viernes, 21 de diciembre de 2012

La mula, el buey y una historia real

Estas Navidades ya tienen su dosis de polémica con el tan traído y llevado comentario del Papa Benedicto XVI sobre el buey y la mula en el tradicional Belén navideño. La enjundia se encuentra en la página 77 del libro La Infancia de Jesús, en la que por esta frase “En el Evangelio no se habla en este caso de animales” la polémica está servida; servida por los instigadores que aprovechan cualquier ocasión siempre para arremeter contra la fe católica, la Iglesia y el Papa.
Desde que comenzó en 2005 su pontificado Benedicto XVI me he convertido en un asiduo lector de todas las audiencias que ha ofrecido, de los discursos pronunciados en sus viajes apostólicos, de homilías en diversas festividades litúrgicas;  tengo todas las encíclicas y libros publicados, y no por afán coleccionista, sino porque la talla y figura teológica de Joseph Ratzinger, la profundidad de sus textos,  creo que son necesarios desmenuzarlos para entender mejor la relación de Dios con los hombres. Pues bien, a pesar de lo dicho me veo incapaz -¡pobre de mí que no doy para más!- de discernir que en esta frase Benedicto XVI está dando el mensaje de que el buey y la mula no deben ponerse en los belenes. El Papa no está indicando que deba prescindirse de estos dos tradicionales animales. De hecho, en la Ciudad del Vaticano el Belén tendrá al buey y a la mula.  Benedicto XVI  quiere destacar en el libro lo que los Evangelios canónicos plasman con claridad: ninguno de los cuatro evangelistas hacen mención de que el buey y la mula, o el asno, fueran animales que estuvieran presente en el Nacimiento de Jesucristo. Puedes coger unos evangelios amigo mío, amiga mía, y repasar a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y advertirás que el buey y la mula no se mencionan. De paso, aprovecho para aconsejarte si no lo haces todavía, que no te conformes con confirmar lo declarado por el Papa y dejarlo en su lugar de origen hasta próxima ocasión.  Te invito a  leer diariamente cinco minutos el Nuevo Testamento. Te aseguro que tendrás ocasión de conocer más y mejor la vida de Jesús. Vendrá bien para tu alma y para un mejor conocimiento de quien tanto puede cambiar tu vida, de manera que cuando surjan polémicas de este tipo no te dejarás  arrastrar por los embaucadores de turno.
Surge la pregunta, entonces: ¿y de qué nos viene esta tradición de colocar la mula y el buey en nuestros Belenes? San Francisco de Asís fue crucial. En la Nochebuena de 1209 organizó un Belén viviente en una cueva próxima al castillo de Greccio. Participaron campesinos de la comarca, y en esa iconografía humana no faltó la mula, el buey, el heno… Así daba una sensación de calidez, familiar y hogareña. Muchos artistas han pintado diversas natividades, unos sin las bestias (Leonardo Da Vinci, Zurbarán, El Greco, Murillo, y otros con ellas (Fra Angélico, Rogier Van der Weyden o Tintoretto). En cualquier caso, después de muchos siglos el buey y la mula forman parte de nuestros hogares a la hora de organizar nuestros belenes. Así de sencillo. La imaginación popular y la artística han discurrido para elucubrar con mucha lógica: si la Virgen dio a luz en un pesebre, tendría que haber animales de campo (el buey); y si la Madre de Dios llegó a Belén en un asno, tendría que estar dentro del establo. Los belenistas se encargaron de recoger estas “deducciones” y tallaron junto al resto de figuras las del asno o mula y el buey.
Hecha esta aclaración para lo que pueda aportarte, viene una segunda parte. Sabrás que en lo que respecta a Belenes, a la Sagrada Familia se le llama Misterio. Misterio es aquello que no se puede explicar, comprender o descubrir. No sé a ti, pero siempre me ha resultado un misterio que en estas fechas proliferen en los corazones de las personas, de cualquier edad y condición social un mayor deseo de alegría, de darse más al prójimo. Es como si el corazón se ensanchara para dar cabida a los demás, para tener mejores sentimientos. Para una mayor entrega.
A propósito de esta reflexión te invito a compartir una historia. Nos situamos. Una oficina judicial en la que el trabajo diario consiste en hacer todos los trámites necesarios para que lo que los jueces dictan en las sentencias se lleve a efecto. En esa oficina, una funcionaria simpática y “echá palante” pregunta una mañana si alguien tiene impedimento de que se ponga un Belén. Ninguno de los otros funcionarios objetan nada. Ayudada de otra funcionaria, en unas horas montan –nunca mejor dicho-, el Belén. Al lado del Misterio se deja una canastilla para posibles aguinaldos. Y se decide poner unas “tasas judiciales”. Quien deposite unas monedas se le canta un villancico por todos los funcionarios que se atrevan a formar un coro; si el aguinaldo es o supera el euro se canta el Adeste Fideles en latín. Difícil reto. Aquéllos funcionarios que no lo hacen, respetan y asumen que cuando se produce el donativo hay otros que dejan sus funciones por unos minutos y se dedican a gratificar al generoso, que pueden ser otros funcionarios de distinta oficina, procuradores, abogados, jueces, etc... Los superiores inmediatos de esos funcionarios, respetan que por momentos a lo largo de la mañana pueda perder la seriedad que una oficina judicial debe dar, y se dé paso a un lugar eminentemente navideño. Al principio se piensa que lo recaudado será para comprar unos roscones de Reyes tan propios de estas fechas y comerlos. Todos de acuerdo. Pero surge una idea más solidaria: los donativos recaudados irán destinados a Cáritas. Perfecto. Hay que informar a todos, y se pone en la puerta de la oficina la existencia del Belén y el destino de la recaudación. Otro aspecto más de la historia: quien toma la iniciativa para “captar” a los posibles contribuyentes a esa causa generosa es una funcionaria, la más veterana, atea ella, que presume de que el nombre que lleva no se debe a una advocación mariana, sino a que sus padres quisieron ponerle el mismo nombre que el de una dirigente comunista española de gran protagonismo en los años treinta. Viendo su aptitud unos compañeros le dicen que de atea no tiene nada; otros, más ingeniosos, ya le llaman sor… (y su nombre). Para concluir, imagínate que en una semana se han conseguido unos setenta euros de aguinaldo. Se ha puesto fecha a la iniciativa: 31 de diciembre. Otra característica más de esta historia: cuando los funcionarios se reúnen, se olvidan del mucho trabajo pendiente, de sinsabores,  de rencillas personales, y todos a una (aunque desentonando, claro está) se unen para cantar y recordar un Misterio: el del Nacimiento de Jesucristo.
Bonita historia para ser verdad ¿no? Pues no, no es un cuento. Esta es la historia real de lo que viene ocurriendo en la oficina judicial donde desarrollo mi trabajo. En Navidad todo es posible.
Y ahora te pregunto: ¿verdad que la Navidad encierra un misterio? Y si es así, ¿no será que desde hace más de dos mil años, Dios nos está  queriendo mostrar que el amor es el cauce por el que se encapricha diariamente de nosotros, pero más aún en estas fiestas navideñas, cuando el mundo en sus cinco continentes celebra el Nacimiento de su Hijo?
Piénsale si te apetece. A lo mejor cambias el concepto que has tenido hasta ahora de las Navidades y del sentido de tu vida. Por probar que no quede. No tienes nada que perder. Y sí mucho que ganar.

De todo corazón, te deseo una muy ¡Feliz Navidad!`

Os dejo este villancico con los principales protagonistas de estas fiestas: El Niño Jesús y los niños.

miércoles, 24 de octubre de 2012

La perla del amor: el matrimonio

Este post va dedicado a vosotros, Vanesa y Jorge, que dentro de pocos días vais a contraer matrimonio. El título no me diréis que no es precioso. Sin embargo, con total sinceridad, os anticipo que no se me ha ocurrido a mí, está sacado de un artículo de José Manuel Mañú Noain, profesor navarro. La mayoría de las citas están obtenidas de esas reflexiones, que me han llegado a través del colegio de vuestras primas.
Empiezo recordando una primera fecha: sábado, 25 de febrero de 2012. Primer día de un fin de semana aparentemente intrascendente, uno más en los comienzos de este año. Sin embargo, para vosotros no lo es tanto: anunciáis que os vais a casar. Una grandísima noticia. A mí, novia, ya me das un encargo: tengo que prepararte un discurso para hablar delante de los invitados el día de la boda. Me huele a boda de las modernas, por aquello de dirigirse la novia a la concurrencia; pero no, inmediatamente desaparecen los temores: te vas a casar, os queréis, casar en la Iglesia.  Desde ese momento, la mirada se fija en ti. No te quito ojo de encima. No es para menos. Pero no por el hecho de que os caséis, que ya es significativo en los tiempos que corremos, sino por la alegría desbordante y contagiosa que transmites. Dan ganas de grabarte para colgar el video en You Tube como ejemplo a seguir para las novias casaderas.
Diez meses después, el sábado, 27 de octubre de 2012, cinco de la tarde, en la Parroquia de la Concepción de Nuestra Señora, calle Goya 26, Madrid: ¡os casáis! Cuando tengamos que cambiar la hora en la madrugada del sábado a domingo, ¡ya seréis marido y mujer! ¡Sincronizar bien vuestros relojes, porque empieza una nueva andadura en vuestras vidas! ¡Fenomenal!
Como habéis hecho ya el cursillo prematrimonial no seré yo quien os adoctrine sobre la importancia del matrimonio. ¿Me veis capaz? Claro que no. Pero siempre viene bien reflexionar sobre el sentido del matrimonio, no solamente para quienes estáis en puertas, sino también para los que ya la hemos atravesado. Hay dos definiciones que quiero que conozcáis. La primera, es en base a la Constitución francesa de 1791: “La ley no considera el matrimonio más que como un contrato civil”. Un poco fría resulta la definición ¿no? Suena como a un acuerdo entre dos partes, como un contrato de compra-venta, o como un compromiso de permanencia con una compañía de telefonía móvil. Ésta no creo que os convenza. Y ahora, la segunda: “El matrimonio es una comunión de amor indisoluble”.  Suena mejor ¿verdad? Es más bonita, más comprometida tal vez, por cuanto se refiere a un lazo de amor para siempre. La pronunció el beato Juan Pablo II en su homilía a los esposos el 2 de noviembre de 1982, en Madrid. Uno de vosotros aún no habíais nacido, según mis cuentas, y el otro estaría todavía con los dientes de leche. Yo, estaba con la mili recién terminada.
Por consiguiente, os doy la enhorabuena por darle un sentido cristiano a vuestro enlace. Habéis acertado. Os casáis en la Iglesia, y no por la Iglesia. Porque casarse como suele decirse por la Iglesia supone mencionar el lugar físico en el que se contrae matrimonio, al igual que puede ser un ayuntamiento, un juzgado o un restaurante mínimamente acondicionado para el acto. Pero casarse en, no se refiere únicamente a hacerlo dentro de, sino  ajustándose a unas condiciones en este caso establecidas por Dios a través de la Iglesia. ¿Para qué? Para que seáis felices el resto de vuestras vidas. Sí, digo bien: ¡para el resto de vuestras vidas! Os vais a casar en la presencia de Dios, delante de uno de sus ministros,  porque  queréis uniros para el resto de vuestras vidas,  con plena libertad y teniéndonos por testigos a nosotros, vuestros familiares y amigos para así hacerlo público. ¡Cómo debe ser!
Sabéis que no son tiempos de uniones permanentes, que las parejas prefieren uniones temporales porque desconfían desde el primer momento uno de otro. Con estas premisas difícilmente puede lograrse el objetivo de unidad e indisolubilidad.  Se piensa más en cuando podrá romperse el vínculo que en llegar a mayores unidos por el objetivo que un día se marcaron. ¿Quién no conoce matrimonios que se han roto o que están a punto de hacerlo? Pero os digo con tono tomellosero: ¡no tengáis miedo de perpetuar vuestra relación! Mirar vuestros padres, vuestros hermanos, vuestros tíos. Repasar en las celebraciones familiares cuando nos juntamos los matrimonios que somos, y los hijos que tenemos fruto de ese amor. ¿Sería lo mismo si en lugar de juntarnos seis matrimonios lo hiciéramos seis personas? ¿Verdad que no? ¡Pensar que para la próxima celebración familiar ya seremos siete matrimonios! ¡Qué gozada! ¡Bienvenidos al club los nuevos esposos!
Es cierto que hay momentos de oscuridad, de zozobra, donde aparecen dudas, desánimos; tampoco es nada nuevo lo que os cuento después de cinco años de noviazgo que lleváis. Sin embargo, la fuerza del amor puede más. Para los tibios, los que dan por perdida la batalla de la entrega por el otro, está frase -desconozco quien es el autor- puede escandalizarles; a vosotros, no obstante, os tiene que hacer pensar: Quiéreme más cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite. Ser felices no consiste en no asumir riesgos, sino en querer a personas, en tener un corazón enamorado y entregado al cónyuge. Discusiones, enfados y regañinas, sí; son inevitables; pero que no termine el día sin pedir perdón; de lo contrario puede correrse el riesgo de incurrir en esa advertencia de Gandhi: “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.
 Cuesta encontrar la llave que abre la puerta de la felicidad, y es una pena que la dejemos entreabierta para que se cuele por una rendija el aire sucio y maloliente del egoísmo. Además, ya sabéis que contraer matrimonio en la Iglesia tiene una gran ventaja: puesto que el matrimonio es un Sacramento (signo visible –os recuerdo- instituido por nuestro Señor Jesucristo, que produce la gracia), se hace posible que Dios entre en vuestra vida. Seréis tres. Pero tranquilos, no tendréis que ponerle plato para comer ni cama para dormir. No aumentará el presupuesto en la casa. No os penséis que es como tener una suegra (mala) en casa; al contrario, es una garantía de amor, porque, sencillamente, Él es Amor.
Fiarse de Dios es una elección metafísica, pero hay otra cuestión que vosotros tenéis que aplicar: la cuestión física; es decir, el empeño, la voluntad que empleéis  para el éxito. Porque en el matrimonio también se aplica una ley física como es la del  principio de causalidad (que no casualidad). Siempre hay un efecto provocado por una causa. El argumento más frecuente que se oye a una pareja divorciada es la de que el amor se ha acabado, como si tuviera fecha de caducidad. No, el amor no se acaba, se apaga. En la medida que se piensa más en el yo que en el tú la llama va siendo más tenue, hasta extinguirse. ¿Solución? Probar con el coche a no reponer gasolina –la incomunicación es el chivato que se enciende en el matrimonio para advertir que el combustible del cariño está bajo mínimos-; o dejar de comer día sí y día también y sabréis lo que es la inanición. Hasta una minúscula flor no se ve en el campo por casualidad, necesita del sol, la lluvia y el oxígeno para mantenerse aparente sobre la tierra. Pues en el amor, pasa lo mismo. Si no se cuida, si no se mima, si no se está pendiente de llenar el depósito (y esta labor para que fructifique atañe a los dos) se asfixia; pero no por casualidad o porque el destino lo quiera así; sino por la indiferencia. ¿Consecuencia? Que a los tres meses de contraer matrimonio, legalmente ya se puede solicitar la demanda de separación y, por consiguiente, divorcio a la vista. En vuestro caso, que sois una pareja de grandes objetivos, tenéis que tener bien grabada esta frase de San Agustín: “La medida del amor es amar sin medida”. ¡Hala, manos a la obra! ¡Sin complejos! Y si os tachan de inconsecuentes, vosotros a lo vuestro, haciendo caso a Jacinto Benavente, que comentaba: “El amor lo pintan ciego y con alas; ciego para no ver los obstáculos y con alas para salvarlos”.
Y un último consejo: tener hijos. Si de unos padres altos, nacen hijos altos; de unos padres rubios, nacen hijos rubios; de unos padres guapos, nacen hijos guapos (no hay nada más que mirar a mis hijas, aunque en este caso lo único que he aportado por mi parte es el apellido; la belleza e inteligencia corre a cargo de la contribución a gran escala de vuestra tía); de unos padres simpáticos y sonrientes como vosotros, nacerán hijos simpáticos y sonrientes. El mundo necesita hombres y mujeres sonrientes. Y vosotros tenéis la semilla para aportar alegría al mundo. Hace unos días leía una frase que me llamó la atención. Es ésta: “una sonrisa significa mucho; enriquece a quien la recibe sin empobrecer a quien la ofrece”. Además, los hijos favorecen que si en algún recoveco de vuestros corazones habita cierta dosis de egoísmo desparezca aumentando el afán de servicio.
Finalmente, la tercera fecha: 5 de marzo de 2010. Recuerdas, Vanesa, que te entregué la estampa de un paisano amigo, Ismael de Tomelloso, para que te encomendarás a él. No hace falta recordar el momento y el lugar. Sé que  te hiciste amigo suyo. Él también era alegre y divertido. El día de vuestra boda será buen momento para agradecer –por mi parte así pienso hacerlo-, poder disfrutar de esta señalada fecha junto a tus familiares y a los de Jorge, especialmente los que han pasado por muy serios problemas de salud. Esa frase de que hay que tener amigos hasta en el infierno es tan absurda como temeraria.  Los amigos hay que tenerlos en el Cielo. Ellos son los que verdaderamente interceden por nuestro bien.
Y un último apunte: podéis entrar en el post de septiembre de 2011, por si queréis conocer más impresiones mías sobre el matrimonio.
Espero que me deis las gracias por esta entrada dedicada a vosotros. Ya veis que me la he currado de lo lindo con tanta cita. Bromas aparte: si en cada entrada pongo el mayor empeño por intentar calar en el corazón de algún internauta, en esta, por supuesto, que el afán es mayor. ¡Os lo merecéis!
¡Ah, claro!... el video, que creo que muy apropiado.

sábado, 13 de octubre de 2012

Me duele España

El título que da entrada a este post se corresponde al comienzo de una famosa frase que pronunció el gran literato don Miguel de Unamuno (1864-1936); intelectual preocupado por las inestables situaciones socio-políticas que se produjeron en España en el convulso periodo de tiempo que le tocó vivir. La frase completa es ésta: “Me duele España; ¡soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo!”. Mi identificación con esta frase es plena, a excepción del último punto y coma: sustituiría español por cristiano. La rectificación no es por desdecir al inquieto don Miguel, sino por priorizar. Lo entiendes ¿no?
Hecha esta puntualización, surge una pregunta para razonar el sentido de esta entrada: ¿puede un cristiano vivir al margen de los problemas que acechan en su territorio nacional? Sin entrar en consideraciones partidistas, la respuesta es no. Por tanto, como cristiano español estoy en condiciones de repetir la frase de don Miguel de Unamuno: ¡me duele España!
Un repaso al panorama político, social y económico da cumplida muestra: un gobierno autónomo, el catalán, dispuesto a independizar a toda una región del resto de España; las medidas del gobierno de la Nación a pesar de esquilmar la economía de millones de españoles no dan el resultado esperado; resoluciones judiciales ponen en libertad a terroristas sin cumplir con la legalidad vigente y aprovechan para acusar a la clase política de estar en “convenida decadencia”; según la Organización Internacional del Trabajo, España es el líder en cuanto a paro mundial se refiere; desde una red social se incitó para ocupar el Congreso de Diputados el pasado día 25 de septiembre “…para conseguir la disolución de las Cortes y la apertura de un proceso constituyente para la redacción de una nueva Constitución, esta vez sí, la de un estado democrático”; y según el Instituto de Política Familiar, en el último año se han producido más de 113.000 abortos, bajo el supuesto de riesgo psicológico o físico de la madre, en el 96,8% de los casos.
Recurro a ti, amigo, amiga, de Estados Unidos, de México, de Alemanía, Argentina o Perú –por hacer mención de vuestra nacionalidad a algunos de los que os habéis asomado a este blog- para preguntaros: ¿os avergonzáis, o sabéis de compatriotas vuestros que sean mal mirados por llevar a la vista una bandera de vuestra nación? ¿conocéis alguna región de vuestros países en los que la autoridad política  multe por roturar en sus tiendas el idioma propio junto con la lengua autóctona? ¿sabéis de familias que tengan problemas para que a sus hijos los profesores puedan impartirles las clases en castellano a pesar de que un Alto Tribunal haya dictaminado la obligación de dar cumplimiento a la Constitución? ¿Qué os enorgullece más, amigos, amigas, de Rusia, Colombia o Chile, que a la hora de mencionar vuestra nación se le llame entre vuestros compatriotas “este país” o aludan directamente al nombre de la nación en la que habéis nacido?
No te sorprendas, es una lamentable realidad: hechos así, ocurren en España. ¿Dónde quedan esas gestas de nuestros antepasados en Sagunto contra los cartagineses, los hombres de Numancia contra los romanos, la batalla de las Navas de Tolosa (de la cual se cumplen ochocientos años) derrotando al invasor musulmán, las empresas en Europa y América, la sublevación de un puñado de españoles en Móstoles para combatir y expulsar a las tropas napoleónicas?... Y ¿sabes dónde se encuentra la diferencia? En la falta de ideales, en la ausencia de objetivos comunes, de metas ilusionantes. Éste es uno de los grandes males de España, extensibles, eso sí, al resto del mundo. Más bien cada cual estamos dispuestos a construir una torre de Babel para alcanzar con su cúspide el cielo; pero no para estar más cerca de Dios, sino para hacernos dioses enormemente egoístas y deseosos de vanagloriarnos en nuestras propias complacencias. No importa derribar los resortes que han emergido y sostenido una civilización milenaria si es menester para afirmarnos en intenciones partidistas y sectarias. Mientras utilicemos la ignorancia y buena fe de muchas personas, y las cifras avalen un determinado poder de convocatoria es suficiente argumento para justificar nuestras intenciones, por desaforadas, ilegítimas o inmorales que sean.
Por segunda vez estoy leyendo “In silentio…”, la biografía de mi paisano Ismael de Tomelloso. Y una salvedad: te confieso con una gran satisfacción producto de mis raíces tomelloseras, que de todos los posts publicados en este que es tu blog, el segundo más visitado es el que publiqué el 19/7/2011 refiriéndome a mi paisano. Sigo: los sucesos trágicos y despiadados previos a la guerra civil, la experiencia en el frente, el asesinato de personas conocidas y queridas, especialmente, el consiliario de Acción Católica en Tomelloso, don Bernabé Huertas, le hicieron sufrir mucho, incluso tuvo que esconderse para no ser detenido por los milicianos; pero un sufrimiento callado, edificante, sin sentido revanchista y desesperado, de hondo calado sobrenatural. En los últimos días de su vida, prisionero y enfermo aceptó el sufrimiento “porque quería sufrir –son palabras suyas- por Dios, por las almas y por España”. No era un soñador ni un romántico empedernido; era un joven cristiano, alegre y generoso, que lejos de desesperar, de albergar odio en su corazón,  quiso entregar su vida siendo hecho prisionero por el ejército vencedor.
Dios, almas, España. ¿No  te parecen valores por los que levantarse cada día con el afán de mejorar el entorno en el que vivimos? No puede quererse aquello en lo que no se cree. Es así. Si nos consideramos apátrida de una ciudad eterna, difícilmente podemos considerar que somos hijos de un país (España), que nos ha aportado poder vivir en una tierra, dentro de una familia, formando parte de una ciudad o municipio, por la que muchos compatriotas entregaron sus vidas.  
Debemos sentirnos, sí, ciudadanos del mundo, miembros de un continente europeo, pero poseedores de un idioma, una cultura, una idiosincrasia que solamente adquirimos por ser españoles, por haber nacido en España. Y si queremos edificar en un mismo proyecto, con elementos comunes que nos identifiquen unos de otros,  pero que a la vez esa variedad nos enriquezca a todos, tenemos que hacerlo considerando que somos unos modestos albañilitos dirigidos por un arquitecto universal: Dios. Tu Padre, el mío.
Y un consejo: si sientes el anhelo, el deseo ardiente de llamar patria cada vez que te acuerdes o hables de España, no te cortes, ni te acomplejes porque puedan llamarte lo que tú y yo sabemos qué nos pueden llamar; el art. 2 de la Constitución, que parte de la clase política quieren cargarse con el eufemismo de reformarlo, dice así: "La Constitución se fundamente en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…”
¡Y nada de pesimismos! No incurramos en ese tizne pesimista que rodeó a la Generación del 98 de la que formaba parte don Miguel de Unamuno, en torno al desastre de 1898. ¿Vamos a ser pesimistas en la fiesta de la Virgen del Pilar, que se presentó a Santiago cuando más abatido estaba en tierras gallegas para alentar su ánimo apostólico? De ninguna manera; para los españoles María tiene que ser el pilar de nuestra esperanza. Una España con hondas raíces marianas no puede dejarse arrastrar por el desánimo. Máxime teniendo por delante todo un reciente Año de la Fe proclamado por Benedicto XVI ayer mismo.
Y como es el día de la Hispanidad, concluyo con esta frase que dirijo especialmente a los Hugos, Evos, Castros y Cristinas que proliferan por el continente iberoamericano, que escribió un escritor ecuatoriano, liberal y anticlerical –todo hay que decirlo-, llamado Juan Montalvo (1832-1889): “España, España. Lo que hay de puro en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos”.

martes, 25 de septiembre de 2012

Benedicto XVI en el Líbano

Benedicto XVI ha concluido el viaje a Líbano después de entregar la Exhortación Postsinodal ( documento final) del Sínodo de Obispos para Oriente Medio celebrado en 2010. Líbano, por otro lado, es un país ejemplar por lo que se refiere a convivencia entre distintas religiones. El cargo de Presidente de la República es siempre ocupado por Ley por un cristiano maronita, el de Primer Ministro por un suní y el de Presidente del Senado por un chiita; de este modo ninguna minoría queda excluida de puestos claves en la estructura del Estado.
Este viaje apostólico a una región enormemente conflictiva,  ha coincidido con la explosión de violencia que se ha desencadenado a consecuencia de la exhibición del video norteamericano y la publicación en una revista francesa de caricaturas al profeta Mahoma. Una mecha más en el polvorín imperecedero de Oriente.
Los cristianos tenemos superadas las provocaciones tendenciosas y deleznables desde hace veintiún siglos. Jesucristo fue despreciado incluso en la Cruz por quienes no entendieron o se negaron a entender que era el Hijo de Dios. Y prueba histórica de la continuación de los ultrajes entre sus seguidores, desde  finales del siglo II d.C. ya se conocía un grafito en las cercanías del palacio de Nerón en la que un cristiano llamado Alexámeno (que debía ser un alumno de la escuela de pajes al que sus compañeros paganos hacían burlas por ser cristiano) adora a un crucificado con cabeza de burro, y debajo de la imagen está escrito “Alexámeno  adora a su Dios”.
El papa Benedicto XVI no ha sido ajeno a los oprobios y agravios, como pontífice y antes como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Recordemos que el pasado año en España, un día antes de su llegada a Madrid, se autorizó  una marcha laica sin más fin como se vio por su manifiesto, frases, parodias y final en la Puerta del Sol, que denostar a la Iglesia a través del Romano Pontífice y provocar y amedrentar a los jóvenes peregrinos. Los pregoneros de la igualdad y justicia social aprovechan así que surje la  ocasión para  arremeter contra Benedicto XVI  por su nivel de ostentación en los atuendos -dicen- señalándole a él y a la Iglesia como culpables de la pobreza que se padece en el mundo.  Sin embargo, sabemos que las injurias, mentiras, persecuciones, maldades y odios recibidos por causa de Jesucristo, serán recompensadas en el Cielo. Así lo enseña el Señor a sus discípulos en una de las Bienaventuranzas (Mt. 5, 1-12 y Lc, 20-26). Por tanto, no corresponde a los cristianos levantarse cada mañana en busca del ofensor para hacer justicia humana: tenemos quien le juzgue.
Lo cierto y verdad es que mientras estas vacaciones muchos turistas habrán desechado la idea de viajar a Tierra Santa y  conocer los países árabes por el clima de inseguridad que se vive, Benedicto XVI ha acometido un problemático viaje para hacer entrega de un documento que bien podría haber sido facilitado por su Secretario de Estado o por un legado pontificio. Pero no: ha estado en Líbano. A ti y a mí puede servirnos de acicate su ejemplar sentido del deber. Tú y yo no me dirás que incurrimos en más de lo debido en una pereza que nos ata a una comodidad bien sujeta a nuestro propio ego; sobre todo en aquéllos deberes que más nos cuesta emprender. Pues el Papa, ahí lo tienes, con ochenta y cinco años, cumpliendo con el deber en un país en el que pocos representantes y autoridades de Estados hubieran decidido personarse en estas determinadas fechas.
Si tuviera que destacar una frase de las pronunciadas en los tres días que ha visitado Libano sería esta: “Vengo a Medio Oriente como peregrino de paz, amigo de Dios y de los hombres”.
Amistad, una palabra que suena mucho ¿verdad? Los niños desde la infancia ya establecen sus primeras amistades. Los matrimonios, se forjan primeramente con una sincera amistad antes de formalizar su relación.  Se dice que los padres tienen que hacerse amigos de los hijos para que éstos confíen en ellos. Poetas y cantantes han escrito y compuesto para alabar la amistad. Una persona sola, sin alguien en quien pensar y por quien vivir, es presa fácil de tristezas y peligrosas patologías. Hacer amigos forma parte de la vida de hombres y mujeres por nuestra condición de sociabilidad que llevamos implícita. Y si no, que se lo pregunten a Fernando Alonso que ha llegado  al millón de agregados en su twitter. El deseo del cantante brasileño Roberto Carlos lo ha hecho realidad (¿te acuerdas de la canción?: Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar…)  gracias a la popularidad del protagonista y a las redes sociales.
Pero la amistad que propugna el Papa es otra. Benedicto XVI no ha hablado para contentar sino para convertir. ¿Convertir? Sí, convertir; convertir la convivencia humana en amistad con Dios y entre los hombres. La historia está llena de apretones de manos entre contendientes, de sonrisas delante de unas cámaras de televisión, de firmas en documentos refrendando acuerdos alcanzados entre las partes. Pero… ¿con qué resultados? Porque por mucho que se intente -y buscar la paz siempre es una loable empresa- si no tenemos a Dios por amigo es muy difícil, extremadamente complicado, que la amistad predomine entre los hombres, que perdure. Benedicto XVI humildemente se ha tildado de peregrino de la paz en una región azotada por las guerras, odios y divisiones; pero esa peregrinación no la hace en nombre de Dios, sino con Dios. Así es como se forja la verdadera amistad.
Si mañana de buenas a primeras alguien al salir de casa me parara y me dijera: Oye, tu que eres cristiano, convénceme para profesar tu religión, le daría un Nuevo Testamento para que leyera el capítulo 15, versículos 13 al 15 del evangelio de San Juan. El Señor habla de dar la vida por sus amigos, no les llama siervos, seguidores, simpatizantes. No. Les llama amigos. Y cumple la promesa: entrega su vida por ellos, por ti y por mí, por todos los hombres y mujeres, los que hemos nacido y los que no lo han podido hacer. Tenemos los cristianos un Dios cercano, que se hace amigo de los hombres para que los hombres nos hagamos amigos de Dios. ¿Alguien da más?
Por eso, los cristianos tenemos que esforzarnos por pulir de egoísmos el sentido de la amistad. La verdadera amistad es entrega desinteresada, de alegrías y tristezas compartidas. Las palabras de Benedicto XVI tienen que conducirnos al ejemplo de Jesucristo, que hizo la mayor entrega de uno mismo por los demás. ¿Tú y yo qué estamos dispuestos a entregar?
En estos tiempos que todo lo supeditamos a la temporalidad, no hay apuesta más segura que tener un amigo para siempre… Sí, ese mismo: se llama Jesús, y dice ser Dios. ¿No tienes inquietud por conocerle?


sábado, 8 de septiembre de 2012

La alegría de ser alegres

En el mes de agosto que recientemente hemos dejado atrás, se ha cumplido un año de la celebración de la JMJ en Madrid. Para muchos cristianos la intensidad de esos días vividos entre el 18 y 21 de agosto especialmente, es un recuerdo imborrable; sobre todo para quienes más cerca pudimos vivir ese encuentro de la juventud de todo el mundo con Benedicto XVI. Para agradecer la presencia del Santo Padre en esas fechas, jóvenes de la Archidiócesis de Madrid se trasladaron a Roma para ser recibidos en Audiencia por el Papa el pasado 2 de abril. Y les decía: “Queridos amigos, aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia”.



La alegría era la nota predominante que reinaba entre los peregrinos; una alegría que se transmitía con suma facilidad; una alegría que emocionaba y ensanchaba el corazón independientemente de edades, razas y nacionalidades. Ése fue el don que Dios quiso transmitirnos a través, como recordaba Benedicto XVI a los jóvenes, del Espíritu Santo.

Desde una visión natural, la alegría es consustancial al hombre; todos anhelamos vivir en un estado de plena satisfacción por haber alcanzado un objetivo o estar en situación de obtenerlo. Indefectiblemente, la alegría puede decirse que es vital para el ser humano. Aristóteles lo aconsejaba: “El hombre no puede vivir largo tiempo sin alegría”. No obstante, siempre estamos expuestos a que los contratiempos propios de la vida hagan oscurecer ese estado pleno de ánimo. A veces, incluso, perdemos la alegría por problemas y situaciones ficticias, insignificantes que son acrecentadas por nuestros propios miedos y arrogancias. Podríamos decir que nos sentimos alegres hasta que las circunstancias son propicias. Es una alegría determinada por situaciones externas, por acontecimientos que repercuten en nuestras vidas de manera satisfactoria, dependiendo en gran parte del objetivo perseguido. Podemos alegrarnos por encontrar unos zapatos que llevábamos tiempo buscando; pero más alegría producirá si en la zapatería compramos unas papeletas para un sorteo a Punta Cana para dos personas durante quince días, y somos los agraciados.

Si embargo, hay otra alegría más intrínseca, más profunda que tiene su raíz en el interior de la persona, diríamos que más sobrenatural, porque supera la propia alegría natural que emana del hombre. En esta búsqueda el objetivo ya no es perecedero, material, emocional o incluso sentimental; es ¡trascendental!: Dios. Además, la recompensa no se logra en proporción al esfuerzo personal; el Bien Supremo viene a nosotros para el resto de nuestras vidas, con una particularidad: jamás se diluirá si somos fieles, lo tenemos en esta vida y podemos gozar con Él en el Cielo. Por nuestra parte, basta decir sí a Quien nos busca. La alegría no perece, sino que persiste, ya es una manera de vivir, con un comportamiento que se exterioriza, que se transmite y se contagia. Es entonces cuando podemos decir que somos alegres, exteriorizamos un gozo que nace del interior por haber encontrado un sentido trascendental a nuestra vida, es la paz que se alberga en el alma. El ansía de infinita alegría y felicidad que busca el hombre solamente puede colmarla un Dios Infinito.

Indudablemente que la vida trae sinsabores, decepciones, dolor, sufrimiento, muerte; y que es una realidad que hace que la alegría en estas situaciones se esconda, que surjan dudas sobre si el hombre está hecho para la felicidad o es un ser condenado al sufrimiento. Será entonces cuando pidamos al Señor ahondar más detenidamente en la herencia del Cielo como ayuda para superar las situaciones difíciles, para aumentar la virtud de la esperanza. 

Don Luis Moya, sacerdote tretapléjico a consecuencia de un accidente de tráfico, entendió así el sentido de su tragedia personal: “Gracias a ello veo: creo que un amor inmenso preside mi vida. Y la de todos, aunque muchos no se den cuenta. Por resumir mi problema, diría que soy un multimillonario que ha perdido solo mil pesetas”. 

Para entender el entresijo de nuestras vidas, te propongo imaginarte un tapiz. Es frecuente mirar el reverso y nos fijamos en los hilos, cuerdas y nudos sin sentido alguno; pero si colaboramos con Dios, en la eternidad veremos el anverso de ese mismo tapiz y nos daremos cuenta de la maravillosa obra de arte que Dios hizo con nuestras vidas.

Todavía, por desgracia para ellos, son muchos los que piensan que vivir el cristianismo es renunciar a vivir la vida con plenitud, a estar como taciturnos, temerosos y angustiados de ofender a Dios, carentes de ilusión por disfrutar de todo lo bueno que la sociedad y el progreso ponen a disposición del hombre. Y nada más lejos de la realidad. La JMJ inundó de alegría interior las calles y los hogares de Madrid. Nos dejó muestra de lo que debemos ser los cristianos. Hombres y mujeres alegres, que tenemos que transmitir y contagiar esa alegría a quienes nos rodean. He conocido a cristianos jóvenes y ancianos, sacerdotes y laicos, sanos y enfermos, pudientes y de profesiones humildes, y la sonrisa y buen humor han sido gestos que denotaban una alegría interior notoria. ¿Y sabes por qué? Te contesto con el Libro del Deuteronomio, capítulo 4, versículo 7:”Porque ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos, como está el Señor, nuestro Dios, cuantas veces le invocamos?”. 

Conclusión: si quieres ser feliz busca a Dios; Él te ha encontrado primero y te está esperando. Pero, eso sí, vive la fe con alegría, siéntete tocado por esa frase de Santa Teresa: “Un santo triste es un triste santo”. Porque de lo contrario habrás desaprovechado la mejor herramienta que Dios nos ha dejado para transformar el mundo cada día desde tu circunstancia personal: la virtud de la alegría. San Pablo insistía con esta virtud a los Filipenses: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraros”. (Filip. 4, 1-9) ¿Te apuntas?

No encuentro mejor lugar para cumplir el objetivo que no sea en…



martes, 14 de agosto de 2012

Sacerdotes, ¡los necesitamos!

Durante el pasado mes de julio de una manera u otra he tenido presente especialmente a algunos sacerdotes. Sin entrar a valorar comportamientos y aptitudes – que de todo hay en la viña del Señor-, me quedo con una petición y un encuentro personal. La petición correspondió a un sacerdote de una parroquia cercana a mi casa, que el 14 de julio cumplió 55 años desde su ordenación sacerdotal. El sábado anterior, de manera tímida y sonriente al terminar la celebración eucarística me pidió que donde me encontrara el sábado siguiente me acordara de él en mis oraciones. Así lo hizo con otros feligreses de la parroquia en la que tan divinamente está al frente. Ese sábado, día 14, asistí a la Santa Misa que celebró, y lleno de alegría recordaba en la homilía el día que dijo sí al Señor y sus estancias en distintos destinos como sacerdote. Me hizo pensar: debía ser yo quien le pidiera tenerme presente en su trato con Dios; y a mí, humildemente, ¡un hombre de casi ochenta años con más de medio siglo de entrega ministerial me pide que rece por él! Humildad se llama esta gran virtud.
El día 20 de julio, después de más de 20 años sin encontrarnos,  en nuestro pueblo, Tomelloso, pude volver a ver y abrazar a un antiguo compañero de colegio, sacerdote desde hace ocho años. Gracias a una conversación en un bar que tuvimos un domingo a la salida de Misa en nuestra parroquia, mi vida espiritual empezó a tomar rumbo desde nuestra época veinteañera. El tiempo que estuvimos juntos fue corto; al fin y al cabo había venido para pasar unas horas con su familia. Él sabe el día en que quiero volver a verle en Madrid, en una iglesia y delante de unos novios particularmente entrañables. Es un momento que anhelo. Cuando subí a su coche me fijé en una estampa descolorida que llevaba en lugar discreto pero visible. Era de nuestro paisano el Siervo de Dios Ismael de Tomelloso. De no haber muerto a la edad de veintiún años hubiera querido ser sacerdote. Para el ejercicio de su ministerio se encomienda mi buen amigo a nuestro paisano que está en el Cielo. Ismael ofreció su vida prisionero desde una cama de un hospital; mi buen amigo ofrece al Señor su vida como sacerdote desde una capellanía en un colegio de Jaén. Todo para gloria de Dios.
Desde 1929 los sacerdotes tienen a un Patrono universal al que encomendarse para sus tareas ministeriales: San Juan María Bautista Vianney,  conocido por el Santo Cura de Ars. El Papa Pio XI canonizó y declaró Patrono universal del clero a un hombre al que por su escasa ciencia le costó Dios y ayuda –nunca mejor dicho- ser ordenado sacerdote. Fue destinado a una pequeña población francesa de unos 320 habitantes, Ars, dominada por la ignorancia religiosa, las tabernas y los bailes. El Vicario general de la diócesis ya le anticipó la labor a realizar: “No hay mucho amor de Dios en esta parroquia;  usted procurará introducirlo”. Pues, bien, desde 1827 a 1859 la iglesia de la humilde aldea francesa no estuvo un momento vacía; a Ars llegaban multitudes para confesarse con el reverendo Vianney. Destacó por el ardiente deseo de acercar almas a Dios, por el espíritu de mortificación y de oración, y, sobre todo, por su infatigable dedicación a administrar el Sacramento de la Penitencia. A un abogado de Lyon que peregrinó a Ars le preguntaron qué había visto allí. Y contestó: “He visto a Dios en un hombre”. Desde el mismo día de su ordenación el Santo Cura se consideró un vaso sagrado destinado al ministerio divino. Desde muy joven se lo decía a su madre: “Si fuese sacerdote, querría ganar muchas almas”. Y hablando de la sublime dignidad del sacerdocio expresaba sus emociones: “¡Oh, el sacerdote es algo grande! No, no se sabrá lo que es, sino en el Cielo. Si lo entendiéramos en la tierra, moriría uno, no de espanto, sino de amor”.
Los sacerdotes están para acercar almas a Dios, son los mediadores entre Dios y los hombres. El Señor quiso perpetuar el sacrificio de la Cruz en cada una de las Misas que se celebran desde que se instituyó la Eucaristía en la Última Cena. Al igual que eligió a una mujer,  la Virgen Santísima, para encarnarse de nuestra propia condición humana, necesita de hombres elegidos por Él para quedarse entre nosotros, para ser alimento de nuestras almas. Jesucristo, por haber adquirido la naturaleza humana sabe que, como personas, es recibido en vasos de barro frágiles, quebradizos y a veces muy sucios. Los sacerdotes, como tú y como yo, también están condicionados por las miserias humanas, y cuanta menos vida de piedad vivan más fácilmente puede perderse el significado para el que son llamados. Pero aún así, si el Señor se sirve de la pobre condición humana para estar con nosotros, en nosotros, no hay más alternativa para los católicos: tenemos que ser un apoyo del que Dios se sirva para ayudarles a ser mejores. Tienen el enorme mérito de haber dejado casas, familias, estudios, novias, profesiones… para convertirse en presbíteros. Si desaparecieran, si negaran la llamada de  Cristo, no podría habitar entre los hombres, no podría regalarnos tantas gracias como nos concede en los sacramentos; las iglesias, sin poder celebrarse Misas no pasarían de ser edificios para visitas turísticas; las almas se debilitarían y morirían por falta de vida espiritual. Sin sacerdotes, Dios no podría seguir derrochando su infinito amor por ti y por mí.
No sé amiga mía, amigo mío, que posicionamiento tendrás con los sacerdotes. Creo yo que hay dos: o comprender que son humanos, aceptando que pueden caer y entender la difícil y privilegiada misión que Dios les ha conferido, pero que la Iglesia los necesita, ¡Dios mismo los necesita!, o unirte a esa corriente de crítica y de aniquilamiento moral promovida por aquéllos, precisamente, que menos tienen que ver con la Iglesia por no sentirse miembros de ella, con la inestimable colaboración de aquéllos católicos inconsecuentes con la trascendencia que para la Iglesia tienen los sacerdotes. Si eres de los primeros, practica aquel consejo que le dio un joven y simpático sacerdote a una parroquiana después de que ésta protestara vehementemente por abrir la iglesia tarde: “La culpa –le dijo este buen sacerdote, con tono enérgico pero sonriente- la tiene usted por rezar poco; si rezara más habría más sacerdotes y no me encontraría yo solo en esta parroquia”. El buen curita, llegaba con la hora ajustada después de haber estado asistiendo a unos chavales de la parroquia en unos campamentos. Llegó sofocado, con mochila al hombro y deportivas, con su pantalón y camisa gris y su alzacuellos, pero en disposición de poner su voz y sus manos para que Jesucristo pudiera ser recibido por la señora un día más.
Recemos por nuestros curas, sepamos comprender por el bien de ellos y de la Iglesia los errores en que puedan incurrir, que sientan el respeto y el cariño que se merecen; convenzámonos que son muchos más los que quieren ganar almas al Cielo que los que cuartean su vocación dejando el ejercicio de su ministerio a su mínima expresión. Nosotros necesitamos de ellos para que el inmenso Amor de Dios siga siendo introducido en el mundo.
Este video te ayudará. No, no son actores, son sacerdotes que transmiten alegría a la Iglesia, al mundo, a los corazones de todos aquéllos que se dejen.

martes, 17 de julio de 2012

Eurocopa 2012, no hay dos sin tres

Pido de antemano disculpas a los que os acerquéis a este blog y os encontréis con que un españolito está haciendo un post presumiendo de su selección de fútbol. Para todos los aficionados a este deporte, julio nos deja el sabroso recuerdo de la victoria de España en la Eurocopa,  dando a Europa y al mundo un verdadero espectáculo futbolístico, difícilmente de presenciar en un deporte donde prima, por desgracia, la eficacia a la belleza, el éxito a la constancia, la extravagancia a la sencillez. Además, este sufrido pueblo español ha disfrutado en un par de semanas de unión e ilusión; los medios de comunicación han priorizado la información apoyando a la selección, gentes de diversas generaciones han exhibido por la calle la camiseta roja de nuestra selección;  las ventanas y balcones han sido engalanadas con la bandera nacional. Los graves problemas de una nación parecían no existir disfrutando con un equipo que ha respondido a las expectativas originadas. España vuelve a obtener un nuevo título europeo. Tenemos la mejor selección de fútbol del mundo.
Pero más importante para mí es que nuestros representantes han demostrado también virtudes humanas. Terminada la final, me llamó poderosamente la atención contemplar los niños que estaban en el césped con la camiseta de la selección: eran los hijos de algunos jugadores; en brazos o de la mano, dependiendo la edad,  participando de esa alegría que se contagia con tanta facilidad. Otro de nuestros jugadores,  reiteraba, hasta que lo consiguió, la presencia de sus padres para hacerse una fotografía con la copa de campeones. Los había que se abrazaban al grupo de su entorno familiar. El capitán de la selección y su novia, se daban un abrazo una vez finalizada la corta entrevista que ella le hacía minutos después de recoger el ansiado trofeo.  Imágenes, todas ellas, muy entrañables, aleccionadoras, vistas por millones de espectadores, donde los protagonistas comparten  la alegría por el éxito obtenido  con sus familiares más cercanos.
Y detrás de este grupo, destaca otra persona que resalta por sus cualidades humanas: el seleccionador, Vicente Del Bosque, profesional y hombre fiel a sus ideas, que ha sabido conjugar sus conocimientos futbolísticos con dos virtudes: paciencia -especialmente a la hora de recibir las primeras criticas, a veces desleales efectuadas por compañeros de profesión- y sencillez,  que ha sabido transmitir a los jugadores, a un grupo de personas que le tenían como referencia deportiva, y quien sabe si más de uno como referencia personal.
Precisamente es la fidelidad a un estilo de juego, la cualidad que el seleccionador ha sabido mantener intacta independientemente al juego y resultados, la característica más destacada y determinante. Y aquí es donde quiero detenerme por si a ti y a mí nos puede servir para aplicarla a nuestras vidas.  No es fácil en los momentos actuales vivir fieles a un estilo de vida, una forma de pensar y de vivir cuando parece que la consecución de los objetivos se encaminan a unos medios no siempre muy deportivos. Buscamos el éxito a costa de perjudicar a los demás, a veces a quien más cerca está de nosotros (zancadillas); valen incluso las amenazas veladas y hasta las agresiones a la intimidad de las personas (agresiones de todo tipo); nos constituimos en víctimas con la intención de acaparar la atención de los demás para que sientan pena por nosotros ante alguna leve contrariedad en las convivencias diarias habituales (gestos y gritos desesperados cuando hemos sido receptores de una falta sin más); estamos  en un estado de susceptibilidad que provoca  a las primeras de cambio que infamemos de palabra al prójimo, y si  es posible desde  un medio de comunicación para tener más repercusión  (insultos);  no reparamos en que el prójimo puede sufrir por nosotros no siempre por buenas y ejemplares acciones sin pedir disculpas (infracciones en las que una vez cometidas sobre el rival nos olvidamos de él, en lugar de estrecharle la mano y ayudarle a levantarse). Somos inconsecuentes también en el terreno de juego con la autoridad (árbitros).  Ante cualquier falta a nuestro entender no pitada nos revelamos (gestos de desesperación para expresar la “injusticia” cometida). Si podemos, incluso,  intentamos eludir nuestros deberes para obtener un beneficio o impedir una penalización (jugadas conflictivas dentro del área para impedir la acción del contendiente o un “piscinazo” para pitarnos un penalti a favor, inexistente, pero penalti a favor a fin de cuentas). Podríamos seguir con estas comparaciones entre las jugadas que se dan en un partido de fútbol y las acciones que cometemos, buenas o malas, en el vivir cotidiano.  Todo para la consecución de un fin que nos llene de dicha: la victoria que nos induce a la felicidad.
Este es el ejemplo más trascendente que he visto con la selección nacional de fútbol. Ha sufrido críticas desleales por la forma de jugar en algunos partidos; ha habido en alguno de ellos en los que ha tenido que sufrir arbitrariedades del contrario y padecer los silbidos de un público que en lugar de animar a su selección buscaba el desacierto entre los nuestros; en las pocas jugadas conflictivas no ha sido beneficiada por errores arbitrales. Pues, bien, éstas contrariedades no han variado el modo de alcanzar el objetivo: deportividad, unión entre los jugadores,  apoyos constantes dentro del terreno de juego, vistosidad en el juego buscando en todo momento al compañero que en mejor condiciones está para recibir el balón…, virtudes individuales,  labor de equipo, para llegar a la meta, nunca mejor dicho.
Si cada persona actuáramos con humildad, poniendo nuestras virtudes al servicio de los demás, tendríamos otra España, otra Europa, otro mundo y otra Iglesia. Cuestión de aplicarnos el viejo proverbio que dice: “Más vale encender una cerilla que maldecir la oscuridad”. O en otras palabras –mías claro está, en las que podrás estar de acuerdo o no-: en lugar de quejarnos, de buscar malas artes, convertirnos en un jugador imprescindible dentro de la sociedad. Y si a esto le añades poner en tu vida a un espectador de lujo el éxito será arrollador. ¿Qué quién es ese espectador de lujo? Se llama Dios. También se convierte en, masajista, compañero, entrenador, psicólogo y hasta en  árbitro benevolente para dejar pasar alguna mala jugadilla hecha por nuestra parte.
Nota.- La selección española de fútbol sub-19 se proclamó el pasado domingo campeona de Europa de selecciones nacionales. Fiel al mismo estilo de juego de los mayores. No son casualidades.  Hay un arte de jugar y un arte de vivir que no falla.

sábado, 30 de junio de 2012

Caso "Vatileaks"

El denominado caso “Vatileaks” está sirviendo para que ciertos sectores de la opinión pública, como no podía ser de otra manera, arremetan con contundencia, desinformación y desorientación contra el Santo Padre. Como sabrás, el ayudante de cámara de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, fue detenido por encontrarse en su casa informes y correspondencia privada del Papa, acto inmoral y gravísimo por violar un derecho elemental del ser humano. La Comisión de cardenales, presidida por el español Julián Herranz, creada para investigar el caso y descubrir a los autores responsables de esta trama, continua las entrevistas con superiores y empleados vaticanos, y personas que no trabajan en la Santa Sede. La gendarmería del Vaticano avanza en sus investigaciones policiales. Seguimos expectantes, pero sin perder la calma; y menos aún, caer en el desánimo: la Iglesia es Santa no por la acción de los hombres, sino por la del Espíritu Santo.

No vamos a extrañarnos que después de veintiún siglos incurramos en estos desórdenes. La ambición y el poder son malos objetivos. Acuérdate que camino de Jerusalén la madre de los hijos de Zebedeo le pide al Señor que Santiago y Juan estén a la derecha e izquierda de Dios cuando instaure el Reino de los Cielos. Una madre, con fines nobles, provoca una marejada en el grupo de los discípulos. Y Judas, por treinta monedas entrega a Jesucristo a la autoridad judía. El grupo de los seguidores del Señor, ya vemos que no eran hombres perfectos; y a lo largo de los siglos el Cuerpo de Cristo ha dado a miles de santos, pero, también, muchos desafectos.

Por culpa del pecado original llevamos una compañera de viaje molesta, la tentación, que atrae y seduce y nos impele a  buscar el provecho propio y nos pone en disposición de hacer lo que no debemos: elegir el camino que nos conduce al alejamiento de Dios. No es en sí cualidad mala sufrirla; sí es, por el contrario, abrir el alma a ella, porque nos exponemos a perder lo más valioso que podemos tener estando en gracia: a Dios. Consecuencia de esta desconfianza es que somos capaces de incurrir en fracasos estrepitosos que nos arrastran hacia rincones oscuros de nuestra existencia. Ponemos en peligro nuestra felicidad, la de nuestra familia, somos piedra de escándalo por no vivir conforme a nuestras creencias, incurriendo en aptitudes contrarias al querer de Dios. No solo se enfrían los deseos de transmitir el mensaje evangélico de Jesucristo, sino que nos dejamos arrastrar por el mundo justificando comportamientos más propios de paganos que de seguidores del Señor.

Pero Dios sabe perfectamente que por más que queramos negarlo somos débiles, desconfiados y en ocasiones rebeldes; capaces de perdernos  si nos apartamos del horizonte verdadero que es Él. Cuando nuestra alma está sometida a fuerte marejada en lugar de reconocer el riesgo al que estamos condicionados y pedir como aconsejaba San Agustín cristiano, en tu nave duerme Cristo, despiértale que Él increpará a la tempestad y se hará la calma”, caemos en la tentación  de dejarnos ir a la deriva sin más rumbo que el de las propias pasiones.

Cuando los apóstoles le piden al Señor que les enseña a orar les entrega la oración del Padrenuestro. Nos dirigimos a Dios como Padre que está en el Cielo y hacemos siete peticiones. En la penúltima acudimos a Él para no caer en tentación. Si degustáramos más esta oración nos sentiríamos más reconfortados. A veces puede que recurramos a ella tarde, cuando estamos sumidos en las mayores de las postraciones -aunque Dios está siempre dispuesto a salir en nuestra ayuda-; porque deberíamos saber que el edificio de nuestra fe no suele venirse abajo repentinamente: es por dejar que las grietas penetren sin poner los medios eficaces para evitar mayores daños.

Para no caer en tentación es preciso abandonarnos en Dios, no entrar en diálogos interiores con nosotros mismos, atrevernos a decir en muchas ocasiones no; no justificar acciones que sabemos por lo que nos dicta la conciencia que no son conformes al bien, aunque aparente lo contrario y sean muchos quienes así lo hagan; a buscar más las necesidades del prójimo que las propias. Y esta fortaleza se consigue con lucha. En cuanto estemos dispuestos a luchar, ya somos poseedores de la primera victoria que nos engrandece. Un alma en gracia lucha para no dejarse robar lo más valioso que tenemos: Dios. No basta con estar en gracia: hay que buscar esa tensión para vivir la presencia de Dios, con un corazón ardiente y entregado. Es difícil, ¿verdad? Dímelo a mí, tan lleno de imperfecciones como tú, o incluso más, y al que tanto cuesta predicar con el ejemplo. Pero no hay otro camino. Puestos a servir, como diría San Francisco de Borja: “Nunca servir a Señor que se pueda morir”. Y Dios Eterno será siempre quien esté dispuesto a ofrecer más: la felicidad eterna.

El pasado 16 de abril el Santo Padre pronunció estas palabras en la celebración de su 85 cumpleaños: “Me encuentro ante el último tramo del camino de mi vida y no sé lo que me espera. Pero sé que la luz de Dios existe, que Él ha resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad; que la bondad de Dios es más fuerte que todo mal de este mundo. Y esto me ayuda a avanzar con seguridad. Esto nos ayuda a nosotros a seguir adelante, y en esta hora doy las gracias de corazón a todos los que continuamente me hacen percibir el “sí” de Dios a través de su fe”. Conmovedoras palabras sobre todo procediendo de un hombre que en la última etapa de su vida tiene que sufrir las consecuencias de quienes han caído en la tentación de buscar unos afanes contrarios a la Iglesia, contrarios a Jesucristo.

El resumen final de este post bien podría ser este sí gozoso a Dios, al que se refiere Benedicto XVI. El caso “Vatileaks”, aparte de servirnos para pedir al Señor que saque provecho de este hecho para bien de su Iglesia, debe hacernos ver la fragilidad de nuestra fe si no somos capaces de abandonarnos siempre en sus manos, sobre todo en épocas críticas de nuestra vida. Porque no conviene olvidar que la tentación nos pone en disposición de apartarnos del Bien para esclavizarnos al Mal.

No dejemos que la tentación se apodere de nosotros con estas tristes noticias. Más aún: sintámonos reconfortados sabiendo que Dios, a pesar de nuestras miserias, sigue contando con nosotros para transformar almas. Y si no que se lo pregunten a los jóvenes de este video.

domingo, 3 de junio de 2012

Mayo, Maria, Europa y Los Beatles

Escribir a principios de junio  lo que supone para un cristiano vivir el mes de mayo, sugiere un consejo añadido: vivir el resto de los meses como si estuviéramos en mayo, para tratar con más cariño filial a la Virgen María, y querer más a quien tanto ha hecho por la Humanidad. Mayo tradicionalmente es un mes dedicado a evocar la figura de María. En mi caso, hace un par de semanas, hice junto  con mi mujer y mis una romería a la Ermita de Nuestra Señora de los Ángeles, en el Cerro de los Ángeles. Impresionante lugar, a tan solo trece kilómetros de Madrid en el que el corazón se evade de los ajetreos de la ciudad para respirar oxígeno material y espiritual, y al que te sugiero visitar si tienes ocasión. Para recordar a la Virgen, quiero apoyarme en una fecha -9 de mayo, día de la Unión Europea-; un festival de la canción –el de Eurovisión; y una canción de The Beatles  -Let it be-. Empezamos.
Probablemente desconozcas que desde 1985  el 9 de mayo se celebra el “Día de Europa”, en recuerdo de ese mismo día de 1950, en el que el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Robert Schuman hizo la célebre Declaración que lleva su apellido, que originó la creación de la primera Comunidad Europea: la del Carbón y Acero. En 1951 se firmó el Tratado de París, iniciador de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA), que junto al Tratado de Roma firmado en 1957 constituyen los tratados fundacionales de la actual Unión Europea. Tres de los cuatro firmantes eran profundamente católicos; a saber: el nombrado Robert Schuman (1886-1963), el alemán Konrad Adenauer (1876-1967), y el italo-triestino Alcide de Gasperi (1881-1954), hombres “inspirados por una profunda fe cristiana” como los definió el Beato Juan Pablo II.
La bandera europea también tiene connotación cristiana, muy mariana. Convocado por el primer Consejo de Europa en 1949 un concurso de ideas abierto a todos los artistas europeos para crear una bandera común, la elección recayó en el diseño de Arséne Heitz, por entonces joven y poco conocido diseñador. El artista de Estraburgo desveló la inspiración: surgió viendo la iconografía tradicional de la imagen de la Inmaculada Concepción en las apariciones de la Santísima Virgen en la Rue du Bac de Paris, conocida como la Virgen de la Medalla Milagrosa. La Comisión que componía el jurado estaba presidida por un judío que desconocía el origen del trabajo del diseñador. Tras unos ajustes en las agendas de los Jefe de Estado europeos, el día 8 de diciembre de 1955, fiesta de la Inmaculada Concepción –casualidades de la vida-, se celebró la sesión solemne en la que se erigió como bandera europea la que conocemos. Curioso ¿no?
El pasado día 26 se celebró una nueva edición del festival de Eurovisión en Bakú, capital de Azerbaiyán. La representación rusa, formada por seis abuelitas de una aldea de unos 650 habitantes llamada Buránovo, quedó subcampeona. En esta aldea  hace 73 años se destruyó su iglesia, junto a otras miles por toda la geografía rusa, por un terremoto ideológico llamado comunismo, con el epicentro en el Kremlin, y un máximo responsable político llamado Stalin. El beneficio económico de tan clamoroso éxito será destinado a la reconstrucción de la iglesia, para que los vecinos de Buránovo no tengan que desplazarse a cuarenta kilómetros de sus casas para oír Misa. El pasado día 30 de mayo se ha celebrado la ceremonia de colocación de los cimientos.  Después del acuerdo de Yalta, de la Guerra Fría, de la crisis de los misiles que a punto estuvo de abocar al mundo a una guerra nuclear o del atentado del Papa Juan Pablo II, pocas esperanzas quedaban que en Rusia pudiera emerger la libertad. Pues bien, la Virgen de Fátima en sus apariciones ya anunció que Rusia se convertiría. Y el  ejemplo de estas abuelitas muestra que el sufrido pueblo ruso viviendo en libertad, es capaz de emprender iniciativas con fines altruistas; y el altruismo más profundo al que se puede llegar es facilitar que Dios esté en medio de aquéllos que le buscan.
A pesar de mis limitaciones descriptivas, podrás observar que el denominador común de estos hechos europeos está bajo el nombre de María. Ciertamente que la Europa que soñaron los firmantes del Tratado de París no es la que disfrutamos o padecemos –según el cariz con que se mire-, pero es un hecho incontrovertible que con finura interior se percibe un capricho sobrenatural en estas iniciativas humanas. Por esta razón, humana y sobrenatural, tenemos que buscar a María, no como una Madre, que lo es, que nos escucha e intercede por nosotros: también porque Ella es quien nos lleva a su Hijo. Viviendo cerca de María se siente más cercana la presencia de Dios, que busca al hombre en cualquier circunstancia de la vida; sí, al hombre europeo también, tan ensimismado en sí mismo, tan capaz de creerse dueño de su destino. Ha olvidado que las raíces de Europa son cristianas, y solo la secularización que padecemos arrincona a Dios de un continente que está llamado a buscar el futuro partiendo del pasado, en lugar del olvido o indiferencia que impera en el presente.
Para terminar, lo hago con otro recuerdo: el 8 de mayo se han cumplido 42 años del último álbum lanzado por los Beatles, Let it be. Conforme lo tenían acordado -ejemplo de que si no existen lazos más fuertes las uniones terminan por romperse; y en este caso, lamentablemente no había más proyecto que el musical-, poco después se separaron. La canción que daba título al trabajo discográfico tenía una sutil referencia mariana: “Cuando me encuentro en tiempos de problemas/ la Madre María viene hacia mí/diciendo palabras sabias, déjalo ser/ y en mis horas de oscuridad/ ella está parada justo al frente mío/ diciendo palabras sabias, déjalo ser”. Llama la atención, ¿verdad? “Let it be”  Déjalo ser, déjalo ser. ¿Y a quién si no al Hijo de Madre María tendríamos que dejarlo ser, dejarlo estar para  iluminar  nuestras vidas, en tiempos de problemas y en los de bonanza?