El periodo
cuaresmal hizo el pasado fin de semana un alto en el camino hacia la Semana Santa, para dar cabida a la celebración de la fiesta
de San José. Bien es verdad que se ha retrasado un día por tener prioridad el
tercer domingo de Cuaresma, pero la Iglesia ha sido fiel a la tradición
recordando al esposo de María como se merece. No obstante la esposa de Cristo en la tierra está bajo el patrocinio de este santo varón.
Muy pocas referencias tenemos de San José en las Sagradas Escrituras. No hay una sola
frase escrita que salga de sus labios. Ninguna. Sin embargo Dios se vale de su
silencio, de su entrega generosa, para culminar lo que los
profetas anunciaron desde antiguo. Un plan que nada tenía que asemejarse al que
tendría esbozado con María, con la que estaba desposado, aunque según
costumbres judías todavía no vivían juntos. Pero José era el elegido por Dios.
Y no le falló.
No fue tarea
cómoda para el bueno de José. Y es que la comodidad no va en sintonía con los
proyectos del Señor. Podríamos decir que más que cómoda fue exigente. Pero el
esposo de la Virgen María se fio del Señor. Conocer que su esposa estaba
encinta por obra del Espíritu Santo y recibirla (Mt. 1, 20-22) era un
compromiso de una alta responsabilidad. Las vicisitudes aparecieron poco tiempo
después. Para dar cumplimiento al edicto de César Augusto, como era de la casa
y familia de David, tuvo que trasladarse con María a Belén para empadronarse; y
allí le llegó la hora del parto, teniendo que dar a luz en un pesebre, porque
no había sitio en ningún aposento (Lc. 2, 1-8). Gran desasosiego en un
principio tuvo que provocar cuando en sueños se le aparece un ángel y le dice
que huya a Egipto porque Herodes quiere matar al niño (Mt. 2, 13, 14). En país
extranjero permanecieron hasta que vuelve a recibir de un ángel mandato de
abandonar Egipto y dirigirse a la región de Galilea, a una ciudad llamada
Nazaret, para evitar que Arquelao, el hijo de Herodes, pudiera enterarse de que
estaban en su jurisdicción (Mt. 2, 19-23).
San José, varón callado,
diligente, humilde, supo escuchar la voz del Señor. Así María tuvo por esposo a
un varón delicado, y dedicado a la custodia del hijo nacido de sus entrañas purísimas.
Nada era más importante para el santo patriarca que estar al lado de María, y
vivir en presencia del Hijo de Dios. Es esta buena ocasión, un momento
propicio, para pedirle sentirnos muy próximos a la Virgen María para estar muy unidos a Jesús. Nadie ha podido tener más dicha que san José. En vida y a la hora de
la muerte.
Los cristianos
estamos inmersos en una sociedad que quiere tenerlo todo bien atado, los
proyectos bien enderezados, los sinsabores y adversidades que sean para otros, el
éxito hay que obtenerlo en el momento propicio; en definitiva, tener un plan
hilvanado a la medida de nuestros intereses. No es
mala perspectiva, por otro lado. Pero, ¿y Dios? ¿Y si tiene otros planes? ¿Cómo reaccionamos?
¿Nos rebelamos? Mejor no, mejor acudir a san José para pedirle un temperamento
noble, implicado con la voluntad de Dios. El esposo de María tuvo una
colaboración fundamental en la obra de salvación que el Señor llevó a cabo. Obra para la que tú y yo también estamos llamados a colaborar. Porque tú y yo -¿lo sabes?- tenemos una tarea que cumplir y un modelo al que
imitar: “El ejemplo de san José es una
fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y
modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado” (1).
La fiesta de san
José es día oportuno propuesto por la Iglesia para pedir por las vocaciones
sacerdotales. Son necesarios hombres entregados también a custodiar a Jesús no
niño, sino hecho Eucaristía. Dios necesita, como cuando era niño, ser
tomado por manos delicadas, por hombres virtuosos, para ofrecerse en el altar
de tantas iglesias del mundo entero donde tiene su casa, ofrecerse por la
salvación de todos los hombres como hizo en el pesebre de Belén.
Y pedimos también
por los que ya ejercen el ministerio sacerdotal para “que san José obtenga a los sacerdotes, que ejercen la paternidad con
respeto a las comunidades eclesiales, amar a la Iglesia con afecto y entrega
plena, y sostenga a las personas consagradas en su observancia gozosa y fiel de
los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia” (2).
Este post tiene su
aparición hoy día 25 de marzo, otra fiesta dentro del tiempo cuaresmal, para
celebrar la Anunciación, día ideal para rezar con mucho sentido el Ángelus, y
recordar el sí de María a Dios. Sin el
sí de María no habría habido sí de José. Ella fue la primera que ofreció su
vida para que la humanidad recibiese el regalo de la entrega de Dios por el
hombre, la entrega por ti y por mí.
Si te das cuenta
dos personas, hombre y mujer, fueron los protagonistas más importantes en la
historia por decir sí al Señor. Salen las cuentas: tú y yo, dos personas, que con
nuestra disposición a cumplir la voluntad de Dios, podemos cumplir la misión que nos ha encargado: aspirar a reconciliar
al mundo con Dios (cfr. 2 Cor 5, 19).
¿Vamos a ello?
(1)
Benedicto XVI, Angelus,
19/III/2006
(2)
Ibídem.