Celebrada la Nochebuena, estando en plena Navidad, nos preparamos ya para despedir este año y recibir el nuevo. Como es costumbre, las calles de nuestros pueblos y ciudades están engalanadas con luces y adornos navideños. Las gentes parece que adoptan una aptitud más optimista, con mejores deseos para el prójimo, como si los corazones estuvieran más sensibles, más abiertos a los demás. Hay otra buena parte de gente que, impregnados de la cultura materialista instalada en la sociedad, cae en formas y maneras diversas desvirtuando el sentido de estas fiestas.
No sé si a ti te ocurrirá lo mismo, pero a mí me llama la atención cómo los árboles navideños van supliendo en las plazas y calles al portal de Belén; y Papá Noel y Santa Claus acaparan la ilusión de muchos niños anticipando su llegada a la de los Reyes Magos. Sin embargo, aunque parezca que en el fondo se intenta desarraigar el sentido cristiano de la Navidad, la huella de Dios está impresa en la Humanidad. No te aflijas, no frunzas el ceño porque encuentres árboles navideños en los escaparates de las tiendas, o porque parezca que el gordinflón vestido de rojo colma las ilusiones de los niños; también de este modo, se recuerda el sentido religioso de la Navidad.
Posiblemente conozcas el origen del árbol de Navidad, o de Papá Noel y Santa Claus; pero por si acaso, voy a referirme a ellos. El árbol de Navidad nace en Alemania sobre el siglo VIII. San Bonifacio estando predicando para convertir a los germanos, decidió talar un roble para destruir la superstición de ver un sentido sagrado del árbol en el pueblo germánico. Al caer, derribó todos los arbustos que lo rodeaban, a excepción de un pequeño abeto que se mantuvo en pie. El santo interpretó el hecho como un mensaje divino, y lo llamó desde ese momento Árbol del Niño Jesús. Los cristianos empezaron por Navidad a adornar pinos para tiempo después hacerlo en abetos. En el siglo XVI Martín Lutero impulsó adornarlos con velas encendidas, fomentando esta costumbre en los hogares protestantes.
Y del famoso Papá Noel, o Santa Claus, igual connotación cristiana. Patrono de Rusia, Holanda y Grecia. La tradición proviene de San Nicolás de Bari, obispo de Myra, y santo que, según la tradición, entregó toda su fortuna heredada de su familia a los pobres, a quienes echaba grandes regalos por la ventanas de sus casas para no ser visto.
Desde el siglo II lleva instituida esta fiesta gracias al papa San Telesforo. A partir del siglo VIII es cuando se empieza a celebrar con esplendor, fijándose en el siglo XVI las vacaciones navideñas desde el día de Navidad hasta la fiesta de Reyes Magos. De ahí la antiquísima tradición de juntarse las familias el día de Nochebuena para celebrar el Nacimiento de Cristo en la tierra. Comida y bebida, pero también zambomba y villancicos como muestra de alegría en multitud de hogares a lo largo de los siglos.
¿Ves cómo detrás de éstos adornos y personajes “importados” está el sentido divino? ¿Y cuál crees tú que es la principal causa del mayor sentimiento de alegría, de generosidad, de ilusión y buenos deseos que se da entre tanta gente en las diversas partes del mundo? El origen está en la gruta de Belén. El protagonista es Dios, ¡que viene al mundo haciéndose niño, un niño tan desamparado, tan necesitado de todo, tan frágil como nacimos tú y yo!
Para quienes piensen que Dios es el Creador que se ha olvidado del hombre y que es implacable y despiadado con él, fíjate: Humilde al nacer, y humilde al quedar bajo la obediencia de unos padres como los nuestros. El amor de Dios por ti y por mí rebosa tanto que sale a nuestro encuentro desde un pesebre, sin más ropaje que unos pañales, sin más cobijo que los brazos de la Virgen y San José. Quiere cada año que tú le prepares la cuna, que le vistas, que lo cojas entre tus brazos, que le cantes, que le hagas reir…, y ¿para qué? Para que también te hagas niño, para que tu corazón disfrute todos los días del año, ¡de tu vida!, naciendo con Dios, naciendo en Dios, naciendo para Dios. Olvídate de querer ser como el ídolo deportivo, como la principal estrella de televisión, como el más afamado cantante, como el más prometedor líder político; posiblemente sean incluso menos felices que tú en sus momentos de intimidad. ¿Sabes a quién debemos buscar como principal ejemplo de alegría? ¡A los niños! Ellos son los seres más felices con los que te cruzas. Seguramente los tienes cerca: hijos, hermanos, sobrinos… Alegres, ocurrentes, atrevidos, ingenuos, nobles; también tienen sus altibajos, pero enseguida recobran la esencia infantil y vuelven a ser como lo que son: niños.
Aprovecha éstas fiestas para pedirle a la Virgen y a San José que también tú quieres hacerte niño. Te mimarán tanto como al Niño Jesús, crecerás en gracia ante Dios y te convertirás en un joven tan ilusionado y alegre como los que tuvimos la ocasión de admirar en la pasada Jornada Mundial de la Juventud. Y esta invitación es para todos los públicos. Dios no mira el carnet de identidad: nos quiere siempre niños. Por eso, todos los años quiere que recordemos el gran Misterio de la Navidad. Cuanto más niños más cerca estamos del portal de Belén.
Con las palabras “Dios es amor; quien está en el amor, habita en Dios y Dios habita en él” (1 Jn 4,16) comienza la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus Caritas est (Dios es Amor). El Santo Padre quiere exponer como principal enseñanza para los cristianos, que el centro de la fe cristiana no es otro que el amor que Dios nos tiene. Prueba de ello es la Navidad.
¡Feliz Navidad y gozoso Año Nuevo!
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