Parecida reacción tuvo Enrique VIII con el Canciller del Reino, Tomás Moro, al conseguir con sobornos y presiones la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, para desposarse con Ana Bolena. Imagino la claridad en la exposición de los argumentos de Tomas Moro ante el rey, para, posteriormente, negarse a firmar el Acta de Sucesión y de Supremacía en la que Enrique VIII se proclamó Cabeza de la Iglesia Anglicana y la independencia de Roma. Le costó la cárcel y morir decapitado.
Ciertamente que estos dos ejemplos pueden resultar extremos. Más que consejos
podríamos considerarlos denuncias; pero reprochar públicamente comportamientos inmorales es el segundo paso que se da después de haber dado el
primero: dar el consejo oportuno en beneficio del responsable de la
transgresión y del bien común.
El pulso entre Iglesia y Estado no pierde arraigo con el paso de los siglos. Es frecuente que el poder critique a la Iglesia acusándola de
interferir cuando se pronuncia sobre temas concretos y controvertidos
de carácter temporal. Políticos y gobernantes de turno entienden que por
tratarse de cuestiones seculares la Iglesia debe callar. Así temas como
el divorcio, el aborto, la fecundación in vitro o el matrimonio entre
homosexuales, donde la Iglesia tiene un claro pronunciamiento público, ha originado severas críticas por quienes entienden que es inmiscuirse en las tareas de gobierno.
Y, sin embargo, la Iglesia no hace más que llevar a cabo lo ordenado por Jesucristo: Lo mismo que Tú me enviaste al mundo, así los he enviado yo al mundo (Jn. 17,18). Y si formamos parte del mundo, debemos impregnarlo con el espíritu evangélico. El Concilio Vaticano II definió claramente las directrices de la Iglesia en la misión evangelizadora: "La Iglesia tiene el derecho y el deber de enseñar su doctrina sobre la sociedad, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas"(1).
Es encomiable estar al día sobre los documentos que la Iglesia publica, para estar al tanto del Magisterio en lo que respecta a cuestiones que afectan a la sociedad. Pero no debemos pararnos en conocer; es preciso actuar. El mundo necesita escuchar a la Iglesia a través del testimonio de sus hijos para despertar el sentido moral del que adolece. Piensa en el ámbito de tu vida cuando se abordan -frecuentemente con acentuada ignorancia- temas de actualidad. ¿Opinas con criterio? ¿Callas por no saber tener respuesta? ¿Prefieres el silencio para no emitir tu parecer? Si es así estamos -también yo me inscribo en estas omisiones- incumpliendo el mandato de Jesús. El Papa Francisco en la Plaza de San Pedro preguntaba a los fieles después de rezar el Ángelus, el domingo 9 de febrero de 2014, si querían ser lámparas encendidas o apagadas. Y después de escuchar la respuesta, concluyó: Precisamente Dios nos da esta luz y nosotros se la damos a los demás. ¡Lámparas encendidas! Esta es la vocación cristiana. Tu vocación y la mía.
Juan el Bautista o Tomás Moro no obraron por gallardía o por aguerrido ímpetu.
Actuaron ejemplarmente gracias a la fuerza interior de un aliado excepcional:
el Espíritu Santo. Sabes, y si no te lo recuerdo, que derrama siete dones sobre
el alma, y que uno de ellos es el de consejo. Podrás preguntarme cómo, y te
remito a las enseñanzas del Papa Francisco: El consejo es entonces el
don con el cual el Espíritu Santo vuelve capaz a nuestra conciencia de tomar
una decisión concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su evangelio
(2). A veces podremos recibir
el consejo en una moción, recibida de Dios directamente al alma, pero en otras muchas será a través de otras personas
que el Señor pone en el camino. Es
verdaderamente un don grande poder encontrar a hombres y mujeres de fe, que
especialmente en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida,
nos ayuden a hacer luz en nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor
(3).
La ejemplaridad en el modo
de vivir es faro que puede orientar a los que te rodean. Tú eres el capitán de
tu vida, pero hay muchos que navegan junto a ti que necesitan una brújula para
orientarles. Háblales, aconséjales con cariño y respetando siempre la libertad
de elección, pero preocúpate de sus vidas porque serás de esas personas de las
que Dios se vale para decirles lo que a veces no están dispuestos a escuchar.
Tal vez terminarán por agradecértelo. Se habrá cumplido la escritura bíblica: Como aguas profundas es el consejo en el
corazón del hombre; más el hombre entendido lo alcanzará (4).
(1) Constitución Gaudium et spes, 76
(2) Papa Francisco, Audiencia General, 7 de mayo
de 2014.
(3) Ibídem
(4)
Proverbios 20, 5.
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