sábado, 3 de octubre de 2015

Bañarse en Tomelloso




No sé si a algún tomellosero que vive en una gran ciudad le pasará que de camino a nuestro pueblo siente como una necesidad de transformación, de limpiarse de una especie de pegajosa capa individualista, que penetra por los poros de nuestra personalidad con la misma facilidad que el humo contaminante de las grandes ciudades. Tomelloso, a falta de pantanos, lagunas o playas para paliar los efectos del verano y contribuir al sosiego del cuerpo, tiene otra clase de baños para limpiar estas asperezas interiores. Son lo que llamo baños de amistad.  

Las grandes ciudades son  propensas a ignorar el cultivo de la amistad,  una virtud que va deteriorándose en beneficio de una tendencia al egocentrismo, al individualismo, a pensar no más allá de uno mismo,  generando  situaciones tan chocantes como  aquéllas en las que algunos vecinos solamente saludan en el interior del portal, negando el saludo, o contestando a duras penas si hacen un denodado esfuerzo, si la coincidencia entre vecinos se hace fuera del inmueble. Es fácil encontrarse en el metro escenas en las que un viajero saluda a otro que conoce, cuando no le queda más remedio que acercarse para abrir la puerta del vagón y bajarse en su parada. Suelen disculparse con frase tan socorrida como absurda: “¡Ay!, no te había visto”, para justificar no haberse acercado antes a la persona conocida. La realidad es que sí se ven, pero puede más ir centrado en los propios asuntos –ya sea leyendo un libro, jugando o imbuirse en redes sociales con el iphone, o haciendo sudokus- que en hacer uso de una mínima regla de cortesía entre personas.

Son estas situaciones cotidianas, paradójicas, fiel reflejo de esa tendencia a ignorar que somos seres sociales, que necesitamos convivir, comunicarnos en lugar de aislarnos en nosotros mismos. Tendemos a aislarnos sin más justificaciones verdaderas que la desidia, la pereza, basadas en un egoísmo que cada vez parece ganar más adeptos.

En Tomelloso no suelen darse estos casos. La amistad es una cualidad que se cuida más. El vecino es más vecino, el conocido es más conocido y el amigo es más amigo. Por eso, uno se siente reconfortado con un baño de amistad cuando quedas con un amigo que ha estado trabajando toda la semana en el campo mientras yo disfruto de vacaciones, y la única noche que tiene para descansar comparte mesa con su  esposa e hijo y mi familia en una pizzería, confesando durante la velada que las pizzas no son su plato preferido. Un baño de amistad es pararte por la calle con otro amigo que te informa que su padre –otro buen amigo- está gravemente enfermo, y después del intercambio de teléfonos para conocer la evolución de la enfermedad me llama un par de veces la semana siguiente para comunicar su estado, cuando normalmente quien debe de llamar es uno y no el familiar del paciente. Disfrutar de un baño de amistad es tomar una cerveza con otro buen amigo, después de que tras coincidir en la calle se compromete a pesar de estar pasando el hombre por momentos delicados.


 Podría ampliar con más  detalles otros baños de amistades, como la de un conocido paisano que  una mañana del domingo, mientras va o viene de hacer deporte se para  y me cuenta la nueva situación política después de las pasadas elecciones municipales; o esa señora que amigablemente me suministra pan, que a raíz de ofrecerle en mi anterior viaje una estampa de Ismael de Tomelloso se siente con la suficiente confianza  para preguntarme si he vuelto para pasar la Feria; o quien tan amigablemente siempre nos dedica a mi esposa, hijas y a mí unos divertidos minutos  cuando le vemos por la calle, intentando convencer a mis dos hijas que él no es quien es, sino un príncipe encantado que un conjuro de su peor enemigo lo ha convertido en quien vemos, pero que con un beso de cualquiera de ellas podría volver a ser el príncipe sin encantamiento; o ese tocayo que me provee de productos manchegos cada vez que vengo a mi pueblo, y de paso con su buen don de palabra me habla del negocio y de los avatares que hay que pasar para consolidarse en el mercado.

Uno vuelve a la ciudad limpio de egoísmos, crispaciones y tensiones, reconfortado de haberse bañado con aguas de afecto y simpatía en mi pueblo. No hace muchos días leía esta frase cuyo contenido de ponerlo en práctica nos convertiría en personas  nobles, en su más profundo significado: La apertura a un “tú” capaz de conocer, amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la persona humana (1). En Tomelloso doy fe que hay muchos nobles. Gracias a Dios.


(1) Carta Encíclica Laudato Si´, pág. 93. Papa Francisco.

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