En lo que llevamos de mes varios noticias importantes han acontecido, merecedoras de dar relieve informativo: reunión de Donald Trump con Kim Jong-un, inesperado cambio de Gobierno en España, comienzo del campeonato mundial de fútbol de selecciones nacionales en Rusia... Las noticias dan paso a otras en cuestión de minutos. Doy por hecho que éstas al tanto de éstas y de otras muchas más, gracias al desarrollo de los periódicos digitales y las redes sociales de las que sin duda eres participe.
Para mí hay una que ha trascendido por encima de todas. Es la que quiero resaltar. Ocurrió el
domingo día tres de este mes, aunque en ciudades como Toledo tuvieron el privilegio de
producirse el jueves anterior. En este día en numerosos pueblos y ciudades dentro
y fuera de nuestras fronteras, tuvo lugar un acontecimiento anual único en todos los sentidos: ¡el Cuerpo de Cristo salió a las calles para ser
adorado! Sí, me estoy refiriendo a la solemnidad del Corpus Christi.
Un notición. El mismo Dios en la calle, así como suena. Los que vamos teniendo cierta edad lo aprendimos de memoria siendo pequeños: tres días hay a lo largo del año que deslumbran más que el sol: Viernes Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión.
Todo comenzó en esa Última Cena hace veintiún siglos. Jesucristo instituye la Eucaristía. Un trozo de pan se convierte en su Cuerpo, un poco de vino en su Sangre. La primera Misa de la historia, los Apóstoles son los primeros asistentes. Milagro de amor tan infinito.
Dos antiguos compañeros de instituto se juntaron a comer, aprovechando que uno de ellos se había trasladado a vivir a la ciudad donde residía el otro. Restaurante tranquilo, placida comida, contando experiencias vividas, situación de los hijos, con algún que otro comentario sobre temas de actualidad. El encuentro tocaba a su fin, pero una pregunta hizo que la conversación se alargara. “Oye, y con Dios ¿qué tal?”, preguntó uno al otro. La pregunta sirvió para que el interpelado abriese su corazón, con toda naturalidad expuso su fría o inexistente relación con Dios. Dos horas, tres horas..., el tiempo parecía no contar. Las tornas cambiaron, el interpelado pasó a ser interpelante con una propuesta tajante: “¡Muéstrame que Dios te ama!”, le dijo para pasar así de la teoría a los hechos consumados. Segundos de silencio, antes de contestar el interpelado a su buen amigo; y llegó la prueba: “La Santa Misa”, le respondió, con plena seguridad que había contestado no para salir del paso, sino para mostrar con relajada reflexión que no hay demostración más real y sincera que la ofrecida. Milagro de amor tan infinito.
Ocurrió
a principios del siglo IV en Abitina, pequeña localidad próxima a la actual
Túnez. 49 cristianos fueron sorprendidos mientras celebraban la Eucaristía en
casa de Octavio Félix. Habían transgredido la severa prohibición del emperador
romano. Trasladados a Cartago fueron interrogados por el procónsul Anulino. El derecho romano exigía a los acusados responder a las acusaciones formuladas. Uno de los
cristianos detenidos hizo una corta y tajante alegación: “¡Sine dominico non possumus!”, lo que traducido al
castellano significa: sin reunirnos el domingo para celebrar la Eucaristía no
podemos vivir. Después de atroces torturas, los 49 cristianos fueron
asesinados. Milagro de amor tan infinito.
La Santa Misa es un milagro de amor infinito, Jesucristo se da en cuerpo, alma, humanidad y divinidad bajo apariencias de pan y vino. Se entrega para que puedas recibirle. ¿Para
qué? Te contesta san León Magno: “nuestra
participación en el cuerpo y la sangre de Cristo solo tiende a convertirnos en
aquello que recibimos”.
Solamente el desconocimiento del misterio del Altar nos hace fríos, distantes, indiferentes o ingratos con este milagro de amor de Dios con la persona y para el mundo. Ni conviene ignorarlo ni acostumbrarnos a participar rutinariamente porque debe ser el eje y fundamento de nuestra vida; de esta manera "renovamos nuestra alianza con él y le permitimos que realice más y más su obra transformadora" (1).
Ni demasiado bonito equiparable a un sueño, ni elucubraciones de teólogos, exégetas o místicos; es nada más y nada menos que el Sacramento de nuestra fe, como afirma el sacerdote después de la Consagración. Un buen libro al respecto de fácil lectura, l -y los hay en notoria cantidad- puede abrirte este verano grandes expectativas para participar y disfrutar del milagro de amor tan infinito. Dios te espera, créelo.
Te dejo con este video que expresa mucho mejor lo que he querido transmitirte en este post. Y como puedes ver, he sido poco original en darle titulo.
(1) Papa Francisco, Exhortación Apostólica Gaudete et exultate, 157, pág. 101.