No sé si a algún tomellosero que vive en una gran ciudad
le pasará que de camino a nuestro pueblo siente como una necesidad de
transformación, de limpiarse de una especie de pegajosa capa individualista,
que penetra por los poros de nuestra personalidad con la misma facilidad que el
humo contaminante de las grandes ciudades. Tomelloso, a falta de pantanos,
lagunas o playas para paliar los efectos del verano y contribuir al sosiego del
cuerpo, tiene otra clase de baños para limpiar estas asperezas interiores. Son lo
que llamo baños de amistad.
Las grandes ciudades son propensas a ignorar el cultivo de la amistad, una virtud que va deteriorándose en beneficio
de una tendencia al egocentrismo, al individualismo, a pensar no más allá de
uno mismo, generando situaciones tan chocantes como aquéllas en las que algunos vecinos solamente
saludan en el interior del portal, negando el saludo, o contestando a duras
penas si hacen un denodado esfuerzo, si la coincidencia entre vecinos se hace
fuera del inmueble. Es fácil encontrarse en el metro escenas en las que un
viajero saluda a otro que conoce, cuando no le queda más remedio que acercarse
para abrir la puerta del vagón y bajarse en su parada. Suelen disculparse con frase
tan socorrida como absurda: “¡Ay!, no te había visto”, para justificar no
haberse acercado antes a la persona conocida. La realidad es que sí se ven,
pero puede más ir centrado en los propios asuntos –ya sea leyendo un libro,
jugando o imbuirse en redes sociales con el iphone, o haciendo sudokus- que en
hacer uso de una mínima regla de cortesía entre personas.
Son estas situaciones cotidianas, paradójicas, fiel
reflejo de esa tendencia a ignorar que somos seres sociales, que necesitamos
convivir, comunicarnos en lugar de aislarnos en nosotros mismos. Tendemos a
aislarnos sin más justificaciones verdaderas que la desidia, la pereza, basadas
en un egoísmo que cada vez parece ganar más adeptos.
En Tomelloso no suelen darse estos casos. La amistad es
una cualidad que se cuida más. El vecino es más vecino, el conocido es más
conocido y el amigo es más amigo. Por eso, uno se siente reconfortado con un
baño de amistad cuando quedas con un amigo que ha estado trabajando toda la
semana en el campo mientras yo disfruto de vacaciones, y la única noche que
tiene para descansar comparte mesa con su esposa e hijo y mi familia en una pizzería,
confesando durante la velada que las pizzas no son su plato preferido. Un baño
de amistad es pararte por la calle con otro amigo que te informa que su padre
–otro buen amigo- está gravemente enfermo, y después del intercambio de
teléfonos para conocer la evolución de la enfermedad me llama un par de veces
la semana siguiente para comunicar su estado, cuando normalmente quien debe de
llamar es uno y no el familiar del paciente. Disfrutar de un baño de amistad es
tomar una cerveza con otro buen amigo, después de que tras coincidir en la
calle se compromete a pesar de estar pasando el hombre por momentos delicados.
Podría ampliar con más
detalles otros baños de amistades, como la de un conocido paisano
que una mañana del domingo, mientras va
o viene de hacer deporte se para y me
cuenta la nueva situación política después de las pasadas elecciones
municipales; o esa señora que amigablemente me suministra pan, que a raíz de
ofrecerle en mi anterior viaje una estampa de Ismael de Tomelloso se siente con
la suficiente confianza para preguntarme
si he vuelto para pasar la Feria; o quien tan amigablemente siempre nos dedica
a mi esposa, hijas y a mí unos divertidos minutos cuando le vemos por la calle, intentando
convencer a mis dos hijas que él no es quien es, sino un príncipe encantado que
un conjuro de su peor enemigo lo ha convertido en quien vemos, pero que con un
beso de cualquiera de ellas podría volver a ser el príncipe sin encantamiento; o
ese tocayo que me provee de productos manchegos cada vez que vengo a mi pueblo,
y de paso con su buen don de palabra me habla del negocio y de los avatares que
hay que pasar para consolidarse en el mercado.
Uno vuelve a la ciudad limpio de egoísmos, crispaciones y tensiones, reconfortado de haberse bañado con aguas de afecto y simpatía en mi pueblo. No hace muchos días leía esta frase cuyo contenido de ponerlo en práctica nos convertiría en personas nobles, en su más profundo significado: La apertura a un “tú” capaz de conocer, amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la persona humana (1). En Tomelloso doy fe que hay muchos nobles. Gracias a Dios.
(1) Carta Encíclica Laudato Si´, pág. 93. Papa Francisco.
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