La Iglesia invita en el mes de noviembre a considerar los fines últimos –novissimis en latin- del ser humano. Si tus padres te bautizaron al poco tiempo de nacer, indudablemente que no recuerdas el ritual del Bautismo. Si lo has recibido en edad adulta puede que sí. No obstante, te lo recuerdo en parte para resaltar la parte que viene a colación. El sacerdote, después de conocer el nombre escogido para el nuevo hijo o hija de Dios pregunta a los padres: “¿Qué pides a la Iglesia”?. Respuesta: “La fe”. “¿Y qué te da la fe?”. “La vida eterna”. A través de este Sacramento Dios nos acoge como miembros de su familia divina y simboliza el paso de la vida terrena a la eterna.
La
temporalidad de nuestro existir en la tierra siempre ha movido al hombre a
preguntarse el futuro de la existencia después de la muerte. La Escatología –palabra griega que
significa “reflexión sobre las cosas últimas”- se encarga del estudio teológico
que ayuda a asomarse más allá de esta vida. Para realizar este estudio hay una
condición: tener fe. Ser creyente.
El
predicador de la Casa Pontificia, predicador del Papa, el padre capuchino Raniero Cantalamessao , en la revista Palabra del mes de julio 2013, hace una
precisión propia de quien está embebido en las profundidades de la fe; pero que
tan bien nos puede venir a ti y a mí. A la pregunta de lo que creemos los que
nos definimos como creyentes contesta
que “Casi siempre creen en la existencia
de un Ser supremo, de un Creador; creen que existe un más allá”. Pensamos
que por el hecho de creer en un Alguien superior nos tenemos por creyentes; y
no es así. “Pero ésta es un fe deista, -explica- no una fe cristiana; siguiendo la
famosa distinción que hacía Karl Barth,
esto es religión, pero todavía no es fe”. Ésa es la diferencia primordial.
Para tener fe tenemos que creer en Jesucristo, Hijo de Dios; no en Algo, en un
Ser, en un Creador. Si es así, nos quedamos en personas religiosas, con una
vaga idea de nuestro destino post mortem.
Admitiendo
la religiosidad por naturaleza del
ser humano, y que la sociedad laica propone un pensamiento contrario al
cristiano, podríamos reducir a tres las opciones que la ideología laica ofrece
como respuestas a la pregunta del futuro después de la muerte. Líbreme Dios de
introducirme en derroteros racionalistas, contrapuestos a la doctrina católica
en torno al “más allá”, para defender
lo que para mí es más convincente y razonable como relata la Biblia y en la
enseñanza oral de Jesucristo, respecto al cuerpo y alma de los hombres y
mujeres que han vivido, que vivimos y que vivirán. De paso, refrescamos ese ansía de eternidad, que ya en tiempos de Juan Ramón Jiménez empezaba a echarse en falta, y él se encargaba de recordarla: "¡Cielo, palabra del tamaño del mar que vamos olvidando tras nosotros!".
Hagámoslo
sencillo. Imagínate que llamo a la puerta de tu casa, me recibes, y después de
presentarme me atiendes amablemente, pasamos al salón, me invitas a sentarme.
Acto seguido, para no entretenerte demasiado tiempo, te doy a conocer las
opciones por si tienes inquietudes sobrenaturales y te interesa plantearte
seriamente qué pasará cuando dejes esta vida. Vamos a diferenciarlas por
letras.
a)
Es la más sencilla. Profundamente atea. No tiene sentido trascendental alguno.
Vive la vida sin más. No te rayes pensando que sucederá después de abandonar
este mundo. ¿Para qué? El hombre y la mujer no somos más que materia. Llegad el
momento con la muerte se acaba todo. Es el mismo final que el de una lombriz.
Da lo mismo que hayas empeñado tu vida en hacer el bien a los demás o que te
hayas dedicado a violar a cualquier pobre mujer que se haya cruzado por tu
camino, en ser un genio de la arquitectura o a asesinar mujeres y niños porque estás
convencido que la provincia donde naciste es un estado históricamente sometido
por otro. No hay premio ni castigo. Es indiferente. Disfruta a tope. Aprovecha
la vida. Si te viene el contratiempo, el fracaso o la enfermedad, maldice todo
lo que puedas para desahogarte. Las tragedias propias o ajenas las despachas
con una queja para confirmar que llevas razón: Esta vida es una …. y ¡a vivir
que son dos días!
b)
Aquí ya hay que pensar más. Tienes que tener un convencimiento de que además de materia, el ser humano tiene
espíritu. Morimos y el cuerpo desaparece, pero queda el espíritu. ¿Qué hacer
con él? ¿A dónde nos lleva? Te introduzco en el movimiento gnostico. Aviso: tienes
que tener unas grandes tragaderas intelectuales para empaparte el contenido por
el cual tu alma se convertirá en inmortal. A los seguidores de esta tesis se
les llama gnosticos, porque tienen el conocimiento secreto revelado por los Apóstoles
a su grupo de élite. Falsificar el Evangelio es una de las armas preferidas.
Buscan eliminar las doctrinas cristianas. Viene a ser como el New Age moderno
con unas creencias perfectamente cambiables por cuanto buscan más la novedad
que la verdad. No tratan muy bien a nuestro cuerpo, al que consideran una
cárcel de la que nos liberamos después de la muerte, considerando pervesiones
la procreación y el matrimonio. La divinidad está compuesta de una multitud de
espíritus individuales. Para ellos, Jesús no es dios ni hombre, sino un ser
espiritual que solo aparentó tomar cuerpo para darnos unos conocimientos
necesarios para librar a nuestras almas de los cuerpos. Por supuesto que no
admiten la redención de Cristo, porque con los conocimientos gnósticos se
accede a la verdadera vida mas allá de la materia. El alma vivirá en el
Pleroma, o mundo espiritual invisible, que se forma a través de las emanaciones
de poderes espirituales, denominados aeones, que emite el Ser Supremo. Tienes que echarle mucha
imaginación; tanta si cabe, como esos escritores que viven de publicar novelas
con fondo gnóstico, después del éxito alcanzado por el Código Da Vinci. Pero,
insisto, si dispones de poco tiempo para reflexionar, y no utilizas transporte
público para desplazarte por tu ciudad y entretenerte con tanta literatura
sobre el tema, te sugiero pasar a la siguiente opción.
c)
Esta está basada en las religiones orientales, mantenida antiguamente por
algunos pensadores griegos. Acaecida la muerte, el alma comienza una serie de
reencarnaciones sucesivas hasta alcanzar un estado final de purificación. El
retorno en seres humanos puede llegar a alcanzar las ciento ocho reencarnaciones;
dependiendo del estado del alma a la muerte, así tendrá que purificarse en
sucesivas reencarnaciones. En esta corriente no existe Ser superior; digamos
que es el propio alma únicamente quien realiza el proceso de autorredención.
Hay una creencia reencarnacionista llamada “metempsicosis”, que enseña que los
grandes pecadores pueden reencarnarse en un animal o en una planta. El
objetivo, resumiendo, está en que en base a sucesivas reencarnaciones se paguen
culpas de vidas anteriores y el alma se purifique hasta llegar a un alma
absorta en “el todo”, para formar parte de un “Dios” o “Brama”.
d)
Y para terminar mi exposición, para no robar más tiempo del que dispones, apuro
un vaso de agua que amablemente me has ofrecido, y te expongo la teoría que a mí,
particularmente, me da más resultado, por ser más razonable y creible,
respetando, por supuesto, tu libertad de elección. Para adscribirte a esta
teoría se necesita un requisito: saber y querer amar. ¿Quién no ha amado alguna
vez? ¿A quien no le gusta ser amado? Esta es la que más dignidad concede a la
persona, sea cual sea su condición. Sobre esta doctrina han divagado admirables
doctores en teología como San Agustín, Santa Teresa de Jesús o Santo Tomás.
Pero tú ya sabes mi argumento para no distraerte más de lo debido: la
simplificación. Por eso, te advertía de un requisito: querer amar, dejarte
querer. ¿Y a quien? ¿Y por quién? Por Jesucristo. Uno de sus seguidores
contemporáneos, el apóstol Juan, lo dejó escrito: “Carísimos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios,
y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a
Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros,
en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él”. (1
Juan, 4, 7-9). Por tanto, si consideras que Dios es amor, que te quiere con
todo el amor (infinito) que Dios puede tener, te sentirás querido y amado en
cuerpo y alma, como se quieren los enamorados. En toda relación afectiva, los
dos enamorados tienen que renunciar a aquello
que les diferencia y puede causar desavenencias. En este caso,
Jesucristo en la Cruz clavó todas aquéllas conductas –pecados- que impedían
derrochar el afecto de uno –tú y yo- hacia el Otro. Lo único que te pide para
estrechar esa relación son pequeñas o grandes renuncias, que redundará en tu
propia felicidad. Porque la verdadera felicidad está en dar y no en recibir.
Esta
doctrina tiene una gran ventaja. No está sujeta a la temporalidad. Cuando dos
personas están firmemente enamoradas temen que la separación sea una realidad
que les condiciona a quererse. Las despedidas se hacen interminables, no
quieren separarse, afrontan la separación con tristeza. No digamos cuando la
partida es para siempre. Se juran amor eterno; pero el amor humano es temporal.
Pues bien, en este caso, no es así. Si Dios mismo te ofrece un amor (infinito),
es para disfrutarlo para siempre (en la eternidad). Por tanto, no es un amor
condicionado a esta vida. Va más allá: hasta
el más allá. Es un amor sin fin, una felicidad para siempre. Serás
“cieloso” por vivir en el Cielo; pero nunca celoso porque Él es incapaz de
serte infiel.
Un enamoramiento que no
conoce fronteras, que ni la muerte es capaz de separarlo, sino al contrario, se
perfecciona al poder ver a Dios cara a cara, es la mejor oferta que te puedo
hacer para afrontar el término de esta vida con la esperanza segura en una vida
(con Dios) que no acaba. Me lo ha contado mi madre muchas veces. Su madre (mi
abuela) no las tenía todas consigo con respecto al futuro después de la muerte.
Decía que nadie había vuelto para contarlo. Y a base de decírmelo yo he
deducido una teoría: ¿qué es lo que pasa cuando estás con un amigo al que no
ves desde hace años y te juntas para tomar unas cañas? ¿O cuando estás con tu
novio o novia después de pasar una semana sin verle? ¿O cuando estás
presenciando un épico encuentro de tenis entre Nadal y Federer? Se contesta con
esta frase: ¡se me ha pasado el tiempo volando! Así debe ser cuando el alma se
encuentra con Dios en el Cielo. Es tal la satisfacción infinita que se tiene
que “olvidar” volver a la tierra para que sepan algo de ti. Y como allí no
existe tiempo, hay un “eterno” olvido de dar un aviso en casa para decir que
vas a llegar tarde por lo muy feliz que te sientes junto al Señor. No te pido
que tengas la fe del carbonero. Discurre con serenidad y memoria. Piensa en los
que no renunciaron a ese amor a costa de perder sus vidas (terrenales); los que
se alejan de sus familias para irse a otro continente a ayudar a tantos seres
humanos como tú y como yo, pero olvidados y abandonados a sus miserias; o ese
vecino o vecina, compañero o compañera de trabajo, o quien tiene apuros
económicos o salud debilitada, pero que cada vez que hablas con ellos te tratan
con cariño y te ofrecen la mejor de sus sonrisas, y que sabes que todos los
domingos, e incluso todos los días, asisten a Misa en la parroquia de al lado
de tu casa. ¿Verdad que te llaman la atención? Pues son los que se han dejado
“atrapar” por esos tejos que el Enamorado lanza indiscriminadamente. ¿No ves
que son pruebas de estar plenamente enamorados?
Esta
es la oferta que te recomiendo. De quien te quiere “tirar los tejos” hablaremos
más detalladamente, en el siguiente post una vez que este domingo día 25 se ha
clausurado el Año de la Fe. Acontecimiento que es indispensable mencionar.
Mientras tanto, me despido de ti, gracias por tu atención, te dejo tiempo para
que te replantes las opciones que te dejo. Volveré próximamente para saber por
cual de ellas te has decantado.
¡Ah,
un olvido! Esta frase te puede ayudar a elegir la mejor opción: “Si nos atrevemos a creer en la vida eterna,
a vivir para la vida eterna, veremos cómo la vida se torna más rica, más
grande, libre y dilatada”. Su autor es un anciano enamorado. Se llama
Joseph Ratzinger. Y sabe mucho del tema.
Para
quitar seriedad a la entrada, te obsequio con este video. Ahora que se acerca
la temporada de compras navideñas y de pisar muchas superficies de centros
comerciales, ándate con ojo no vayan a sorprenderte de esta manera. Es un
cuadro de Rembrandt que sale a la calle, bueno, a un centro comercial de Amsterdam,
pero… ¿por qué no puede ocurrir en España?