Entre los elegidos por Jesucristo para formar el grupo de sus incondicionales no se encontraban escribas, ancianos o doctores de la ley. Bien al contrario, los llamados fueron hombres sencillos, muy justos de entendimiento, ignorantes en todo aquello que no fuera el trabajo que desempeñaban para ganarse la vida. El Señor tuvo que ser paciente con ellos, en los momentos de reposo e intimidad aprovechaba para enseñarles y explicarles las Escrituras. Incluso resucitado lo hace con los discípulos de Emaús: ... Y, comenzando por Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las escrituras (Lc. 24, 28).
Hay que reconocerlo: uno de los principales males que arrastramos los cristianos es la ignorancia. Por tanto, es deber ineludible dejarnos enseñar para enseñar; instruirnos para instruir. Hemos sido bautizados, formamos parte de la Iglesia que asume la responsabilidad, con la gracia que confiere el Espíritu Santo, de continuar con el Magisterio en nombre de Jesucristo, de custodiar el depósito de la fe. El Señor nos quiere bien conocedores de la doctrina que propagó: Si os mantenéis fieles a mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; así conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn. 8, 31-32).
Además,
conociendo más se ama más. No se puede amar a quien no se conoce. Este
puede ser el primer aspecto, la principal premisa, para implicarnos en una
buena formación cristiana, profundizando en el conocimiento de Jesús y sus
enseñanzas. En los tiempos que vivimos no basta con tener esa fe del
carbonero que vale para ir tirando por nuestra vida espiritual. Es preciso
enriquecernos interiormente para dejarnos sorprender por el amor de Dios.
Hay un segundo
aspecto para justificar la ideal formación cristiana. El
cristianismo siempre ha sido perseguido a lo largo de la
historia con distintos métodos. En los primeros tiempos, las
torturas corporales y los castigos eran las herramientas de disuasión. Más tarde,
sobre el siglo XVI, se crearon ideas para luchar contra la
doctrina filosófica y el pensamiento de la Iglesia católica. Y
en el siglo XX la estrategia cambia, ahora el punto de mira se fija
en las conciencias para derruir las convicciones morales y espirituales.
Adquirir una recia formación para no incurrir en dudas,
flaquezas o vacilaciones que agrieten los cimientos de nuestra fe, es
un deber ineludible. O edificamos la casa de nuestra fe sobre roca,
como hizo el hombre prudente, o sobre arena, como hizo el
hombre necio, al que Jesús se refiere, y se recoge en el Evangelio de
San Mateo (7-24,27). Nos jugamos mucho.
El tercer
aspecto por el que se hace preciso ser hombres y mujeres con resortes
teologales e intelectuales bien asentados, es la necesidad de testimoniar
aquello en lo que creemos. Solamente si estamos plenamente convencidos de las
verdades que profesamos, seremos capaces de transmitirla en los entornos que
frecuentamos. El testimonio del creyente hoy más que nunca se
hace imprescindible en una sociedad que vive degradada, confundida y
a la deriva. Nada de vergüenzas ni miedos: "Dios no nos
dio un espíritu de timidez. El espíritu de timidez va en contra de la fe, no
deja que crezca, que salga adelante, que sea grande" (1). Anunciar
el Evangelio es el compromiso más decidido para cambiar el mundo.
La labor,
indudablemente, es ardua, apasionante, pero superior a nuestras fuerzas. Por
eso, ante la debilidad e ignorancia a la que nos vemos sometidos, debemos
pedir esa fe recia que tanto admiramos en otros, pero que no somos capaces
de desearla para nosotros mismos: "Pidamos al Señor la gracia de
tener una fe firme, una fe que no se negocia según las oportunidades que
surjan. Una fe que trato de reavivar cada día, o por lo menos pido al Espíritu
Santo que la reavive para que de un fruto grande" (2).
El elenco
para adquirir esos conocimientos imprescindibles para ser hombres y mujeres de
fe recia son varios. Siempre podrán adaptarse a tus circunstancias
personales. Charlas parroquiales, clases para estudio de la
Biblia, retiros o ejercicios espirituales. La lectura del Evangelio y del
Catecismo o del Compendio de la Iglesia católica es siempre, sin
olvidar encíclicas, exhortaciones pastorales, discursos y homilías del
actual Papa o de sus predecesores, material indispensable.
Dejarnos aconsejar por quien está en disposición de asesorarnos,
para elegir la mejor lectura para cada etapa de nuestra vida es un paso
indispensable. Y siempre estar actualizados, informados de los temas
donde la Iglesia aborda y se pronuncia con firmeza y caridad para
poner claridad ante tanta niebla en el horizonte de las conciencias.
Ante todo,
y ante todos, siéntete humildemente importante. Sin engreimientos, pero seguro
de quien eres, y buscando el bien de las almas que más quieres. Piénsalo
bien: Hasta ahora no habías comprendido el mensaje que los cristianos
traemos a los demás hombres: la escondida maravilla de la vida interior (3).
Y si
quieres empezar por descargarte esta herramienta que te doy a conocer en este
video, tendrás un arma infalible.
(1) Papa
Francisco, Meditación en la Domus Santae Marthae del 26-01-2015
(2) Ibídem
(3) San
Josemaria Escrivá de Balaguer, Surco 654.