sábado, 17 de diciembre de 2016

OBRAS DE MISERICORDIA: Consolar al triste (V)


No son pocos los sociólogos expertos en la materia que piensan que a pesar de todos los avances de la sociedad moderna, el hombre no es más feliz que en generaciones pasadas. El desconsuelo se hace patente incluso en edades tempranas, aumentan las consultas a psicólogos y psiquiatras para liberarse de la maraña de desaliento, de esas alegrías ficticias, efímeras y pasajeras, por lo general materiales, que conducen al desconsuelo más desesperanzador.

Puede que sea una buena ocasión para calibrar tu alegría. ¿Qué es lo que alegra tu corazón? ¿La salud? ¿El desahogo económico? ¿La buena reputación laboral? ¿La armonía en el hogar?  Objetivos honestos y deseables, sin lugar a dudas, pero ¿eres capaz de exclamar como el santo ortodoxo Serafin Sarovski: “¡Mi alegría es Cristo resucitado!”? ¿Es esta la alegría donde se asienta tu vida? El ConcilioVaticano II nos recuerda que el fundamental consuelo es la fortaleza del Señor resucitado (1). Esta y no otra debe ser la alegría que marque tu vida.

Si eres poseedor de esa alegría que nace de un corazón en paz consigo mismo y con los demás, enhorabuena, da gracias a Dios, consérvala y avívala porque a lo largo de la vida pueden surgir, y surgirán, circunstancias, momentos y situaciones negativas, donde la alegría puede tambalearse y asumir protagonismo la tristeza, la peor compañera de viaje. Y si es así, no queda más aptitud que poner empeño en este consejo de San Pablo -que sufrió desprecios, incomprensiones, naufragios y persecuciones después de la conversión camino de Damasco-  a modo imperativo: “Estad alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca” (Fil. 4,4). Esta es la clave: estar cerca del Señor, tenerlo tan próximo como se quiere tener al mejor amigo del alma, y Cristo, tenlo seguro, es el mejor de los amigos con los que podemos compartir la vida.

Ahora bien, la alegría, esa alegría que debe caracterizar a un cristiano, no es para mantenerla escondida, es para ofrecerla a los demás, a esos hombres y mujeres que ocasionalmente tratamos, o con los que habitualmente convivimos, que andan sumidos en el desconsuelo. No demos la razón a Nietzsche con esta frase:“Creeré cuando los cristianos tengan cara de haber sido salvados”.  Porque puede pasar, y pasa, que por mucha paz interior que disfrutemos, a veces nuestro semblante no invita a simpatizar con los demás, y vivimos una alegría árida sin poder de atracción. Mírate al espejo y pregúntate: ¿Puede decirse de ti, que tu cara es el espejo de tu alma? Decía santaTeresa de Calcuta que “la alegría es una red de amor con la que se puede atrapar a muchas almas”. Podríamos decir que la cara es el mejor anzuelo para que “piquen” muchas almas en el mar por el que navegamos. Santa María Faustina Kowalsk tenía en mente y en espíritu una clara idea de que la fe no era para sí misma: "Absorbo a Dios en mí, para entregarlo a las almas" (2). 

Estamos a pocas fechas de celebrar la Navidad, que tiene que ser la venida del Señor a tu corazón y al mío, en la noche del 24 de diciembre. Buen momento para pedir objetivos magnánimos. “Servite Domino in laetitia!” -¡Serviré a Dios con alegría! Qué buen propósito. Por si no lo sabes: “Se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales. El vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella” (3). Nos lo dice el Papa Francisco, un hombre alegre, como bien sabes. 
En resumidas cuentas, creo que es una ocasión propicia la que un año más  nos brinda la Iglesia, para que tú y yo nos decidamos a alegrar los corazones afligidos. Contando con Dios, claro está.

El vídeo ves que no es actual en cuanto a la fecha, pero sí en cuanto a esta obra de misericordia. Compruébalo.

(1)        Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 8.
(2)        Papa Francisco, Carta Apostólica Misericordia et misera, pág. 6.
(3)    Santa María Faustina Kowalska, La Divina Misericordia en mi alma, punto 193.



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