lunes, 8 de agosto de 2011

El Papa en Madrid


Las fechas en que nos encontramos son propicias a comentar el próximo viaje de Benedicto XVI a Madrid, para celebrar la JMJ. Me gusta resaltar la profunda humildad del Papa alemán tan denostado especialmente en la  etapa de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y en sus primeros días de pontificado, cuando ya se sabe que quienes menos profesan la religión católica son los principales críticos con la tradición y el sentido sobrenatural de la Iglesia. En el Libro Luz del Mundo,  en las páginas 15 y 16 se aprecia esta virtud comentada. Gracias a la conversación con el periodista Peter Seewald podemos saber que al cumplir 78 años de edad el 16 de abril de 2005, anunció a sus colaboradores cuánto se alegraba de su próxima jubilación.  Tenía previsto dedicarla en su pequeña localidad natal de  Marktl-am-Inn, en Baviera, a la lectura, al estudio y a la escritura, compaginando su afición por la música clásica. Días después,  en el momento que fue elegido Papa, se dirigió al Señor con sencillez con estas palabras:”¿Qué estás haciendo conmigo? Ahora, la responsabilidad la tienes Tú. ¡Tú tienes que conducirme! Yo no puedo. Si Tú me has querido a mí, entonces también tienes que ayudarme”. Sorprendente, ¿no? Los designios de Dios, a veces, tan alejados de los deseos de los hombres, incluso de los  buenos y razonables proyectos del entonces cardenal Ratzinger.
Seis años después de su elección, con 84 años de edad, viene a  Madrid para tener el encuentro multitudinario con los jóvenes de los cinco continentes, cuyo precursor hacemos bien en recordar  que  fue el beato Juan Pablo II. Un octogenario Papa concentra durante seis días a jóvenes de 170 países con el aliciente de que estas jornadas intensas faciliten el encuentro personal con Jesucristo. Los designios de Dios nunca son casualidades. Si el dulce Cristo en la Tierra, como llamaba Santa Catalina de Siena al Romano Pontífice, viene a nuestra nación,  es porque esta tierra mariana, que tantos santos ha dado a la Iglesia y al mundo se ve necesitada de un rearme moral que solamente Dios puede concedernos a través  de las palabras del Santo Padre.
¿Y de qué puede hablar Benedicto XVI no solamente a los jóvenes, sino a ti y a mí que no somos el futuro del mundo, sino el presente? ¿Qué es lo que más anhela el hombre actual, aunque no sea capaz de reconsiderar sus insuficiencias? ¡Esperanza! El ser humano, con indiferencia de edades, adolece de esperanza. Buscamos proyectos, planificamos propósitos, acumulamos ambiciones justas, pero efímeras. Y la esperanza está en Dios, porque solamente Él puede proporcionar la verdadera felicidad.
Sin afanes filosóficos ni teológicos me atrevo a decirte que si el ser humano no se plantea una relación sólida con Dios, no puede encontrar la felicidad. Siempre estará insatisfecho. ¿No te das cuenta que pasamos la vida buscando cumplir propósitos sin que éstos cubran una satisfacción permanente, porque una vez realizados la mente y el corazón buscan  uno nuevo para colmar otra satisfacción más? Y no digamos aquéllos en los que dejamos el alma pero que nos vemos abocados al fracaso. Peor aún es cuando no hay alicientes por los qué luchar cada día. Las velas de la ilusión se pliegan y quedamos en alta mar a la deriva de los vientos que nos arrastren a cualquier orilla, si es que una tormenta impetuosa de las muchas que pueden originarse en la vida no  nos hace naufragar.
No sé cuál será tu situación personal en esta etapa de tu vida. Es posible que la religión no sea para ti un aliciente, o que forme parte de tu pensamiento pero no con más inquietud  que una adscripción política, una afición o una forma de pensar entre otras cuestiones opinables. Puede que seas un cristiano que ante la situación del mundo piense que todo está perdido, que todos los resortes que el hombre siempre ha tenido para aferrarse en momentos duros, y superar las crisis personales y mundiales está en clara decadencia. En una palabra, das la batalla por perdida. No es circunstancial que la decadencia moral  en la que nos encontramos inmersos coincida con el alejamiento del hombre con Dios, con una descristianización que está desnaturalizando nuestra sociedad. Para levantar una pizca tu ánimo devaluado, te cuento que según una antiquísima tradición, que probablemente conocerás, la Virgen cuando aún vivía se apareció al Apóstol Santiago para reconfortarle y consolarle cuando éste andaba desalentado por el escaso arraigo de fe logrado en su predicación en Finis Terre- término latino que traducido al castellano significa el Fin de la Tierra, y que se corresponde con nuestra actual Galicia-. En ese mismo lugar de la aparición se construyó la catedral de Santiago de Compostela; y a la Virgen se la empezó a venerar bajo la advocación de la Virgen del Pilar, por ser el pilar fundamental en el que el Apóstol apoyó su evangelización en la península ibérica. Ganada en su momento la batalla final del desánimo por Santiago, dos mil años después, queramos o no reconocerlo, sabemos que Europa fue cuna de la civilización cristiana con el principal protagonismo de una nación: España.
Tú y yo tenemos que ser optimistas, con ilusiones estables, con esperanza imperecedera, con afán de cambiar el mundo empezando por transformarnos nosotros mismos. ¿Sabes la razón? Porque tenemos a Dios, que sigue queriendo actuar en los hombres por medio de los hombres. Este aparente contrasentido de que un anciano congregue a más de un millón de jóvenes un mes de agosto en Madrid no tiene otra explicación: quien está detrás de este acontecimiento no es otro que Jesucristo, el amigo que nunca falla, y que no tiene otra pretensión que seguirle para quererle y para que encuentres la verdadera felicidad.
Un último apunte: te informo que hay una exposición sobre la vida del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso,  en la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles en Madrid,  del día 1 al 21 de agosto. El horario es  de 11:00 a 14:00 y de 18:00 a 21:30 h. Espero que asistas. Las ideas tomelloseras nunca defraudan.