domingo, 15 de mayo de 2016

OBRAS DE MISERICORDIA: dar de comer al hambriento (I)


A las catorce obras de misericordia se las ha dado en llamar los apellidos de Dios, después de que el Papa Francisco señalara que “El nombre de Dios es Misericordia”(1). El Santo Padre hace mucho hincapié en tenerlas en cuenta no solamente para recordarlas, sino, sobre todo, para practicarlas. Desde esta misma entrada hoy comenzamos a reseñarlas con el propósito de tenerlas presentes en el pensamiento, en el corazón y en la acción. Algunas de ellas no necesitan de situaciones especiales, son fáciles de ejercer. La familia,  el trabajo, la universidad, los amigos, la calle... pueden dar origen a practicar el bien con el prójimo.

En medio de una sociedad donde el otro importa poco, las obras de misericordia son ese antídoto que combate el egoísmo, verdadero mal que causa estragos en una civilización que mide más al ser humano por lo que tiene que por lo que es.

Como introducción podemos contestar estas preguntas que pueden surgir habitualmente entre cristianos y no cristianos.

¿Qué son las obras de misericordia?
El Catecismo de la Iglesia Católica, define en el punto 244 que “Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales".

¿Cuáles son las obras de misericordia?
Se dividen en corporales y espirituales. Las corporales son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar al enfermo, visitar a los encarcelados y enterrar a los difuntos. Y éstas las espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás y orar por vivos y difuntos. Catorce en total.

¿Cuál es el efecto de las obras de misericordia en quien las practica?
Hacemos la voluntad del Señor que pasó haciendo el bien, purifica nuestras almas, nos ayuda para asemejarnos más a Jesús, que nos enseñó la aptitud que debemos vivir con el prójimo y nos van acercando al Cielo por las buenas obras.

¿De dónde han sido extraídas las obras de misericordia?
Las corporales surgen de las que relata Jesucristo en su descripción del Juicio Final, cuando nos juzgue en base a la atención que hemos dedicado al prójimo necesitado (25, 31-46). Mientras que las espirituales la Iglesia las ha tomado de otros textos bíblicos y de aptitudes y enseñanzas del mismo Cristo.

Hecha esta breve introducción, podemos empezar con la primera a tratar, que da título a este post: Dar de comer al hambriento. Fijaos con qué sencillez expresa el Papa Francisco lo que debe suponer para los cristianos este Jubileo: Os digo una cosa: si este deseo, si el jubileo no llega a los bolsillos, no es un verdadero jubileo. ¿Lo entendéis? ¡Y esto está en la Biblia! No lo inventa este Papa: está en la Biblia(2).

Efectivamente, es en el Libro del Levítico. Cada 50 años se festejaba “El día de la Expiación”, en el que el pueblo judío promulgaba un jubileo para todos sus habitantes. En ese año jubilar cada ciudadano judío recobraba su propiedad si alguno había sido obligado a vender su tierra o su casa, se cancelaban todas las deudas contraídas. Estas prescripciones servían para combatir pobrezas y desigualdades, buscando una justa distribución de la tierra. Para que el rico no fuera más poderoso y el pobre menos indigente. No podemos decir que vivimos la misericordia si no vemos en el prójimo necesitado la carne de Cristo, como nos alienta el Papa Francisco: Queridos hermanos y hermanas, el mensaje bíblico es muy claro: abrirse con coraje al compartir, y ¡esto es la misericordia!(3).

Desafortunadamente el mundo está muy lejos de disfrutar de igualdad y solidaridad. Según un informe de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) "una de cada nueve personas pasan hambre en la tierra, mientras que cada año se pierden y se desperdician 1/3 de los alimentos que se producen". No es culpa de Dios, no es culpa de la Iglesia, que es quien va en busca del pobre, quien promueve la caridad con los más débiles y necesitados para recobrar la dignidad de tantos millones (795) que son presa de hambre y enfermedades mortales. El culpable, es el egoísmo que ignora las necesidades materiales, afectivas y espirituales del otro.

¿Qué puede hacer entonces un cristiano ante la constancia diaria de tantas miserias sin cubrir? Obrar según nuestra conciencia. Dar limosna a quien pide es tener caridad. Pero el Papa Francisco advierte: Cuando doy limosna ¿dejo caer la moneda sin tocar la mano? Y si por casualidad la toco ¿la retiro de inmediato? Cuando doy limosna, ¿miro a los ojos de mi hermano, de mi hermana?(4). Es cuestión de paliar sus necesidades materiales, pero no menos caritativo es mostrar afecto, simpatía, proximidad; preocuparse en suma por la persona.


En tiempos de crisis los cristianos estamos concienciados que hay que ayudar al prójimo, no solamente a quien viene de otros países sino también a quienes no se les ve en las calles, pero no por ello dejan de pasar necesidades. Es preciso referirse al informe emitido por Cáritas sobre la mendicidad, en el que advierte que existen en el mundo redes de mendicidad, cuyo objetivo es explotar a indigentes para obtener beneficios ilícitos.  Los cristianos tenemos instituciones entregadas a los pobres. La ya mencionada Cáritas, Ayuda a la Iglesia necesitada, Manos Unidas, por citar las más importantes, son estamentos básicos capaces de extender ayuda dentro y fuera de los países donde están constituidos. La caridad más efectiva es aquélla que está encauzada al verdadero ejercicio de beneficiar al más necesitado. Puestos a que "el jubileo llegue a los bolsillos" nada mejor que ofrecer aportaciones habituales y extraordinarias a esas entidades con plenas garantías efectivas en sus fines.

Mostrar una sonrisa, provocar una conversación, preocuparse por la persona,  es también obrar con misericordia con quien busca alivio material. Y si la entrega es más personal que material tanto mejor. 

Los jóvenes tienen un reto importante participando en voluntariados. Ellos son el futuro para un mundo más generoso y justo. Los padres, tenemos la responsabilidad educativa de educarles en unos valores en los que el tú forme parte del yo.

(1) El nombre de Dios es Misericordia, libro entrevista de Andrea Tornielli con el Papa Francisco
(2) Audiencia general (10 de febrero de 2016)
(3) Ibídem
(4) Homilía en Santa Marta el 8 de marzo de 2014, fuente Infovaticana


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