domingo, 18 de noviembre de 2018

Andanzas tomelloseras (V): el maestro quesero


Por el tiempo en el que estamos, con la vendimia recién terminada, sería más propio aprovechar esta entrada para reseñar un tema relacionado con la uva, el vino, hacer referencia a cooperativas vinícolas o bodegas. Pero no, el asunto va de quesos.

Fue en esta pasada Semana Santa cuando concertamos para este verano una visita a la Sociedad Cooperativa de Ganaderos Manchegos, gracias al encuentro con un buen amigo, al que llevaba bastantes años sin ver. Una mañana de agosto, después de atender los quehaceres propios del cargo,  tras recibirnos con la cortesía que le caracteriza y propia de un tomellosero, nos revestimos mi familia y yo con la indumentaria higiénica debida, dispuestos a recorrer las instalaciones de la Cooperativa donde se elaboran los conocidos quesos de nuestro pueblo. Todo un proceso con un control exhaustivo desde que se recibe la leche de oveja manchega el mismo día que se ordeña, hasta que queda a disposición del mercado. Otra particularidad que caracteriza a estos quesos es que no están recubiertos de parafina, tienen corteza sin más, para asegurar que entre el queso y la parafina no hay la más mínima alteración ni desperfecto natural posible.

Las explicaciones de nuestro excepcional guía fueron de lo más interesante. Quedó claro que Tomelloso se distingue también por ser un pueblo de buenos y premiados quesos. Indudablemente que la alta tecnología aporta una garantía esencial para la elaboración de buenos quesos, es una afirmación propia cuando se conoce desde dentro una instalación como la de la Cooperativa. Pero si me tuviera que quedar con un descubrimiento dentro de mi ignorado conocimiento, sería para destacar la de una persona por encima del producto y medios empleados, el maestro quesero. Toda la cadena del proceso de elaboración del queso termina en un profesional, que dictamina la calidad. En la Cooperativa de Ganaderos de nuestro pueblo el maestro quesero no ha cursado estudios en centros de formación, nada de aprendizaje teórico, más de treinta años en la profesión avalan la responsabilidad en sus decisiones sobre la calidad y estado del queso elaborado. 

La visita concluyó gratamente sorprendido por la experiencia vivida y explicada, merced a este gran profesional, excelente persona y tomellosero de pro. Y quedé cavilando sobre la figura del maestro quesero. Y surgió la reflexión: ¡qué importancia en la vida tener un maestro quesero! No profesionales del queso, porque salvo algunas excepciones como la de mi buen amigo, pocos vivimos de la industria quesera,  sino de aquellas personas capaces de orientan a lo largo de la vida. 

No podemos negar que la sociedad que nos envuelve es altamente individualista, hombres y mujeres nos creemos en condiciones de afrontar retos sin contar con el consejo de nadie. Nos creemos dueños de nuestras propias decisiones, y así debe ser, pero, también es verdad, que en la vida el consejo se hace necesario, porque no siempre la decisión se ve clara. En una palabra, podemos equivocarnos. Y si contamos con una persona que nos oriente, que nos muestre que tenemos demasiada parafina, lo cual implica reconocer los propios defectos que nos impide mejorar en lo que más podemos fallar, las posibilidades de acertar y evitar un testarazo, suben.

Fue también en un verano de hace algunos años cuando de regreso a casa en una rotonda se paró un vehículo de pequeña cilindrada. Surgieron los nervios propios de quien tiene delante un coche que no termina de arrancar. Se bajó del coche un hombre entrado en años, y me pidió que por favor empujara su coche con el mío hasta la gasolinera que distaba pocos metros. Se había quedado sin gasolina. Así lo hice. El hombre quedó agradecido. Esto puede pasarle a cualquiera pensé, a cualquiera que sea un tanto descuidado apostillé para mis adentros.


Este buen hombre, más ocupado de otros pormenores propios con su labor, se convirtió poco tiempo después en mi "maestro quesero" hasta que en vísperas de la Asunción de la Virgen falleció. Se llamaba Adriano Casado, bien entrado en los ochenta años, sacerdote. Años y años dentro de un confesonario, en la parroquia de San Alberto Magno, en el barrio de Vallecas, encargado por su dilatada experiencia de orientar a tantos y tantos que buscamos no estar como un queso, sino en dar buen olor y mejor sabor a cada momento de nuestra vida. Un gran recuerdo me queda de este excepcional "maestro quesero", quien por cierto, y con más motivo para recordarle, conoció Tomelloso y fue muy amigo de otro "maestro quesero" que tuve en mi pueblo años antes de venirme a Madrid.

Y como queda el regustillo de hacer referencia a la vendimia, aquí dejo este video.



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