sábado, 31 de diciembre de 2011

Navidad: hazte niño como Dios


Celebrada la Nochebuena, estando en plena Navidad, nos preparamos ya para despedir este año y recibir el nuevo. Como es costumbre, las calles de nuestros pueblos y ciudades están engalanadas con luces y adornos navideños. Las gentes parece que adoptan una aptitud más optimista, con mejores deseos para el prójimo, como si los corazones estuvieran  más sensibles, más abiertos a los demás. Hay otra buena parte de gente  que, impregnados de la cultura materialista instalada en la sociedad, cae en formas y maneras diversas desvirtuando el sentido de estas fiestas.
No sé si a ti te ocurrirá lo mismo, pero a mí me llama la atención cómo los árboles navideños van supliendo en las plazas y calles al portal de Belén; y Papá Noel y Santa Claus acaparan la ilusión de muchos niños anticipando su llegada a la de los Reyes Magos.  Sin embargo,  aunque parezca que en el fondo se intenta desarraigar el sentido cristiano de la Navidad, la huella de Dios está impresa en la Humanidad. No te aflijas, no frunzas el ceño porque encuentres árboles navideños en los escaparates de las tiendas, o porque parezca que el gordinflón vestido de rojo colma las ilusiones de los niños; también de este modo, se recuerda el sentido religioso de la Navidad.
  Posiblemente conozcas el origen del árbol de Navidad, o de Papá Noel y Santa Claus; pero por si acaso, voy a referirme a ellos. El árbol de Navidad nace en Alemania sobre el siglo VIII. San Bonifacio estando predicando para convertir a los germanos, decidió talar un roble para destruir la superstición de ver un sentido sagrado del árbol en el pueblo germánico. Al caer, derribó todos los arbustos que lo rodeaban, a excepción de un pequeño abeto que se mantuvo en pie. El santo interpretó el hecho como un mensaje divino, y lo llamó desde ese momento Árbol del Niño Jesús. Los cristianos empezaron por Navidad a adornar pinos para tiempo después hacerlo en abetos. En el siglo XVI Martín Lutero impulsó adornarlos con velas encendidas,  fomentando esta costumbre en los hogares protestantes.
Y del famoso Papá Noel, o Santa Claus, igual connotación cristiana. Patrono de Rusia,  Holanda y Grecia. La tradición proviene de San Nicolás de Bari, obispo de Myra, y santo que, según la tradición, entregó toda su fortuna heredada de su familia  a los pobres, a quienes echaba grandes regalos por la ventanas de sus casas para no ser visto.
Desde el siglo II lleva instituida esta fiesta gracias al papa San Telesforo. A partir del siglo VIII es cuando se empieza a celebrar con esplendor, fijándose en el siglo XVI las vacaciones navideñas desde el día de Navidad hasta la fiesta de Reyes Magos. De ahí la antiquísima tradición de juntarse las  familias el día de Nochebuena para celebrar el Nacimiento de Cristo en la tierra. Comida y bebida, pero también zambomba y villancicos como muestra de alegría en multitud de hogares a lo largo de los siglos.
¿Ves cómo detrás de éstos adornos y personajes “importados” está el sentido divino? ¿Y cuál crees tú que es la principal causa del mayor sentimiento de alegría, de generosidad, de ilusión y buenos deseos que se da entre tanta gente en las diversas partes del mundo? El origen está en la gruta de Belén. El protagonista es Dios, ¡que  viene al mundo haciéndose niño, un niño tan desamparado, tan necesitado de todo, tan frágil como nacimos tú y yo!
Para quienes piensen que Dios es el Creador que se ha olvidado del hombre y que es implacable y despiadado con él, fíjate: Humilde al nacer, y humilde al quedar bajo la obediencia de unos padres como los nuestros. El amor de Dios por ti y por mí rebosa tanto que sale a nuestro encuentro desde un pesebre, sin más ropaje que unos pañales, sin más cobijo que los brazos de la Virgen y San José. Quiere cada año que tú le prepares la cuna, que le vistas, que lo cojas entre tus brazos, que le cantes, que le hagas reir…, y ¿para qué? Para que también te hagas niño, para que  tu corazón disfrute todos los días del año, ¡de tu vida!, naciendo con Dios, naciendo en Dios, naciendo para Dios. Olvídate de querer ser como el ídolo deportivo, como la principal estrella de televisión, como el más afamado cantante, como el más prometedor líder político; posiblemente sean incluso menos felices que tú en sus momentos de intimidad. ¿Sabes a quién debemos buscar como principal ejemplo de alegría? ¡A los niños! Ellos son los seres más felices con los que te cruzas. Seguramente los tienes cerca: hijos, hermanos, sobrinos… Alegres, ocurrentes, atrevidos, ingenuos, nobles; también tienen sus altibajos, pero enseguida recobran la esencia infantil y vuelven a ser como lo que son: niños.
Aprovecha éstas fiestas para pedirle a la Virgen y a San José que también tú quieres hacerte niño. Te mimarán tanto como al Niño Jesús,  crecerás en gracia ante Dios y te convertirás en un joven tan ilusionado y alegre como los que tuvimos la ocasión de admirar en la pasada Jornada Mundial de la Juventud. Y esta invitación es para todos los públicos. Dios no mira el carnet de identidad: nos quiere siempre niños. Por eso, todos los años quiere que recordemos el gran Misterio de la Navidad. Cuanto más niños más cerca estamos del portal de Belén.
Con las palabras “Dios es amor; quien está en el amor, habita en Dios y Dios habita en él” (1 Jn 4,16) comienza la primera encíclica de Benedicto XVI,  Deus Caritas est (Dios es Amor). El Santo Padre quiere exponer como principal enseñanza para los cristianos, que el centro de la fe cristiana no es otro que el amor que Dios nos tiene. Prueba de ello es la Navidad.

¡Feliz Navidad y gozoso Año Nuevo!

martes, 6 de diciembre de 2011

¿Halloween o Fiesta de todos los Santos?

El mes de noviembre que se nos ha marchado nos dio una ocasión más para la celebración del día de Todos los Santos. Fiesta de calado sentido cristiano donde la Iglesia nos alienta a mirar más allá de nuestra vida terrena y poner el pensamiento en la muerte,  como paso obligado para alcanzar el Cielo.  Desde hace algunos años, a este  día de fe y esperanza  le ha salido un  radical competidor: la fiesta de Halloween, - “All hallow´s eve” , palabra que proviene del  inglés antiguo, y que significa “víspera de todos los santos”-. En esta fiesta también se recuerda el sentido de la muerte, pero desde un punto de vista pagano, como hacian los celtas, antiguos pobladores europeos. Pero Halloween es una importación norteamericana ajena a las costumbres tradicionales, y que gracias a un marcado componente comercial dirigido a niños y jóvenes está adquiriendo un protagonismo desmesurado en España. Parece ser, pues, que viene para quedarse.

Estarás de acuerdo conmigo que en nuestra época la muerte deja de tener un sentido trascendental,  para convertirse en motivo de despreocupación o mofa como mecanismo de defensa, diría yo, al miedo  e impotencia que ésta  produce.  Pero, aunque nos empeñemos en considerar nuestra existencia únicamente terrenal, la inmortalidad del alma va aneja con la existencia del hombre, estamos hechos también de “materia divina”. Incluso desde perspectivas tan racionalistas como las que dieron origen a la Revolución Francesa, el hombre siempre ha pensado en el más allá. La Convención de 7 de mayo de 1794, en su primer artículo así lo asumía: “El pueblo francés reconoce la existencia del Ser Supremo y de la inmortalidad del alma”. Robespierre estrenó la presidencia de la Convención con la Gran Fiesta del Ser Supremo.
Resaltar la dignidad del hombre no puede entenderse sin elevar el pensamiento por encima de cuestiones temporales, para albergar la idea de que nuestra vida no puede terminar del mismo modo que la de una tortuga, una alimaña o un rinoceronte.  Es natural que en esta época de relativismo,  el ser humano fije como único objetivo vivir el presente. Todo aquello que no puede ver, que no puede palpar, que no es tangible, pretende ignorarlo.  El futuro de nuestras pensiones nos preocupa más  que el destino del alma, sobre todo en tiempos de crisis como la que sufrimos.
Admito que es complicado imaginarse la vida después de la muerte. Ahora bien, a mi modo de ver es más fácil imaginar el estado del alma cuando abandona el cuerpo, que su lugar de destino.  Intento explicarlo.
 Si te preguntara los momentos más felices de tu vida, seguro que en la mayoría de los casos me dirías que cuando has estado, o estás, enamorado. Somos capaces de dejarlo todo para pensar en la persona que amamos. No nos cansamos de estar en su compañía, y cuando no lo estamos añoramos esos momentos vividos esperando volver a repetirlos. Por tanto, ya podemos hacernos una mínima  idea de cómo puede encontrarse un alma después de la muerte, ya sin ataduras físicas por decirlo así. Falta, claro está, la persona a la que se ama. ¿Quién puede ser si no  Dios, que antes de crearnos ya está pensando en nosotros como si no hubiera más criaturas en el mundo?; porque, como diría Andre Frossard (experiencia de un flechazo de Dios, y que recomiendo la lectura de uno de sus libros, Dios existe, yo me lo encontré) “Dios solo sabe contar hasta uno”. Ahora ya tenemos a quien amar. ¿Y qué ocurre cuando dos personas se enamoran? Que solo vive la una para la otra. El sueño es poder estar juntos el mayor tiempo posible, si fuera posible a todas horas. Resulta  costoso abandonar padres o hermanos con los que has convivido muchos años, pero  se hace  por un beneficio superior para alcanzar una mayor felicidad. Las almas en gracia, los santos que son ejemplos de  enamorados de Dios, siempre han deseado ese momento crucial que es la muerte no como la vida que se acaba, sino que se transforma para gozar en la eternidad.
Por último, imagínate el lugar. Más difícil todavía. A mí me asombra ver una puesta de sol, contemplar la playa y ver un horizonte donde parece que se junta el mar con el cielo,  ver el paisaje inconmensurable desde lo alto de una montaña, aunque solo de pasada para quienes las alturas nos produce vértigo… Pues bien, si asociamos que el Ser al que podemos amar es el que ha creado las maravillas que contemplamos,  podemos hacernos una idea de la fascinante morada  que Dios nos ofrece gozando de  un amor infinito con unos, y esperando con inquietud de enamorado el encuentro con otros. ¿Verdad que la historia del hombre puede tener un final feliz? De ti y de mí depende.
Existe un riesgo a  tener en cuenta.  Si en vida hemos dicho no a Dios, en la muerte nuestra alma no podrá reunirse con quien no se ha querido amar. Estamos hechos para Dios, y si nuestra alma no puede reunirse con Él no tendremos otro sentimiento que de tristeza y desesperación, con un agravante aterrador: será a perpetuidad,  en un lugar donde todas las almas tendrán esos mismos sentimientos. Será un sufrimiento continuo. Dios no se cansa de llamarnos, pero corremos el riesgo de dejarlo para otra ocasión, de llegar tarde a la cita o rechazarla. En la relación con Dios, somos las personas quienes únicamente podemos ser infieles.
Pero Dios siempre está dispuesto a perdonar y a olvidar. Próximos a celebrar las fiestas navideñas, conviene profundizar en su significado: Dios se hace carne para venir al encuentro del hombre; y lo hace con un regalo extraordinario para cortejarnos: los Sacramentos, dentro de un envoltorio antiquísimo -veintiún siglos-, la Iglesia. Queda tema para un siguiente encuentro, que espero que no tenga que pasar un mes.