Venid y lo veréis. Esta es la respuesta que Andrés
y Juan recibieron de Jesús al preguntarle dónde vivía(1). Debieron quedar
impresionados del trato con el Maestro al constatar Juan la hora que tuvo lugar
el encuentro: la décima. El encuentro
con Cristo siempre marca una época en la vida personal; siempre hay un antes y un después.
En el post de diciembre había quedado en señalarte un
lugar para encontrarte con Él. Te hablo, ya sabes, de Jesús de Nazaret, cuya vida no es una leyenda: “El pertenece a un tiempo que se puede
determinar con precisión y a un entorno geográfico indicado con exactitud”(2).
Es normal que cuando dos personas estás enamoradas siempre
existen lugares especiales para encontrarse, para entablar una amistad más
profunda, para conocerse el uno al otro, para que el amor crezca con el trato. En
el caso que nos ocupa, este lugar se llama Iglesia. Jesucristo así lo dispuso, con
un proyecto divino de eficacia y duración: para toda la vida. Fue muy claro en
la misión encomendada a Pedro: “y yo te
digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi iglesia, y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16,18). En tres
ocasiones los evangelistas ponen en boca de Jesús el término “Iglesia”, y 114 veces se hace mención a lo largo de los
27 libros que componen el Nuevo Testamento.
La palabra Iglesia -en griego (Ekklêsía)- significa
“convocación”. A los cristianos Dios nos convoca para que convivamos en una
misma vocación y misión. Tiene todo el sentido de la lógica humana: la cualidad
de socialización es característica primordial entre los hombres. Estamos
necesitados unos de otros; nadie, por muy independiente que se crea o piense
que así vive, es ajeno a depender de otro. Y si no piensa desde que te levantas
hasta que te acuestas cuantas personas han sido necesarias para desarrollar tu
vida diaria: el conductor de transporte público que te aproxima hasta la parada próxima a tu
trabajo, el panadero que te suministra el pan, el kioskero que te vende el
periódico, la empleada de mercería que te vende esos hilos para arreglar el vestido que te has comprado y te queda un pelín largo, el empleado de esa
compañía telefónica que te ha gestionado el contrato para financiar el teléfono
móvil de última generación que te has comprado o te han dejado los Reyes
Magos… Sorprendente el número de personas que sin percibirlo colaboran en cubrir
tus necesidades básicas diarias a veces, y excepcionales en otros casos.
Sin embargo, algunos cristianos dicen poner en práctica con éxito aparente ese eslogan de “Cristo sí; Iglesia, no”. El
beato Juan Pablo II dio cumplida cuenta y formuló una contestación a esta idea,
afirmando: “Cristo sí; Iglesia, también”.
No es una propuesta moderna ésta que contradictoriamente se propugna; ya San Cipriano en el siglo III enseñaba que “Nadie
puede llamar a Dios Padre, si no tiene a la Iglesia por Madre”. Si en la
economía de salvación Dios hubiera previsto no ser imprescindible convocarnos y
convivir entre los católicos, no hubiera instituido la Iglesia. Pero Dios sabe
más. Veintiún siglos desde que Jesucristo instituyó la
Iglesia, la única Iglesia fundada por Él, es argumento suficiente para
reflexionar sobre su carácter sobrenatural; necesaria e imprescindible su existencia. Por
tanto, es cuestionable sostener con perspectiva humana que el hombre pueda
salvarse solo.
En la Audiencia del Papa Francisco el pasado día
15, se refería con estas palabras a la necesidad de pertenecer y vivir en la
Iglesia: “Nadie se salva solo. Somos
comunidad de creyentes, somos Pueblo de Dios y en esta comunidad experimentamos
la belleza de compartir un amor que nos precede a todos, pero que al mismo
tiempo nos pide ser “canales” de la gracia los unos para los otros, a pesar de
nuestros límites y nuestros pecados”.
A pesar de nuestros
límites y nuestros pecados. Quien piense que la Iglesia está solamente constituida para curas y
obispos, y grupo selecto de fieles con grandes cualidades personales para ser
piadosos, están tan equivocados como quienes
piensan que la Iglesia es hoy día una
institución pasada de moda en la que pocos viven y predican con el ejemplo. Hay
de todo en la vida del Señor. Entre el trigo hay cizaña, que no es lo mismo que
decir que entre la cizaña hay trigo.
Los apóstoles no eran un dechado de perfecciones. El
primer intento de “tráfico de influencias” tuvo como protagonistas a los
hermanos Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que a instancia de su madre propusieron
a Jesús sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda en el Reino de los
Cielos(3). Pocos días más tarde otro de ellos,
Judas Iscariote, vendió al Maestro por treinta monedas a los príncipes
de los sacerdotes(4). Y en la noche del apresamiento del Señor,
Pedro le negó por tres veces(5).
A lo largo de la historia de la Iglesia vemos cómo se pone
de manifiesto la fragilidad de los cristianos, arrastrados por otros que
olvidaron ese consejo evangélico de Juan Bautista -“Es preciso que Él crezca y
yo disminuya” (Jn. 3,30)- provocaron herejías, doctrinas contrarias a la
fe, cismas en Oriente y Occidente,
escándalos… Los grandes Padres y Doctores de la Iglesia no aparecen en periodos
cándidos, recogidos en las celdas de sus monasterios sin otro ideal que
elucubrar y buscar inspiraciones divinas para dejarlas escritas. Destacan, ante
todo, por afianzar la Tradición de la Iglesia, ante la extensión de conductas y
pensamientos desviados originados entre propios cristianos. El origen del Credo de Nicea-Constantinopla, por hacer
referencia a un dogma de fe, data del siglo IV y es la verdad fundamental de la
Iglesia, regla de fe tanto en Occidente como en Oriente, para fortalecer la
doctrina de la Santísima Trinidad y vencer definitivamente al arrianismo,
enseñanzas que nacieron de Arrio, presbítero alejandrino nacido en Líbia.
En el año 2000 la Basílica vaticana asistió a un acto
histórico. Fruto del éxamen de conciencia para la preparación del Jubileo, el
beato Juan Pablo II presidía una celebración solemne dedicada al reconocimiento
ante Dios y los hombres de las faltas pasadas y presentes de los hijos de la
Iglesia. Siete cardenales arzobispos colaboradores del entonces Obispo de Roma
elevaron a Dios siete súplicas de perdón. “Nunca
más contradicciones con la caridad en el servicio de la verdad; nunca más
gestos contra la comunión de la Iglesia; nunca más ofensas contra cualquier
pueblo; nunca más recursos a la lógica de la violencia; nunca más
discriminaciones, exclusiones, opresiones, desprecio de los pobres y de los
últimos” fueron las palabras con las
que el Papa Wojtyla cerró el acto.
No recuerdo que quienes con sus planteamientos filosóficos
e ideológicos infringieron dolor y
sufrimientos a tantos millones de seres humanos por “crear” paraísos
terrenales en la vida pidieran perdón; ni quienes propugnan todavía hoy estas
ideologías totalitarias por las que se han ocasionado grandes holocaustos hayan
pedido perdón; ni quienes a costa de explotar y engañar al prójimo para obtener
beneficios económicos exacerbados, hayan pedido perdón; ni a los principales
responsables de organismos internacionales, que conociendo que la tercera parte de los
alimentos en el mundo y la mitad en Europa se tiran, mientras que uno de cada siete
habitantes de la tierra pasa hambre, hayan pedido públicamente y a nivel
internacional perdón, por cometer, provocar o aceptar semejantes ambrunas; ni
que aquéllos líderes que profesan una religión en la que el grito más sonoro en
los cinco continentes es el de “Boko Haram” (“Occidente es culpable”), hayan
pedido perdón por los miles de asesinatos y barbaries cometidos en nombre de un Dios al que manipulan con intenciones políticas. En fin, no conozco que quienes
crearon la esclavitud, la guillotina en nombre de una revolución para implantar
unos derechos y libertades en el mundo; el marxismo, el nazismo o el
capitalismo como sistemas opresores del género humano; el aborto como derecho a
costa de segar vidas de seres humanos indefensos, hayan pedido perdón. La
Iglesia, que ha sido clara y perseguida por levantar la voz contra estas
atrocidades, sí.
Porque Jesús –acuérdate que este nombre propio significa
el Salvador-, no ha venido para quienes se creen justos, hombres y mujeres
impolutos, seres perfectos, sino para llamar a los pecadores(5), a quienes
sentimos el peso de nuestras miserias, para quienes nos consideramos enfermos pero
nos sentimos convencidos de que el Médico de las almas puede curarnos.
Mientras Chioma Dike quedaba en casa preparando la comida
de Navidad en 2011, terroristas islamistas hacían estallar un coche bomba en la
puerta de su parroquia: cuarenta y un feligreses morían, entre ellos su marido
y sus tres hijos. “Tengo el corazón roto –confesaba Chioma- pero lo pongo todo en manos
del Señor. Sólo Él puede consolarme, nunca perderé la fe en Él”. Ocurrió en Nigeria. Este pasado
año han muerto en parecidas circunstancias 1.200 personas. ¿Y qué hacen los
cristianos? Perdonar. Hezekiah Kovona es
uno de los 327 seminaristas en la ciudad de Jos. “Nosotros –dice- queremos ser
sacerdotes. En Nigeria los extremistas
siguen el camino de la violencia, pero nosotros queremos seguir el camino del
Señor”. Estos son solo dos testimonios de dos nigerianos, cuyo país es el
principal vivero de vocaciones de toda Africa: 5.000 seminaristas, miles y
miles de monjas, cristianos comprometidos para dar testimonio de Jesucristo,
exponiéndose a arriesgar sus vidas. Se destruyen templos, pero se reconstruyen
y los padres llevan a sus hijos a catequesis para aprender a perdonar, para
aprender a amar. Ninguno actúa por su cuenta, no aplican el eslogan de
“Jesucristo, sí; Iglesia, no” porque saben que estar fuera de la Iglesia es
estar ausentes de Dios.
Por eso hace más de dos mil años Jesucristo fundó la
Iglesia. Para perdonar. Para amar. Para que tú y yo podamos descubrir y
disfrutar de la Misericordia de un Dios capaz de hacerse hombre para que el
hombre sea capaz de convivir con Dios. Y ese Dios es el que se hace presente en
la Iglesia. ¿Cómo? Perdona la insistencia: Venid
y lo veréis. ¿Quedamos para el siguiente post?
Como una imagen vale más que mil palabras, te dejo unas cuántas durante dos minutos. Es una buena manera de terminar este post.
Como una imagen vale más que mil palabras, te dejo unas cuántas durante dos minutos. Es una buena manera de terminar este post.