jueves, 19 de junio de 2014

Juan XXIII, Papa bueno y santo







Casi a punto de cumplir setenta y siete años de edad, el cardenal Angelo Giuseppe Roncali fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958. Con el nombre de Juan XXIII fue el vicario de Cristo durante cinco años. Por su bondad y simpatía se le llamaba el Papa bueno. El 3 de septiembre de 2000, en la Plaza de San Pedro, junto con Pio IX, fue beatificado por san Juan Pablo II. Durante la Misa de beatificación decía sobre él: Ha quedado en el recuerdo de todos la imagen sonriente del Papa Juan y de sus brazos abiertos para abrazar al mundo entero... Ciertamente la ráfaga de novedad que aportó no se refería a la doctrina, sino más bien al modo de exponerla; era nuevo su modo de hablar y  actuar y era nueva la simpatía con la que se acercaba a las personas comunes y a los poderosos de la tierra.

El 5 de julio de 2013, el Papa Francisco anunció la canonización del beato Juan XXIII. El Santo Padre consideró que no era necesario demostrar que haya habido un milagro debido a su intercesión. Es una prerrogativa de los Romanos Pontífices, y vistas las virtudes atesoradas y la personalidad del ya san Juan XXIII, el Papa Francisco se acogió a esta facultad.

Ante la sorpresa de muchos, el 25 de enero de 1959,  el recién elegido Juan XIII convocaba un Concilio ecuménico, que se denominaría Vaticano II; el último fue el Vaticano I, hacía casi cien años. La manera más clara de explicar las razones de la inesperada convocatoria,  fue expuesta ante un grupo de personas que deseaban conocer la finalidad de este nuevo Concilio. Se dirigió tranquilamente hacia la ventana, la abrió de par en par y les dijo: Para esto es el Concilio, para tener un poco de aire fresco en la Iglesia.

El 11 de octubre de 1962, festividad de la Maternidad Divina de Santa María 2.540 padres conciliares -fueron convocados 2.908- comenzaban el comentado Concilio Vaticano II. No pudo poner colofón al Concilio, porque el 3 de junio de 1963 entregaba su alma a Dios. El 8 de diciembre de 1965, concluyó con una Misa presidida por su sucesor,  el ahora Venerable Pablo VI -está próximo a promulgarse el decreto de beatifición-. 






En la Constitución Dogmática -decreto, o ley del más alto nivel que firma el Obispo de Roma -Lumen Gentium, se recoge en el apartado 11 c, una determinación de singular relevancia para los cristianos laicos; dice así textualmente: Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre. El deber de ser santos, que parecía estar reservado a quienes estaban en estados consagrados, se amplía para cualquier cristiano, sin excluir estado o circunstancia.

¿Y en qué consiste la santidad? Es fundamental conocer la respuesta. Santa María Faustina Kowalska, -joven monja polaca a la que san Juan Pablo II profesaba una gran devoción, que canonizó el 30 de abril de 2000, y gracias a las revelaciones recibidas de Jesucristo el segundo domingo de Pascua la Iglesia celebra el Domingo de la Misericordia Divina, merced a lo establecido por san Juan Pablo II-, entendió y vivió perfectamente el sentido de esta llamada a ser santos: Oh Jesús mío, tú sabes que desde los años más tempranos deseaba ser una gran santa, es decir, deseaba amarte con un amor tan grande como ninguna alma Te amó hasta ahora (1). Por consiguiente, santidad consiste en amar, y ese amor debe ser hacia una persona, Jesucristo. Sí, es difícil, porque tú y yo somos débiles, inconsistentes con nuestros objetivos, muy frágiles; pero, no hay que agobiarse, el Señor nos ama y nos comprende: La amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su misericordia nos anima a continuar a pesar de nuestras caídas, nuestros errores y nuestras traiciones(2). 

Ante todo, amigo mío, amiga mía, para ser santos hay que ser muy humanos. Los santos se han caracterizado, han destacado, por su cualidades humanas. Andreas Widmer, como integrante de la Guardia Suiza Pontificia, dedicó dos años de su vida a proteger a san Juan Pablo II. En unas declaraciones a la CNA, reconocía que "fue la persona más plenamente humana que he conocido", destacando que "pese a ser Papa, Juan Pablo II fue un hombre normal". Es decir, que buscar la santidad, no nos convierte en personas raras, extrañas, individualistas y reservadas. La gracia de Dios surte efecto en aquéllas personas que destacan por sus cualidades humanas. Enamorarse de Jesucristo no resta un ápice de compatibilidad a nuestras ambiciones honestas, a nuestros amores nobles, a nuestra manera de ser; al contrario: realza más esas características que forman nuestra personalidad. Nos hace mejores personas.  No nos saca de la facultad, de la calle, del hogar, del trabajo, de la familia; al contrario, quiere vivir contigo las circunstancias de cada día.  Porque solo el amor tiene importancia, es él el que eleva nuestras pequeñas acciones hasta la infinidad(3).

Tienes un corazón para amar, deseas amar porque el amor es lo que colma de felicidad, y tienes a Quien poder amar. Amar a Jesucristo no supone querer menos a tus amigos, a tu novia, a tu esposa, a tus hijos, a tus seres queridos... ¡no! Es quererlos más porque te mueve a hacerlo el amor con el que Jesucristo impregna tu vida. Este mes de junio, el día 27, se celebra la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Tal vez, aunque solo sea balbuceando como un chiquillo cargado de timidez, podrías decirle a Jesús, quiero amarte. No se extrañará: Él ya te amaba antes de que nacieras.

Y acuérdate de la explicación que dio san Juan XXIII para convocar el Concilio: para tener un poco de aire fresco. Si abrimos la ventana de nuestra alma a Dios, encontraremos ese soplo de aire fresco tan necesario para ventilar tantos recovecos donde se almacena, tal vez sin darte  cuenta, polvo que impide que tu alma brille con una luz que irradie afecto y simpatía -como la que derrochaba san Juan XXIII- hacia las personas que trates.





(1)  La Divina Misericordia en mi alma, santa María Faustina Kowalska, Diario 1372.
 (2) Papa Francisco, en Getsemaní el 26 de mayo de 2014
(3) La Divina Misericordia en mi alma, santa María Faustina Kowalska, Diario 502