sábado, 4 de febrero de 2017

OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES: Rezar por los vivos y difuntos (y VII)


Con esta entrada ponemos fin al repaso de obras de misericordia que comenzamos el día 15 de mayo de 2016, aprovechando la celebración del Año de la Misericordia, inaugurado por el Papa Francisco el 9 de diciembre de 2015 y terminado el 20 de noviembre de 2016. Siete obras corporales y siete espirituales, o lo que es lo mismo, cómo amar a Dios a través de acciones en beneficio del prójimo.

No creo que exista ningún cristiano que no se haya dirigido nunca a Dios para pedir por alguna necesidad física, material o espiritual de un familiar, amigo o conocido. Es una manera, no la única, de unir el corazón de Dios con aquéllos por los que rezas. El apóstol Santiago lo recomienda: “Rogad los unos por los otros para que seáis sanos; pues la oración intensa del justo puede mucho”(St. 5,16).

Ahora bien, si rezar por los vivos es costumbre usual entre los cristianos, ¿podríamos decir lo mismo por los difuntos? Decía san Agustín que “una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma la recibe Dios”. Quédate con este convencimiento: puedes hacer, y mucho, por las almas de esas personas que has querido y que aún a pesar de su falta sigues queriendo.

Vamos al fondo del asunto. Todo pecado mortal es una ofensa grave a Dios, que nos perdona mediante el sacramento de la Confesión, pero queda una pena temporal que por justicia divina debemos resarcir. Si no queda cancelada en vida, después de la muerte debemos expiarla porque el alma no queda suficientemente purificada para ir al encuentro del Padre.


El principal sufragio para la salvación de un alma es la Santa Misa. Unidos al sacrificio de Jesucristo en el altar, que hace de mediador entre los allí reunidos y Dios Padre, se ofrece rememorando el sacrificio de la Cruz para obtener así los frutos de la redención en beneficio del alma de la persona fallecida.

El modo en el que tú y yo podemos aliviar esas penas temporales para los difuntos son las indulgencias, palabra que procede del latín indulgentia, de indulgeo, “ser amable” o “compasivo”; en el latín post-clásico remisión de un impuesto o deuda. Su regulación data del decreto dogmático de 4 de diciembre de 1563, aprobado durante la celebración del Concilio de Trento. Puedes preguntarme quién es la Iglesia para dirimir sobre el futuro del alma, como si impusiera a Dios el momento en que está capacitada para encontrarse con Él cara a cara. Te contesta el Señor: “Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt. 16, 18-19).

Las indulgencias pueden ser plenarias o temporales. Las primeras borran cualquier resto de pecado quedando el alma dispuesta en el momento de alcanzarlas para entrar en el Cielo, mientras que las segundas borran parcialmente parte de la pena temporal.

Para obtener indulgencias plenarias se necesita recibir confesión sacramental, comunión eucarística, oración por las intenciones del Papa y querer evitar cualquier pecado venial o mortal. En las indulgencias parciales se requieren tres condiciones: estar en gracia de Dios, realizar las obras que la Iglesia premia con esa indulgencia y tener intención de ganarla. Las indulgencias plenarias solamente pueden obtenerse una vez al día, no así en las temporales que se pueden ganar varias a lo largo de un mismo día.

También tú estás en disposición de acogerte a ellas. Las indulgencias no solo se aplican por los difuntos, sino también por los vivos. Precisamente para evitar tiempo de purificación en el Purgatorio, la Iglesia piensa en todos los hijos que aún peregrinamos por este mundo; por tanto, podemos obtener los mismos beneficios para nuestra alma. No podemos ofrecerlas por otra persona viva, el único beneficiario es uno mismo.


Espero haber contribuido a que conozcas mejor las obras de misericordia, que seguramente aprendiste de memoria en la escuela o en la parroquia y que tenías olvidadas. Siempre podrás pedir mejor explicación a un sacerdote o persona con formación cristiana, que seguro que conoces y tienes ocasión de tratarle. En los puntos 1471 hasta el 1484 del Catecismo de la Iglesia Católica se recogen. Como último recurso, que también es muy aconsejable, tienes páginas en internet para consultar tranquilamente. Te ofrezco un enlace a una de ellas que me parece de las más completas: http://infocatolica.com/blog/sarmientos.php/las_indulgencias_de_la_iglesia_catolica.

Por supuesto que conocerlas es importante, pero ponerlas en práctica es el mejor modo para parecernos más a Cristo. Tu fin y el mío, te lo recuerdo, no es otro que alcanzar el Cielo. Y para ello tenemos a la Iglesia. La frase con la que concluyo es muy determinante, y no creo que sea para no tenerla en cuenta: “Encontrar a Jesús fuera de la Iglesia no es posible.  El gran Pablo VI decía que es una dicotomía absurda querer vivir con Jesús sin la Iglesia, seguir a Jesús fuera de la Iglesia, amar a Jesús sin la Iglesia” (1).

(1)  Papa Francisco, 24/4/2013, homilía en la Capilla Paulina del Vaticano, con motivo de la festividad de San Jorge.


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