sábado, 28 de enero de 2017

OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES: sufrir con paciencia los defectos del prójimo (VI)

Después del “parón” navideño que siempre sugiere tratar temas relacionados con las fiestas que vivimos, volvemos a las obras de misericordia con la penúltima de las catorce: sufrir con paciencia los defectos del prójimo. No hablamos de ofensas, agravios o injurias que nos pueden ocasionar un grave perjuicio; son esos roces cotidianos aparentemente insignificantes a los que no damos excesiva trascendencia, pero que pautan una relación que puede llegar a ser tensa, si no sabemos detener a tiempo ese espíritu crítico que todos llevamos dentro.

A lo largo de un día suele ser habitual relacionarnos con muchas personas dentro de diferentes entornos: familiar, universitario, profesional… y como es natural, la convivencia hace que tratemos con personas que no siempre sus comportamientos se adaptan a nuestra manera de pensar o de vivir. Todos hemos tenido experiencias que ahora recordamos con sentido del humor, pero que en su momento nos contrariaban hasta el punto de perder la paciencia y la caridad.


Recuerdo a un militante sindicalista que tuve por compañero en la academia donde preparé las oposiciones, que en los descansos entre clase y clase hacía su disertación sobre la lucha obrera, o el cinéfilo con quien hacía patrulla en las guardias durante el periodo de milicia, que me contaba con pelos y señales sus películas favoritas. Los más temidos suelen ser los cuñados, que en reuniones familiares no paran de hablar y de entender de todo, sin olvidar a los peluqueros -temidos por uno de mis compañeros de trabajo- que acostumbran a hablarnos de todo durante el tiempo que dedican a cortarnos el pelo. Quienes leáis este post seguro que se os vendrán a la cabeza varias personas con las cuales tratáis y aguantáis, con más o menos acierto. Es cuestión de paciencia, que es una virtud que tenemos que pedir a Dios, especialista de primer orden en esta cualidad fundamental en las relaciones entre los seres humanos.

Anécdotas aparte, los roces diarios con el prójimo no carecen de importancia porque pueden erosionar la relación hasta llegar a agravar el trato con él. Como la gota que cae insistentemente sobre una piedra termina por deteriorarla con el tiempo, no dar importancia a esos pensamientos críticos puede llevarnos a adoptar sentimientos de desprecio, antipatía o rencor, emitiendo juicios temerarios, paso previo a los prejuicios que tanto daña la reputación de las personas.


Si la Iglesia tiene a bien considerar misericordiosa la paciencia con los defectos del prójimo, es porque puede hacerse mucho bien empezando por nosotros mismos. Con esta obra de misericordia cultivamos una virtud que, con la gracia de Dios, podemos poner en práctica frecuentemente. ¿O es que tú y yo no erramos como el que más?, ¿O es que no tenemos defectos como tienen aquéllos a los que criticamos? Seamos sinceros, valientemente sinceros: los demás también sufren tus defectos y los míos. Hay que tomar de vez en cuando prestada las gafas del prójimo para darnos cuenta que no estamos exentos de provocar en los demás sentimientos contrarios a los que deseamos. Levantamos polvo en nuestro caminar por la vida como el que más. Dicho en tono severo y apostólico, como san Pablo acostumbra: “Porque si alguno se imagina que es algo, sin ser nada, se engaña a sí mismo. Que cada uno examine su propia conducta, y entonces podrá gloriarse solamente en sí mismo y no en otro; porque cada uno tendrá que llevar su propia carga”. (Gal. 6, 3-5).

Llevar con paciencia esos defectos del prójimo que tanto perturban nuestra paz, ayuda a pulir el alma a la vez que proporciona un trato más afable, considerable y respetuoso con el prójimo; a vivir, en definitiva, la caridad fraterna que se prueba realmente en las relaciones más estrechas con los demás.  

Os dejo con este artista de la pintura. Es admirable. Lo tendremos en más ocasiones para poner el punto y final a próximos posts. 




viernes, 20 de enero de 2017

Caminando por un nuevo año



Con la fiesta de los Reyes Magos la celebración de la Navidad de 2016 concluyó el pasado día 6, aunque litúrgicamente terminó el domingo 8 con la fiesta del Bautismo del Señor. Espero que hayan sido para ti días alegres, familiares, entrañables y, de esto se trata principalmente, de profundo significado cristiano.

Es posible que como último recuerdo de estas fiestas esté todavía presente la tarde del día 5 -aunque en numerosos pueblos y ciudades llegan el 4, incluso en algún que otro lugar, el día 3-, donde pudiste ver con renovada ilusión a sus Majestades, y te despertaste muy temprano la mañana del día 6 para ir en busca de los regalos que te dejaron de madrugada. Y no me digas que ya no tienes edad para ilusionarte, porque no importan los años, la edad del corazón se mide por la capacidad de ilusionarte cada día, y estarás conmigo que estas fechas son las más propicias para “quitarnos” unos cuantos años de encima.

La información que tus padres y los míos nos proporcionaron desde pequeños era que los Magos cada año vienen desde países lejanos con su largo séquito, para distribuir los regalos la noche del 5 de enero a niños y niñas, y mayores, que confían en la generosidad de estos singulares personajes. Pues bien, en estas fiestas he llegado a una profunda reflexión que puede echar por tierra el planteamiento de nuestros padres. Si quieres conocerla sigue leyendo.



Observando con detenimiento la alegría desbordante de Melchor, Gaspar y Baltasar por las calles de nuestros pueblos y ciudades, descubriendo el afán desmedido de hacer felices a niños y mayores, he llegado a la conclusión que tanto júbilo exteriorizado se debe a que de dónde vienen realmente no son de sus palacios, sino de una pequeña aldea llamada Belén, donde han encontrado en una cueva acostado en un pesebre, junto a una joven de Nazaret y a su esposo, a un niño llamado Jesús, contemplando admirados el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento: “Mirad, la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel".

Y con la alegría desbordante de encontrar al Mesías, después de hacer entrega  de oro, incienso y mirra, tal y como se narra en el evangelio de san Mateo, Melchor Gaspar y Baltasar parten desde Belén para entregar con inusitado cariño esos regalos esperados por millones de niños, niñas y mayores con corazón de niño, entre los que se esconde la sonrisa del Niño Dios. La raíz de ese deseo imperecedero de los Magos de Oriente de hacer felices a niños, niñas y mayores, nace de la aventura de encontrar a Dios en sus vidas. ¡Cómo no van a mostrar incalculable generosidad, si el mismo Dios es capaz de donar a la humanidad al Unigénito! ¡Cómo no van a mostrar desbordante felicidad si han visto con sus propios ojos al Salvador en un pesebre! Ninguna experiencia puede colmar tanto las ansias de felicidad del hombre que la de encontrarse con Dios.

Pero no hay que olvidar un detalle: los Magos han sido capaces de abandonar comodidades, no han bajado el ánimo a pesar de que durante el trayecto han perdido la estrella que les guiaba, han sabido continuar el camino emprendido con el firme propósito con el que salieron de sus palacios. La historia no es fácil pero el final siempre es feliz.



Me alegraría mucho que te formaras este propósito para el año que ha comenzado: “Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo” (1). Es lo que hicieron los Magos.  Dios ha nacido, para que tú y yo nos consideremos hijos de Dios, "de manera que ya no eres siervo, sino hijo; y como eres hijo, también heredero por gracia de Dios" (2). No hay mejor modo de emprender el camino por este nuevo año.


Te dejo el primer vídeo de 2017 del Papa Francisco con las intenciones para este mes de enero. Si quieres conocerlas no tienes más que pinchar, ver y escuchar, dura menos de minuto y medio.


(1)    San Josemaría Escrivá, Camino, 382
(2)   Gal. 4, 7