La beatificación de 522 mártires en Tarragona el 13 de
octubre ha pasado a ser la más numerosa de cuantas se han efectuado en la
historia de la Iglesia. Con esta cifra se llega a 1.523 mártires de los
llamados del siglo XX, de los cuales 11 ya han sido canonizados.
Se han vertido algunas críticas por la ciudad, la fecha y
el acontecimiento en sí, buscando posicionamientos políticos, cuando en
realidad no hay más que determinación puramente religiosa. Y existen argumentos
suficientes para constatarlo. Las siguientes preguntas sirven de aclaración.
¿ Por qué
en Tarragona? Los primeros mártires hispanos entregaron su vida en esta ciudad.
En el año 259, el obispo San Fructuoso y sus dos diáconos, San Eulogio y San
Augurio sufrieron martirio por no renegar de la fe. Otra poderosa razón es que
Tarragona es la ciudad en la que en este proceso más causas se han abierto:
sufrieron martirio 147 cristianos, encabezados por su obispo auxiliar.
¿Por qué en esta fecha? El Año de la Fe proclamado por el
Papa Benedicto XVI concluye el último domingo de este mes, y es un acierto
pleno cerrar el evento con una beatificación de tal magnitud. De hecho el lema
de la beatificación ha sido: Firmes y
valientes testigos de la Fe. Es a lo que siempre estamos llamados los
cristianos, sin exclusión de momentos y circunstancias en función de la época
que vivamos.
¿Por qué mártires del siglo XX? Porque no fueron mártires
de la guerra civil. Durante los años 1931 a 1936 fueron asesinados unos
veintiocho religiosos. En esos años no había guerra civil, sino una situación
de persecución religiosa: quema de conventos y de iglesias, asesinatos de
personas a causa de su fe. Desde el siglo IV en que el emperador Diocleciano
asumió el poder en el Imperio Romano, no había habido una persecución religiosa
en España como la sufrida. Cerca de 7.000 religiosos asesinados y miles de
seglares que entregaron su vida por el simple hecho de ser católicos. Los
procesos de beatificación podrían alcanzar los 10.000.
El cardenal Amato, Prefecto de la Congregación para la
Causa de los Santos, que presidió la ceremonia en representación del PapaFrancisco, fue determinante en la homilía que pronunció. Invito a leerla
íntegra y pausadamente. Me quedo con este texto: “Recordemos de antemano que los mártires no fueron caídos de la guerra
civil, sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el
exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanas nuestros no eran
combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a
ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron
matados por odio a la fe, solo porque eran católicos, porque eran sacerdotes,
porque eran seminaristas, porque eran religiosos, porque eran religiosas,
porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro, más querido que
la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a
todos…Ellos son los profetas siempre actuales de la paz en la tierra”.
El Papa Francisco, en mensaje emitido por videoconferencia
antes de la celebración litúrgica, hizo una breve reflexión para explicar
quiénes son los mártires: “Son cristianos
ganados por Cristo, discípulos que han aprendido bien el sentido de aquél “amar
hasta el extremo” que llevó a Jesús a la Cruz”. Porque el amor debe ser
total: “ No existe el amor por entregas,
el amor en porciones”.
Descubriendo la biografía de cada uno de ellos podemos
admirarnos de su valentía para morir violentamente, pero con una paz interior
que solo las almas en gracia pueden vivirla. Todos podrían haber salvado la
vida –aunque bien es verdad que no lo tengo claro dada el odio mostrado por sus
verdugos- si hubieran adjurado de la fe. No se les pedía reunir sumas de
dinero, ni participar en movilizaciones sociales, tampoco en unirse al frente
en el combate; solamente se les pedía a cambio renegar de la fe. Con una frase
bastaba. Pero no se conoce un solo testimonio de un cristiano que salvara la vida por renunciar a confesar delante de sus verdugos a Cristo.
Posiblemente tú y yo no volvamos a revivir estos violentos
episodios; seguramente no estemos llamados a ser uno de esos 105.000 cristianos
que cada año mueren en el mundo por ser seguidores de Jesucristo, o uno de los 100
millones de cristianos perseguidos en los países donde no se respeta la
libertad religiosa.
Pero no por ello perdemos protagonismo si tenemos en
cuenta que en nuestras vidas, en los días vividos aparentemente sin
sobresaltos, existen ocasiones en las que podemos vernos delante de nuestros
verdugos dispuestos a que abjuremos de nuestra fe, a que sucumbamos en pequeñas
tentaciones que de manera encubierta se nos ofrecen para renunciar en situaciones
determinantes a ser fieles a Jesucristo. El peligro de la vida cristiana no
está en ninguna situación como la de los mártires, que superan el pavor de la
muerte sin renunciar al valor Supremo por el que han vivido; el riesgo en la
vida corriente de cada cristiano, en la tuya y en la mía, está en esas pequeñas
renuncias que pueden hacernos perder -¡y quien no conoce más de un caso
ocurrido, y de los cuales nadie estamos a salvo si no es por la gracia de
Dios!- de pasarnos al otro bando; al bando de la comodidad, del egoísmo, de la
sensualidad, de la avaricia, incluso del relativismo para acallar nuestras
conciencias sin dejar de sentirnos –sentirnos sin sentir- cristianos. Ése es el
riesgo, y esa es la heroicidad que nuestro Señor nos pide: ser fieles diariamente
dentro de una sociedad donde tantas apetencias materiales nos ofrece para
arrinconar a quien verdaderamente nos reparta sentido y felicidad a nuestras
vidas.
Cada día nos
ponemos en situación de ejercer de palabra o de obra nuestra fidelidad a Dios. Podemos
convertirnos en mártires ordinarios si sabemos derramar en lugar de sangre nuestros
egoísmos y comodidades. ¿Has pensado que hay muchos momentos en nuestras vidas
que podemos sucumbir a las tentaciones, que de manera encubierta se nos ofrecen
para renunciar a nuestra condición de cristianos aunque solo sea por un
momento? Seguramente sí. Pues por cada acto por pequeño que sea donde mostramos
esa fidelidad al Señor, nos convertimos en héroes. Por el contrario, en esos momentos
puntuales donde nos dejamos vencer por debilidades consentidas, donde prima el
yo antes que Él, es cuando nos convertimos en villanos.
Los mártires no llegaron a serlo por decir sí a Jesucristo
en lugar de salvar sus vidas momentos antes de su ejecución; sino porque a lo
largo de su existencia supieron renunciar con la gracia de Dios a dejarse
llevar por las tentaciones, que por pequeñas que sean siempre suponen una
separación del amor que gratuitamente Dios nos regala.
Esta es la lección que pueden darnos los mártires a
quienes intentamos agradar diariamente a Jesucristo a través de nuestra
fidelidad, tan inconsistente en ocasiones, tan puesta a prueba y derrotada tantas
veces. Fidelidad, sí; fieles en la familia, en la facultad, en el trabajo, en
los hogares, con los amigos; fieles a Dios, porque es de quien verdaderamente podemos fiarnos. El medio para luchar contra las infidelidades posiblemente lo conozcas: es un Sacramento, llamado de la Reconciliación. Está en
juego no nuestro nombre en los altares, sino en el Cielo.
Te dejo el video oficial del Domund 2013. Saca tus propias
conclusiones. Yo he sacado una: que la fe es alegría.
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