Recordar el trágico suceso
de Angrois no tiene más interés que buscar una reflexión a lo acontecido. Cuando
parece que el hombre domina sobre lo creado, que es dueño de su destino, se
producen circunstancias trágicas como las vividas: un error humano, una distracción, una
anomalía técnica pueden dar al traste no ya con un propósito, ilusión o
proyecto, sino con muchas vidas. Ante los pasados trágicos acontecimientos se
produce la clásica pregunta imposible de contestar con rotundidad. Queremos
encontrar explicación buscando al principal causante: ¿el destino?, ¿una fuerza
superior de maldad que busca la infelicidad del hombre?, ¿un dios que se
desentiende de las criaturas?
Sabemos que nuestras vidas
están sujetas a la temporalidad. Limitaciones espaciales, físicas, intelectuales…,
el poder del hombre no puede doblegar la impetuosidad de la naturaleza, la
ciencia asume que el gran avance contra algunas enfermedades son batallas
ganadas, pero la derrota de la muerte está incuestionablemente perdida. Para
colmo, a pesar de los elogiables intentos del hombre por buscar la paz, las
guerras no desaparecen, sino que se recrudecen por la vileza humana. El hombre,
no es perfecto. No puede garantizar la vida del semejante sobre la faz de la
tierra.
Sucesos como el de la curva de A Grandeira nos
hace pensar por qué tiene que morir la novia de un joven que espera a pocos
kilómetros la llegada de la persona que tanta felicidad le produce; por qué
tiene que dejarse la vida un veterinario que consigue un puesto de trabajo en
Madrid y está a punto de conocer al hijo nacido en Santiago de Compostela hacía
un mes; por qué ese primo de un compañero de trabajo; por qué ocurrió el
accidente ese día y a esa hora, y no otro día o cinco horas antes, por ejemplo,
de que un tren de características similares a las del siniestrado pasara por la
misma vía, por la misma curva y llegara a su destino final. ¿Por qué a estas
personas? ¿Por qué en la proximidad de una fecha festiva? ¿Por qué tan cercana
a la ciudad donde iba a celebrarse?
Podemos, no obstante, -y
ésta es la razón principal de este post- hacernos a raíz de conocer las
tragedias humanas otra pregunta: ¿para qué? La pregunta clave para tu vida y la
mía, para todos los hombres y mujeres es si estos acontecimientos terribles no
debiera plantearnos la cuestión de si no estamos creados para una vida mejor. Si
obramos acertadamente poniendo todas nuestras ilusiones, todos nuestros
anhelos, en una vida que tiene fecha de caducidad. Por supuesto, que infinidad
de hombres y mujeres se marcan pretensiones
muy nobles en esta vida, y que produce marcada tristeza conocer que el motivo
de no alcanzarlos sea por la repentina muerte en circunstancias trágicas. ¡Cómo
no voy a lamentar que una joven se deje la vida en un vagón que le transportaba
hacia el encuentro con su novio, si yo he tenido esa sensación de que el tiempo
no pasa esperando la llegada de mi novia! ¡Cómo no voy a entristecerme de la
muerte de un hombre que viaja para conocer a su hijo, si yo soy padre de dos
hijas! ¡Cómo no voy a conmoverme de ese muchacho que no volverá a encontrarse
con su primo, si cuando era poco más de un párvulo murió en un terrible
accidente de tráfico una prima mía con diecisiete años de edad! Precisamente
estos hechos luctuosos tienen para mí un significado esperanzador: somos
viajeros en el mundo con destino a la eternidad.
El famoso científico Albert Einstein maduró acerca de la
perspectiva trascendental del hombre. Se hacía esta pregunta, con respuesta
final: “¿Cuál es el sentido de nuestra
vida, cuál es, sobre todo, el sentido de la vida de todos los vivientes? Tener
respuesta a esta pregunta se llama ser religioso”. El hombre religioso es
quien tiene la respuesta. Mientras busquemos la felicidad a costa del olvido de Dios, seremos
permanentemente inseguros, infelices e, inexorablemente, condenados a la
frustración, al oscurecimiento de nuestra existencia. Si el propio hombre es
capaz de prescindir del sentido trascendente de su vida, si se le elimina la
esperanza se aboca a la desesperación. El Papa Francisco, en la primera encíclica publicada en su pontificado hace mención
del sufrimiento humano: “Al hombre que
sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde
con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda
la historia del sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz”. (Lumen
Fidei, pág. 88-89). El Dios que entra en la Historia haciéndose carne mortal
acompaña al hombre, a ti y a mí, por los caminos –a veces tortuosos- de la
vida.
Este verano he disfrutado
desde la terraza del apartamento contratado en Gandía de una panorámica que
viene al hilo de lo que quiero expresar. Bien entrada la noche presenciaba la
partida de pequeñas y humildes embarcaciones para faenar. Al amanecer
regresaban con más o menos carga, imagino que cansados los pescadores, pero deseosos de encontrar
reposo. Durante la jornada nocturna seguro que esperaban el
amanecer, recoger la pesca y volver al puerto, regresar a casa. La faena en alta
mar no les impediría recordar a sus seres queridos, a sus esposas, a sus hijos; los enamorados, en el amor que han dejado en tierra. Estas escenas me
hacía recapacitar sobre nuestra relación con Dios: nos proporciona una
embarcación cuando nacemos para surcar los mares por donde quiere que faenemos.
Encontramos periodos de calma, de zozobra y también de tempestades. Pero Él no
nos abandona nunca, siempre nos espera en el mejor puerto posible, el Cielo. Amarra
el barco, coge las redes de nuestra pesca, selecciona los peces buenos y
deshecha los malos; se queda con nuestras buenas obras y olvida las malas, si
somos capaces de reconocer que en ocasiones no hemos obrado conforme a sus
consejos, anteponiendo el afán de aventuras con el riesgo de convertirnos en náufragos
en medio de las tormentas. Desgraciadamente para nosotros no actuamos con la
prudencia de un marinero experimentado, perdemos fácilmente el rumbo que nos
marca la brújula por considerar que el acertado es el que nosotros mismos nos asignamos.
El peligro del naufragio adquiere fuerza cuando perdemos la orientación.
Volviendo a la terraza del
apartamento, hubo otra tarde muy significativa: el 16 de julio. Esa tarde
presencié con mi familia la procesión en barca de la Virgen del Carmen. Distintas
clases de embarcaciones se dieron cita en la proximidad de la parroquia de San Nicolás de Bari –ahora te contaré su
historia más reciente- para acompañar a la Virgen, transportada en otra
embarcación pesquera. Esta procesión mariana y marítima me hizo pensar en la
necesidad de meter muy en la proa de nuestras vidas a la Virgen, para que nos
proteja, nos ayude y nos salve. Cuando nos acogemos a ella tenemos siempre el
rumbo más seguro.
Y ahora vamos con la historia. Durante la Guerra Civil
fue destruida la parroquia de San
Nicolás de Bari en Gandía. Concluida la contienda fue nombrado párroco don
Juan Minaya Pavía, quien desde sus comienzos hizo cuanto estaba de su mano para
volver a levantarla. Gracias a la cesión de un terreno por doña María de los Ángeles Suárez, esposa de don Vicente Calderón Pérez-Cavada –que fuera presidente del Club Atlético de Madrid, e hijo adoptivo de Gandia donde financió
una fundación educativa que lleva el nombre de su esposa, y en la que reciben
enseñanza gratuita más de quinientos niños- se pudo reconstruir la citada
parroquia en la misma zona del Grao de Gandía. Este matrimonio está enterrado
en esta iglesia, junto al altar de San Francisco de Borja, duque de Gandia
y descendiente de realeza, que tras quedar viudo y con ocho hijos, conoció a San Ignacio de Loyola, renunció al
ducado y a toda su hacienda e ingresó en la Compañía de Jesús para vivir desprendido de posesiones y entregarse
al servicio de Dios. Un sacerdote, una esposa y madre de familia y un
religioso. A cada uno el Señor les encomendó una labor, llenar la red de buenas
obras.
En la introducción de la
Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte,
el beato Juan Pablo II con la
expresión latina “Duc in altum” -remar mar adentro-, nos invitaba a comienzos
del tercer milenio a adentrarnos en las entrañas del mundo para fructificar los
talentos recibidos. Es así como debe encontrarnos el Señor cuando nos mande
regresar a la otra Orilla: activos, faenando con la esperanza firme en el
regreso. Con esperanza, porque de lo contrario nos convertimos en esa clase de
mujeres y hombres a los que se refería San Pablo: “Si sólo para esta vida tenemos
puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los
hombres”. (I Cor. 15.19). Fíjate que no dice no creer en Cristo
mientras vivimos, es decir, creer; sino poner la esperanza en esta vida,
supeditar nuestra preexistencia en la tierra.
Es humanamente comprensible la desolación, la incomprensión por estos sucesos. Tristeza, desconsuelo, abatimiento, son sentimientos propios para los familiares y amigos de las víctimas. San Francisco de Borja, también desconsolado pidió al Señor la curación de su esposa, escuchando una voz celestial que le respondía: “Tú puedes escoger para tu esposa la vida o la muerte, pero si tú prefieres la vida, ésta no será ni para tu beneficio ni para el suyo”. Derramando lágrimas respondió: “Que se haga tu voluntad y no la mía”. Debemos dar por seguro, amigo mío, amiga mía, que incluso en las circunstancias más penosas que podamos afrontar, el Señor siempre sacará beneficio para nuestra salvación, para nuestra felicidad eterna y la de quienes nos ocupamos de poder alcanzarla.
Recemos por los fallecidos.
Con tus oraciones y las mías, por los méritos de la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo, los trenes hacia el Cielo caminan a más alta velocidad. Siempre
seguros llegan a un destino que Ni ojo vió, ni oído oyó, ni pasó por el
corazón del hombre, las cosas que Dios preparó para los que le aman.
(1. Cor. 2.9).
Este video puede servir de
recuerdo a todas las víctimas fallecidas en las proximidades de Santiago de
Compostela. No he dudado un momento en seleccionar otro para cerrar el post. Me lo manda una seguidora que ha vivido muy de cerca la desgracia de Angrois. La letra de la canción muestra un estado de ánimo de Dani Martín: la compuso a raíz de la muerte de su hermana,
de 34 años de edad. Escucha la canción con atención y ten el firme propósito de aprovechar cada momento de tu vida en pensar y vivir para los demás. No lo dejes para el futuro, porque no depende de ti.