra que os dije: “No es el siervo más que su señor”. Si a mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán. Si guardaron mi palabra, también guardarán la vuestra. (Jn. 15,20).

Gracias a esa huida de los primeros seguidores de Jesucristo pudo extenderse la Buena Nueva a todo un imperio como el romano, traspasando fronteras y continentes hasta llegar a extenderse por el mundo entero. Sin miedo a nada ni a nadie, seguros de abandonarse en la Providencia Divina, irradiaban paz y serenidad en tiempos conflictivos. Así surgió y se desarrolló el cristianismo. ¿Puede decirse que se dan las mismas circunstancias en nuestro mundo para recibir con la misma ilusión la Buena Nueva de los cristianos perseguidos?

El mundo actual, el de los grandes avances tecnológicos y científicos, es presa de un indiferentismo religioso. Al corazón del hombre contemporánea no se le llena de sentido, se le entretiene más bien. Hay una descristianización acentuada. El mundo de hoy no actúa pecaminosamente por desconocimiento de Dios. No; es por soberbia por la que prescinde de Dios, desvinculándolo por decisión propia.  El sufrimiento de los demás no cabe en la repleta agenda del hombre que solo busca el bienestar material, físico. No hay tiempo para divagar; y si lo hay se pasa de soslayo, cualquier ocupación es buena para acallar la conciencia. Es un axioma elemental: sin Dios, no hay lugar para el prójimo.

No obstante, no es menos necesario hacerse otra pregunta. ¿Qué reacción provoca el conocimiento de estos tristes hechos entre los cristianos? Deberíamos examinarnos si estamos cumpliendo lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. Si nos complicamos la vida por mantener una aptitud cristiana o nos escondemos y nos avergonzamos cuando debemos y tenemos que dar testimonio como creyentes que somos. El mundo necesita que hablemos de Dios, que demos ejemplo con nuestras conductas que somos seguidores de Jesucristo, porque allí donde esté de nuestra parte aportar testimonios si no  lo hacemos nosotros nadie lo hará. No seremos discípulos como Cristo nos quiere si nos conformamos con el mínimo esfuerzo, si cumplimos cómodamente los compromisos más elementales para que nuestra conciencia no se dispare, si somos cristianos cabizbajos y abatidos incapaces de transmitir la alegría de sabernos hijos de Dios. Las penurias de los miles de cristianos perseguidos debe hacernos recapacitar y pensar que la preocupación por Dios y por el prójimo deben ser prioritarias a nosotros mismos; y no digo que pensar en nosotros mismos no sea necesario, pero en la justa medida. Sólo así seremos capaces de vivir el cristianismo como una aventura capaz de entusiasmarnos y entusiasmar a los demás. Si en las sociedades que conformamos se alaba el materialismo,  es porque en parte  los cristianos no sabemos o no queremos impregnarlas con el sello de valores espirituales.



No depende únicamente de nuestra voluntad, inteligencia o esfuerzo. La gracia de Dios es quien debe actuar; pero sabemos que no faltará nunca  porque el sufrimiento de los perseguidos y la sangre de los mártires se dispersa por toda la Iglesia. Y cuando se intenta abatirla, como así quisieron hacer en Nazaret con Jesucristo -el pueblo en el que vivió tres décadas-, echándolo fuera de la ciudad y llevándolo a la cima del monte para despeñarlo (Lc. 4, 28-30), cobra nuevos impulsos, como si Dios derramara más copiosamente la gracia para seguir extendiendo el mensaje de salvación.  Pero el Señor siguió su camino, nos dice el final de este pasaje evangélico. Y la Iglesia, seguirá el camino marcada por el Maestro hasta el final de los tiempos, a pesar de todos aquéllos que quieren aniquilarla. 

Nadie estamos eximidos de compromiso.  Cada uno de nosotros, tú y yo amigo mío, amiga mía, tenemos que implicarnos por extender el amor de Dios a nuestros semejantes. Este párrafo pronunciado por el Papa Francisco puede refrescarnos las inquietudes adormecidas. Todo bautizado tiene un lugar y una tarea que desarrollar en la Iglesia y en la sociedad. Que todos se sientan llamados a comprometerse generosamente en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad; a reforzar los vínculos de solidaridad para promover condiciones de vida más justas y fraternas para todos(1).

Yo también soy nazareno. Este es el lema que junto a la letra "Nun" puede verse fácilmente en redes sociales. Es expresión de solidaridad. Está cogido para título de este post y para recordarme que el mejor modo de apoyar a nuestros hermanos que tanto sufren, es repetirlo muchas veces a lo largo del día para obrar conforme a cómo se piensa.

Hoy se celebra la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, patrona de Barcelona y de la República Dominicana. Pedro Nolasco fue un laico que invirtió toda su fortuna para redimir cautivos. Formó un grupo dispuesto a poner sus bienes para liberar cristianos hechos prisioneros por los musulmanes. Agotados los bienes se retiró al desierto y pidió ayuda a Dios. La noche del 1 al 2 de agosto de 1218 la Virgen se apareció a Pedro Nolasco, a Raimundo de Peñafort y al rey Jaime I de Aragón y le reveló su deseo de fundar una congregación para redimir cautivos. La Orden toma el nombre de Santa María de la Merced. Pidamos a la Virgen, llena de Gracia, que nos libere del materialismo imperante y del aburguesamiento que  nos esclaviza, y que la religión no sirva de argumento para matar a inocentes  en nombre de Dios.











(1) Homilía del Papa Francisco en la Misa en la Plaza Madre Teresa de Albania. 21/09/2014.

domingo, 31 de agosto de 2014

La Virgen y el "Niñete"






El mes de agosto nos deja una estela de fiestas que la Iglesia celebra con el fin de dar alabanza a la Madre de Dios. El día 2 recordamos a la Virgen bajo al advocación de Nuestra Señora de los Ángeles; el día 5 la Dedicación de la basílica de Santa María (Nuestra Señora de las Nieves); el día 15 la Asunción de la Virgen María y el 22 Santa María, Virgen Reina. Por encima de todas ellas destaca la del día 15. Benedicto XVI decía que en esta fecha festejamos que tenemos una madre en el Cielo. Y esa Madre es María, la Madre de Jesús. La iglesia oriental gusta llamar a esta fiesta la Dormición, porque la Virgen fue elevada a la gloria del Cielo sin conocer la corrupción de la carne. Si Jesucristo venció a la muerte, María no podía caer en su dominio.

Sé que no son las fechas más apropiadas para referirme  al destino de nuestro cuerpo, cuando estamos todavía en esta etapa estival en la que buscamos zonas y momentos para broncearlo, hidratarlo o buscar reconfortables lugares o medios para superar los calores de rigor; es más, asumo que no son pocos los que se preocupan hasta límites que rayan la idolatría en dar culto a un cuerpo que antes o después verá inexorablemente el deterioro propio del paso del tiempo. Sobra recordar cuál será el final de nuestros huesos. Pero, en plena canícula, la Iglesia nos recuerda este dogma de fe: la Virgen María está con su cuerpo glorioso en el Cielo; y este es el significado que la Iglesia resalta en esta fiesta. Un destino que Dios ha dado no solamente al cuerpo santísimo de la Virgen, sino al de todos los hombres por habernos rescatado de la muerte.

La fiesta de la Asunción de la Virgen María, por tanto, debe movernos a la admiración y a la esperanza. Admiración porque el tránsito de la tierra al Cielo de María fue en cuerpo y alma. El cuerpo que llevó nueve meses al Salvador no podía corromperse en el sepulcro, no podía sufrir la corrupción de la carne. Y debe conducirnos a la esperanza, porque tú y yo estamos llamados a que un día nuestros cuerpos resucitados adquieran por la gracia de Dios unas propiedades para gozar con el alma en el Cielo. Es una de las verdades del Credo: creemos en la resurrección de la carne.

¿Lo creemos verdaderamente? Así debería ser. Si Dios nos ha dado un cuerpo y un alma que lo anima, es para beneficio íntegro de nuestra persona. Carecería de lógica -de lógica divina- que Dios nos proporcionara un cuerpo como un envoltorio para que en el momento de la muerte se quedase en tierra o disperso en cenizas. Para un final así mejor crearnos seres celestiales como los ángeles. De esta manera no tendríamos dolores, ni limitaciones, ni contraeríamos enfermedades..., llegaría la hora en que Dios nos llamase, rendiríamos cuentas de nuestra vida espiritual, obtendríamos el premio o castigo merecido y punto. 

Pero no son estos los planes de Dios. Dios Padre y Creador nos ha dotado de un cuerpo porque forma parte junto con el alma un todo, la persona, y estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Y para redimirnos quiso dar importancia relevante a la carne: el Verbo se hizo carne a través del cuerpo de una joven, la Virgen María, derramando su sangre por todos nosotros para la remisión de nuestros pecados.

Escuchaba en una de las homilías pronunciadas por el cura-párroco de una de las parroquias de mi pueblo, Tomelloso, que precisamente se llama parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, en uno de los días previos a las Ferias y Fiestas en honor de la Patrona, que no debemos incurrir en preferencias a lo hora de guardar devoción a las patronas de nuestros pueblos, que la importancia de la Virgen es que nos debe aproximar al “niñete” que lleva en brazos. Porque, efectivamente, ese “niñete” es Dios, el Niño Dios, un Dios que se hace carne para que un día la nuestra pueda participar de la plenitud gloriosa. Podemos y debemos implorar ayuda a la Virgen; podemos y debemos rezarle con espíritu de hijos necesitados de su protección; podemos y debemos presumir de que la patrona de cada uno de los pueblos y ciudades donde vivimos es la más guapa y mejor engalanada, sin incurrir en apasionamientos folclóricos. Pero debemos pedirle, primordialmente, que nos ayude a acercarnos a su Hijo, Jesucristo, Dios y Señor nuestro. Solamente en el “Niñete” podemos encontrar significado a nuestras vidas. Sin Él, María no hubiera sido Madre de Dios, no le guardaríamos  hondas devociones, no tendríamos fiestas ni romerias en pueblos y ciudades, no se celebraría ni Navidad, ni Semana Santa; y lo que sería peor, no tendríamos esperanza. La esperanza de que también con nuestros cuerpos podamos dar gloria a Dios en el Cielo.

María dijo sí al plan de salvación propuesto desde la eternidad por Dios. Hágase en mí según tu palabra contestó al Arcángel San Gabriel (1). También el Señor sin coartar tu libertad y la mía quiere establecernos un plan de salvación adaptado particularmente a nuestras vidas. De ti y de mí depende el destino de tu alma y de la mía, de tu cuerpo y del mío. Digámosle confiadamente  sí. Un sí incondicional. Un sí diario. Un sí sabiendo que no nos abandonará jamás.

La imagen que acompaña el texto es de la patrona de mi pueblo, la Santísima Virgen de las Viñas. Ayer concluyeron las fiestas en su honor. Nada mejor que recordar con esta bonita estampa a Madre, como así la llamamos familiarmente.



























Lc. 1, 26-38

viernes, 18 de julio de 2014

Tres días para cambiar una vida





Posiblemente habrás oído en alguna ocasión ese dicho popular que dice Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Bien es verdad que únicamente es la fiesta del Jueves Santo la que se mantiene en jueves, ya que las otras dos se celebran en distintos domingos, pero no por ello dejan de tener menor significado a pesar de perder veracidad el dicho comentado.

Tenía pensado referirme únicamente a la fiesta del  Corpus Christi por ser la última celebrada; sin embargo, voy a complicarme este post para enlazar estos tres días y discurrir la relación entre ellos dentro del plan de salvación de Dios para ti y para mí, para toda la humanidad. Cambiamos el orden del dicho popular y comenzamos por el tercer día que reluce más que el sol. 

La Ascensión del Señor. Jesucristo resucitado marca la meta a la que estamos llamados, el Cielo. Instantes antes de su partida alecciona a los Apóstoles sobre la trascendental importancia del Bautismo, el mandato primordial dado a la Iglesia  de guardar y enseñar lo mandado y una presencia misteriosa entre los hombres por tiempo permanente:  Y saber que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.(Mt.28, 19-20). El Señor no se queda temporalmente, ni se va y aparece circunstancialmente; se queda con nosotros hasta el final de los tiempos. Son palabras de Cristo, del Verbo Encarnado, las últimas que pronuncia ante sus discípulos. Cabe preguntarse ¿cómo?, ¿de qué manera puede ser esta presencia continua de Jesucristo de generación en generación? Pasamos a la siguiente fiesta, a ese otro día que reluce más que el sol

Jueves Santo. El Jueves Santo es un día grande, trascendental para la relación de Dios con el hombre, porque es cuando Jesucristo instituye la Eucaristía. Así queda recogido por Mateo (26, 26-29), Marcos (14,22-25) y Lucas (22,14-20). El Señor toma pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo da a los discípulos: Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Toma el cáliz, da gracias y lo da diciendo: Bebed todos de él; porque ésta es mi sangre de la nueva alianza que es derramada por muchos para remisión de los pecados. No es un acto simbólico, ni una ocurrencia de Jesús para despedirse de sus discípulos horas antes de entregar su vida por nosotros: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (Juan, 5,51) .Sorprende tanto la afirmación que desde ese momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él (v.66). Palabra de Dios, que exaspera a algunos seguidores hasta el punto de abandonarlo, pensando que ese disparate solamente puede venir de una persona fuera de sí. ¡Comer el cuerpo y la sangre de un hombre que dice ser hijo de Dios!... Sí, son duras palabras, pero ¿para qué? Para vivir eternamente. Empezamos a entender un poco más. Si el Señor después de la Ascensión se queda entre nosotros en la Eucaristía, los cristianos ¿no debemos tener al menos un día al año para alabarle públicamente en la Sagrada Forma en la que se encuentra presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad? Esa fiesta es el Corpus Christi. Y pasamos a comentar el último día que reluce más que el sol.






 Corpus Christi. El origen de esta fiesta no se debe a lo acordado en un Concilio, por idea de un Papa o nacida del seno de una Orden religiosa. Dios se sirvió de una monja belga, santa Juliana de Mont Cornillon (1193-1258), que siempre tuvo una gran devoción al Santísimo Sacramento, para que a través de una visión, en la que la Iglesia era representada por una luna llena con una gran mancha negra, que significaba la ausencia de esta fiesta, se tuviera en consideración una  celebración para fomentar la devoción a Dios, presente sacramentalmente entre nosotros. La visión de Juliana fue conocida por el obispo y por el archidiácono de Lieja, que la transmitieron al Papa Urbano IV quien  el 8 de septiembre de 1624 publicó la bula Transiturusordenando en la misma  que se celebrara el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad, otorgando muchas indulgencias a los fieles que asistieran a la Santa Misa y al Oficio.

 En esta fiesta  sale a la calle en procesión Jesús Sacramentado llevado en Custodias por sacerdotes en tantos pueblos y ciudades españolas y del mundo , para que le adoremos públicamente, con devoción y fervor popular. El resto del año está en un sagrario, muy cerca de nosotros. Allí donde atisbes una iglesia puedes pensar -debes pensar- que Jesús está presente. Esperando a que le visites, brindándote su amistad. Se expone a indiferencias, humillaciones, olvidos y hasta sacrilegios para ofrecer su amistad a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Y no solamente amistad y trato, sino también alimento para fortalecer las almas de quienes queremos no solamente que  forme parte de nuestra vida, sino que sea nuestra propia vida.

Por este Misterio de Amor, el Señor está con nosotros y se convierte en contemporáneo nuestro en cualquier momento de la historia. En virtud de esa libertad que tanto respeta Dios, tenemos posibilidad de elegir. O estar  junto a Pedro y decir con él: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios( Jn. 67-69). O con los que le abandonaron  porque dura es esta enseñanza, ¿quien puede escucharla? (Juan 6,60). 

Nuestras almas, la tuya la mía, están hechas para brillar; solamente se necesita acercarlas a la Luz que la ilumine.

¡Feliz verano!



jueves, 19 de junio de 2014

Juan XXIII, Papa bueno y santo







Casi a punto de cumplir setenta y siete años de edad, el cardenal Angelo Giuseppe Roncali fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958. Con el nombre de Juan XXIII fue el vicario de Cristo durante cinco años. Por su bondad y simpatía se le llamaba el Papa bueno. El 3 de septiembre de 2000, en la Plaza de San Pedro, junto con Pio IX, fue beatificado por san Juan Pablo II. Durante la Misa de beatificación decía sobre él: Ha quedado en el recuerdo de todos la imagen sonriente del Papa Juan y de sus brazos abiertos para abrazar al mundo entero... Ciertamente la ráfaga de novedad que aportó no se refería a la doctrina, sino más bien al modo de exponerla; era nuevo su modo de hablar y  actuar y era nueva la simpatía con la que se acercaba a las personas comunes y a los poderosos de la tierra.

El 5 de julio de 2013, el Papa Francisco anunció la canonización del beato Juan XXIII. El Santo Padre consideró que no era necesario demostrar que haya habido un milagro debido a su intercesión. Es una prerrogativa de los Romanos Pontífices, y vistas las virtudes atesoradas y la personalidad del ya san Juan XXIII, el Papa Francisco se acogió a esta facultad.

Ante la sorpresa de muchos, el 25 de enero de 1959,  el recién elegido Juan XIII convocaba un Concilio ecuménico, que se denominaría Vaticano II; el último fue el Vaticano I, hacía casi cien años. La manera más clara de explicar las razones de la inesperada convocatoria,  fue expuesta ante un grupo de personas que deseaban conocer la finalidad de este nuevo Concilio. Se dirigió tranquilamente hacia la ventana, la abrió de par en par y les dijo: Para esto es el Concilio, para tener un poco de aire fresco en la Iglesia.

El 11 de octubre de 1962, festividad de la Maternidad Divina de Santa María 2.540 padres conciliares -fueron convocados 2.908- comenzaban el comentado Concilio Vaticano II. No pudo poner colofón al Concilio, porque el 3 de junio de 1963 entregaba su alma a Dios. El 8 de diciembre de 1965, concluyó con una Misa presidida por su sucesor,  el ahora Venerable Pablo VI -está próximo a promulgarse el decreto de beatifición-. 






En la Constitución Dogmática -decreto, o ley del más alto nivel que firma el Obispo de Roma -Lumen Gentium, se recoge en el apartado 11 c, una determinación de singular relevancia para los cristianos laicos; dice así textualmente: Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre. El deber de ser santos, que parecía estar reservado a quienes estaban en estados consagrados, se amplía para cualquier cristiano, sin excluir estado o circunstancia.

¿Y en qué consiste la santidad? Es fundamental conocer la respuesta. Santa María Faustina Kowalska, -joven monja polaca a la que san Juan Pablo II profesaba una gran devoción, que canonizó el 30 de abril de 2000, y gracias a las revelaciones recibidas de Jesucristo el segundo domingo de Pascua la Iglesia celebra el Domingo de la Misericordia Divina, merced a lo establecido por san Juan Pablo II-, entendió y vivió perfectamente el sentido de esta llamada a ser santos: Oh Jesús mío, tú sabes que desde los años más tempranos deseaba ser una gran santa, es decir, deseaba amarte con un amor tan grande como ninguna alma Te amó hasta ahora (1). Por consiguiente, santidad consiste en amar, y ese amor debe ser hacia una persona, Jesucristo. Sí, es difícil, porque tú y yo somos débiles, inconsistentes con nuestros objetivos, muy frágiles; pero, no hay que agobiarse, el Señor nos ama y nos comprende: La amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su misericordia nos anima a continuar a pesar de nuestras caídas, nuestros errores y nuestras traiciones(2). 

Ante todo, amigo mío, amiga mía, para ser santos hay que ser muy humanos. Los santos se han caracterizado, han destacado, por su cualidades humanas. Andreas Widmer, como integrante de la Guardia Suiza Pontificia, dedicó dos años de su vida a proteger a san Juan Pablo II. En unas declaraciones a la CNA, reconocía que "fue la persona más plenamente humana que he conocido", destacando que "pese a ser Papa, Juan Pablo II fue un hombre normal". Es decir, que buscar la santidad, no nos convierte en personas raras, extrañas, individualistas y reservadas. La gracia de Dios surte efecto en aquéllas personas que destacan por sus cualidades humanas. Enamorarse de Jesucristo no resta un ápice de compatibilidad a nuestras ambiciones honestas, a nuestros amores nobles, a nuestra manera de ser; al contrario: realza más esas características que forman nuestra personalidad. Nos hace mejores personas.  No nos saca de la facultad, de la calle, del hogar, del trabajo, de la familia; al contrario, quiere vivir contigo las circunstancias de cada día.  Porque solo el amor tiene importancia, es él el que eleva nuestras pequeñas acciones hasta la infinidad(3).

Tienes un corazón para amar, deseas amar porque el amor es lo que colma de felicidad, y tienes a Quien poder amar. Amar a Jesucristo no supone querer menos a tus amigos, a tu novia, a tu esposa, a tus hijos, a tus seres queridos... ¡no! Es quererlos más porque te mueve a hacerlo el amor con el que Jesucristo impregna tu vida. Este mes de junio, el día 27, se celebra la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Tal vez, aunque solo sea balbuceando como un chiquillo cargado de timidez, podrías decirle a Jesús, quiero amarte. No se extrañará: Él ya te amaba antes de que nacieras.

Y acuérdate de la explicación que dio san Juan XXIII para convocar el Concilio: para tener un poco de aire fresco. Si abrimos la ventana de nuestra alma a Dios, encontraremos ese soplo de aire fresco tan necesario para ventilar tantos recovecos donde se almacena, tal vez sin darte  cuenta, polvo que impide que tu alma brille con una luz que irradie afecto y simpatía -como la que derrochaba san Juan XXIII- hacia las personas que trates.





(1)  La Divina Misericordia en mi alma, santa María Faustina Kowalska, Diario 1372.
 (2) Papa Francisco, en Getsemaní el 26 de mayo de 2014
(3) La Divina Misericordia en mi alma, santa María Faustina Kowalska, Diario 502

sábado, 31 de mayo de 2014

San Juan Pablo II: Totus Tuus


Concluye el mes de mayo, mes dedicado a recordar, evocar, tratar más a María, Madre del Salvador, Madre nuestra.  Se me ocurre que para fomentar la entrañable relación que debemos tener con la Virgen, nada mejor que recordar el día 27 de abril, en el que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro la ceremonia de Canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Recordarás el lema del pontificado de Karol Wojtyla, Totus Tuus, radicado en la mariología de San Luis María Grignon de Monfort, y que es la abreviatura de la fórmula de la consagración completa que dice “Totus Tuus ego sum et omnia mea tua sunt”, que traducido al castellano quiere decir Soy todo tuyo y todo lo mío es Tuyo. Entrega a María, porque el camino para llegar a Jesús, siempre es a través de su Madre.

Un cristiano si progresar en su vida espiritual tiene que tener a la Virgen como madre. La vida de piedad tiene similitud con la vida natural de cualquier ser humano. Siempre necesitamos a una madre: desde el vientre materno nos vemos protegidos por ella; en las primeras horas de llegar al mundo, nada mejor que apaciguarnos en los brazos de nuestra madre; en la infancia, estamos más seguros teniendo la cercanía de nuestra madre; en la juventud y madurez, aunque parezca que no la necesitamos, ella está siempre a disposición de cualquier necesidad. Hasta que no mueren no dejan de ser madres; y ya desde el Cielo seguro que siguen el ejemplo de la madre de Santiago y Juan, pidiendo a Dios un buen puesto en la eternidad para sus hijos.

María, madre mía, podemos decirle con total confianza de que nos escucha. En la aflicción, en la pesadumbre, en la oscuridad del horizonte, María siempre con nosotros. Con ella la tristeza se convierte en alegría; el pesar, en optimismo y la oscuridad en luz infinita, en esperanza. Tener a la Virgen por madre es garantía de seguridad, de confianza de un hijo hacia una madre que sabe que siempre vela para su bien.

Concluimos también el tiempo pascual, han pasado cincuenta días desde la Resurrección de Jesucristo, y María está más presente en nuestras vidas, si cabe, porque ella es la Causa de nuestra alegría. Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. Pero esta predilección de Dios no la aleja de la humanidad, de cada ser humano, de ti y de mí; todo lo contrario: nos arraiga más para considerarnos miembros de la familia de Dios, somos ¡hijos de Dios! merced a la humildad de una joven virgen.

Si consideramos a María nuestra madre es porque formamos parte de una familia. No podemos vivir afianzadamente nuestra fe si no nos consideramos pertenecientes a una familia: la de los hijos de Dios. El Papa Francisco en la homilía de Canonización recordó que en una ocasión Juan Pablo II dijo que le gustaría que fuera recordado como el Papa de la familia. Y las últimas palabras pronunciadas en su agonía, con gran sentido de filiación divina, fueron: Dejadme ir a la Casa del Padre. Y esa casa, ese hogar, no es otro que el Cielo.

Por si quieres aprender una virtud de la Virgen María te recomiendo que leas el capítulo 1, versículo del 39 al 56, del evangelio de Lucas. En él se narra que María, estando ya embarazada, se pone aprisa en camino para ir a casa de Isabel y Zacarías, y quedarse por espacio de tres meses. Ella, con Jesús en sus entrañas, va a servir, a ayudar a su prima Isabel, mayor que ella, embarazada de Juan, El Bautista. Llevar a Cristo a los demás, con espíritu de servicio, de entrega, para que otros puedan conocerlo, tratarlo, amarlo, tiene que ser la principal tarea de un cristiano. 

Este fue el empeño de San Juan Pablo II. Hizo 104 viajes apostólicos fuera de Italia y 146 en el interior de este país, visitó 129 naciones, 616 ciudades, 317 de las 333 parroquias que hay en la Ciudad Eterna a lo largo de los 26 años, 5 meses y 17 días de Pontificado. Una barbaridad, ¿no?

Merced a este afán apostólico en dos ocasiones, de las cinco que visitó España, he tenido la dicha de haber podido verle y escucharle en Madrid. La primera, en el año 1993, en la Plaza de Colón; la segunda, con mis dos hijas, en el año 2003, recibiéndole a su llegada a Madrid, en la que fue su última visita a España.



Fue precisamente en el año 2011, en el mes de mayo, cuando inicié este blog, con el título de una de sus poesias: Canto del sol inagotable. Lo tengo como patrono. Desde el día de su Canonización lo tengo visible en el blog, ya como San Juan Pablo II, comparte espacio con el Siervo de Dios Ismael de Tomelloso, en proceso de Canonización. Para que te fijes y te des cuenta que Dios nos llama a cada uno a ser santos en cada una de las circunstancias de nuestra vida. Y siempre confiando a María nuestros afanes apostólicos: Le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo(1).

El espacio se acaba y ya no puedo referirme al otro santo canonizado el 27 de abril, san Juan XXIII. Lo dejamos para el siguiente post.

(1) Evangelii Gaudium, pág. 213, Papa Francisco.

jueves, 17 de abril de 2014

Semana Santa, la fiesta de la salvación


Estamos en Semana Santa.  Los orígenes se remontan al siglo IV en Jerusalén, para extenderse despúes a Oriente y Occidente. Esa expansión popular se debe a una peregrina española, Egeria, que dejó un testimonio excepcional de la liturgia que se vivía en los Santos Lugares.

Me gustaría amigo mío, amiga mía que tu paso por la Semana Grande no fuera, cuando menos, un tiempo sin más, vivido no solamente para recordar la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, sino que lo aproveches para rememorar esos santos misterios tan determinantes. ¿Repasas conmigo los días más trascendentales?

Domingo de Ramos

La Semana Santa comienza con este día alegre. Las gentes se agolpaba a la entrada de Jerusalén, extendían sus mantos, agitaban los ramos de olivo y las palmeras, y alababan al Señor con esos cánticos de aclamación al Mesías: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Paz en el Cielo y Gloria en las alturas!(1).

Pero tanta alegría se rompe en un momento. Cruzada la ciudad, descendiendo al monte de Los Olivos, los discípulos, también jubilosos, cambian la expresión de la cara: ven llorar a Jesús. Se compadece de esta ciudad; días más tarde va a ser clavado en una cruz, va a ser rechazado por el pueblo a pesar de los intentos de darle la verdadera dicha. ¡Hay si conocieras por lo menos en este día lo que se te ha dado, lo que puede traerte la paz! Pero ahora todo esto está oculto a tus ojos(2).

En ese lamento del Señor encontramos a quienes hoy día rechazan, ignoran, el sacrificio de Dios para la salvación de todos nosotros. De diversos modos, muchos hombres y mujeres, incluso cristianos, prefieren dar la espalda al sentido profundamente cristiano de estas celebraciones. Jesús no cuenta en sus vidas, hay otras preocupaciones, otros alicientes, otros impulsos. Años después, Jerusalén -ciudad de la paz, traducida del hebrero- será destruida; su templo, del que tanto presumían, será demolido. De todo cuanto nos gloriamos un día será recuerdo; la suficiencia que sustituye a la fe, es perecedera. Vivimos el día a día sin pensar que hay un mañana. Podemos preguntarnos: ¿dónde ponemos nuestras aspiraciones, nuestros proyectos? Esas lagrimas derramadas por el Señor cerca de Jerusalén, también las derramas por ti, y por mi, y por cuantos deliberadamente le rechazan. Quiere darnos la verdadera paz, la que colma, la que llena, ¡la verdadera paz! Es el momento oportuno para reflexionar sobre las vanidades de esta vida.

Jueves Santo

En este día, en la Ultima Cena que Jesús celebra con sus discípulos, instituye la Eucaristía. Esa celebración tan indispensable para los cristianos donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Misterio insondable, Misterio de amor, Misterio de entrega: ¡Dios habitando en el alma en gracia! ¡Jesús Sacramentado presente en todos los sagrarios de todas las iglesias del mundo! ¡Un Dios cercano!

En los Oficios de este día santo Jesucristo lava los pies a sus discípulos. Detalle de entrega, muestra de humildad: ¡Dios arrodillado ante los hombres!, pecadores como tú y como yo, ejerciendo el deber del siervo cuando el amo llega a casa. 

Entrega por los demás. Si queremos ser otros Cristos debemos emplear nuestra vida en servicio al prójimo. Puede ser que en ocasiones baste con una sonrisa, con una escucha amable ante quien nos cuenta sus problemas, con unas palabras de ánimo para el que sufre, con compartir los bienes con los necesitados..., dar y darse. Somos seguidores del Maestro si procuramos preocuparnos por el prójimo. En quienes más sufren podemos encontrar el rostro de Jesús que nos impulsa a amarle amando a los hombres. Amor sincero, amor desinteresado, amor verdadero.

Viernes Santo

Se consuma la entrega total. Jesús carga con la cruz, donde se hallan los pecados de todos los hombres, los tuyos y los míos.  Cae bajo el peso del madero pero se levanta, llega exhausto hasta el calvario para culminar el sacrificio redentor.

Los príncipes de los sacerdotes, los escribas y ancianos se burlaban de él, y los transeúntes que pasaban al verlo le decían: Salvó a otros y no puede salvarse a sí mismo. Es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él (3).

Hoy es despreciada la Cruz, los crucifijos molestan en las escuelas, en los lugares públicos,  es un signo de una religión donde a Dios se le ve derrotado, en el que el mal puede más que el poder divino. No hace falta ser una autoridad política y religiosa como en aquél tiempo para burlar, humillar e ignorar el plan de salvación propuesto al hombre por Dios. El desprecio al Señor puede estar en boca de cualquiera.  Si Jesucristo se hubiera bajado de la Cruz, las puertas del Cielo estarían cerradas; tú y yo podríamos caer en la desesperación en la que tantos seres humanos incurren porque no encuentran la esperanza que el hombre busca incansablemente.

Pedimos al Señor mirándole a la Cruz que nos reconozcamos pecadores, esclavos de tantas pasiones, de debilidades acomodadas a nuestras apetencias, de nuestras pensamientos y acciones que dañan al prójimo, que tanto perjudican -aún sin percibirlo- nuestra vida interior. Jesucristo ofrece su vida por nosotros. Las miserias de los hombres, de cualquier generación, clavan al Salvador en la Cruz. 

Repítele esa oración del Vía Crucis: Te alabamos Cristo y te bendecimos que por tu Santa Cruz redimiste el mundo. Y dile despacio: Señor, perdóname. Quiero convertir mi vida en una ofrenda para reparar por mis pecados y por los pecados de todos los hombres.

Sábado Santo

Tiempo de espera. Vigilia Pascual. Yace el cuerpo de Jesús sin vida. Es bajado de la Cruz y entregado a su Santísima Madre. Nació en un pesebre y fue sepultado en el sepulcro de José de Arimatea. Desasido de todo. Es el contraste con el hombre actual; tú y yo que estamos tan colmados de bienes y medios para nuestro confort, nos cuesta apreciar que la felicidad se encuentra no en lo que tenemos sino en lo que somos. Nos acogemos a la espera con María, la Santísima Virgen; ella sabe que Resucitará el hijo único nacido de sus entrañas. Solo ella es quien nos puede reconfortar. No debemos perder la esperanza, ni siquiera en los momentos finales de nuestra vida, por muy atropelladamente que la hayamos vivido, porque Dios es infinitamente misericordioso e infinitamente generoso: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Y le dijo: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”(4). ¡Un ladrón arrepentido está con Jesús Resucitado en el Cielo!

El Verbo de Dios parece aniquilado por el mal. Ante el aparente fracaso, la esperanza debe inundar nuestros corazones. El mundo en tinieblas, sin Dios todo es oscuridad. Las iglesias están cerradas hasta la Vigilia Pascual, esperando la Resurrección del Señor. ¿Qué sería de la cultura, la arquitectura, el arte, la pintura, las tradiciones, sin haberse Encarnado el Salvador? ¿Y las almas y nuestras vidas? Sin Dios está la nada; con Dios lo tenemos todo.

Domingo de Resurrección

Cuando todavía no ha despertado el día, las santas mujeres van al sepulcro y ven removida la piedra de entrada. Ante la noticia, Simón Pedro y el apóstol Juan salen corriendo y encuentran la sepultura sin el cuerpo de Jesús. Los lienzos extendidos y el sudario que envolvía su cabeza enrollado aparte. ¡Jesús, el Hijo de Dios, ha resucitado! A todos les cuesta creer; a María no. ¡Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima! ¡Bendito el fruto de tu vientre, Jesús! ¡El Salvador ha resucitado y nos abre las puertas del Cielo! ¡La vida puede más que la muerte; la gracia más que el pecado!

En la oración colecta de la misa del jueves de la Tercera Semana de Cuaresma el sacerdote implora a Dios con esta oración: Te pedimos humildemente, a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el misterio pascual.

Ahora entendemos que la Semana Santa no es un periodo de tristeza, de abatimiento, sino de esperanza, de alegría inconmensurable porque hemos resucitado con Cristo a una vida nueva.

Esa alegría desbordante es la que tenemos que transmitir a los demás. Que cuando te encuentres con quienes han preferido vivir la Semana Santa lejos del sentir cristiano, vean en tu rostro la alegría del Resucitado.

Pero no olvides que para obtener los frutos de la redención nuestro Señor Jesucristo ha tenido que pasar por la Pasión y Cruz, derramando su Santísima Sangre por nuestros pecados. Estos días santos deben hacernos meditar que el derroche de Amor hecho por Dios tiene que ser aprovechado para sentirnos humildemente rescatados. 

Vuelvo a ofrecerte otro video de los chicos que se hacen llamar Fearless. Por cierto, según mis fuentes de traducción del inglés al castellano esta palabra significa algo así como sin miedo. ¿Tú y yo vamos a tener miedo de implicarnos en la Nueva Evangelización a la que nos llama el Papa Francisco, teniendo por compañero a Jesús Resucitado? ¡Ni hablar!

¡Feliz Pascua de Resurrección!

(1) Lc. 19,38
(2) Lc. 19,42
(3) Mt. 27,40
(4) Lc. 23,42




domingo, 23 de marzo de 2014

Cuaresma, tiempo para poner cachas el alma


Desde el pasado día 5 de este mes, la Iglesia Católica nos ofrece cuarenta días para prepararnos a celebrar el Triduo Pascual de la Semana Santa. Es tiempo de Cuaresma.

 A una gran cantidad de cristianos si le preguntaran sobre el sentido de la Cuaresma posiblemente le costaría contestar acertadamente, o lo que es lo mismo, con el sentido verdadero que la Iglesia quiere que pongamos en práctica. Vivir las exigencias de la Cuaresma no supone únicamente abstenerse de comer carne los viernes, y guardar ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; es más, podríamos decir que este es solo el aspecto externo del verdadero sentido de estos cuarenta días. Ciertamente que donde se fragua la profundidad de la Cuaresma es en otra profundidad,  en la del ser humano.

Sin embargo, la mejor explicación que puede darse de la Cuaresma –al menos así quiero intentarlo- es meterse en la mentalidad de quien tanto valor da al estado del cuerpo, para explicar el cuidado del alma que debemos alcanzar quienes así nos lo proponemos, con la gracia, por supuesto, de Dios. Es un tiempo, por tanto, para robustecer el alma, para ponerla cachas.

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua nos dice que cachas es una adjetivo que se emplea coloquialmente para definir a una persona que está musculosa, fornida. Hoy día el culto al cuerpo está muy extendido, lo sabes. Para conseguirlo se busca un buen consejero, un preparador físico para asesorarse e instruirse en consejos y pasos a seguir para gustarse cuando nos miramos al espejo o se acerca la época veraniego de exhibir cuerpos esbeltos y atléticos. Para ello hay que apelar al sacrificio, consistente en muchos casos en abstenerse de tomar alimentos o bebidas que provoquen aumento de grasas en el organismo, horas fijas de ejercicio físico, etc. Indudablemente, hay un coste económico por asistir a sesiones en un gimnasio, pagar a un profesor de padel, comprar aparatos para hacer ejercicios en casa o, incluso si nos introducimos ya en terrenos de gran desarrollo muscular, tenemos ya productos para llenarse el organismo de proteínas, aminoácidos, creatinina, vitaminas… Resumimos estos tres elementos indispensables para un cuerpo rebosante de felicidad: consejos, abnegación y desprendimiento (económico).

Pues los tres pilares de la Cuaresma para fortalecer el alma son muy similares a los que sirven de fortalecimiento muscular: oración, ayuno y limosna.

Oración. La Iglesia invita a profundizar en la vida interior. Necesitamos ese trato más íntimo con Dios, que nos aconseje, que nos instruya para no desviarnos de la estrategia a seguir, de entrenarnos con pequeños actos para hacer su voluntad, si queremos ser obedientes a sus mandatos. El es el guía que nos orienta, que nos corrige, que nos encauza, sin gritos ni aspavientos; en el silencio de la oración es donde mejor podemos escuchar sus instrucciones.

En la oración conversamos de tú a tú con  Dios;  es un don extraordinario que los cristianos deberíamos frecuentar con más insistencia. Dios es un Padre, y como hijos podemos dirigirnos a Él con sentido filial. San Juan lo destaca en una de sus cartas: “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él”(1). Y no solamente podemos dirigirnos a Dios como Padre, mediante el trato con Jesucristo también encontramos sintonía divina, e invocando al gran Desconocido, el Espíritu Santo, recibimos en nuestra alma el amor de Dios. Y si queremos hacerlo a través de una madre, ahí tenemos a María, madre de Dios y madre nuestra, y a su castísimo esposo san José, o a los ángeles custodios o a lo santos del Cielo. Un gran elenco de intercesores que conducen nuestros pensamientos y nuestras vidas hacia Dios.

Ayuno. Así nos despojamos de ataduras, apetencias, de nudos que nos aferran a nosotros mismos, olvidando nuestra relación con Dios y con el prójimo. Son pequeñas renuncias, que no tienen que ser únicamente en los día que la Iglesia nos propone, ni únicamente alimentarios; podríamos decir que es un mínimo que nos exige, pero los cristianos podemos diariamente con pequeños actos de desprendimiento eludir esas apetencias, esas comodidades “Porque el fuego del amor de Dios necesita ser alimentado, crecer cada día, arraigándose en el alma; y el fuego se mantiene vivo quemando cosas nuevas”(2). Es una íntima y hermosa manera de tener pequeños detalles para fortalecer una gran amor, no grande por la inmensidad de nuestros afectos, que siempre serán muy limitados; sino por a quien lo dirigimos.

Plenus venter non studet libenter es una frase que repetían los paganos en una época en donde lo superfluo no era útil, lo útil necesario y lo necesario indispensable: no estaban cautivados por el materialismo contemporáneo, sino que buscaban discurrir para profundizar en el propio hombre. De ahí que el significado de la frase más o menos  traducida al castellano dice así: cuando uno come demasiado su capacidad contemplativa disminuye. Nos entra sueño y vamos buscando el sofá o la cama para dar una cabezacita o echarnos una buena siesta. Es una manera de identificar la aptitud del hombre moderno: estamos tan llenos de materialidad, rodeados los sentidos de tanto gusto por lo apetente que somos hombres y mujeres adormilados espiritualmente. La Cuaresma es un tiempo adecuado, para ocuparnos más de vaciar la despensa de los apetitos, para mesurar las reservas del alma.

El escritor africano Tertuliano tenía esta diáfana razón para practicar el ayuno. Así lo expresaba, a finales del siglo II: "Hay un hecho que demuestra mejor que ningún otro el deber de ayunar. Y es este: que el mismo Señor ayunó.". Poderosa razón.

Limosna. La generosidad es una virtud que muestra la predisposición a ayudar a quien lo necesita. Que de nuestro bolsillo o cuenta corriente salga un dinero destinado a paliar las necesidades de tantos hermanos, es muestra del grado de altruismo con el que  vivimos. A nuestro alrededor hay mucha pobreza, y el tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio a pensar más en los demás.



El Santo Padre Francisco en el mensaje para la Cuaresma de este año se refiere a la pobreza, y la distingue de la miseria: “La miseria no coincide con la pobreza, la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza”. Y diferencia tres clases de miserias: la miseria material, llamada habitualmente pobreza; la moral, cuando nos corrompemos por el vicio y el pecado y la espiritual, cuando nos privamos de Dios en nuestras vidas, y nos fiamos únicamente de nosotros mismos.

Sentir a los pobres y sentirnos pobres. Podríamos resumir así la virtud de la limosna para esta Cuaresma. Generosidad hacia los demás y humildad hacia nosotros mismos. Porque, y son palabras del Papa Francisco en el mismo documento, “Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L.Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo”.

Hay otra generosidad que podemos poner en práctica con el prójimo en la Cuaresma de este año: la crítica, la murmuración, los juicios despiadados, la inquina y el enojo hacia quien nos ofende. Es una buena manera de hacer bien al prójimo, evitando el daño de palabra y, por supuesto, de obra.

Éstas serían las similitudes entre un cristiano, especialmente en el tiempo de Cuaresma y un amante de un cuerpo perfecto, sano y deportista, de un cachas, vamos.  Pero, ¿cuáles son las diferencias? Aquí están las divergencias.  

El fin del cachas corporalmente se encuentra en sí mismo, en su propio cuerpo, en gustarse así mismo para exhibirse ante los demás.  Para quien busca poner cachas su alma, lo importante es dedicarse menos tiempo a sí mismo, más a Dios, e ir en busca del prójimo no para presumir, sino  para encontrar en él a Jesucristo. 

Existe otra diferencia más apreciable: la meta. Mientras que el cachas corporal con el paso de los años encontrará flacidez en sus músculos,  con la desesperanza de que todo el esfuerzo ha redundado en ser superado por la edad o la enfermedad,  el cachas espiritual encontrará más fortalecida la esperanza de alcanzar  la recompensa por el esfuerzo personal derrochado y la gracia de Dios recibida; esa corona incorruptible a la que hacía referencia san Pablo:  “¿No sabéis que los que corren en el estadio todos corren, pero uno solo alcanza el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Y quien se prepara para la lucha, de todo se abstiene, y eso para alcanzar una corona corruptibles; mas nosotros para alcanzar una incorruptible”(3).

Y un consejo que te doy, amigo mío, amiga mía, sacado de la primera Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium, escrita por el Papa Francisco; no te digo como quiere a los cristianos, sino cómo no nos quiere: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”. No olvides, pues, que la alegría del Evangelio se encuentra en el Domingo de Resurrección.

En este video un grupo de universitarios nos invitan a participar hoy en el Día Internacional de la Vida en España,  previo a pasado mañana que la Iglesia celebra la Anunciación del Señor, justo nueve meses antes de su Nacimiento.  Estos chicos van a ser asiduos en este blog. Ya lo veréis.  Sin desmerecer ni mucho menos a los demás que intervienen, me quedo con la segunda joven que sale. Explico la razón: es mi hija mayor, Elena. Es una manera de presentártela. Tanto gusto. El gusto no, el gustazo, desde luego, es mío.

(1) 1 Jn. 3,1.
(2) San Josemaría Escrivá, Es Cristo que Pasa, pág. 128
(3) 1 Cor. 9, 24-25