sábado, 4 de junio de 2016

OBRAS DE MISERICORDIA: Dar de beber al sediento (II)




El agua ha sido siempre un elemento indispensable en la historia de las  civilizaciones. Desde los primeros compases de su existencia, el ser humano ha buscado el agua para su desarrollo y supervivencia, instalándose a lo largo de las laderas de ríos y mares. De hecho, las grandes civilizaciones y metrópolis  crecieron y florecieron en las llanuras de los grandes ríos. 

Sabemos a ciencia cierta que aproximadamente el 70% de la tierra está cubierta por agua, pero solamente el 0,007 es agua dulce -93.000 kilómetros cúbicos- accesible para el hombre. La fuente es fiable, el Instituto Geológico y Minero de Estados Unidos. 


No menos importante es el agua para el organismo. El cuerpo humano está compuesto en un 70% de agua. Es fundamental en los procesos biológicos. Tiene una labor muy valiosa para transportar a través de la sangre material alimenticio y para expulsar del organismo el material de deshecho. Aunque los datos en este aspecto son menos fiables, el organismo puede estar dos o tres días sin agua y unos treinta o cuarenta sin ningún tipo de alimento. En los años cuarenta, Mahatma Ghandi, con 74 años, sobrevivió  a una huelga de hambre, 21 días, gracias a sorbos ocasionales de agua.

Parece claro, pues, que el agua es un bien indispensable para los seres vivos y muy especialmente para el hombre por el variado uso que hace de ella. Aunque mucho se ha avanzado en este bien de tanta necesidad, más de 760 millones de personas no tienen acceso a agua potable, según informe de la Cruz Roja en el Año 2014.  Especialmente grave es esta carencia para los niños: "cerca de 8.000  mueren cada día debido a la falta de agua, saneamiento e higiene". Se comprende muy bien por qué en África Subsahariana, y en otras países con carestía de este líquido elemento, se le llama el "oro azul". Y en el futuro jugará un papel fundamental en la geoestrategia mundial. Según un informe de la ONU las amenazas de guerras entre las naciones no se darán en un futuro por el petroleo, sino por el agua. 



La Iglesia católica no es ajena a la preocupación del abastecimiento de agua para todos los hombres. El 22 de marzo de 2015,  celebración del Día Mundial del Agua, el Papa Francisco, durante el rezo del Angelus en la Plaza de San Pedro, subrayaba que el futuro de la humanidad dependía de la capacidad del hombre para "cuidar y compartir este elemento esencia para la vida" y hacía una invitación "a la Comunidad internacional a vigilar hasta que las aguas del planeta sean protegidas adecuadamente y nadie sea excluido o discriminado en el uso de este bien, que es un bien común por excelencia".

 Los cristianos, por tanto, debemos tener también un compromiso ecológico. Y esa responsabilidad con el medio ambiente debemos asumirla dentro de nuestras casas y entornos. Reduciendo el consumo de agua en nuestros hogares podemos solidarizarnos con quienes pasan sed, y contribuimos a racionalizar más su uso.  La encíclica Laudato Si es una buena referencia para implicarnos más en el cuidado de la casa común, como el Papa Francisco hadado en llamar a nuestro planeta.


El agua en la historia del cristianismo ha sido y es materia importante. En la Biblia  aparece 582 veces en el Antiguo Testamento y unas 80 en el Nuevo Testamento. Adquiere una relevancia trascendental en el Sacramento del Bautismo para borrar el pecado original y otorgar Dios la gracia sacramental en las almas.


Hay un pasaje del Nuevo Testamento que habrás leído y escuchado en varias ocasiones. Lo recordamos: Estamos en el primer Viernes Santo de la historia. El Señor clavado en la Cruz agoniza y exclama: ¡Tengo sed! (Jn. 19, 28-29). Le dieron a beber un vino mezclado con hiel; pero después de haberlo probado no quiso beberlo (Mt. 27,34). Resulta contradictorio que el Señor se queje de sed y no beba el líquido para calmar la sed. ¿Podría referirse a otra sed? ¿Fue solo para que se cumpliese la Escritura?


El 10 de septiembre de 1946, la entonces hermana María Teresa, perteneciente a las Hermanas de Loreto, durante un viaje en tren de Calcuta a Darjeeling para realizar su retiro anual, vivió lo que ella denominó "la llamada dentro de la llamada": ¡I´m thirst! (¡Tengo sed!),  escuchaba interiormente repetidas veces a lo largo del trayecto.  Ese día fue un hito en la vida espiritual de esta mujer. El 17 de agosto de 1948 se  vistió por primera vez con el sari blanco orlado de azul para vivir en el mundo de los pobres, y fundó lo que el Señor le pedía: una congregación religiosa al servicio de los más pobres. En 1950 oficialmente se establece la Congregación de las Misioneras de la Caridad. La hermana María Teresa se convierte en la madre Teresa de Calcuta


Esa es la sed que padece Dios en su ternura por los hombres; y que está dispuesto a derramar: el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna (Jn. 4, 1-42). Sabe que la sequedad del ser humano, la intrínseca y profunda sed que padece, no se sacia  en esos avances científicos y tecnológicos, en un afán de erigirse en dador y recibidor de la felicidad imperecedera. No. Quien no conoce el sentido de su existencia es como quien se pierde en el desierto. Cree encontrar oasis para paliar la sed y lo que sufre son espejismos que le hacen beber de aguas contaminadas.  La respuesta al destino es la que dio Jesús a Tomás cuando le pregunta cómo saber el camino: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn. 14, 1-6). 


Estamos en el ecuador del Año de la Misericordia. Jesucristo sigue sediento de almas para derrochar su infinita misericordia. Tal vez es el momento de hacerte algunas serias preguntas: ¿de dónde procede tu sed?, ¿con qué agua tratas de saciarte?, ¿tienes tú sed de almas como Jesucristo? Porque puede que todavía no hayas descubierto que el Señor necesita de ti, para ser ese canal donde verter el agua que sacia a los que te rodean. Y un vaso de agua ofrecido a un sediento puede transformar una vida.









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