domingo, 30 de diciembre de 2018

De la cueva al Portal de Belén



Esta Navidad el belén de mi casa se ha visto ampliado con una cueva y unos pastores recibiendo de los ángeles la noticia  del Nacimiento de Jesús. Acierto pleno por parte de mi mujer gracias a su gran destreza, con la colaboración de mis hijas, para convertir una caja de cartón en un lugar cubierto para albergar a los pastores y al ángel -con puchero al fuego incluido-  y recordar este tradicional pasaje evangélico.

Indudablemente que la centralidad del mensaje navideño no puede ser otra que ese portal donde la Virgen y San José contemplan al Niño acostado en una cuna. Es el Misterio que nos adentra en la infinita ternura de Dios, como nos recuerda el Papa Francisco. Pero ¿te has parado a pensar la importancia de ese encuentro de los ángeles con los pastores? ¡Qué bien lo relata san Lucas! Unos pastores velan por sus rebaños, hombres enjutos, de piel curtida por sus muchas horas al aire libre, de escaso bagaje intelectual, se asustan cuando un ángel del Señor les anuncia el nacimiento del Mesias. Reacción humana normal, a tí y a mí nos pasaría igual. Luego  el hecho adquiere una superior dimensión emocional: una multitud del ejército celestial alabando a Dios. A continuación presurosos se disponen a comprobar el mensaje recibido: “No temáis; mirad que os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido un salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David” (Lc. 2. 10-11). Llegan y encuentran la señal: “ Y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (Lc. 2,12). Lejos de amilanarse, de guardarse para sí lo vivido, el miedo se transforma en alegría, y emprenden la labor evangelizadora para admiración de quienes les escuchan: “Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho” (Lc. 2,20).


A primera vista puede pensarse que no eran las personas idóneas para emprender esa labor encomendada por los ángeles, -ángel en hebreo y griego significa lo mismo, “uno que va” o “enviado”, mensajero-. No era muy buena época para el pueblo judío en los tiempos de Jesús acometer esta empresa. Estaba bajo dominio romano, sometido a sus leyes, sujeto a costumbres y normas de convivencia ajenas a la tradición hebrea, además del deber de contribuir económicamente a base de impuestos desmedidos para mantener el imperio instaurado. ¿Quién iba a creer a un puñado de hombres de tan bajo relieve social? Pues bien, a pesar de los inconvenientes políticos, sociales y culturales, los pastores se convierten en impulsores de la transmisión del mensaje cristiano para toda la humanidad. Llevan la alegría, un torrente de alegría que desde Belén transformará el mundo. ¡Han conocido al Hijo de Dios envuelto en pañales! ¡Y han visto a María y a José!

El panorama para los cristianos de nuestro tiempo no es más alentador que el de los pastores de Belén. Precisamente en estas determinadas fechas se desata a nivel institucional campañas de todo tipo para imponer costumbres ajenas al significado de la fiesta que celebramos, con nuestros propios impuestos se sufragan  actividades y puestas en escena de marcado sentido irreverente.  Tampoco los cristianos estamos exentos de asumir  responsabilidades propias cuando somos presa del consumismo en lugar de anteponer el sentido de la Navidad. Pues bien, veintiún siglos después también somos llamados a salir de esa vida monótona, resignada a vivir en cuevas acomodadas a nuestros egoísmos, para comunicar a este mundo un mensaje de paz y esperanza. Tu vida y la mía, la de las personas que componen nuestro entorno, tiene sentido si emprendemos el camino apresurados a recibir la Luz de Belén. Cada misterio que contemples, cada imagen de la Sagrada Familia a la que te acerques, cada villancico que escuches, deber se una llamada como la de los ángeles a los pastores para comunicar al mundo que “el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre pueda ser hijo de Dios”, como dijeron los primeros autores cristianos. 



La alegría de la Navidad no puede ser otra; y el compromiso ya sabes cual es: convertirte en pastor de Belén para el mundo. Pídeselo a la Sagrada Familia cuya fiesta celebramos hoy. Transmitir la fe, esa es nuestra llamada, y es la intención del Papa Francisco para este mes de diciembre que se va; pero que bien puede servirnos como empeño para todo el año próximo, ¡para toda la vida!

¡Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo!


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