De todas cuantas imágenes se han podido ver a raiz de la matanza en Paris, el pasado día 13, hay una que me ha llamado poderosamente la atención. En pleno centro de la capital francesa, la mañana siguiente al siniestro y muy cerca del lugar de la masacre, un joven al piano interpreta la famosa canción de John Lennon, Imagine. Habrán sido cientos las veces que tú y yo habremos escuchado una de las últimas composiciones del ex-beatle antes de que otro perturbado mental terminase con su vida, tal día como hoy, en el año 1980. En ella hay una intención "antirreligiosa, anti-nacionalista y poco convencional está recubierta de azúcar", afirmación que entrecomillo porque así fue explicada por su autor. Te invito a escucharla porque es muy pegadiza, pero te aconsejo leer su letra. Lennon invita a imaginarse un mundo sin paraíso ni infierno, ni tampoco religiones ni países; un mundo, donde toda la gente vive en paz.
Achacar la culpa de los males de la humanidad a los estados y religiones es una corriente de pensamiento que encierra un rancio ateismo, en el que no hay más horizonte que la existencia marcada por la provisionalidad, en la que el ser humano sabe que es partícipe únicamente de formar parte de un ciclo donde nace, vive, se reproduce y con la muerte da paso a una renovación de la humanidad. Asi se termina una etapa, se concluye una vida anónima, marcada por la frustración; después no hay más horizonte que la nada. No es extraño que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, famoso por la frase "Dios ha muerto", acabara sus días sumergido en la locura. La desesperanza conduce a la frustración y de ahí a la desesperación.
El ateísmo ha cambiado tácticas y técnicas para no sucumbir, ya no busca desarrollar argumentos filosóficos para desterrar a Dios del mundo; ahora es más práctico, quiere evidenciar que las acciones malvadas como las cometidas en París, muestra que Dios no puede existir, que no es posible que un mundo y una criatura creada desde la divinidad actúe causando estragos y sufrimientos. La conocida frase de Carlos Marx "la religión es el opio del pueblo" queda anticuada, ahora el mal muestra que el ser humano está solo en la historia, que siempre lo ha estado y que su final siempre terminará en tragedia.
En rigor, los trágicos hechos de París, las guerras y exterminios que pesan sobre la historia de la humanidad, las crueldades cometidas hacia seres indefensos, la irrelevancia que tiene la vida del prójimo para aquéllos que incurren en el odio y la violencia, muestran que esta vida no es la mejor ni la única; de lo contrario, el ser humano sería un estrepitoso fracaso. Pensar que la vida presente y futura depende de un desalmado, de una desgraciada casualidad, hace al hombre ser presa de una angustiosa vaciedad interior. Si el destino final lleva a la víctima al mismo lugar que al verdugo, la existencia del hombre no puede ser más cruel. Si el alma de la persona que sucumbe a manos de un criminal va a gozar o a penar tanto como la suya, la vida que vivimos es absurda. Si la muerte nos conduce al final de una existencia, el paso del hombre por este mundo es una previsible catástrofe personal.
Solamente desde una óptica religiosa, podemos encontrar los seres humanos sentido en este peregrinaje. Guste o no guste, el hombre es un ser religioso. Siempre lo ha sido. Los primeros hallazgos arqueológicos que se conocen, descubren la religiosidad primitiva, entendiendo como religión la búsqueda de un ser superior para encontrar respuesta a los interrogantes sobre su destino. El cristianismo de respuesta a la pregunta clave sobre el destino final. El Credo que profesamos marca el pasado, el presente y el futuro. Y no porque los cristianos hayamos descubierto que los hombres estamos llamados a la vida eterna; sabemos que somos inmortales porque Dios se ha hecho hombre, ha muerto por nosotros, en reparación por nuestros pecados, ha resucitado a una vida nueva y ha abierto las puertas del Cielo... ¿para todos? El Credo nos responde: ... dese allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. El destino final de nuestras almas no será el mismo para todos.
El año litúrgico concluye siempre en noviembre con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Es en esta fiesta donde se realza la figura de Jesucristo como Juez. El evangelio de Mateo, capítulo 25, versículos 31-46, es un buen texto para replantearnos la infinita misericordia de Dios, pero también su infinita justicia. Jesús habla a sus discípulos de la segunda venida para juzgar a los vivos y difuntos, y expresa bien a las claras que habrá castigo eterno para unos y vida eterna para los justos, muy en función del amor al prójimo que hayamos podido participar. Ello no significa que haya que esperar hasta el final de los tiempos para que quienes han rechazado la misericordia de Dios se vean condenados y los justos premiados, hay un juicio particular en el momento que se acaba nuestra vida. Es en ese momento donde rendimos cuentas al Señor de los actos de nuestra vida, de la correspondencia al amor de Dios y de nuestras acciones en beneficio o perjuicio del prójimo. Será en el juicio final, donde el cuerpo se encuentre con el alma, bien para vivir la felicidad plena en el Paraiso, o la condenación para siempre en el Infierno.
A decir verdad, si nos referimos a coherencia, veo más coherente la fe que profesamos en el Credo que el contenido de la canción Imagine, de Jhon Lennon. El triste final de su vida es un ejemplo de que creer en Dios es más racional que no creer en nada. Sirva este 35 aniversario de su fallecimiento para rogar por él, y por cuantos mueren sin fe en la vida eterna. La Misericordia de Dios siempre está al alcance de un alma en las postrimerías de la vida terrena. Tengámoslo presente en este día de la Inmaculada Concepción, en el que el Papa Francisco ha abierto la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro para dar inicio al Jubileo de la Misericordia. Por supuesto, dejamos el tema para un próximo post.
Os dejo este video con los chicos de Fearless. Hablan, por cierto, de coherencia.