El principal enemigo del bienestar físico y psíquico del ser humano es la enfermedad. El progreso y la ciencia, la investigación y el estudio, han conseguido profundos logros para la salud, pero seguimos supeditados a la implacable predisposición a enfermar, si bien hay que decir que se padecen enfermedades actuales contraídas a consecuencia de hábitos contrarios al cuidado de la salud. Se han vencido muchas enfermedades gracias al progreso de las ciencias y, sin embargo, otras aparecen sin que puedan descubrirse tratamientos y terapias que puedan vencerlas. Se ganan batallas, pero la batalla final no llega. El género humano sigue siendo presa fácil de enfermedades.
Repasando
el Nuevo Testamento -más que repasar te invito a leerlo unos minutos al día, y
así me uno a ese santo deseo del Papa Francisco- se aprecia la especial
atención y predilección de nuestro Señor Jesucristo por los enfermos. Cojos,
lisiados, sordos, mudos, ciegos, leprosos, hombres y mujeres arrastrando enfermedades desde
nacimiento le seguían para curarse de sus dolencias. Algunos no hacía falta
que se lo pidieran, bastaba con que el Señor se cruzara con ellos.
También
hoy el hombre recurre a Dios, sobre todo en enfermedades graves que pueden
hacer peligrar seriamente la salud. Es una constante en el ser humano. La
enfermedad desvela la fragilidad de la naturaleza, el recurso a implorar la
salud hilvana la relación del hijo con el Padre, perdida, en muchos casos, por
considerarle prescindible para seguridad de su existencia.
Lo
cierto es que ante un enfermo, bien sea pariente, amigo, conocido o vecino, un
cristiano debe ir en su busca allí donde esté. ¿Con qué medios iremos? El Papa Francisco los precisa: Cómo quisiera que, como
cristianos, fuésemos capaces de estar al lado de los enfermos como Jesús, con
el silencio, con una caricia, con la oración (1). No hace falta más.
Acompañarle, darle consuelo, cogerle una mano, rezar por él y por su familia es
suficiente para vivir esta obra de caridad. Así también estamos cercanos a
Jesús que sufre con cada enfermo, y salimos a su encuentro como la Verónica
para limpiar su rostro, para convertirnos en buen samaritano que se acerca a quien, tal vez sin pedirlo,
necesita compañía y apoyo anímico y espiritual. Hemos de ser, en fin,
portadores del Evangelium Vitae, del
Evangelio de la Vida al que dedicó san Juan Pablo II una Carta Encíclica en 1995.
Podemos
confiar, y mucho, en el personal sanitario que trata y cuida al enfermo
allegado hospitalizado, del anciano impedido en una residencia de ancianos, en
quien se encuentra solo en casa asistido por personas cualificadas, pero Ninguna institución puede de suyo sustituir
el corazón humano, la iniciativa humana, cuando trata de salir al encuentro del
sufrimiento ajeno (2). Hay mucho dolor en el mundo y faltan muchos buenos
samaritanos, que alivien las heridas a veces ocasionadas no tanto por la enfermedad, sino por el
olvido.
Siempre
debemos pedir por el enfermo para sanar. Hay circunstancias en las que
imploramos al Señor cuando es notorio que la medicina no puede hacer más. A
Dios no le importa que en situaciones límite nos acordemos de Él para salvar la
vida de la persona por la que intercedemos, para que se produzca el milagro, la
curación de la dolencia. La oración de petición, aunque no se obtenga el
resultado esperado, siempre es agradable al Padre y es para nuestro beneficio: aceptando su voluntad nos
convertimos en hijos confiados.
Es una agradable coincidencia que este post referido al cuidado y atención por los enfermos sea colgado en la red hoy 4 de septiembre, día en que la Madre Teresa de Calcuta ha sido declarada santa por la Iglesia. Se cumple en ella el axioma de la esperanza: Dios hace a los santos y la Iglesia los declara. El milagro
reconocido para la proclamación solemne de su santidad, se produjo en el año
2008. Un hombre brasileño se encontraba en fase terminal por graves problemas
cerebrales, su mujer rezó a la beata y cuando el cirujano entró en el quirófano
para intervenirlo se lo encontró sentado, asintomático y despierto. El milagro
reconocido para la declaración de beata ocurrió en 1998. Una mujer, Mónica
Besra, curó de un tumor en el abdomen después de que una de las hermanas que la
cuidaba colocara sobre su vientre una estampa de la Virgen María que había
estado sobre la túnica de Madre Teresa.
Si repasáramos el santoral, y buscáramos el proceso de cada uno de los beatos y santos declarados por la Iglesia, reconoceríamos el poder intercesor de los santos y la misericordia de Dios. En la gran mayoría de procesos donde la Iglesia declara solemnemente la santidad de sus hijos para devoción pública y ejemplo a seguir de virtudes cristianas, se encuentra un milagro consistente en la curación científicamente inexplicable de una grave enfermedad.
Si repasáramos el santoral, y buscáramos el proceso de cada uno de los beatos y santos declarados por la Iglesia, reconoceríamos el poder intercesor de los santos y la misericordia de Dios. En la gran mayoría de procesos donde la Iglesia declara solemnemente la santidad de sus hijos para devoción pública y ejemplo a seguir de virtudes cristianas, se encuentra un milagro consistente en la curación científicamente inexplicable de una grave enfermedad.
Rogar
a Dios por la salud, queda claro, es, diríamos, de obligado cumplimiento. Nada
puede objetarse a quien lo hace. ¿Hay algún cristiano que a lo largo de su vida
en ocasiones puntuales no lo haya hecho? Es necesario. Forma parte de esta obra
de misericordia. Y aunque dentro de tu entorno no tengas ningún enfermo de quien ocuparte, reza y pide por los enfermos, por la salud de sus cuerpos y de sus almas.
Sí, de sus almas, porque qué decir del alma del enfermo. ¿Pedimos con tesón por la salud espiritual de aquélla persona
que su vida corre peligro? Nos afanamos
mucho en que el ser querido vuelva a gozar de salud; pero sin olvidar que para
el alma también hay tratamiento, y siempre eficaz: el sacramento de la Unción
de Enfermos. El punto 319 del Compendio de la Iglesia Católica dice: “El
Sacramento de la Unción confiere una gracia particular, que une más íntimamente
al enfermo a la Pasión de Cristo, por su bien y por el de toda la Iglesia,
otorgándole fortaleza, paz, ánimo y también el perdón de los pecados, si el
enfermo no ha podido confesarse. Además, este sacramento concede a veces, si
Dios lo quiere, la recuperación de la salud física. En todo caso, esta Unción
prepara al enfermo para pasar a la Casa del Padre”.
En
los tiempos actuales es triste conocer que muchos hijos se desentienden del
alma de sus padres en la etapa final de la vida. Hay ignorancia, no lo dudo; pero también indiferencia. Hace
años los padres bautizaban a sus hijos, bien por costumbre o por creencia
firme, para abrirles las puertas de la Iglesia; y ahora, en las postrimerías de
la vida, prescinden de un sacramento que les abre las puertas del Cielo.
Siempre que podamos, con prudencia y precisión, aconsejemos la administración
de este sacramento, bien al propio enfermo directamente o a los familiares. El
Señor siempre está dispuesto a derrochar misericordia en el trance final, y la
Virgen María a interceder para la salvación del alma. Nada importa más.
Nada mejor que terminar este post con este tuit del Papa Francisco sobre la flamante santa Madre Teresa de Calcuta: "Imitemos a la Madre Teresa que ha hecho de las obras de misericordia la guia de su vida y el camino a la santidad". El mismo camino que Dios ha trazado para tí y para mí.
(1) Papa Francisco, en el Hospital
Pediátrico Universitario de Prokocim (Cracovia), el 29 de julio de 2016.
(2) San Juan Pablo II, Carta Apostólica Salvifici doloris, 29
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