Contaba hace años una de mis primeras compañeras de trabajo que su padre se había personado en una ocasión en la parroquia para pedir dejar sin efecto la inscripción de bautizado, con el fin de que constara su “baja” de la Iglesia Católica, como si de un socio de un equipo de fútbol o de una peña taurina se tratara. No recuerdo los motivos por los que el padre de mi compañera se vio dispuesto a adoptar tal determinación, pero para hacer esa demanda al párroco el hombre tendría que estar plenamente convencido. Ignoro si después de las razones que le daría el párroco para explicar tal imposibilidad, el padre de mi compañera se replantearía el empeño.
Aunque en los expedientes de bautismo no pueda constar la renuncia expresa a seguir llamándonos cristianos los que hemos sido bautizados, y dejar de pertenecer a la Iglesia, hay una cantidad determinada de cristianos que no profesan la fe, que no se consideran miembros de la Iglesia. Precisamente en el sacramento del Bautismo es donde más evidente se hace este desapego a las costumbres cristianas que nuestros antepasados tuvieron con nosotros. En un admirable "celo" por salvaguardar a sus hijos de cargas de conciencia para el día de mañana, los padres posponen el bautizo hasta que ellos quieran hacerlo, que difícilmente llegarán a optar por una clara lógica: si no se viven las costumbres cristianas en los hogares donde son educados, cuesta creer que llegará un día en el que dirán a sus padres que quieren recibir el sacramento de la iniciación cristiana. Nuestro Señor pone unos cauces naturales para adquirir vida sobrenatural: los padres, y si éstos no asumen esos compromisos por haber decidido no vivirlos, estar apartados de Dios, la transmisión de la fe se pierde. Dios podrá llamar a un chaval, a una chavala a través de amigos, asociaciones juveniles, clubes, o personas determinadas que se cruzan en sus vidas; pero tendrán la difícil tarea de conjugar esa iniciativa divina con la frialdad espiritual de sus hogares. Complicado.
Y es que para un cristiano el mayor regalo dado por Dios a través sus padres son dos vidas: la vida natural y la vida sobrenatural, por la que nos incorporamos a la Iglesia , que es donde se encuentra la salvación, que no puede encontrarse fuera porque allí donde está la Iglesia, está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está también la Iglesia y toda gracia (1).
Con el Bautismo del Señor se pone fin a la Navidad. Pasamos de adorar al Niño Jesús a convertirnos en seguidores de Jesucristo. No sé a tí, pero a mí me resulta signficativo que antes de iniciar la vida pública Jesús guardase turno en la orilla del Jordán para ser bautizado por Juan, a pesar del recelo a hacerlo por saber que era el Mesias (Mc1,9-11; Lc. 3, 21-22 y Mt. 3, 13-17). Y no menos llamativo es que después de la resurrección vuelva a referirse al bautismo: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo. (Mt. 28,19-20). ¿Entendemos el empeño de que el Verbo de Dios hecho carne destaque de manera tan primordial la importancia del Bautismo? Además, alberga doble relevancia: abre la puerta a la gracia de Dios y al resto de los otros seis sacramentos instituidos por la Iglesia conforme a la Tradición.
La Iglesia no tiene otro empeño que velar por la salvación de las almas, hasta tal punto que, como tal vez sepas, si la vida de un recién nacido corre serio peligro de muerte, cualquier persona cercana a la criatura puede bautizarla derramando un poco de agua en su cabeza y pronunciando la frase que acompaña al rito: Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Referirme a la Iglesia es , pues, referirme a una madre; esa es la debilidad que fortalece a un hijo de Dios. La Iglesia es madre. El nacimiento de Jesús en el seno de María, en efecto, es preludio del nacimiento de cada cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito de una multitud de hermanos (cf.Rm 8, 29) y nuestro primer hermano Jesús nació de María, es el modelo, y todos nosotros hemos nacido en la Iglesia (2).
Solamente considerándonos hijos de la Iglesia, que nació del costado abierto de Jesucristo Crucificado, que se constituyó con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, encontramos la vía que nos conduce a la salvación. Para los que piensan que es una rémora del pasado, que pueden encontrarse con Dios prescindiendo de ella invito a leer pausadamente esta frase: Desdichado es el que pretenda mantener encendida su llama rechazando la Iglesia (3). Porque no hay otro lugar para buscar, encontrar y amar a Cristo, añado, que no sea en la Iglesia.
(1) San Irineo, Adversus haereseses, 3, 24
(2) Papa Francisco, Audiencia general (3-IX-2014)
(3) Henri de Lubac, en Meditation sur L´Eglise
(3) Henri de Lubac, en Meditation sur L´Eglise