Fue
precisamente en una Misa a la que asistí el día de los Fieles Difuntos, donde
escuché decir por el sacerdote celebrante que recibir el Bautismo es como reservar una estancia en el Cielo. Me gustó esta definición,
muy acorde con los tiempos actuales, donde tanto nos gusta prever todo con
antelación. Con el sacramento del Bautismo tendremos siempre la credencial para
pasar al Cielo.
Hace
casi un mes asistí al bautizo de María, hija de Vanesa y Jorge, dos sobrinos
por parte de la familia de mi esposa, a los que dediqué un post en su enlace
matrimonial (La perla del amor: el matrimonio, 24-X-2012). Tuvo el privilegio de bautizarse con agua del río Jordán, el mismo río donde también quiso ser bautizado Jesucristo por Juan El Bautista para “cumplir con toda justicia” (Mt. 3,15).
Me llamó poderosamente la atención el ritual con el que comienza la ceremonia. Los padres y padrinos esperan a la puerta de la iglesia para ser recibidos. El sacerdote o diácono celebrante se dirige a ellos desde dentro de la iglesia para darles la bienvenida, y después de una breve oración les acompaña hasta el interior del templo. La Iglesia nos espera. La Iglesia nos acoge: “Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación (Fausto de Riez, Spir. 1,2). Dios es quien salva; la Iglesia es el cauce. Y así seguirá siendo hasta el final de los tiempos, desde que en el siglo II se empezó esta práctica, tal y como está testimoniado, aunque es muy posible que el bautismo a los niños se viniera haciendo desde el comienzo de la predicación apostólica.
Me llamó poderosamente la atención el ritual con el que comienza la ceremonia. Los padres y padrinos esperan a la puerta de la iglesia para ser recibidos. El sacerdote o diácono celebrante se dirige a ellos desde dentro de la iglesia para darles la bienvenida, y después de una breve oración les acompaña hasta el interior del templo. La Iglesia nos espera. La Iglesia nos acoge: “Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación (Fausto de Riez, Spir. 1,2). Dios es quien salva; la Iglesia es el cauce. Y así seguirá siendo hasta el final de los tiempos, desde que en el siglo II se empezó esta práctica, tal y como está testimoniado, aunque es muy posible que el bautismo a los niños se viniera haciendo desde el comienzo de la predicación apostólica.
Mi más sincera felicitación a María. Enhorabuena a Jorge y Vanesa porque habéis hecho el mejor regalo que se le puede proporcionar a vuestra hija. No es un regalo visible del que podáis presumir como padres, no es una entrega de esfuerzo físico como puede ser tenerla una madrugada entera en brazos hasta dormirla. Cuando la llevéis al pediatra comprobaréis que no habrá crecido ni engordado màs por el sacramento recibido el día 21 de noviembre. Insisto: nada de resultados visibles en María. Pero estar seguros que ese día el Cielo estuvo de fiesta porque el nombre de María, como el vuestro cuando fuisteis bautizados, quedó inscrito con un sello espiritual indeleble. ¿Para siempre? Sí, para siempre. Es un privilegio de Dios con nosotros. Conviene, eso sí, no olvidarse de ella. Con el bautismo el alma se abre a otros sacramentos que nos serán de gran ayuda a lo largo de la vida para que cuando esta acabe llevemos con nosotros la credencial para entrar en la vida eterna.
El 8 de diciembre de 1854, el beato Pio IX definió esta verdad dogmática, mandando construir una columna en dedicación a la Inmaculada en la Plaza de España de Roma. Y es que desde 1644 ya se venía celebrando esta fiesta en todo el territorio que formaba el Imperio Español. Fuimos la primera nación del mundo en defender el dogma de la Inmaculada Concepción. Es Patrona de España.
Comienzo de mes. Ineludiblemente el final de este post pasa por colgar el video del Papa por si quieres conocer su intención universal para diciembre. Puede venirnos muy bien para estas fiestas familiares que están por llegar.
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