La Navidad ya es recuerdo. Volvemos al vivir cotidiano. No son pocos los que se sienten aliviados por diversas razones al terminar estas entrañables fechas. Si queremos ver un lado negativo lo encontramos fácilmente: añoranza de seres queridos que ya no están, jolgorio excesivo por los lugares céntricos sobre todo en grandes ciudades, desenfreno consumista, pérdida del sentido cristiano, desafecto institucional por una fiesta de gran arraigo popular… Es el desalentador panorama que ven quienes respetablemente no encuentran alicientes en unas fiestas, insisto, que para otros muchos, entre los que me encuentro, sí son significativas por cuanto celebramos el trascendental acontecimiento histórico que ha tenido la humanidad: el nacimiento de Cristo.
Nada
tiene que extrañarnos de estos descorazonadores planteamientos. En Belén, no
tengo la menor duda, también existirían, ¿no te parece? ¿Acaso no habría gentes
que se desilusionarían visitando un establo para conocer al Mesías envuelto
entre pañales? ¿No se tomarían a broma que unos pastores difundieran la
aparición de un ejército de ángeles para anunciar la llegada del Salvador?
Pronto se correría la voz de que José era un forastero con el oficio de
carpintero y María una joven sin distinción alguna. Sí, llegaron unos Magos de
tierras lejanas, con todo un séquito de acompañamiento…, pero
¿y qué pasó después? Pues que cuando aún seguía el revuelo, la aldea volvió a conmoverse:
María y José y el Niño huyen porque José en sueños tiene una revelación: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye
a Egipto; quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño
para matarlo” (Mt. 2,13). ¿Cómo? ¿El
Ungido de Dios, el liberador del pueblo judío, huye porque el reyezuelo Herodes
quiere matarlo? ¿Dónde está su poder? No puede ser verdad, es un entramado sentimental destinado
a los más ingenuos. Incluso muchos de los que creerían, de los que le visitaron
y le adoraron cambiarían de semblante y de opinión. De haber vivido tú y yo en
esa época tal vez hubiéramos caído en las redes del desaliento.
Percátate
de una realidad. Para vivir la Navidad de manera alegre, con esperanza e
ilusión hay que verla con los ojos de la fe. El desaliento es fácilmente
alcanzable con el paso de los años. “Me gustaría acostarme y despertarme al día
siguiente de terminar la Navidad”. Es un comentario vacío de esperanza que
muchas personas, sobre todo mayores, han repetido año tras año. Y, sin embargo,
la Navidad es la fiesta de la ilusión, pero no solo para los niños que esperan
regalos el 24 de diciembre y/o el 6 de enero, no; es la mayor fiesta para disfrutarla
hombre y mujer, joven o anciano, rico o pobre, el vecino o quien viva en las
antípodas. Da igual. Porque la Navidad no es un cuento. Es una historia
divinamente trenzada por Dios con final feliz. ¿Cuál? Lo hablamos el Domingo de
Resurrección.
Un
deseo para este nuevo año que acabamos de comenzar. Que de ti y de mí puedan
decir lo que dijeron de Jesús: pasó
haciendo el bien. Para ello te invito a trazar el plan BETA, sugerido por
el ocurrente sacerdote con el que suelo conversar, te puede sorprender tanto como a mí,
pero, ¡ah!, vaya si tiene sentido. Ahí va: que busques a Cristo, que encuentres
a Cristo, que trates a Cristo y que ames a Cristo. ¿Entiendes, no? ¡Ánimo!
Te dejo el vídeo oficial de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará desde el 22 al 27 de enero en Panamá. Cuenta con un asistente especial, un joven que el 17 de diciembre pasado cumplió ochenta y dos años, ya sabes, el Papa Francisco, que propone un reto, especialmente a los jóvenes: "La JMJ es para los valientes, no para jóvenes que solo buscan comodidad y que retroceden ante las dificultades. Aceptáis el desafio?".
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