miércoles, 30 de septiembre de 2015

Torreciudad, fomento y defensa de la familia



El pasado día 5 de este mes asistí con mi familia al 25 Encuentro Mariano de las Familias, celebrado en el santuario mariano de Torreciudad,  situado a 24 km de Barbastro, en la provincia de Huesca. Su construcción fue promovida por san Josemaría Escrivá de Balaguer, y se abrió el culto en 1975. Desde la explanada se puede ver la antigua ermita, donde en brazos de su madre, montada en una mula, tirada por su padre, llegaron hasta tan enriscado lugar para presentar a san Josemaría a la Virgen, en agradecimiento por su milagrosa curación a los dos años de edad.

No habíamos participado ningún año en este Encuentro, y ese sábado no estaba marcado en el plan familiar para hacer un largo viaje de ida y vuelta en el mismo día; pero por la manera de plantearse creímos que más que nuestro, el plan era de Dios y nos decidimos a conocer este evento anual. No quedamos defraudados, pronto nos vimos envueltos en un ambiente alegre entre diversas generaciones, con una buena organización y gran recogimiento en los actos religiosos celebrados. Este año la Jornada estuvo presidida por el prelado del Opus Dei, don Javier Echevarria, hombre entrado en años, pero con corazón joven, impregnado de un fino sentido del humor y plenamente implicado en el ambiente alegre que se vivía. Destaco una frase que pronunció y que a tí y a mí puede servirnos para meditarla muchas veces. "Dios mío, que separa mirar con tus ojos mi vida, que es Tuya".

En Torreciudad, como en todas las ermitas,  se va en busca de paz interior, de encuentro con María para estar más cerca de Dios. También puede irse para respirar aire sano y recrear la vista en plena naturaleza, contemplando un paisaje de gran belleza natural. Pero muchos de estos encuentros con la naturaleza terminan en uno de los cuarenta confesonarios, dispuesto a cambiar el modo de vida. La Virgen modifica planes de vida. A ella también se los cambió Dios. A mejor, claro, como siempre que el Señor se cruza en la vida de cada persona.

Promover la familia y abogar por la defensa frente a los detractores, no es aferrarse a salvaguardar tradiciones,  no es conservar acerbos culturales; menos aún es utilizarla con fines políticos.  La importancia de la familia para un cristiano estriba en el Evangelio. Repasando pasajes podemos descubrir que Dios dio papel fundamental al amor entre un hombre y una mujer, unidos en matrimonio. 

El plan redentor de la humanidad pasaba por una familia, la de Nazaret. Conforme a las costumbres judías, José y María ya estaban desposados. Eran marido y mujer, aunque hasta pasado un año no se unían para llevar vida matrimonial. En Belén de Judá  Dios nace de un matrimonio entre una mujer y  un hombre,; el Niño Dios tiene una madre que le engendra y un padre encargado de velar por su protección y seguridad. Como cualquier familia.  

Parte de la vida del Señor está oculta, es una vida ordinaria. Está sometido a los padres como cualquier niño, joven o adolescente. Al igual que tantos otros hombres jóvenes de su época, aprende la profesión de su padre, le ayuda, va adquiriendo habilidades propias del oficio. Tanta normalidad tuvo la vida de Jesucristo, que sus vecinos y conocidos reprochan que tratándose del hijo del carpintero, conociendo a su madre María, y a sus  hermanos -así se llamaban también a los primos-, sea capaz de impartir en la sinagoga las enseñanzas escuchadas (Mt. 13, 54-58). Sin embargo, ese testimonio de sus descreídos paisanos acredita esa filiación humana con sus padres, Jose y María. Un hijo, un padre y una madre viviendo una sencilla vida familiar.

El primer milagro del Señor no es espectacular, no se hace rodeado de la multitud, parece intrascendente. Se hace a instancias de su madre en una boda. Convierte el agua en vino para mantener la alegría por la celebración del desposorio, en la que los contrayentes están dispuestos a formar una familia, a imitación de la de Nazaret (Jn. 4, 46-54).



En la Cruz, el Redentor está próximo a cumplir el plan de salvación trazado por el Padre. Todavía le quedan palabras, aliento, para dirigirse al apóstol Juan y confiarle el cuidado de su madre, y a su madre el cuidado de Juan, como si se tratara del hermano mayor que quiere dejar todo bien atado ante su inminente ausencia (Jn.19, 25-27).

La Omnipotencia de Dios, Uno y Trino, podría haber establecido otra forma de traer al mundo la reconciliación, el perdón y la paz. Pero lo quiso de este modo. Hasta que el Verbo emprendió la tarea de dar a conocer el mensaje de salvación vivió con unos sencillos padres, en una humilde familia. Un lugar, Nazaret; unos padres, José y María; un hijo, Dios hecho Niño, cuidado, protegido y querido en una familia. 



Es preciso recalcarlo, es necesario airearlo y pregonarlo, porque no hay otra forma de crecimiento interior de la persona en beneficio propio con apertura hacia los demás: La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal (1). 

Sin embargo, los tiempos actuales no son propicios a valorar la aportación fundamental de la familia a la sociedad. Legislaciones permisivas y favorables al divorcio, al aborto, a uniones del mismo sexo, a fomentar una ideología de género, en la que el hombre y la mujer pueden decidir el sexo a adoptar, donde maternidad y profesionalidad no se conjugan para perjuicio de la mujer en el plano afectivo y maternal, restan de los resortes necesarios para garantizar ser lo que ha sido y necesita ser: el pilar básico de la sociedad. 

No podemos ni debemos caer en el error de infravalorar el valor esencial de la familia para el mundo. Necesitamos creer en la importancia fundamental de la familia, porque el futuro de la sociedad y de la civilización pasa por reconocer que la familia es el ámbito, donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a los que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida(2).

Que la Virgen María, Reina de la Familia, nos proteja, nos ayude, y nos lo haga ver.

Os invito a ver este video. Hace veinte años se creó por un grupo de ilusionados hombres una carrera que da comienzo en Tajamar y termina en el santuario de Torreciudad. Se inicia en jueves y termina en sábado. La carrera no se detiene gracias al relevo que se van dando los participantes. El frío, el calor, la lluvia, o el sol son testigos durante tres días de este acontecimiento deportivo a la vez que piadoso. Es una peregrinación llamativa. En el fondo ¿qué es si no la vida en la tierra? Es dejarnos llevar por el Señor, al ritmo que marca, para llegar a los  brazos de su Madre y gozar en la Casa del Padre.





(1) Carta Encíclica Laudato Si´, pág.162. Papa Francisco
(2) Carta Encíclica Centesimus annus (1 de mayo de 1991). San Juan Pablo II