domingo, 25 de febrero de 2018

Cuaresma: dos muros a derribar



Decía san Doroteo que “un muro de separación entre el hombre y Dios” solo puede ser destruido con la humildad. El principio de la Cuaresma siempre  hace plantearnos la relación con Dios. Los Miércoles de Ceniza se comprueba fácilmente la mayor asistencia de fieles en las Misas para recibir la imposición de la ceniza. Ponerse delante de un sacerdote, inclinar la cabeza y escuchar mientras se nos hace la señal de la cruz  “convertíos y creed en el Evangelio” o “acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”, es ya una manera humilde de reconocer nuestras miserias. Es una buena acción no obligatoria, pero sí recomendada para plantearnos que la conversión es el principal objetivo de este tiempo litúrgico en el que la Iglesia nos invita a participar plenamente. 

La Cuaresma pretende prepararnos para vivir con hondo sentido participativo, sobre todo espiritualmente, el significado de la Semana Santa. Un texto que te puede ayudar mucho  es el Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de este año. Con el tema “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (Mt. 24,12) el Santo Padre enfatiza sobre los falsos profetas a los que llama “encantadores de serpientes”, “charlatanes”, “estafadores”, entendiendo por falsos profetas quienes propugnan por diferentes medios y métodos  unos modos de vida con nocivos efectos secundarios. Porque no hay peor efecto que hacer creer a una sociedad que el bienestar humano y espiritual se consigue alcanzando bienes materiales o por placeres momentáneos. La felicidad, aquella que colma todas las necesidades del corazón del hombre, es la que trajo Jesucristo con el ofrecimiento de su vida para la salvación del mundo.

Desarraigados de Dios, hay otro muro que construimos que conduce a un aislamiento del prójimo, a fomentar indiferencias, generando animadversiones que abren la puerta a odios que ponen en peligro la convivencia pacífica con los demás. Todo a consecuencia de abandonar la fuente del amor que es Dios, a creer que nuestras conductas siempre son acertadas, y que la responsabilidad  de todo el mal que acontece es siempre del otro. Recuerda el título del mensaje del Papa, es más, te diría que lo pienses y lo repitas las veces que puedas a lo largo de los días que restan de Cuaresma: “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”. No cedas a la tentación que el mundo ofrece de formar parte de esa mayoría. Dios es quien calienta tu corazón, quien lo puede llenar de caridad para darla a los demás. Si Cristo padeció,  si crucificado perdonó a sus verdugos e intercedió por ellos ante el Padre, es para que tu corazón y el mío sea capaz de perdonar, de querer incluso a quienes nos hacen daño, y no porque se hagan dignos de ser queridos, sino porque tú yo seremos los principales beneficiados al cerrar el corazón al odio y al rencor.

Para derribar muros se necesita del instrumental adecuado. Por nosotros mismos no podemos destrozar la dura piedra, es preciso acometer el derribo con la herramienta adecuada.  En el Sacramento de la Confesión tenemos el principal arma. Si queremos perdonar tenemos que reconocer que también ofendemos. Con la Confesión no solo limpiamos el alma sino que la fortalecemos para luchar por no caer en lo que más nos cuesta.

Y siempre busca a la mejor aliada, como en todos los casos, la Virgen. Ella supo estar cerca de Jesús con un corazón abierto al perdón. Pídele todos los días salir de casa con una buena dosis de Avemarías o Acordaos en la hendidura de tu corazón,  para que cuando surja el sentimiento de la antipatía o animadversión  hacia el prójimo, las reces para librarte del mal y de paso hacer una obra de misericordia con el ofensor. Así estarás más cerca de Jesucristo en la Semana Santa  y esperarás con mayor gozo el Domingo de Resurrección. Y de paso habrás ganado la batalla al enemigo, del que daremos cuenta en el próximo post.

Este video te da unas cuantas recomendaciones para la Cuaresma. Muy útil para los aficionados a coger el coche y ponerse en ruta. 



domingo, 4 de febrero de 2018

Cien post y un aniversario



Me vais a permitir en este primer post – en castellano, texto escrito que se publica en internet, foros, redes sociales o blogs, como es este- de 2018 centrar parte del mismo en mi propia persona. Hay una satisfacción personal y un aniversario de por medio.

El 30/05/2011 publiqué mi primer post y este es, precisamente, el número… ¡100! Si quieres indagar sobre la motivación que me impulsó a tomar esta iniciativa te invito a que leas el post Vale la Pena con el que inicié este Canto del Sol Inagotable, título, te lo recuerdo, que lleva el mismo nombre que una de las poesías que componen Amore Infinito, un trabajo discográfico de Plácido Domingo inspirado en poesías compuestas en su juventud por Karol Wojtyla, que lanzó en 2008.   De todas formas te anticipo la idea: “Los cristianos estamos obligados a utilizar los mejores medios de comunicación a nuestro alcance en cada época para difundir el Evangelio de Cristo”. El consejo fue dado por san Juan Pablo II. 

En  2011 se cumplieron treinta años del atentado perpetrado contra su persona. Era un buen año para empezar la aventura, con este santo patrono al que me encomiendo cuando escribo y publico. Además, hubo un hecho altamente significativo el año anterior para mi vida que me indujo, como muestra de agradecimiento a Dios, a involucrarme fielmente en esta tarea. Han pasado casi seis años y medio, vamos ya camino de los siete, y el ánimo está intacto. Las visitas aumentan desde diversos países y es un aliciente para seguir con la misma idea, con el mismo estilo y, sobre todo, con la misma ilusión del primer post. La puerta de este blog sigue estando abierta de par en par para ti, a la vez que también  abro la de mi alma para examinar si vivo lo que escribo. Porque todos tenemos flaquezas que superar, luchas –contra uno mismo, contra el mundo y contra el demonio- que hay que afrontar que pelear y, ¡cómo no!, victorias que hay que saborear.

Y ahora voy con el aniversario.  He esperado a publicar el post número 100 para destacar uno de los principales acontecimientos de mi vida.  El 28 de agosto de 1992 Marimar y yo fuimos una de las 217.512 parejas que contrajimos matrimonio. Salen las cuentas: ¡estamos en el año de las bodas de plata! Mientras en España tuvieron lugar acontecimientos tan importantes como las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla, con gran repercusión a nivel nacional e internacional, para mi novia y yo el acontecimiento más trascendental para nuestras vidas tuvo lugar el mencionado día, en la Basílica Pontificia de San Miguel, en Madrid, evento que no trascendió más que para nosotros, nuestras familias y nuestros amigos. Fruto de ese matrimonio, somos padres de dos hijas, Elena y Alicia.

Dando un repaso a las estadística en este cuarto de siglo quienes apostamos por el modelo de convivencia tradicional no podemos sentirnos muy reconfortados. El número de matrimonios ha descendido hasta llegar a los 171.023, una quinta parte menos  de los que solo el 22% de los matrimonios se hacen por el rito católico. En España en los últimos quince años los divorcios se han triplicado (de 37.586 en 2001 a 114.019 en 2016). Es decir, que de cada diez matrimonios casi siete fracasan en el empeño de ser felices. No son buenas cifras para la institución familiar tan básica para el futuro de la sociedad, tan bien expresado por san Juan Pablo II: “El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana; la familia es por ello la célula primera y vital de la sociedad”(1).

Agradezco a Dios no estar dentro de esas cifras que generan infelicidad, crispación y, cuando menos, separaciones cuyos principales perjudicados son los hijos. Durante estos veinticinco años el Señor me ha tendido muchas manos sin cansarse, ha consolidado mi matrimonio con un  pilar sólido como es mi esposa y dos anclas bien amarradas que son nuestras hijas. Se han vivido tiempos confortables, otros difíciles y comprometidos por diferentes cuestiones; nada extraño en una relación prolongada.  Buena razón llevaban esos esposos que celebraban sus bodas de oro,  cuando en una entrevista que leí hace años afirmaban que el día que se casaron entraron a la iglesia dos –en clara referencia a ellos- y salieron tres. Y es así, o así debería de ser por una razón que muchos futuros esposos debieran tener en cuenta a la hora de contraer nupcias: el sacramento del matrimonio confiere una gracia específica para vivir las virtudes humanas y cristianas en la convivencia conyugal. Así es como se forjan matrimonios felices y estables, en las alegrías y en las tristezas, en esas pruebas de la vida a las que el Papa Francisco se refería en la bendición apostólica que recibimos por nuestro 25 aniversario.

Para poner broche final a este post número 100, y porque creo que más que un convencionalismo social es un regalo que Dios ha hecho a hombres y mujeres, no sin antes  mostrar mi respecto a todas esas parejas casadas en ceremonia civil, a esas parejas sin papeles –así llamo a aquéllas que prefieren convivir sin ningún reconocimiento legal, porque ellos mismos piensan que “para vivir juntos no se necesitan firmar documentos”-, a los esposos que que tristemente han visto frustradas sus expectativas de felicidad, reivindico el matrimonio por la Iglesia porque “los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar de moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar” (2).

Precisamente cierro este post con el vídeo mensual que recoge la intención del Papa Francisco. Es de lo más actual. 

Te espero en el siguiente post. Ya habré enterrado el ego y me dedicaré a no escribir sobre mí. Lo garantizo al menos hasta el número 200.

Y gracias a Marimar, a Elena y a Alicia por aguantar a un marido y a un padre cansino donde los haya. Y por dejarme tiempo libre para que tú sigas aguantándome desde esta parcelita colgada en el multitudinario mundo de internet. 

Sigo contando contigo.