Me vais a permitir en este primer post – en
castellano, texto escrito que se publica en internet, foros, redes sociales o
blogs, como es este- de 2018 centrar parte del mismo en mi propia persona. Hay
una satisfacción personal y un aniversario de por medio.
El 30/05/2011 publiqué mi primer post y este
es, precisamente, el número… ¡100! Si quieres indagar sobre la motivación que
me impulsó a tomar esta iniciativa te invito a que leas el post Vale la Pena con el que inicié este Canto del Sol Inagotable, título, te lo
recuerdo, que lleva el mismo nombre que una de las poesías que componen Amore Infinito, un trabajo discográfico
de Plácido Domingo inspirado en poesías compuestas en su juventud por Karol
Wojtyla, que lanzó en 2008. De todas formas te anticipo la idea: “Los
cristianos estamos obligados a utilizar los mejores medios de comunicación a
nuestro alcance en cada época para difundir el Evangelio de Cristo”. El
consejo fue dado por san Juan Pablo II.
En 2011 se cumplieron treinta años del atentado
perpetrado contra su persona. Era un buen año para empezar la aventura, con
este santo patrono al que me encomiendo cuando escribo y publico. Además, hubo
un hecho altamente significativo el año anterior para mi vida que me indujo,
como muestra de agradecimiento a Dios, a involucrarme fielmente en esta tarea. Han pasado casi seis años y
medio, vamos ya camino de los siete, y el ánimo está intacto. Las visitas aumentan desde diversos países y es un aliciente para seguir con la misma idea, con el mismo estilo y, sobre todo, con la misma ilusión del primer post. La puerta de este
blog sigue estando abierta de par en par para ti, a la vez que también abro la de mi alma para examinar si vivo lo
que escribo. Porque todos tenemos flaquezas que superar, luchas –contra uno
mismo, contra el mundo y contra el demonio- que hay que afrontar que pelear y,
¡cómo no!, victorias que hay que saborear.
Y ahora voy con el aniversario. He esperado a publicar el post número 100
para destacar uno de los principales acontecimientos de mi vida. El 28 de agosto de 1992 Marimar y yo fuimos
una de las 217.512 parejas que contrajimos matrimonio. Salen las cuentas:
¡estamos en el año de las bodas de plata! Mientras en España tuvieron lugar
acontecimientos tan importantes como las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla, con gran repercusión a nivel nacional e internacional, para mi novia y
yo el acontecimiento más trascendental para nuestras vidas tuvo lugar el
mencionado día, en la Basílica Pontificia de San Miguel, en Madrid, evento que
no trascendió más que para nosotros, nuestras familias y nuestros amigos. Fruto de ese matrimonio, somos padres de dos
hijas, Elena y Alicia.
Dando un repaso a las estadística en este
cuarto de siglo quienes apostamos por el modelo de convivencia tradicional no
podemos sentirnos muy reconfortados. El número de matrimonios ha descendido
hasta llegar a los 171.023, una quinta parte menos de los que solo el 22% de los matrimonios se
hacen por el rito católico. En España en los últimos quince años los divorcios
se han triplicado (de 37.586 en 2001 a 114.019 en 2016). Es decir, que de cada
diez matrimonios casi siete fracasan en el empeño de ser felices. No son buenas
cifras para la institución familiar tan básica para el futuro de la sociedad,
tan bien expresado por san Juan Pablo II: “El
Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de
la sociedad humana; la familia es por ello la célula primera y vital de la
sociedad”(1).
Agradezco a Dios no estar dentro de esas cifras que generan infelicidad, crispación y, cuando menos, separaciones cuyos principales perjudicados son los hijos. Durante estos veinticinco años el Señor me ha tendido muchas manos sin cansarse, ha consolidado mi matrimonio con un pilar sólido como es mi esposa y dos anclas bien amarradas que son nuestras hijas. Se han vivido tiempos confortables, otros difíciles y comprometidos por diferentes cuestiones; nada extraño en una relación prolongada. Buena razón llevaban esos esposos que celebraban sus bodas de oro, cuando en una entrevista que leí hace años afirmaban que el día que se casaron entraron a la iglesia dos –en clara referencia a ellos- y salieron tres. Y es así, o así debería de ser por una razón que muchos futuros esposos debieran tener en cuenta a la hora de contraer nupcias: el sacramento del matrimonio confiere una gracia específica para vivir las virtudes humanas y cristianas en la convivencia conyugal. Así es como se forjan matrimonios felices y estables, en las alegrías y en las tristezas, en esas pruebas de la vida a las que el Papa Francisco se refería en la bendición apostólica que recibimos por nuestro 25 aniversario.
Para poner broche final a este post número 100, y porque creo que más que un convencionalismo social es un regalo que Dios ha hecho a hombres y mujeres, no sin antes mostrar mi respecto a todas esas parejas
casadas en ceremonia civil, a esas parejas sin
papeles –así llamo a aquéllas que prefieren convivir sin ningún
reconocimiento legal, porque ellos mismos piensan que “para vivir juntos no se
necesitan firmar documentos”-, a los esposos que que tristemente han visto frustradas sus expectativas de felicidad, reivindico el matrimonio por la Iglesia porque “los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin
de no contradecir la sensibilidad actual, para estar de moda, o por
sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos
privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar” (2).
Precisamente cierro este post con el vídeo
mensual que recoge la intención del Papa Francisco. Es de lo más actual.
Te espero en el siguiente post. Ya habré
enterrado el ego y me dedicaré a no escribir sobre mí. Lo garantizo al menos
hasta el número 200.
Y gracias a Marimar, a Elena y a Alicia por
aguantar a un marido y a un padre cansino
donde los haya. Y por dejarme tiempo libre para que tú sigas aguantándome
desde esta parcelita colgada en el multitudinario mundo de internet.
Sigo contando contigo.
Sigo contando contigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario