domingo, 6 de octubre de 2013

La crisis siria y el Papa Francisco






Despedimos un mes de septiembre en el que Oriente Medio ha estado abocado a una guerra de impredecibles consecuencias. Imagino que habrás estado al tanto de la situación. La guerra de Siria ya no es noticia.  Si quieres, repasamos los acontecimientos en orden cronológico. Después nos dedicamos a sacar conclusiones.

Todo comenzó el 21 de agosto cuando la oposición al gobierno sirio denunció un ataque con gas tóxico en la periferia de Damasco, causando al menos 1.100 víctimas. Las imágenes ofrecidas por televisión alentaron fácilmente a una repulsa internacional por la barbarie sufrida entre la población civil.

El día 1 de septiembre el presidente de los Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, toma una decisión como "garante" del orden internacional: proceder a una acción militar contra Siria con el apoyo del Congreso, aunque declaró que “creo que tengo la autoridad para llevar a cabo esta acción (militar) sin una autorización específica del Congreso…”. Sin el aval del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el primer presidente afroamericano de EEUU estaba dispuesto a infringir un castigo ejemplar al régimen de Assad. El Consejo de Seguridad de la ONU rechazó una resolución favorable a la acción militar, con los votos en contra de Rusia y China, principales aliados de Siria.

Refirámonos al escenario bélico. La guerra en Siria estalla como consecuencia de la “Primavera Árabe” promovida por laicos y liberales, tan defendida y alabada por Occidente, con un resultado frustrante para quienes sostenían que merced a estas revueltas la democracia iba a llegar a los países árabes como llegó a Europa Oriental y la URSS. En países en los que surgió ya no se habla de democracia, sino de "ansar al sharia", seguidores de la ley islámica, que para implantarla están dispuestos a realizar matanzas como la última en el centro comercial Wastgate de Nairobi, en Kenia. De Osama Bin Laden, sabemos cómo murió, quien dió la orden de asesinarlo; pero también  conocemos que su idea de yihad sigue estando viva y gana terreno, eso sí a base de derramamiento de sangre, después del intento de democratización en algunos países árabes.

 Por tanto, la contienda siria no es entre partidarios de diferentes sistemas políticos; no es entre rebeldes para implantar un sistema democrático que se enfrentan a un tirano que tiene sojuzgado a los habitantes sirios. Tiene otro calado: es un conflicto religioso entre chiis y sunís. A la muerte del profeta Mahoma se crean dos facciones: una, los defensores del primo y yerno de Mahoma, y los que cuestionan su legitimidad como sucesor del profeta, encabezados por Mu´awiya, gobernador de Siria, y miembro de la familia de los Omeyas. A los primeros se les conoce como chiis, los que consideran que Alí fue el iniciador de la línea sucesoria del profeta Mahoma, y a los segundos, como sunís, que defienden que la sucesión deber ser para un árabe de la tribu de Quraish. Los suníes representan el 85% y los chiís el 15% de los musulmanes. Arabia Saudí, Qatar y Turquía son países de tendencia suní, e Irán, Irak, Siria y Líbano profesan más la orientación chií. 

Volvemos al orden de los acontecimientos. Ese mismo día, tras el rezo del Angelus en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco convocaba para el sábado día 7 una jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, Oriente Medio y el mundo entero.  Su rostro y sus palabras mostraban honda preocupación por el “dramático desarrollo que se presenta en Siria”, porque “la guerra solo produce más guerras y la violencia más violencia”.

 En periodos donde las crisis bélicas se han acentuada en el mundo, los romano pontífices siempre han proclamado que la solución no es la guerra, que el diálogo es la base del entendimiento humano por encima de confrontaciones que no resuelven los conflictos. Así lo pedía en un periodo tenso durante el pontificado de Pablo VI: “Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más… ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!”.

Pues bien, el  día 7 miles de fieles se reunieron en la Plaza de San Pedro y millones de cristianos de todo el mundo en sus parroquias secundamos la iniciativa del Santo Padre. No era una convocatoria para protestar por la guerra, ni para recriminar la actuación de un gobierno determinado, ni para quemar la bandera o un pelele representando a un presidente de una potencia mundial; era un llamamiento para hacer efectivo a escala mundial lo que el Señor enseñó a sus discípulos: “Pues donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). Y pedimos por la paz, especialmente en una zona donde deberían convivir pacíficamente las tres religiones monoteístas; y, sin embargo, una de ellas, la cristiana, se ve sometida a persecución y humillación. Cientos de miles de cristianos de Siria han tenido que huir, algunos de ellos han sido secuestrados. Precisamente la única religión que busca la paz y la justicia, conviviendo en la medida que pueden y se lo permiten, entre dos pueblos, el palestino y el hebreo. Pocos, en cuanto a cantidad, pero fomentando el bien común a través de instituciones educativas, sanitarias y sociales, acogiendo a todos sin distinción. El Papa BenedictoXVI así lo reclamaba en la exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, en 2012: “Que judíos, cristianos y musulmanes redescubran uno de los deseos divinos, el de unidad y la armonía de la familia humana”.

Recomiendo la lectura pausada de la homilía del Papa Francisco esa tarde. En ella señala al individualismo como causante de los desórdenes que imperan en la humanidad: “Cuando el hombre solo piensa en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento”. Pero esta no es la solución a los problemas que el hombre egoísta genera: “Nos hemos acostumbrado a la violencia como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra traen solo muerte, hablan  de muerte. La violencia y la guerra utilizan el lenguaje de la muerte”. La verdadera respuesta del ser humano ante las tragedias que se abaten a consecuencia de las guerras no está en tratados multilaterales; tampoco en conferencias internacionales, ni en acuerdos mundiales a los que siempre algún país contestatario intentará eludir; la verdadera respuesta, aclara el Romano Pontífice, se halla en la Cruz: “¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y todas las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte”. La homilía finalizó con un llamamiento: “Recemos esta noche por la reconciliación y la paz, contribuyamos a la reconciliación y a la paz, y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de reconciliación y de paz”.

El 27 de septiembre los quince miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aprueban una resolución sobre el uso de armas químicas en Siria, consensuada por Estados Unidos y Rusia. El secretario general de Naciones Unidas hizo un llamamiento a las autoridades de Damasco y a los rebeldes para que negociar la paz en una conferencia internacional a celebrar en Ginebra. La crisis siria ha concluido con acuerdo diplomático, sin intervención militar extranjera, sin contienda internacional.

La prensa internacional considera que el presidente Putin ha revalorizado su protagonismo al buscar en todo momento la solución a la crisis por medios diplomáticos. Por su parte, el presidente Obama manifestó después del acuerdo que “siempre he dicho que quería resolver esto diplomáticamente”, que “el acuerdo va más allá de lo que se podría haber conseguido a través de cualquier acción militar”. Bashard Al Assad ha eludido el castigo bélico por la primera potencia militar a pesar de ser concluyentes las pruebas que le señalan como responsable de la masacre. Lejos de análisis políticos, hay un protagonista de excepción: el Papa Francisco. Seis meses después de convertirse en Sucesor de Pedro, ha sido un claro mensajero de paz y puede considerarse una referencia moral primordial en el panorama internacional.  Acontecimientos como el ocurrido reafirman que Jesucristo sigue actuando misteriosamente en medio del mundo, no lo dudes. Sigue estando presente entre los hombres, porque siente especial predilección por tí, por mí y por todos los hombres y mujeres, a pesar de que el mundo le rechace Él sigue en medio de nosotros.

Pero no creas amigo mío, amiga mía, que solventada la crisis internacional en Siria el mundo disfruta de paz. En la misma Siria sigue el enfrentamiento armado, siguen llenándose hospitales de heridos a consecuencias de la guerra, se sigue llorando a las víctimas en combate y en la población civil. Una guerra que ha provocado cien mil muertos y en la que hay dos millones de desplazados, de los cuales un millón son niños, según  ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados.

Tenemos que sentirnos protagonistas de la historia, no meros observadores de los acontecimientos del mundo. De ti y de mí depende  que el mundo genere más odio, o crezca la semilla de la paz. Un antiguo escritor cristiano, en la Epístola a Diogneto sentenció: “Lo que el alma es en el cuerpo, esto son los cristianos en el mundo”.  Tal vez este tweet del Papa Francisco te anime a establecer una estrategia de combate: “Para que haya paz en una familia, un país, en el mundo, debemos comenzar estando con el Señor”. Ya Resucitado Jesús legó a los apóstoles la paz, la verdadera paz que no nace de un bienestar personal, ni de un periodo de calma entre países, sino del corazón que se siente atraído por el Dios de la Misericordia: “La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da yo os la doy. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde”. (Jn. 14, 27).

Esa paz verdadera, no nacida de una victoria armada impuesta por los vencedores a los perdedores, tiene opción de extenderse por el mundo si las próximas generaciones se impregnan de concordia. En la familia debe transmitirse, en la escuela debe aprenderse... Ahora que estamos a principio de curso, este vídeo es muy propicio para abrir expectativas, para cubrir anhelos firmes de paz.