sábado, 8 de septiembre de 2012

La alegría de ser alegres

En el mes de agosto que recientemente hemos dejado atrás, se ha cumplido un año de la celebración de la JMJ en Madrid. Para muchos cristianos la intensidad de esos días vividos entre el 18 y 21 de agosto especialmente, es un recuerdo imborrable; sobre todo para quienes más cerca pudimos vivir ese encuentro de la juventud de todo el mundo con Benedicto XVI. Para agradecer la presencia del Santo Padre en esas fechas, jóvenes de la Archidiócesis de Madrid se trasladaron a Roma para ser recibidos en Audiencia por el Papa el pasado 2 de abril. Y les decía: “Queridos amigos, aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia”.



La alegría era la nota predominante que reinaba entre los peregrinos; una alegría que se transmitía con suma facilidad; una alegría que emocionaba y ensanchaba el corazón independientemente de edades, razas y nacionalidades. Ése fue el don que Dios quiso transmitirnos a través, como recordaba Benedicto XVI a los jóvenes, del Espíritu Santo.

Desde una visión natural, la alegría es consustancial al hombre; todos anhelamos vivir en un estado de plena satisfacción por haber alcanzado un objetivo o estar en situación de obtenerlo. Indefectiblemente, la alegría puede decirse que es vital para el ser humano. Aristóteles lo aconsejaba: “El hombre no puede vivir largo tiempo sin alegría”. No obstante, siempre estamos expuestos a que los contratiempos propios de la vida hagan oscurecer ese estado pleno de ánimo. A veces, incluso, perdemos la alegría por problemas y situaciones ficticias, insignificantes que son acrecentadas por nuestros propios miedos y arrogancias. Podríamos decir que nos sentimos alegres hasta que las circunstancias son propicias. Es una alegría determinada por situaciones externas, por acontecimientos que repercuten en nuestras vidas de manera satisfactoria, dependiendo en gran parte del objetivo perseguido. Podemos alegrarnos por encontrar unos zapatos que llevábamos tiempo buscando; pero más alegría producirá si en la zapatería compramos unas papeletas para un sorteo a Punta Cana para dos personas durante quince días, y somos los agraciados.

Si embargo, hay otra alegría más intrínseca, más profunda que tiene su raíz en el interior de la persona, diríamos que más sobrenatural, porque supera la propia alegría natural que emana del hombre. En esta búsqueda el objetivo ya no es perecedero, material, emocional o incluso sentimental; es ¡trascendental!: Dios. Además, la recompensa no se logra en proporción al esfuerzo personal; el Bien Supremo viene a nosotros para el resto de nuestras vidas, con una particularidad: jamás se diluirá si somos fieles, lo tenemos en esta vida y podemos gozar con Él en el Cielo. Por nuestra parte, basta decir sí a Quien nos busca. La alegría no perece, sino que persiste, ya es una manera de vivir, con un comportamiento que se exterioriza, que se transmite y se contagia. Es entonces cuando podemos decir que somos alegres, exteriorizamos un gozo que nace del interior por haber encontrado un sentido trascendental a nuestra vida, es la paz que se alberga en el alma. El ansía de infinita alegría y felicidad que busca el hombre solamente puede colmarla un Dios Infinito.

Indudablemente que la vida trae sinsabores, decepciones, dolor, sufrimiento, muerte; y que es una realidad que hace que la alegría en estas situaciones se esconda, que surjan dudas sobre si el hombre está hecho para la felicidad o es un ser condenado al sufrimiento. Será entonces cuando pidamos al Señor ahondar más detenidamente en la herencia del Cielo como ayuda para superar las situaciones difíciles, para aumentar la virtud de la esperanza. 

Don Luis Moya, sacerdote tretapléjico a consecuencia de un accidente de tráfico, entendió así el sentido de su tragedia personal: “Gracias a ello veo: creo que un amor inmenso preside mi vida. Y la de todos, aunque muchos no se den cuenta. Por resumir mi problema, diría que soy un multimillonario que ha perdido solo mil pesetas”. 

Para entender el entresijo de nuestras vidas, te propongo imaginarte un tapiz. Es frecuente mirar el reverso y nos fijamos en los hilos, cuerdas y nudos sin sentido alguno; pero si colaboramos con Dios, en la eternidad veremos el anverso de ese mismo tapiz y nos daremos cuenta de la maravillosa obra de arte que Dios hizo con nuestras vidas.

Todavía, por desgracia para ellos, son muchos los que piensan que vivir el cristianismo es renunciar a vivir la vida con plenitud, a estar como taciturnos, temerosos y angustiados de ofender a Dios, carentes de ilusión por disfrutar de todo lo bueno que la sociedad y el progreso ponen a disposición del hombre. Y nada más lejos de la realidad. La JMJ inundó de alegría interior las calles y los hogares de Madrid. Nos dejó muestra de lo que debemos ser los cristianos. Hombres y mujeres alegres, que tenemos que transmitir y contagiar esa alegría a quienes nos rodean. He conocido a cristianos jóvenes y ancianos, sacerdotes y laicos, sanos y enfermos, pudientes y de profesiones humildes, y la sonrisa y buen humor han sido gestos que denotaban una alegría interior notoria. ¿Y sabes por qué? Te contesto con el Libro del Deuteronomio, capítulo 4, versículo 7:”Porque ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos, como está el Señor, nuestro Dios, cuantas veces le invocamos?”. 

Conclusión: si quieres ser feliz busca a Dios; Él te ha encontrado primero y te está esperando. Pero, eso sí, vive la fe con alegría, siéntete tocado por esa frase de Santa Teresa: “Un santo triste es un triste santo”. Porque de lo contrario habrás desaprovechado la mejor herramienta que Dios nos ha dejado para transformar el mundo cada día desde tu circunstancia personal: la virtud de la alegría. San Pablo insistía con esta virtud a los Filipenses: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraros”. (Filip. 4, 1-9) ¿Te apuntas?

No encuentro mejor lugar para cumplir el objetivo que no sea en…



2 comentarios:

  1. Da la impresión de que el párrafo se ha extendido en anchura. Prueba a cambiar el tamaño de la letra o lo que te dice Néstor quita el formato que tengas y dale otro. Es raro la verdad, pero bueno así te he leído. Saludos

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  2. Gracias, Pedro, acabo de leer tu comentario. El problema ya me lo habeis resuelto, nunca mejor dicho. Un Abrazo.

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