miércoles, 20 de marzo de 2013

¡Habemus Papam!


Miércoles, 13 de marzo, siete de la tarde, aproximadamente. En la Capilla Sixtina, bajo El Juicio Final de Miguel Ángel, se concluye el recuento de las papeletas en las que los cardenales asistentes al Cónclave han propuesto por mayoría de 2/3 al cardenal Jorge Mario Bergoglio, como 266 sucesor de San Pedro. El cardenal Re, en nombre de todos los cardenales electores le pregunta en latín: “¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?”. Una vez dada la respuesta afirmativa le pide que con qué nombre. Contesta: “Me llamaré Francisco”. El cardenal elegido pasa a una pequeña habitación existente a la izquierda del altar mayor de la Capilla Sixtina,  conocida como la “sala de las lágrimas” por las muchas que han derramado los papas elegidos. De esa sala el cardenal Bergoglio sale con sotana blanca,  investido como nuevo Papa: ¡Habemus Papam! ¡Papam Francesco! La elección de Francisco se debe a San Francisco de Asis, “santo de la pobreza, de la paz y de la defensa de la Creación”. La cristiandad huérfana desde el 28 de febrero celebra jubilosamente la llegada del nuevo Sucesor de Pedro. La primera oración es por el Papa Emérito Benedicto XVI y por él, antes de impartir la bendición Urbi et Orbi para todo el mundo.
El impacto de la elección ha sido grande. No estaba dentro de los “papables”, que según los “entendidos”, se barajaban para un posible sucesor del Papa Emérito Benedicto XVI. Era reconfortable ver la Plaza de San Pedro en la tarde noche del miércoles, llena, esperando conocer al nuevo Papa. Y la emoción cuando todos supimos que la Iglesia tenía a un nuevo Sucesor de Pedro: el cardenal  Bergoglio. Esa Plaza de San Pedro volvió a llenarse el domingo para rezar con el Papa Francisco el primer Ángelus de su pontificado. Es el Papa que Dios ha querido para la Iglesia actualmente. Un siervo de los siervos. Esta definición proviene de una carta que escribió el entonces Papa Gregorio I al patriarca de Constantinopla Juan, conocido como “El ayunador”, por sus muchos ayunos que hacía, aunque el hombre se dejaba arrastrar por el orgullo. No entendía que siendo Constantinopla más grande que Roma, no fuera él el jefe de la Iglesia. Así se lo hizo ver en una carta al Papa. Y la firmó como “Juan, obispo de toda la tierra, es decir, jefe de toda la Iglesia”. En contestación el Papa Gregorio I, sin entrar en lucha con los egos, le escribió una carta con la humildad  propia de un santo: “Los jefes de la Iglesia no son como los reyes de las naciones, que reclaman grandes honores y fomentan los celos de los orgullosos. Lo que dice el Evangelio es que el jefe de la Iglesia, más que ningún obispo, es el servidor de los cristianos”. El Papa firmó aquella carta como “Gregorio, siervo de los siervos de Dios”.
Con setenta y seis años de edad difícilmente puede presumir un hombre de buscar el poder para enaltecer una ambición. Es una edad tardía para atesorar fama y riqueza. El enaltecimiento de la persona se consigue en décadas anteriores para luego cosechar y disfrutar del buen nombre alcanzado. El Papa Francisco regirá la Iglesia católica a una edad donde se piensa más en el retiro que en el activismo, en el descanso que en el cumplimiento de agendas del día con poco tiempo para pensar en uno mismo. Cristo quiere a sus Vicarios en el declinar de la vida, donde la sabiduría no deja paso a la avidez de propósitos que no tienen que ser malos por naturaleza pero sí inapropiados. Jesucristo eligió a Pedro como roca para gobernar la Iglesia. Según la tradición posiblemente era el de más edad. Así lo reconocemos en las representaciones artísticas. Pudo elegir a Juan, el más joven. Pero fue a Pedro. Era el Maestro y dejó una enseñanza: sin madurez la humildad es menos propicia para destacar.
En la misma noche de la elección pensé en una consecuencia del nombramiento: el cardenal Bergoglio no volverá a su tierra salvo en visita pastoral. Salió de Buenos Aires para participar en el Cónclave y si regresa será como Sumo Pontífice. No podrá despedirse de sus familiares, amigos, feligreses, compañeros en el ejercicio del ministerio sacerdotal, de su ciudad, de su patria. Desde el primer momento en que es investido Papa asume que la entrega a la Iglesia es total. Una muestra más de la total disponibilidad de la persona elegida para dirigir la barca de Pedro.  ¿Te imaginas tú si vas a elegir con tu voto al Decano del Colegio de Abogados, si eres letrado, o al rector de la Facultad donde ejerces tu docencia, o si vas a designar a un representante sindical para la defensa de tus intereses y resulta que eres tú el elegido, o la elegida, y te dicen después del recuento: lo sentimos, pero este cargo supone que no  vas a poder volver a ver a tu familia, regresar a tu casa, despedirte de tu familia? Por muy preparado que esté un cardenal para ser designado Papa el aspecto humano no puede disgregarlo de su personalidad. Por eso, no es de extrañar que a la habitación donde pasan después de la aceptación del cargo se le denomine “sala de las lágrimas”. El peso de la Iglesia, sin posibilidad de prepararte emocionalmente, recae en ese preciso momento en los hombros de un hombre, que por muy acompañado que esté, asume una responsabilidad personal impresionante. Jefe de la Iglesia universal. Humanamente es insoportable; pero con la gracia de Dios el hombre lo puede todo.
Benedicto XVI en el libro Luz del Mundo expresa muy gráficamente la sensación que tuvo cuando en el recuento de las papeletas percibía que el Espíritu Santo estaba disponiéndolo para una aventura inesperada. “Sí, -decía- me vino a la cabeza la idea de la guillotina: ¡ahora cae y te da! Yo había estado totalmente seguro de que ese ministerio no era mi destino, sino que entonces, después de años de gran esfuerzo, Dios me iba a conceder algo de paz y tranquilidad. En ese momento sólo pude decirme y ponerme en claro: al parecer, la voluntad de Dios es otra, y comienza algo totalmente distinto, nuevo para mí. Él estará conmigo”.
Todos estamos expectantes e ilusionados con el pontificado del Papa Francisco. Por sus gestos externos se denota que será un Papa más en sintonía en el ejercicio petrino con el beato Papa Juan Pablo II que con Benedicto XVI. Creo que va a dar mucho que hablar –y muy claro, para que lo entendamos todos los cristianos- y mucho para escribir. Espera de él más que transformaciones internas de la Iglesia palabras para transformar tu corazón. La mayor radicalidad está en superar la raíz de todos los males –como decía la Madre Teresa de Calcuta-, el egoísmo; y diciendo un claro sí a Dios, como un día se lo dijo la Virgen María, y no hace muchos se lo ha dado Jorge Mario Bergoglio. Siéntete un navegante más en la barca de Pedro, con el Papa Francisco al timón pero con las velas desplegadas en la dirección que el viento marque: dónde quiera llevarnos el Espíritu Santo. ¿Te atreves a emprender la ruta? Estamos en un puerto muy oportuno para embarcar: se llama Cuaresma. Se parte con los pies en la tierra y se concluye con el alma en el Cielo. Sé un humilde marinero.

Te regalo esta preciosidad de video. Es un poquito largo pero vale la pena contemplarlo; en pantalla grande y con la luz apagada. Desde tierras gallegas es una manera de agradecer la inmensidad de la Iglesia, gracias a una catedral y a la labor del hombre por realzarla.

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