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sábado, 24 de septiembre de 2016

Rafa Lozano, un vocero de Dios


El pasado 5 de septiembre murió Rafael Lozano, más conocido por Rafa. Cristiano, casado y padre de 6 hijos en este mundo y tres en el Cielo, activista Provida, gerente de Red Madre en Madrid, director del Centro de Orientación Familiar  Juan Pablo II., junto con su esposa. Un referente importante en la defensa de la vida y de la familia. Paradójico es que de no haber sido por la fe de su madre y la cercanía de un sacerdote, podría no haber nacido. De una posible víctima del aborto a un defensor infatigable del derecho a la vida de los no nacidos. 

Me quedo con ganas de haberle conocido personalmente. Dos de sus hijas eran compañeras de mis hijas en el colegio Senara. Al menos en una ocasión mi esposa y yo recibimos charla sobre orientación familiar, tema que dominaba ampliamente y lo que es más importante: sabía transmitirlo con simpatía. En las manifestaciones siempre estaba visible, organizando y avivando el ambiente reivindicativo. Una vez diagnosticada la enfermedad, gracias a los mensajes de Whats App enviados por una de sus hijas, conocíamos por él mismo el estado en que se encontraba física, moral y espiritualmente. He admirado su entereza, el cariño y afecto hacia su mujer y sus hijos, el sentido del humor mostrado a pesar de los malos momentos pasados, y el abandono en Dios que ha vivido de un modo especial en los últimos meses.

La primera Misa que se ofreció por su alma fue en el mismo tanatorio donde fueron trasladados sus restos, presidida por el Obispo de Alcalá de Henares, monseñor Juan Antonio Reig Pla. Más que pesar por su desaparición se respiró un ambiente alegre. Así lo percibí el pasado día 15 en la parroquia de San Alberto Magno
 -una de las parroquias que frecuentaba con su familia y a las que asistía a las meditaciones que se celebran los martes con el Santísimo Sacramento expuesto-, cuando asistí al funeral que se ofreció por su alma. Jamás he visto una iglesia de un barrio de Madrid tan repleta de fieles: bancos, pasillos laterales y atrio del templo llenos a rebosar de personas que queríamos estar presente para rezar por el eterno descanso de su alma. Emocionaba escuchar canciones llenas de esperanza que entonaron sus hijos con un grupo de amigos. Su madre, su esposa y sus hijos un ejemplo de calma, quietud y paz, que solamente pueden emitir quienes tienen la certeza de que la muerte es el paso hacia la Vida.


Hay un discurso del Papa Francisco que no pronunció en la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada el pasado mes de julio en Cracovia. Tenía pensado leerlo a los voluntarios para agradecer la dedicación por la ayuda y servicio prestado a los miles de peregrinos. Pero el Papa improvisó -nada extraño para quienes seguimos de cerca su pontificado-, y decidió dirigirse a los voluntarios sin el discurso previsto. En él se hacía referencia a tres actitudes de la Virgen: la escucha, la decisión y la acción; actitudes que bien pueden aplicarse a la vida de Rafa Lozano, y de las que me valgo para continuar con este post, que quiere ser más que un homenaje a un hombre entregado a la Verdad, un estímulo para los cristianos de este siglo XXI, donde el derrotismo y la comodidad nos convierten en espectadores asintomáticos del mundo. Las frases en cursiva están extraídas del citado discurso.

La primera actitud de María fue la escucha. El Señor está a la puerta y llama de muchas maneras, pone señales en nuestro camino y nos llama a leerlas con la luz del Evangelio. El Arcángel Gabriel fue el portavoz de Dios para que la Virgen conociese el plan asignado: convertirse en la madre del Salvador. El Señor puede llamar de muchas maneras para calar profundamente en el corazón del creyente y del no creyente. Con Rafa lo hizo visitando Medjugorje en el año 2006, el lugar donde tuvo "la certeza de que Cristo está vivo, de que está en tí, de que te ama". A partir de esta llamada emprendió el camino, se implicó y se fió de Dios.

Pero aún sabiendo que el Señor nos ama, que nos ha predestinado para dar fruto, es necesario tener decisión. María escucha, profundiza en su interior las palabras de Dios, pero a su vez da un paso adelante: María no tiene miedo de ir contracorriente: con el corazón firme en la escucha, decide, asumiendo todos los riesgos, pero no sola, sino con Dios. Rafa Lozano con decidido empeño asumió que no quería vivir postrado en “el sofá-felicidad” -como se refería el Santo Padre a los jóvenes en el discurso en la Vigilia de Oración el sábado 30 de julio-. Nada de cristianismo de salón. Compromiso y entrega fueron las premisas para afanarse en diversos foros con el fin de defender la doctrina de la Iglesia en materias tan atacadas e ideologizadas por la cultura de la muerte.

Y por último la acción. María se puso en camino "de prisa..." (Lc. 1,39). A pesar de las dificultades y de las críticas que pudo recibir, no se demora, no vacila, sino que va, y va "de prisa", porque en ella está la fuerza de la Palabra de Dios. Y su actuar está lleno de caridad, lleno de amor: esta es la marca de Dios. Se pone en camino para visitar a su prima Isabel, para ayudarla y manifestarle la misericordia que Dios ha tenido con ella. Sin temor a equivocarme creo que Rafa Lozano vivió la vida sin demora, aprovechando todos los momentos y circunstancias para dar testimonio de su fe y transmitir "la certeza de que Cristo está vivo, de que está en tí, de que te ama". Lo hizo sin atropellos, sin enconos contra nadie, porque su corazón albergaba esa caridad que solo Dios da a través de su palabra y los sacramentos.

Puede que a ti y a mí el Señor no nos pida conocer Medjugorje para saber lo que quiere de nosotros, ni que tengamos un activismo en la sociedad por el que se nos conozca en medios de comunicación. El Señor puede que no nos llame a tener esa madera de líder capaz de arrastrar a un gran número de cristianos para causas nobles. Pero sí que puede pedirnos ir “de prisa”, porque percibe que el talento que nos ha dado está muy guardado. ¡Y quiere que de fruto!

La vida pasa muy rápido y es preciso que nos involucremos más para convertirnos en portadores alegres del Evangelio. Estamos a tiempo: Dios nos da todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Cor. 6,2). Rafa, desde el Cielo, seguro que nos ayudará.

Quédate con esta frase: "La vida es para dejar una huella profunda, para hacer cosas importantes". La pronunció el pasado sábado el Arzobispo de Tarragona, monseñor Jaume Pujol, en la homilía de la Misa de la 26 edición de la Jornada Mariana de la Familia, en el Santuario de Torreciudad. ¿Verdad que es muy apropiada?





















































miércoles, 30 de septiembre de 2015

Torreciudad, fomento y defensa de la familia



El pasado día 5 de este mes asistí con mi familia al 25 Encuentro Mariano de las Familias, celebrado en el santuario mariano de Torreciudad,  situado a 24 km de Barbastro, en la provincia de Huesca. Su construcción fue promovida por san Josemaría Escrivá de Balaguer, y se abrió el culto en 1975. Desde la explanada se puede ver la antigua ermita, donde en brazos de su madre, montada en una mula, tirada por su padre, llegaron hasta tan enriscado lugar para presentar a san Josemaría a la Virgen, en agradecimiento por su milagrosa curación a los dos años de edad.

No habíamos participado ningún año en este Encuentro, y ese sábado no estaba marcado en el plan familiar para hacer un largo viaje de ida y vuelta en el mismo día; pero por la manera de plantearse creímos que más que nuestro, el plan era de Dios y nos decidimos a conocer este evento anual. No quedamos defraudados, pronto nos vimos envueltos en un ambiente alegre entre diversas generaciones, con una buena organización y gran recogimiento en los actos religiosos celebrados. Este año la Jornada estuvo presidida por el prelado del Opus Dei, don Javier Echevarria, hombre entrado en años, pero con corazón joven, impregnado de un fino sentido del humor y plenamente implicado en el ambiente alegre que se vivía. Destaco una frase que pronunció y que a tí y a mí puede servirnos para meditarla muchas veces. "Dios mío, que separa mirar con tus ojos mi vida, que es Tuya".

En Torreciudad, como en todas las ermitas,  se va en busca de paz interior, de encuentro con María para estar más cerca de Dios. También puede irse para respirar aire sano y recrear la vista en plena naturaleza, contemplando un paisaje de gran belleza natural. Pero muchos de estos encuentros con la naturaleza terminan en uno de los cuarenta confesonarios, dispuesto a cambiar el modo de vida. La Virgen modifica planes de vida. A ella también se los cambió Dios. A mejor, claro, como siempre que el Señor se cruza en la vida de cada persona.

Promover la familia y abogar por la defensa frente a los detractores, no es aferrarse a salvaguardar tradiciones,  no es conservar acerbos culturales; menos aún es utilizarla con fines políticos.  La importancia de la familia para un cristiano estriba en el Evangelio. Repasando pasajes podemos descubrir que Dios dio papel fundamental al amor entre un hombre y una mujer, unidos en matrimonio. 

El plan redentor de la humanidad pasaba por una familia, la de Nazaret. Conforme a las costumbres judías, José y María ya estaban desposados. Eran marido y mujer, aunque hasta pasado un año no se unían para llevar vida matrimonial. En Belén de Judá  Dios nace de un matrimonio entre una mujer y  un hombre,; el Niño Dios tiene una madre que le engendra y un padre encargado de velar por su protección y seguridad. Como cualquier familia.  

Parte de la vida del Señor está oculta, es una vida ordinaria. Está sometido a los padres como cualquier niño, joven o adolescente. Al igual que tantos otros hombres jóvenes de su época, aprende la profesión de su padre, le ayuda, va adquiriendo habilidades propias del oficio. Tanta normalidad tuvo la vida de Jesucristo, que sus vecinos y conocidos reprochan que tratándose del hijo del carpintero, conociendo a su madre María, y a sus  hermanos -así se llamaban también a los primos-, sea capaz de impartir en la sinagoga las enseñanzas escuchadas (Mt. 13, 54-58). Sin embargo, ese testimonio de sus descreídos paisanos acredita esa filiación humana con sus padres, Jose y María. Un hijo, un padre y una madre viviendo una sencilla vida familiar.

El primer milagro del Señor no es espectacular, no se hace rodeado de la multitud, parece intrascendente. Se hace a instancias de su madre en una boda. Convierte el agua en vino para mantener la alegría por la celebración del desposorio, en la que los contrayentes están dispuestos a formar una familia, a imitación de la de Nazaret (Jn. 4, 46-54).



En la Cruz, el Redentor está próximo a cumplir el plan de salvación trazado por el Padre. Todavía le quedan palabras, aliento, para dirigirse al apóstol Juan y confiarle el cuidado de su madre, y a su madre el cuidado de Juan, como si se tratara del hermano mayor que quiere dejar todo bien atado ante su inminente ausencia (Jn.19, 25-27).

La Omnipotencia de Dios, Uno y Trino, podría haber establecido otra forma de traer al mundo la reconciliación, el perdón y la paz. Pero lo quiso de este modo. Hasta que el Verbo emprendió la tarea de dar a conocer el mensaje de salvación vivió con unos sencillos padres, en una humilde familia. Un lugar, Nazaret; unos padres, José y María; un hijo, Dios hecho Niño, cuidado, protegido y querido en una familia. 



Es preciso recalcarlo, es necesario airearlo y pregonarlo, porque no hay otra forma de crecimiento interior de la persona en beneficio propio con apertura hacia los demás: La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal (1). 

Sin embargo, los tiempos actuales no son propicios a valorar la aportación fundamental de la familia a la sociedad. Legislaciones permisivas y favorables al divorcio, al aborto, a uniones del mismo sexo, a fomentar una ideología de género, en la que el hombre y la mujer pueden decidir el sexo a adoptar, donde maternidad y profesionalidad no se conjugan para perjuicio de la mujer en el plano afectivo y maternal, restan de los resortes necesarios para garantizar ser lo que ha sido y necesita ser: el pilar básico de la sociedad. 

No podemos ni debemos caer en el error de infravalorar el valor esencial de la familia para el mundo. Necesitamos creer en la importancia fundamental de la familia, porque el futuro de la sociedad y de la civilización pasa por reconocer que la familia es el ámbito, donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a los que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida(2).

Que la Virgen María, Reina de la Familia, nos proteja, nos ayude, y nos lo haga ver.

Os invito a ver este video. Hace veinte años se creó por un grupo de ilusionados hombres una carrera que da comienzo en Tajamar y termina en el santuario de Torreciudad. Se inicia en jueves y termina en sábado. La carrera no se detiene gracias al relevo que se van dando los participantes. El frío, el calor, la lluvia, o el sol son testigos durante tres días de este acontecimiento deportivo a la vez que piadoso. Es una peregrinación llamativa. En el fondo ¿qué es si no la vida en la tierra? Es dejarnos llevar por el Señor, al ritmo que marca, para llegar a los  brazos de su Madre y gozar en la Casa del Padre.





(1) Carta Encíclica Laudato Si´, pág.162. Papa Francisco
(2) Carta Encíclica Centesimus annus (1 de mayo de 1991). San Juan Pablo II