Hoy se cumplen quince días desde la despedida del Papa Benedicto XVI, una vez clausurada la Jornada Mundial de la Juventud que con tanto éxito en todos los sentidos se ha celebrada en Madrid. No exagero si te confieso que siento todavía cierto anhelo de esa intensa semana del mes de agosto. He tenido la dicha de poder disfrutar de unos días inolvidables en la ciudad que vivo, y al celebrarse los actos al aire libre –a excepción de la vigilia de oración del sábado por la noche y la Eucaristía del domingo por la mañana- muy cerca de mi centro de trabajo, he disfrutado de un modo muy cercano del indescriptible ambiente jovial, alegre y cariñoso que los dos millones de jóvenes de todos el mundo nos han obsequiado a quienes estamos afincados en esta ciudad. Soy testigo de ese intercambio cultural, enraizado en la fe, que han vivido los jóvenes a lo largo de una semana de intenso calor en la capital de España. Mis hijas, peregrinas las dos, han aprendido un simpático cántico italiano que ya hemos escuchado en casa más de una vez; ahora en su habitación cuelga una bandera italiana, después de haber efectuado la mayor un intercambio de banderas con un chico italiano. Uno de mis cuñados, Eduardo, ha estado inmerso en tareas de voluntariado. El mismo sábado por la mañana pudo ver muy de cerca y fotografiar al Santo Padre en el Retiro. Acto seguido, ante la cámara y micrófono de de una cadena de televisión generalista, pudo expresar la sensación vivida en esta JMJ, aún sin haber disfrutado hasta ese momento de la experiencia más fuerte, compartiendo espacio y ambiente con centenares y centenares de miles de jóvenes reunidos en el aeródromo de Cuatro Vientos.
Precisamente ha sido la aptitud del Santo Padre en el aeródromo de Cuatro Vientos la que más ha calado en mi interior. Estoy aludiendo al momento en que se desata la tormenta de fuerte viento e intensa lluvia que provoca la suspensión del discurso en el que iba a dar respuesta a las preguntas formuladas por cinco jóvenes. Sentado, sonriente, destilando paz por su semblante daba una serenidad conmovedora. Cuando muchos poníamos en duda el resultado final de esa vigilia por las circunstancias atmosféricas, él se mostraba como un icono que reflejaba la confianza en la Providencia. Después de la tempestad llegó la calma, como ocurre en todas las tormentas, y pudo celebrarse el acto central de la vigilia: la exposición del Santísimo Sacramento contenido en la Custodia de Arfe, de casi quinientos años de antigüedad. Minutos de recogimiento del Santo Padre y de los millones de jóvenes concentrados en presencia de Dios. Emoción indescriptible que le pone los pelos de punta cuando lo recuerda el bueno de mi cuñado.
Me ha servido de reflexión esta incidencia y el comportamiento de Benedicto XVI, para preguntarme: ¿qué aptitud tenemos los cristianos cuando sufrimos tormentas en nuestras vidas? Desengaños sentimentales, enfermedades, pérdidas inesperadas de seres queridos, desuniones familiares, crisis personales y matrimoniales, fracasos escolares, económicos y profesionales… Me atrevo a pensar que muchos de los alejamientos de Dios se deben a estos periodos de penumbra interior, en los que nos contrariamos con el Señor y perdemos el poco o mucho trato que hasta entonces habíamos tenido. Y precisamente en los momentos de zozobra, independientemente a la altura de la vida en los que sobrevengan, es cuando más confianza tenemos que tener en nuestro Padre Dios. Entender la relación con Él solamente desde una óptica de necesidad en momentos puntuales de nuestra vida, es quedarnos muy cortos de miras en cuanto a trato se refiere. Si todo cuanto pedimos nos fuera concedido seguiríamos siendo hijos, indudablemente, pero tremendamente caprichosos, egoístas y soberbios. Además, los designios de Dios no siempre coinciden con nuestras intenciones, de la misma manera que un padre tiene que negar en ocasiones lo que el hijo pide para proporcionarle un beneficio a su persona que no tiene que ser de inmediato. La mirada de Dios siempre es más profunda que la del ser humano.
Y los que gracias a la paciencia de Dios seguimos intentando serle fieles, a pesar de las tormentas que puedan formarse a lo largo de la vida, somos responsables de que quienes se han apartado de Él sean incapaces de descubrir nuevamente la luz, la alegría de sentirse queridos, porque no somos capaces de contagiar lo que vivimos; y si no lo transmitimos es porque, posiblemente, no lo vivimos con la entrega necesaria. Y te pregunto a ti, y me pregunto a mí, que hemos disfrutado y nos hemos emocionado del ambiente alegre, sano y festivo por las calles de Madrid con la presencia de Su Santidad en España, que hemos pasado horas delante de la televisión y que hemos estado presente en algún acto oficial, o que estamos leyendo los discursos y homilías de Benedicto XVI para “empaparnos” bien de las enseñanzas que nos ha ofrecido: ¿Cuántas sonrisas hemos transmitido desde el 21 de agosto? El mundo necesita sonrisas; y los semblantes alegres son reflejo de la paz interior que llevamos dentro. Los cristianos tenemos que transmitir nuestra fe con la alegría de sabernos hijos de Dios. Y el Papa nos ha mostrado que en las circunstancias favorables o en los momentos comprometidos, debemos transmitir serenidad, confianza, paz, porque Dios está en nosotros, y que de todo mal es capaz de sacar bienes.
“Hemos vivido una aventura juntos…Igual que esta noche, con Cristo podréis siempre afrontar las pruebas de la vida. No lo olvidéis”, fueron las palabras de despedida en la intempestiva pero santificadora noche del sábado del Papa a los jóvenes congregados en el aeródromo de Cuatro Vientos. Así se entiende la permanente sonrisa de Benedicto XVI, una sonrisa de Dios a tí y a mí. No me olvido de los jóvenes que han demostrado que alegría y fe, no es que sea compatible, sino que es simbiosis perfecta para ser felices.
Siento haber tardado tanto en realizar este comentario, pero tenía que meditarlo detenidamente, en fin, ahí vamos.
ResponderEliminarUna vez más, José Vicente consigue plasmar con su brillante retórica el sentimiento de una inmensa parte de la población. Hemos escuchado estos días tantas mofas y chanzas sobre el Santo Padre y la lluvia en Cuatro Vientos que algunos nos hemos tenido que armar de paciencia para no contestar de mala manera(que es lo que buscan).Este tipo de personas son las que mas ayuda nuestra necesitan, con nuestro ejemplo y nuestra comprensión debemos tratar de que vivan y sientan la Gracia que hemos sentido todos los Católicos que hemos tenido el privilegio de estar cerca del Santo Padre estos días.A pesar de saber que el trabajo de apostolado es un trabajo a largo plazo y que posiblemente no conozcamos los resultados, debemos ofrecerlo y hacerlo por Nuestro Señor, ya que debemos tratar de que Él sea el centro de nuestras vidas, de esta manera conseguiremos que más y más gente sienta de verdad la Gracia de Dios.
Desde este blog animo a todos los que lo lean a que salgan de su ostracismo y no tengan reparos en demostrar lo que realmente sienten, llamarme optimista, pero creo sinceramente que el ser humano es creyente por naturaleza, y lo único que impide que se demuestre más como somos es el intento de los que manejan el poder de destruir el sentimiento de unidad que se genera en este tipo de concentraciones.
Animo para todos y saludos