viernes, 7 de octubre de 2016

OBRAS DE MISERICORDIA: Enterrar a los muertos (VII)




Enterrar a los muertos es la última obra corporal que puede hacerse en beneficio del prójimo. Evidentemente dar sepultura hoy dia a un difunto no depende de ti, salvo que tengas el honroso trabajo de trabajar en un cementerio. Cuestión aparte es que te vieras implicado en alguna determinada situación donde nadie más que tú pudiera dar sepultura a un fallecido. Es una puntualización que me permito hacer más por lo visto en películas que por lo experimentado en situaciones reales. Seamos sinceros.

Es oportuno hacer un breve repaso a la historia. Ya desde la época Prehistorica existían los ritos funerarios para resaltar la memoria de los difuntos. El hecho de ataviar al difunto con su ajuar y engalanarse con adornos, podría suponer que se le preparaba para el paso a otra vida supuestamente mejor. Los hallazgos y estudios al respecto evidencian que existía un culto o ritual de los vivos hacia los difuntos. En el Neolítico se fueron instalando las sepulturas colectivas en zonas alejadas de la población, al modo de nuestros cementerios. Queda claro que esta costumbre data de tiempos inmemoriables, por lo que puede argumentarse con base científica que el hombre prehistórico era un ser religioso.

Ahora bien, para los partidarios de la incineración también hay datos antiguos sobre esta usanza. Las primeras cremaciones datan del Neolítico, en la zona litoral del mediterráneo. En la Edad del Hierro y en la Edad del Bronce proliferaron en Europa, desapareciendo en el siglo V después de Cristo. 


Con la llegada del racionalismo en el siglo XVIII, se origina una cultura al margen del cristianismo poniendo en duda costumbres de la sociedad cristiana, por lo que creencias como la resurrección y la vida eterna son negadas. Se da paso a nuevas prácticas laicistas, entre las que destaca la incineración en contraposición al valor espiritual de los enterramientos. El cristianismo mostró clara y tajante oposición a esta práctica, hasta que en 1963 el beato Papa Pablo VI levantó la prohibición de cremación, y en 1966 permitió que sacerdotes católicos pudieran oficiar en ceremonias de incineración. La Iglesia católica, por tanto, no se opone a la cremación siempre y cuando no suponga un rechazo a la resurrección del cuerpo. 


Si me pides opinión, no hay dudas al respecto. No comparto esa idea de esparcir las cenizas del difunto por espacios abiertos. El mar, un parque o un campo de fútbol, por poner unos ejemplos, son espacios queridos para efectuar últimas voluntades de difuntos, o decisiones propias de sus familiares. Y aunque se depositen en un cementerio me resulta un procedimiento falto de calor emotivo, si bien la Iglesia aconseja la colocación del cuerpo o las cenizas en el cementerio para favorecer el recuerdo y la oración por los difuntos. La beata Ana Catalina Emmerick hablando de sus visiones se refería a que muchas almas difuntas se sentían aliviadas al ver gente que oraba en los cementerios, porque Dios les beneficiaba con esas oraciones. 


Para los que no tienen fe no hay dudas sobre la elección: prefieren la incineración. Los partidarios del gnosticismo también lo tienen claro, porque para ellos el cuerpo es la cárcel del espíritu, y en el momento de la muerte ya no cuenta para nada, se produce la liberación del alma. 




Es una realidad que proliferan más las incineraciones que los enterramientos, sobre todo en las ciudades. Tiene una ventaja crematística -valga el juego de palabras-: supone un menor coste que la sepultura, y además, todo hay que decirlo, resulta más ecológico. En una sociedad secularizada como la que vivimos se da un gran valor al cuerpo mientras tiene vida; pero cuando la pierde, ya resulta un tanto baladí. Pero tú y yo si nos sentimos cristianos, tenemos que tener el firme convencimiento de la dignidad de nuestro cuerpo llamado a ser partícipe de la misma gloria del cuerpo resucitado de Cristo. Debemos sentirnos reconfortados cuando recitamos en el Credo: ...creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

Para resumir este último post dedicado a las obras de misericordia corporales, cito esta frase de Daniel O´Connell, principal figura política irlandesa en la primera mitad del siglo XIX: "¡Entrego mi cuerpo a la tierra, mi alma a Dios y mi corazón a Roma!".

Por mi parte, te entrego a través de este video las intenciones para este mes del Papa Francisco.



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