Es habitual que al tratar de temas sobre religión nuestros interlocutores se despachen con la manida frase de que todas son iguales; incluso a la hora de emitir valoraciones sobre masacres producidas por grupos terroristas, se diga que son consecuencia de fundamentalistas que llevan hasta el extremo sus creencias religiosas. Y no solamente se defiende esta postura por quienes menos informados están; también quienes expresan sus opiniones en medios de comunicación fomentan estas argumentaciones sin más base que ésta: los extremismos son malos.
Pero no te preocupes, que no voy a disertar sobre cuestiones metafísicas del judaísmo, hinduismo, budismo o islamismo en comparación con el cristianismo, no; mi pretensión es una cuestión temporal. Es fácilmente evaluable – lo difícil, eso sí, es resumirlo en folio y medio- que si existe una religión que aporta más desvelos por el prójimo, especialmente el más necesitado, más afán por mejorar al conjunto de la sociedad, y más cooperación desinteresada al bien común, ésta es la religión católica.
Cuando nos referimos a Cáritas (traducido del latín al castellano significa caridad), muchos piensan que es una ONG muy enraizada en la opinión pública. Pero esta institución benéfica nació en 1947 desde el seno de la Iglesia Católica para ocuparse de los más pobres de entre los seres humanos. Acoge a personas necesitadas sin distinción de razas, creencias, nacionalidades; no es necesario acreditar estado de insuficiencia material: basta con la palabra y la presencia para recibir alimentos, pagos de suministros o atención sanitaria. Allí donde ocurre una catástrofe acude para paliar los efectos entre la población. Unas cifras demostrativas de la labor en España: en 2010 ayudó a 950.000 personas, destinó el 63,02 % de los recursos a atender a familias españolas, viendo como los fondos públicos (la aportación del Estado) bajaron un 1%, unos 200.000 euros menos que el año anterior, pese a que muchos organismos públicos derivan a Cáritas a quienes van pidiendo ayuda.
El afán de ayuda al prójimo de la Iglesia Católica traspasa fronteras, abarca los cinco continentes. Los católicos españoles somos los segundos del mundo –Estados Unidos es el primero- que más colaboramos en los proyectos de evangelización y respaldo económico de los misioneros. El pasado año, se enviaron a las misiones 16.950.952 euros. Se estima que unos 14.000 misioneros españoles están repartidos por todo el mundo. Detrás de cada misionero hay un afán apostólico, pero intrínsecamente va unida una labor social para erradicar la pobreza y promover la dignidad de las personas, entregando, incluso la vida en esas labores. Así lo atestigua Anastasio Gil, director de Obras Misionales Pontificias: “Cada cinco minutos (en zonas de misión) muere de forma violenta un cristiano, por el hecho de serlo; y medio centenar de misioneros fallecen cada año de modo martirial”.
Tampoco la Iglesia Católica está al margen de cuestiones tan básicas para el mundo como es la paz. La fe católica no puede entenderse sin alentar la paz en los corazones de todos los hombres y mujeres, en las familias, en el mundo. En el convulso siglo XX, asolado por dos guerras mundiales, con exterminios de millones de seres humanos producidos por el nazismo y el comunismo, una de las figuras más emblemáticas por defenderla ha sido el Beato Juan Pablo II. En 1986 el Papa Wojtila quiso mostrar que las religiones no son factores de odio y violencia, sino de paz, y reunió en Asís a líderes religiosos de todo el mundo para rezar por la paz. Veinticinco años después, su sucesor en la Sede de Pedro, Benedicto XVI, bajo el lema “Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz” reunió en el mismo lugar a 300 representantes de distintas religiones y no creyentes que participaron en la jornada de diálogo y oración el pasado mes de octubre. Una muestra del sentido ecuménico que caracteriza a la religión católica. El siglo pasado, también ha sido en el que más católicos han derramado su sangre a causa del odio y la represión religiosa.
Los extremismos sí que son buenos si son consecuencia del derroche de amor por el prójimo. Amando a Dios, se ama al prójimo hasta dar la vida por él. El Fundador de la Iglesia Católica murió en un madero por amor a todos los hombres; su Madre, La Virgen Santísima, allí estaba a los pies de la Cruz. Ella fue la primera que llevó a cabo el mensaje de Jesucristo, cuando al enterarse por el Ángel que su prima Isabel estaba encinta, fue sin demora a una ciudad de Judá para atenderla, quedándose con ella unos tres meses, según nos narra el evangelista Lucas. Llevaba ya al Hijo de Dios en sus entrañas; el Amor de Dios la impulsó a ayudar a quien más necesidad tenía en esos momentos, y comunicar la alegría de dar a conocer la Encarnación del Hijo de Dios.
La Iglesia Católica atesora una virtud que no atesora ninguna otra religión: la caridad, -–junto a la fe y esperanza, son llamadas virtudes teologales-; virtud por la cual podemos amar a Dios y a nuestros hermanos por Dios. Dios es lo primero, y entre Dios y tú, debe estar el prójimo. Con razón ha dicho Benedicto XVI que el distintivo del cristiano es “la fe que se hace operativa en la caridad”. Así se entiende que tantos cristianos hayan entregado su vida por los demás a lo largo de veinte siglos. En la Beata Madre Teresa de Calcuta, tenemos el ejemplo más reciente.
Dentro del respeto que debe existir entre todas las religiones, unidos por las grandes aspiraciones al bien, a la justicia y a la verdad, los cristianos no debemos dejar al margen que el amor por el prójimo es cualidad primordial para ser seguidores de Jesucristo. Unidos a Él contribuimos a implantar el Reino de los Cielos aquí en la tierra, a través la Santa Iglesia Católica. De ella hablaremos en la próxima entrada.