Cuando leas este post las fiestas navideñas habrán quedado atrás. El belén y el árbol ya estarán guardados para dentro de once meses; tu organismo ya habrá metabolizado los excesos gastronómicos; el acicalamiento amiga mía con que te preparaste para recibir el nuevo año tendrá una inmediata continuidad, tal vez, en fechas próximas; ya es un hecho real poder disfrutar de los regalos de los Reyes Magos, después de que en la noche del día 5 de enero te acostaras esperando levantarte para descubrirlos… Sí, ya sé que esta nueva entrada llega un poco pasada de fecha, pero ya que has leído este párrafo engánchate a los que quedan, sin mirar dónde está el final. Gracias.
Si me has seguido en los últimos posts posiblemente pensarás que debería tomarme un descanso en esto de escribir. Meter en la última entrada a un extraterrestre para explicar el misterio del Nacimiento de Cristo y ahora invitarte a ser un rey mago puede dar qué pensar. Acepto las reticencias. Pero como estamos a principios del nuevo año, y siempre se tienen renovados propósitos e intenciones te ofrezco este reto por si te interesa.
Antes de entrar en pormenores conviene citar un libro al que ya me referí en el primer post navideño: La infancia de Jesús, de Benedicto XVI. A diferencia del buey y la mula, estos personajes sí se recogen en el Evangelio, concretamente en el de san Mateo. La principal salvedad que matiza el Papa es que el evangelista se refiere a magos, y no a reyes. La tradición ha recogido lo profetizado por Isaías y en el Salmo 72.10 para asociar la realeza de los Magos. El término por el que se les llama magos podría estar relacionado por ser estudiosos de la astronomía, o por ser personas sabias, eruditas. Pero tampoco quiero que le des excesiva importancia. El afán de este post no es ilustrarte, sino aleccionarte. Quedas advertido.
Si Melchor, Gaspar y Baltasar hubieran estado postrados en sus palacios preocupados únicamente de sus haciendas y afanes terrenales, la ilusión de millones de niños en el mundo, y la tuya y la mía, -sé que esta fiesta te llena de especial ilusión- no estaría marcada en el calendario. De haberse aferrado al modo de vida contemporáneo, se habrían anclado en una vida sujeta –¡y vaya si bien sujeta!- al bienestar, sin importarles buscar otros alicientes en la vida más sacrificados, sí, pero mejor recompensados. Encontraron en el firmamento la estrella, pero ellos tuvieron que ponerse en camino. No encuentro, por otro lado, ningún objetivo que no cueste conseguirlo. Da un repaso a tu vida, reconoce lo que tienes y verás que has apelado casi siempre al sacrificio para alcanzarlo. Las vidas de nuestros personajes ilusionantes cambiaron, regresaron a sus tierras, a sus haciendas con sus familias, con la satisfacción propia de ver cumplido un propósito y lo que es más importante: encontraron a Dios. Benedicto XVI reflexiona de esta manera sobre ellos en el libro citado: “Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo.” Encontrarse con Cristo. En el siglo XXI, en un mundo tan del que formamos parte tan interrelacionado, donde buscamos amistades en campos desconocidos hasta no hace muchos años como son las redes sociales, Dios sigue queriendo encontrarse contigo. ¿Qué te parece?
Y ahora viene la proposición. No hace falta que dejes volar la imaginación y te pongas en situación de lugar hace dos mil y algunos años. Olvídate de camellos, pajes y desiertos. Basta tener una cierta inquietud –similar a la de los Magos- para plantearte la vida un poco más arriba de tus cejas. Pregúntate si el trono en el que reinas no está demasiado enclaustrado en ti mismo, si te consideras un rey insaciable por aumentar haciendas y vasallos a tu servicio. Porque si te ves no del todo contento con tu reinado a lo mejor necesitas imitar a los tres Reyes de Oriente. Si es así, no hace falta hacer un viaje a Tierra Santa para visitar los Santos Lugares y vivir con conciencia sobrenatural una experiencia a recordar. Sería fantástico pero no imprescindible. Te sugiero un lugar más cercano. Seguramente estará muy próximo a tu casa, al centro de trabajo, a la facultad o al mercado del barrio. ¿Te doy una pista? Con muchas probabilidades has estado en su interior al menos una vez: cuando te bautizaron. Ya lo sabes ¿no?: una iglesia. No entres con recelo si nos eres persona practicante, olvídate de tus experiencias pasadas si no han sido de tu agrado; una vez que estés dentro fíjate en una lamparita encendida. Los Reyes Magos tuvieron la referencia de otra luz, la estrella, para descubrir donde se encontraba el Niño Dios. Tú tienes la referencia de la lámpara encendida para conocer que al lado hay una urna donde se encuentra el mismo Dios. Es llamativo, sí, que la Omnipotencia de Dios se encuentre en una urna. También les resultaría chocante a nuestros personajes hallar a Jesús en un pesebre junto a unos padres tan sencillos como María y José. Pero creyeron por la fe y se postraron para adorarle. Tú puedes hacer lo mismo. Ya sé que sería más espectacular encontrarte una zarza permanentemente encendida, o un continuo susurro de aire, o un espectacular juego de luces incandescentes para descubrir la presencia de Dios; pero el Señor quiso quedarse de esta manera entre nosotros. Se hizo alimento para tu alma y la mía, tan necesitada de fortaleza para no sucumbir.
Si ya estás delante del sagrario, ofrece como los Magos de Oriente el oro, incienso y la mirra que guardas en tu corazón. El oro puede ser todo lo bueno que hay en ti; sin considerarte una persona ejemplar en todos los aspectos, pero tampoco como un deshecho de miserias: Dios te quiere como eres. El incienso son tus ilusiones, los buenos propósitos concretos para este año; las metas por las que estás en disposición de dejarte las pestañas para alcanzarlas. La mirra, -esa planta de sabor amargo pero utilizada para perfumes-, pueden ser tus tristezas, tus preocupaciones; lo que te desconsuela y te impide disfrutar de la vida como desearías. Entre ofrecimiento y ofrecimiento cuéntale lo que se te ocurra. Dile, por ejemplo, que para no ser esclavo de tus instintos y soberbias quieres tenerlo como Amo; sí, como Amo –así gustaba llamarle el Siervo de Dios Ismael de Tomelloso, cuando le visitaba antes de comenzar su actividad laboral- para ser más libre; y no es un contrasentido: nos llenamos de grandeza cuando en realidad estamos sometidos a una esclavitud latente.
Con tan solo unos minutos te habrás convertido en adorador, como los Magos. Y todo ello sin tener que desplazarte kilómetros, sin abandonar tu ámbito de vida. Y cuando te despidas, dile con confianza que volverás; Él te seguirá esperando. No percibirás la sonrisa de un niño como les pudo ocurrir a los Magos, pero ten la completa seguridad de que tu compañía al Señor le habrá sido tan grata como la recibida siendo niño por sus majestades.
No sabemos en qué cambió la vida de los Magos al regresar a sus tierras. Quienes sí lo saben son aquéllos que se han convertido al pasar a una iglesia y encontrarse con Jesús en el sagrario. Después no han podido vivir sin Él. Y hay muchos casos, te lo garantizo.
Y a ti amigo mío, amiga mía, si ya practicas esta buena y sana costumbre para el alma y la mente de visitar al Señor Sacramentado habitualmente, quédate con mi nombre y cuando estés delante de Él pídele por mí. Sabes tan bien como yo que no necesitan médico los sanos, sino los enfermos; porque Jesucristo no ha venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mr. 2,17).
¡Feliz Año Nuevo a todos!
Y un último apunte: ¡por favor, no os perdáis el video!