Entonces, acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: Señor, si mi
hermano me ofende, ¿cuántas veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?
Jesús le contesta: No te digo hasta sietes veces, sino hasta setenta veces
siete (Mt. 18, 21-22).
Ciertamente que Pedro, hombre de carácter tan fuerte que fue capaz de reprender a Jesús y tratar de disuadirlo del plan de
salvación trazado por Dios (Mr. 8,32), tuvo que quedar un tanto descolocado.
Para los judíos el número siete significa plenitud; por tanto Pedro tuvo que
entender que el Señor estaba indicándole que siempre había que perdonar. Sí, a
ti a mí, como a Pedro, el Señor nos lo pide: ¡perdonar, siempre! Un reto.
Todos tenemos experiencias de haber sido ofendidos. En muchas
ocasiones -reconozcámoslo- más por
nuestra susceptibilidad que por palabras o hechos graves. El amor propio
acostumbra a engrandecer lo que no pasa de ser una nimiedad. Y acto seguido se
nos vienen esas expresiones del "perdono pero no olvido", "quien
me la hace la paga" y tener argumentos para aplicar la ley del talión.
Nos creemos más liberados –eso es lo que pensamos- viendo cómo triunfa el ego, cuando en
realidad no nos damos cuenta que la mochila de los agravios se va llenando; el odio, la rabia y el rencor son piedras muy pesadas que marcan el paso por la vida.
Hace unos días en el entorno de mi trabajo trataba este tema con
un hombre muy sincero consigo mismo y con los demás, nada proclive a la práctica
religiosa, y reconocía que el
cristianismo había aportado a la civilización el perdón y la piedad. Así es. No
hay más que mirar un crucifijo y ver quién está clavado: Jesucristo. Una de sus
últimas peticiones: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc.
23,34). Y la promesa a quien reconoce su culpa: Yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso (Lc. 23, 39-43).
Y si seguimos profundizando en esta virtud, podemos pararnos en
ese momento en que Jesús se encuentra orando y sus discípulos le piden que les enseñe a orar. Y les responde
con el Padre nuestro, donde se recoge una petición: …y perdónanos nuestros
pecados, como también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende… (Lc.
11, 1-4). No hay dudas: el perdón es la huella de identidad del cristiano.
Perdón, para todos, para quien nos pide disculpas, y para el que nos tiene por
el peor de sus enemigos declarados. Siempre perdonando.
Fue santa Teresa de Calcuta quien pronunció esta frase: “Amar hasta que duela. Si
duele es buena señal.” Exigente pero misericordiosa. Cuanto más se ama más se es capaz de perdonar.
Indudablemente que hay situaciones graves donde la indulgencia solamente puede ejercitarse por una especial gracia de Dios. Mártires, santos y confesores de la fe a lo largo de los siglos han dado pruebas evidentes de que el perdón puede más que el odio. La imagen del Papa San Juan Pablo II perdonando al turco Ali Agca, quien quiso asesinarle aquel 13 de mayo de 1981, es vivo ejemplo. Pero tú y yo puede que no suframos esos agravios que pongan en juego la propia vida. Haz recuento de lo que perturba tu paz, de tus
enemigos, de los agravios que recibes y seguro que descubres que el corazón se agria por pequeños sucesos a los que el amor propio da un relieve
desproporcionado.
Hemos terminado el Jubileo de la Misericordia, un año dedicado a cultivar este gran don
que nos regala Dios. Pero la misericordia del Señor no conoce fechas ni plazos,
recibirla y ofrecerla a los demás puede ser el gran objetivo de tu vida.
¿Razones? Nos la da el Papa Francisco: “El mundo necesita el perdón;
demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque,
incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de
encontrar la alegría de la serenidad y la paz” (1).
Para terminar nada mejor que este video donde la protagonista es una niña
iraquí de diez años que se llama Myriam, huida con su familia de su pueblo, Qaraqosh, refugiados en un campo
del Kurdistan, protegidos por el ejército kurdo y asistidos por asociaciones
humanitarias, entre otras Ayuda al Cristiano en Peligro, creada por el
Vaticano. ¿Quién piensa todavía que no es capaz de perdonar?
(1) Papa Francisco, homilía en la basílica de Santa María de los Ángeles en Asís, el 4 de agosto de 2016.
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