sábado, 10 de septiembre de 2016

OBRAS DE MISERICORDIA: Visitar a los presos (VI)



Esta mujer que ves en la fotografía que abre este post se llama Asia Bibi, tiene 37 años, casada, madre de cinco hijos y cristiana pakistaní. El 8 de noviembre de 2010 fue condenada a la horca por blasfema contra el profeta Mahoma. ¿Cuáles fueron los hechos que se le imputaron? Asia Bibi trabajaba en el campo hasta que un día se acercó a un pozo a beber agua. Una vecina gritó que esa agua era de las mujeres musulmanas y la estaba contaminando. A consecuencia de la discusión surgió una acusación: ¡blasfemia! Tras recibir una paliza la encarcelaron. Su familia tuvo que abandonar el pueblo donde vivían. Dos hombres, el gobernador de Pendjab, musulmán, y el ministro de las Minorias, cristiano, intentaron ayudarla; los dos, ya no viven, fueron asesinados.

Algunas asociaciones humanitarias han promovido campañas pidiendo clemencia. Su abogado ha presentado diferentes recursos que hasta el momento ha paralizado la ejecución. El Papa Benedicto XVI pidió su libertad. Su marido y sus hijos han tenido audiencia con el Papa Francisco. En 2012 se publicó bajo el título "¡Sacadme de aquí!", un libro denuncia escrito por la periodista Anne Isabelle Mollet. En la segunda semana de octubre se celebrará ante la Corte Suprema de Pakistán la audiencia para revisar el caso. Es un ejemplo de que el drama de Jesús, injustamente hecho prisionero y ajusticiado, sigue vigente en el mundo. Actualmente en varios países muchos hombres y mujeres cumplen condenas por ser cristianos, por no abjurar de la fe, dando testimonio de una fortaleza interior que solo Jesucristo puede otorgarles. Tú y yo no podemos visitarles -hay casos en los que resulta imposible para los propios familiares- pero espiritualmente sí podemos hacerlo, acordándonos todos los días de ellos, pidiendo para que el calvario que padecen termine y sirva para avivar y renovar la fe de la Iglesia, la de todos los cristianos.

También hay hombres y mujeres encarcelados por sus ideas políticas -más de los que nos creemos-, mientras los gobiernos de esos países son mundialmente aceptados y reconocidos por todas las instituciones internacionales. Se manifiestan públicamente, reivindican libertades democráticas, claman contra los derechos conculcados y terminan detenidos, juzgados y encarcelados. No son jóvenes soñadores de utopías irrealizables ni solitarios idealistas; son padres de familia, trabajadores, políticos que anteponen las reivindicaciones a la comodidad de asentir a un sistema que no respeta los derechos fundamentales de las personas. Son los justos que no encuentran justicia, los pacíficos engullidos por quienes no quieren escuchar.

Existen presos llamados comunes, cumpliendo condenas después de ser sentenciados con todas las garantías legales que han cometidos delitos castigados con prisión. No han sido perseguidos por creencias religiosas o ideológicas, son delincuentes a los que vemos justamente castigados por los daños causados en muchos casos, por desgracia, por crímenes contra las personas. Hay acciones criminales tan reprobables que humanamente es difícil ser clementes con sus autores. Pero párate a pensar en el Viernes Santo. Jesús crucificado junto a dos ajusticiados. El delito cometido tenía que ser muy grave -posiblemente ocasionarían la muerte de otras personas- para castigarles con la muerte en la cruz. Dimas, el buen ladrón, reconoce su delito y  pide al Señor que se acuerde de él cuando llegue a su reino. Y Jesús le dice: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (S. Lucas, 23, 39-43). El alma de este ajusticiado, al que muchos conciudadanos romanos o judíos, ¿quién sabe?, podrían razonablemente detestarle, entra en el Cielo el mismo día que entrarían tantas y tantas almas de justos.

Sea el delito que sea, el denominador común entre la población reclusa es el mismo: adolecen de la libertad, que es el mayor don que nos han concedido el Creador. La misericordia también tiene que alcanzar a las prisiones, también a los peores criminales; nadie puede quedar excluido cuando el corazón estalla de dolor como el de Pedro después de renegar de su Maestro. Por eso, el Papa Francisco ha querido que puedan ganarse indulgencias en las capillas de las prisiones y cada vez que atraviesen las puertas de sus celdas. Porque "el jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía, destinadas a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo, han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta" (1).

Te propongo para terminar este post un propósito. Es como un juego. ¿En qué consiste? Haz de víctima. Déjate robar lo más preciado que tienes, el corazón, que es donde albergas sentimientos, proyectos, ilusiones, lo mejor de ti mismo, por un ladrón. Ese ladrón, es Jesucristo. Si le persigues y le descubres cambiarán las tornas: Él te devolverá el corazón a cambio de que se convierta en una celda para no dejarlo escapar. Así se convertirá en reo de tu vida. 


Posiblemente Dios no te pida nunca pasar a un centro penitenciario, pero si quieres visitar a un preso, no tienes más que pasarte por una iglesia y divisar el sagrario. Allí tienes al Prisionero de tu amor. Pídele ser valiente y decidido: pon tu libertad, ese don que Dios te ha regalado, al servicio y entrega del Amor. Serás verdaderamente libre.


(1) Carta del Santo Padre Francisco  con ocasión del jubileo extraordinario de la misericordia. 1 de septiembre de 2015.



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