martes, 17 de julio de 2012

Eurocopa 2012, no hay dos sin tres

Pido de antemano disculpas a los que os acerquéis a este blog y os encontréis con que un españolito está haciendo un post presumiendo de su selección de fútbol. Para todos los aficionados a este deporte, julio nos deja el sabroso recuerdo de la victoria de España en la Eurocopa,  dando a Europa y al mundo un verdadero espectáculo futbolístico, difícilmente de presenciar en un deporte donde prima, por desgracia, la eficacia a la belleza, el éxito a la constancia, la extravagancia a la sencillez. Además, este sufrido pueblo español ha disfrutado en un par de semanas de unión e ilusión; los medios de comunicación han priorizado la información apoyando a la selección, gentes de diversas generaciones han exhibido por la calle la camiseta roja de nuestra selección;  las ventanas y balcones han sido engalanadas con la bandera nacional. Los graves problemas de una nación parecían no existir disfrutando con un equipo que ha respondido a las expectativas originadas. España vuelve a obtener un nuevo título europeo. Tenemos la mejor selección de fútbol del mundo.
Pero más importante para mí es que nuestros representantes han demostrado también virtudes humanas. Terminada la final, me llamó poderosamente la atención contemplar los niños que estaban en el césped con la camiseta de la selección: eran los hijos de algunos jugadores; en brazos o de la mano, dependiendo la edad,  participando de esa alegría que se contagia con tanta facilidad. Otro de nuestros jugadores,  reiteraba, hasta que lo consiguió, la presencia de sus padres para hacerse una fotografía con la copa de campeones. Los había que se abrazaban al grupo de su entorno familiar. El capitán de la selección y su novia, se daban un abrazo una vez finalizada la corta entrevista que ella le hacía minutos después de recoger el ansiado trofeo.  Imágenes, todas ellas, muy entrañables, aleccionadoras, vistas por millones de espectadores, donde los protagonistas comparten  la alegría por el éxito obtenido  con sus familiares más cercanos.
Y detrás de este grupo, destaca otra persona que resalta por sus cualidades humanas: el seleccionador, Vicente Del Bosque, profesional y hombre fiel a sus ideas, que ha sabido conjugar sus conocimientos futbolísticos con dos virtudes: paciencia -especialmente a la hora de recibir las primeras criticas, a veces desleales efectuadas por compañeros de profesión- y sencillez,  que ha sabido transmitir a los jugadores, a un grupo de personas que le tenían como referencia deportiva, y quien sabe si más de uno como referencia personal.
Precisamente es la fidelidad a un estilo de juego, la cualidad que el seleccionador ha sabido mantener intacta independientemente al juego y resultados, la característica más destacada y determinante. Y aquí es donde quiero detenerme por si a ti y a mí nos puede servir para aplicarla a nuestras vidas.  No es fácil en los momentos actuales vivir fieles a un estilo de vida, una forma de pensar y de vivir cuando parece que la consecución de los objetivos se encaminan a unos medios no siempre muy deportivos. Buscamos el éxito a costa de perjudicar a los demás, a veces a quien más cerca está de nosotros (zancadillas); valen incluso las amenazas veladas y hasta las agresiones a la intimidad de las personas (agresiones de todo tipo); nos constituimos en víctimas con la intención de acaparar la atención de los demás para que sientan pena por nosotros ante alguna leve contrariedad en las convivencias diarias habituales (gestos y gritos desesperados cuando hemos sido receptores de una falta sin más); estamos  en un estado de susceptibilidad que provoca  a las primeras de cambio que infamemos de palabra al prójimo, y si  es posible desde  un medio de comunicación para tener más repercusión  (insultos);  no reparamos en que el prójimo puede sufrir por nosotros no siempre por buenas y ejemplares acciones sin pedir disculpas (infracciones en las que una vez cometidas sobre el rival nos olvidamos de él, en lugar de estrecharle la mano y ayudarle a levantarse). Somos inconsecuentes también en el terreno de juego con la autoridad (árbitros).  Ante cualquier falta a nuestro entender no pitada nos revelamos (gestos de desesperación para expresar la “injusticia” cometida). Si podemos, incluso,  intentamos eludir nuestros deberes para obtener un beneficio o impedir una penalización (jugadas conflictivas dentro del área para impedir la acción del contendiente o un “piscinazo” para pitarnos un penalti a favor, inexistente, pero penalti a favor a fin de cuentas). Podríamos seguir con estas comparaciones entre las jugadas que se dan en un partido de fútbol y las acciones que cometemos, buenas o malas, en el vivir cotidiano.  Todo para la consecución de un fin que nos llene de dicha: la victoria que nos induce a la felicidad.
Este es el ejemplo más trascendente que he visto con la selección nacional de fútbol. Ha sufrido críticas desleales por la forma de jugar en algunos partidos; ha habido en alguno de ellos en los que ha tenido que sufrir arbitrariedades del contrario y padecer los silbidos de un público que en lugar de animar a su selección buscaba el desacierto entre los nuestros; en las pocas jugadas conflictivas no ha sido beneficiada por errores arbitrales. Pues, bien, éstas contrariedades no han variado el modo de alcanzar el objetivo: deportividad, unión entre los jugadores,  apoyos constantes dentro del terreno de juego, vistosidad en el juego buscando en todo momento al compañero que en mejor condiciones está para recibir el balón…, virtudes individuales,  labor de equipo, para llegar a la meta, nunca mejor dicho.
Si cada persona actuáramos con humildad, poniendo nuestras virtudes al servicio de los demás, tendríamos otra España, otra Europa, otro mundo y otra Iglesia. Cuestión de aplicarnos el viejo proverbio que dice: “Más vale encender una cerilla que maldecir la oscuridad”. O en otras palabras –mías claro está, en las que podrás estar de acuerdo o no-: en lugar de quejarnos, de buscar malas artes, convertirnos en un jugador imprescindible dentro de la sociedad. Y si a esto le añades poner en tu vida a un espectador de lujo el éxito será arrollador. ¿Qué quién es ese espectador de lujo? Se llama Dios. También se convierte en, masajista, compañero, entrenador, psicólogo y hasta en  árbitro benevolente para dejar pasar alguna mala jugadilla hecha por nuestra parte.
Nota.- La selección española de fútbol sub-19 se proclamó el pasado domingo campeona de Europa de selecciones nacionales. Fiel al mismo estilo de juego de los mayores. No son casualidades.  Hay un arte de jugar y un arte de vivir que no falla.