domingo, 21 de mayo de 2017

Tenemos una Madre


Mayo de 2017, centenario de la primera aparición de la Santísima Virgen a tres niños en Fátima -Francisco, de 9 años; Jacinta, de 7 años y Lucía, de 10 años-, mientras pastoreaban un rebaño en la Comarca de Cova de Iría. Entenderás que es de imperiosa necesidad dedicar este post al acontecimiento de inusitada importancia para la Iglesia y el mundo. Y lo hago con san Juan Pablo II, posiblemente el cristiano que más devoción ha depositado en el misterio de la Virgen de Fátima. Desgranamos fechas y hechos en torno a este santo y a tan significativa fecha: 13 de mayo de 1917.


El 13 de mayo de 1981 el Papa Karol Wojtyla sufría un atentado en la mismísima Plaza de San Pedro, que a punto estuvo de costarle la vida. El turco Alí Agca disparó certeramente contra el cuerpo del Papa polaco, dejándolo gravemente herido. Se sabe quien lo perpetró pero no quien lo maquinó, aunque las sospechas e investigaciones siempre apuntaron a los servicios secretos de la U.R.S.S.

Justo un año después del atentado, el 13 de mayo de 1982, Juan Pablo II viajó por primera vez a Fátima “para agradecer a la Virgen su intervención para la salvación de mi vida y el restablecimiento de mi salud”. Su cuerpo todavía padecía las secuelas de las heridas y la operación sufrida, pero quiso convertirse en un peregrino más por el amparo recibido de la Virgen.

En 1983 visitó a Alí Agca en el centro penitenciario donde cumplía condena. “¿Por qué no murió -le preguntó sorprendido el desconcertado hombre preparado para matarle-? ¿Yo sé que apunté el arma como debía y sé que la bala era devastadora y mortal? ¿Por qué entonces no murió? ¿Por qué todos hablan de Fátima?”. La respuesta siempre estuvo clara para san Juan Pablo II: “una mano materna intervino”, la de la Virgen María. En este mismo año, realizó un nuevo gesto de agradecimiento: donó al santuario de Fátima la bala que le extrajeron de su cuerpo, que curiosamente está perfectamente engarzada en la aureola de la corona de la Virgen, sin necesidad de haberla tenido que acondicionar para su cabida, como si la corona hubiera estado preparada desde un principio para albergar la bala que quiso acabar con su vida.


El 25 de marzo de 1984, fiesta de la Anunciación, san Juan Pablo II consagró a todos los hombres y pueblos del mundo, incluida Rusia, en unión con los obispos de los cinco continentes, a María Santísima. Así se dio cumplimiento a lo querido por la Virgen María en la tercera de las apariciones, el 13 de julio de 1917. Cinco años más tarde el mundo vivió uno de los acontecimientos más trascendentales del siglo XX: la caída del muro de Berlín y el derrumbe de una ideología que había sojuzgado, alienado y asesinado a millones de personas detrás del “telón de acero”. La promesa de la Virgen se cumplió.


En el año 2000, san Juan Pablo II viajó a Fátima para la beatificación de Francisco y Jacinta. El 26 de junio de ese año se hizo pública la “tercera parte” del secreto de Fátima, desvelando la relación entre este secreto y el atentado contra su persona. El entonces prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, cardenal Joseph Ratzinger, acató la propuesta del Papa Wojtyla, y con el beneplácito de sor Lucía -en una de las apariciones la Virgen le dijo que debía quedar esta parte oculta en el misterio-, el mundo conoció el contenido de la tercera parte del secreto que la Virgen desvelo a los tres niños pastorcillos. La primera fue la visión del infierno y la segunda el anuncio de la Segunda Guerra Mundial.


“Nós temos uma mãe”, tenemos una madre, así comenzaba la homilía el Papa Francisco el pasado día 13, durante la ceremonia de canonización de Jacinta y Francisco Marto, a pocos metros donde la “Señora muy bella”, como así la definían los niños videntes, se les apareció por vez primera a ellos y a su prima Lucía, hace cien años. Esa misma Señora que bajó del Cielo para dar a conocer a la humanidad un mensaje de conversión, paz y esperanza, es la misma que desvió la bala unos milímetros para que Karol Wojtyla sobreviviese al atentado preparado y perpetrado contra su vida, esa misma Señora es la que se ofrece a ti y a mí para ser nuestra madre, dispuesta a extender esa mano materna, porque con ese mismo corazón con el que amó y ama a Jesucristo es con el que te ama a ti y a mí. Atrévete a quererla como madre. Ella te quiere como hijo. Déjate ser buen hijo. Pídeselo a los nuevos santos Francisco y Jacinta Marto.

Aunque ha transcurrido buena parte de mayo, te dejo las intenciones del Papa Francisco para este mes tan mariano.