El mes de noviembre que se nos ha marchado nos dio una ocasión más para la celebración del día de Todos los Santos. Fiesta de calado sentido cristiano donde la Iglesia nos alienta a mirar más allá de nuestra vida terrena y poner el pensamiento en la muerte, como paso obligado para alcanzar el Cielo. Desde hace algunos años, a este día de fe y esperanza le ha salido un radical competidor: la fiesta de Halloween, - “All hallow´s eve” , palabra que proviene del inglés antiguo, y que significa “víspera de todos los santos”-. En esta fiesta también se recuerda el sentido de la muerte, pero desde un punto de vista pagano, como hacian los celtas, antiguos pobladores europeos. Pero Halloween es una importación norteamericana ajena a las costumbres tradicionales, y que gracias a un marcado componente comercial dirigido a niños y jóvenes está adquiriendo un protagonismo desmesurado en España. Parece ser, pues, que viene para quedarse.
Estarás de acuerdo conmigo que en nuestra época la muerte deja de tener un sentido trascendental, para convertirse en motivo de despreocupación o mofa como mecanismo de defensa, diría yo, al miedo e impotencia que ésta produce. Pero, aunque nos empeñemos en considerar nuestra existencia únicamente terrenal, la inmortalidad del alma va aneja con la existencia del hombre, estamos hechos también de “materia divina”. Incluso desde perspectivas tan racionalistas como las que dieron origen a la Revolución Francesa, el hombre siempre ha pensado en el más allá. La Convención de 7 de mayo de 1794, en su primer artículo así lo asumía: “El pueblo francés reconoce la existencia del Ser Supremo y de la inmortalidad del alma”. Robespierre estrenó la presidencia de la Convención con la Gran Fiesta del Ser Supremo.
Estarás de acuerdo conmigo que en nuestra época la muerte deja de tener un sentido trascendental, para convertirse en motivo de despreocupación o mofa como mecanismo de defensa, diría yo, al miedo e impotencia que ésta produce. Pero, aunque nos empeñemos en considerar nuestra existencia únicamente terrenal, la inmortalidad del alma va aneja con la existencia del hombre, estamos hechos también de “materia divina”. Incluso desde perspectivas tan racionalistas como las que dieron origen a la Revolución Francesa, el hombre siempre ha pensado en el más allá. La Convención de 7 de mayo de 1794, en su primer artículo así lo asumía: “El pueblo francés reconoce la existencia del Ser Supremo y de la inmortalidad del alma”. Robespierre estrenó la presidencia de la Convención con la Gran Fiesta del Ser Supremo.
Resaltar la dignidad del hombre no puede entenderse sin elevar el pensamiento por encima de cuestiones temporales, para albergar la idea de que nuestra vida no puede terminar del mismo modo que la de una tortuga, una alimaña o un rinoceronte. Es natural que en esta época de relativismo, el ser humano fije como único objetivo vivir el presente. Todo aquello que no puede ver, que no puede palpar, que no es tangible, pretende ignorarlo. El futuro de nuestras pensiones nos preocupa más que el destino del alma, sobre todo en tiempos de crisis como la que sufrimos.
Admito que es complicado imaginarse la vida después de la muerte. Ahora bien, a mi modo de ver es más fácil imaginar el estado del alma cuando abandona el cuerpo, que su lugar de destino. Intento explicarlo.
Si te preguntara los momentos más felices de tu vida, seguro que en la mayoría de los casos me dirías que cuando has estado, o estás, enamorado. Somos capaces de dejarlo todo para pensar en la persona que amamos. No nos cansamos de estar en su compañía, y cuando no lo estamos añoramos esos momentos vividos esperando volver a repetirlos. Por tanto, ya podemos hacernos una mínima idea de cómo puede encontrarse un alma después de la muerte, ya sin ataduras físicas por decirlo así. Falta, claro está, la persona a la que se ama. ¿Quién puede ser si no Dios, que antes de crearnos ya está pensando en nosotros como si no hubiera más criaturas en el mundo?; porque, como diría Andre Frossard (experiencia de un flechazo de Dios, y que recomiendo la lectura de uno de sus libros, Dios existe, yo me lo encontré) “Dios solo sabe contar hasta uno”. Ahora ya tenemos a quien amar. ¿Y qué ocurre cuando dos personas se enamoran? Que solo vive la una para la otra. El sueño es poder estar juntos el mayor tiempo posible, si fuera posible a todas horas. Resulta costoso abandonar padres o hermanos con los que has convivido muchos años, pero se hace por un beneficio superior para alcanzar una mayor felicidad. Las almas en gracia, los santos que son ejemplos de enamorados de Dios, siempre han deseado ese momento crucial que es la muerte no como la vida que se acaba, sino que se transforma para gozar en la eternidad.
Por último, imagínate el lugar. Más difícil todavía. A mí me asombra ver una puesta de sol, contemplar la playa y ver un horizonte donde parece que se junta el mar con el cielo, ver el paisaje inconmensurable desde lo alto de una montaña, aunque solo de pasada para quienes las alturas nos produce vértigo… Pues bien, si asociamos que el Ser al que podemos amar es el que ha creado las maravillas que contemplamos, podemos hacernos una idea de la fascinante morada que Dios nos ofrece gozando de un amor infinito con unos, y esperando con inquietud de enamorado el encuentro con otros. ¿Verdad que la historia del hombre puede tener un final feliz? De ti y de mí depende.
Existe un riesgo a tener en cuenta. Si en vida hemos dicho no a Dios, en la muerte nuestra alma no podrá reunirse con quien no se ha querido amar. Estamos hechos para Dios, y si nuestra alma no puede reunirse con Él no tendremos otro sentimiento que de tristeza y desesperación, con un agravante aterrador: será a perpetuidad, en un lugar donde todas las almas tendrán esos mismos sentimientos. Será un sufrimiento continuo. Dios no se cansa de llamarnos, pero corremos el riesgo de dejarlo para otra ocasión, de llegar tarde a la cita o rechazarla. En la relación con Dios, somos las personas quienes únicamente podemos ser infieles.
Pero Dios siempre está dispuesto a perdonar y a olvidar. Próximos a celebrar las fiestas navideñas, conviene profundizar en su significado: Dios se hace carne para venir al encuentro del hombre; y lo hace con un regalo extraordinario para cortejarnos: los Sacramentos, dentro de un envoltorio antiquísimo -veintiún siglos-, la Iglesia. Queda tema para un siguiente encuentro, que espero que no tenga que pasar un mes.
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