sábado, 24 de enero de 2015

Bautismo, ¿cuándo y para qué?


 Contaba hace años una de mis primeras compañeras de trabajo que su padre se había personado en una ocasión en la parroquia para pedir dejar sin efecto la inscripción de bautizado, con el fin de que constara su “baja” de la Iglesia Católica, como si de un socio de un equipo de fútbol o de una  peña taurina se tratara. No recuerdo los motivos por los que el padre de mi compañera se vio dispuesto  a adoptar tal determinación, pero para hacer esa demanda al párroco el hombre tendría que estar plenamente convencido. Ignoro si después de las razones que le daría el párroco para explicar tal imposibilidad, el padre de mi compañera se replantearía el empeño.

Aunque en los expedientes de bautismo no pueda constar la renuncia expresa a seguir llamándonos cristianos los que hemos sido bautizados, y dejar de pertenecer a la Iglesia, hay una cantidad determinada de cristianos que no profesan la fe, que no se consideran miembros de la Iglesia. Precisamente en el sacramento del Bautismo es donde más evidente se hace este desapego a las costumbres cristianas que nuestros antepasados tuvieron con nosotros. En un admirable "celo" por salvaguardar a sus hijos de cargas de conciencia para el día de mañana, los padres  posponen el bautizo hasta que ellos quieran hacerlo, que difícilmente llegarán a optar por una clara lógica: si no se viven las costumbres cristianas en los hogares donde son educados, cuesta creer que llegará un día en el que dirán a sus padres que quieren recibir el sacramento de la iniciación cristiana. Nuestro Señor pone unos cauces naturales para adquirir vida sobrenatural: los padres, y si éstos no asumen esos compromisos por haber decidido no vivirlos, estar  apartados de Dios, la transmisión de la fe se pierde. Dios podrá llamar a un chaval, a una chavala a través de amigos, asociaciones juveniles, clubes, o personas determinadas que se cruzan en sus vidas; pero tendrán la difícil tarea de conjugar esa iniciativa divina con la frialdad espiritual de sus hogares. Complicado.


En 1988, Emiliano Revilla, un importante empresario español, fue secuestrado. Tras 249 días de cautiverio fue liberado por sus captores. En una entrevista en  un programa de televisión el presentador  le preguntó si el día de su liberación había sido el más de su vida. Su respuesta sorprendió: No,-puntualizó- el día más feliz de mi vida fue cuando recibí el sacramento del Bautismo

Y es que para un cristiano el mayor regalo dado por Dios a través sus padres son dos vidas: la vida natural y la vida sobrenatural, por la que nos incorporamos a la Iglesia , que es donde se encuentra la salvación, que no puede encontrarse fuera porque allí donde está la Iglesia, está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está también la Iglesia y toda gracia (1).

Con el Bautismo del Señor se pone fin a la Navidad. Pasamos de  adorar al Niño Jesús a convertirnos en seguidores de Jesucristo. No sé a tí, pero a mí me resulta signficativo que antes de iniciar la vida pública Jesús guardase turno en la orilla del Jordán para ser bautizado por Juan, a pesar del recelo a hacerlo por saber que era el Mesias (Mc1,9-11; Lc. 3, 21-22 y Mt. 3, 13-17). Y no menos llamativo es que después de la resurrección vuelva a referirse al bautismo: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo. (Mt. 28,19-20). ¿Entendemos el empeño de que el Verbo de Dios hecho carne destaque de manera tan primordial la importancia del Bautismo? Además, alberga doble relevancia: abre la puerta a la gracia de Dios y al resto de los otros seis sacramentos instituidos por la Iglesia conforme a la Tradición.




 La Iglesia no tiene otro empeño que  velar por la salvación de las almas, hasta tal punto que, como tal vez sepas, si la vida de un recién nacido corre serio peligro de muerte, cualquier persona cercana a la criatura puede bautizarla derramando un poco de agua en su cabeza y pronunciando la frase que acompaña al rito: Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Referirme a la Iglesia es , pues, referirme a una madre; esa es la debilidad que fortalece a un hijo de Dios. La Iglesia es madre. El nacimiento de Jesús en el seno de María, en efecto, es preludio del nacimiento de cada cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito de una multitud de hermanos (cf.Rm 8, 29) y nuestro primer hermano Jesús nació de María, es el modelo, y todos nosotros hemos nacido en la Iglesia (2).

Solamente considerándonos hijos de la Iglesia, que nació del costado abierto de Jesucristo Crucificado, que se constituyó con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, encontramos la vía que nos conduce a la salvación. Para los que piensan que es una rémora del pasado, que pueden encontrarse con Dios prescindiendo de ella invito a leer pausadamente esta frase:  Desdichado es el que pretenda mantener encendida su llama rechazando la Iglesia (3). Porque no hay otro lugar para buscar, encontrar y amar a Cristo, añado, que no sea en la Iglesia.


(1) San Irineo, Adversus haereseses, 3, 24

(2) Papa Francisco, Audiencia general (3-IX-2014) 

(3) Henri de Lubac, en Meditation sur L´Eglise



domingo, 11 de enero de 2015

De la mano de la Virgen en 2015





El futuro siempre preocupa, la incertidumbre es una cuestión que el hombre no sabe resolver para encontrar seguridad a lo que está por vivir. Intentamos planificar la vida en función de nuestros proyectos, pero siempre quedan condicionados a circunstancias que los pueden trastocar. Con la llegada de un nuevo año surgen propósitos, deseos, ilusiones, pero también inquietudes, intranquilidades, porque somos vulnerables y siempre quedarán dudas de si podremos alcanzar los propósitos anhelados. ¿Estamos seguros que todo depende únicamente de nuestros esfuerzos?

Para paliar las incertidumbres ante lo desconocido, aunque sea de manera inconsciente, por guardar las costumbres, estas fechas son propicias para dejarnos llevar por supersticiones chocantes y simpáticas como ponerse en Nochevieja alguna prenda de vestir roja, comerse las doce uvas -¡todas!-, echar un anillo en la copa de sidra o champagne, comer lentejas el último día del año… Y pedimos los mejores propósitos, metas a las que llegar, objetivos para cargarnos de ilusión. Lo pedimos, sí, después de un brindis en Nochevieja; pero ¿a quién? Al Año Nuevo. ¡Cuántas peticiones habrán salido para el año 2015! Una pregunta llamativa: ¿nos hemos parado a pensar que un año es tan solo el tiempo que tarda nuestro planeta Tierra en dar una vuelta completa alrededor del Sol? Nos dirigimos a una medida temporal porque persiste esa inquietud en el hombre por reconocer que por nosotros mismos no somos capaces de labrarnos un futuro sin inquietudes y temores. Estamos necesitados de ayuda y protección. Un nuevo año parece que nos supera, que se nos va a hacer largo, que habrá momentos en los que marcharemos con paso firme, pero también trayectos que se harán cuesta arriba. Vemos ilusión, pero desasosiegos a la vez. No las tenemos todas consigo, podríamos decir.



Los cristianos tenemos más fácil a quien dirigirnos para dejar en buenas manos nuestras inquietudes y propósitos, para entrar en un nuevo año con ilusión y esperanza. El mismo día 1 de enero la Iglesia celebra la fiesta de Santa María, Madre de Dios, el título más preciado a consecuencia de la perfecta unión de la naturaleza divina y humana de Cristo desde el momento de la concepción. Comienza el año civil, y el principal anhelo para la humanidad es la paz; por esta razón también invocamos a María como Reina de la Paz. Deseamos la paz, en nuestros corazones; un corazón en paz consigo mismo y con el prójimo transmite alegría, felicidad, estado que todos buscamos.

Cuando san Juan Pablo II perdió a su madre siendo un adolescente, se puso de rodillas y le dijo a la Virgen que ahora que ya no tenía madre en la tierra, debería ser Ella quien le cuidara desde el Cielo. En Cruzando el Umbral de la Esperanza, nos describe el significado de la devoción mariana: Así pues redescubrí la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la Madre de Dios me ha seguido a través de los años. La Virgen cuida de nosotros, se ocupa de nuestras preocupaciones, quiere estar muy cerca de cada uno de sus hijos porque ama con un corazón rebosante de gracia, con un alma llena de Dios. Llevó en sus entrañas al Salvador, le trajo a la tierra en su bendito vientre, le cuidó, le alimentó, le vistió, le protegió como cualquier buena madre hace con su hijo. Era el Hijo de Dios, pero necesitaba de una madre, precisaba unos brazos que le cogiesen, unos pechos que le amamantaran y el cariño propio para crecer en paz y alegría.

El comienzo de un nuevo año es propicio a formularnos reflexiones. Te propongo una: tenemos por madre a la Madre de Dios. Me gusta imaginarme  a la Virgen llevando de la mano al Niño Jesús en sus primeros pasos. Se sentiría seguro, sonreiría al descubrir que a pesar de la torpeza de sus pasos no se cae, se ve seguro, porque se sabe bien cogido por la mano de María. Así podemos vernos tú y yo en los inicios del año 2015. Niños pequeños, que vamos a lo largo de todos los próximos 365 días bien agarrados a la Virgen. Fíjate lo que se atrevió a escribir Santa Teresa del Niño Jesús, en Últimas Conversaciones : “ella no tuvo una Santísima Virgen a quien amar y eso es una dulzura más para nosotros y una dulzura menos para ella”. 

Tú y yo podemos amar a  la Virgen. Y para amarla hay que  tenerla presente, y hay que tenerla presente para amarla. Hay innumerables maneras de acordarnos diariamente: rezando el Avemaría, el Rosario u otras oraciones marianas, llevar una estampa en la cartera, tener bien a la vista en casa una imagen suya,  saludarla cuando salimos o entramos a casa. ¡Mil detalles! No esperes a que llegue la fecha de las fiestas patronales o la romería de tu pueblo o ciudad para mostrarle lo mucho que la quieres. Empieza ya, en los inicios de este año 2015. No quedarás defraudado. María desea que confiemos a ella nuestras ilusiones y buenos propósitos para este año; y también nuestros temores e inquietudes. Es natural: la Madre de Dios es nuestra madre.

¡Feliz Año 2015!