domingo, 22 de febrero de 2015

El perdón siempre vence al odio



Esta imagen corresponde a la parroquia de Santa Mónica, en Rivas-Vacia Madrid, población de unos 50.000 habitantes situada en la provincia de Madrid. Recorriendo la fachada de la iglesia se pueden leer más pintadas, todas ellas de similar significado al de la imagen que encabeza este post.

Asistir a Misa los domingos se convierte para sus asistentes en una amenaza asidua por parte de algunos vecinos. Es el modo de protestar a que la Comunidad de Madrid haya autorizado la  construcción de un colegio católico que lleva el mismo nombre que el de la parroquia, para satisfacer la demanda y garantizar una mayor libertad de elección educativa por parte de las familias. En torno a 400 niños se desplazan diariamente a otras localidades para estudiar en centros católicos.  El Ayuntamiento, con trabas administrativas, no ha permitido hasta la fecha el comienzo de las obras. 

Ni alcalde ni concejales del Consistorio han mostrado la condena a estas provocaciones, que atentan contra el derecho al ejercicio de la libertad religiosa. Más aún: la Corporación municipal se ha convertido en el primer Consistorio que abre una Oficina de la Defensa de los Derechos y Libertades Públicas para gestionar, entre otros asesoramientos, las apostasías para “superar el intrincado laberinto de gestiones que permite dejar de ser un número más en las cifras que maneja la Conferencia Episcopal”. Con determinaciones públicas de este tipo, es fácilmente entendible que unos cuantos incontrolados actúen con tanta animadversión contra las creencias de sus conciudadanos.

No ha habido protestas ni manifestaciones, tampoco amenazas por parte de católicos que sufren las consecuencias del desprecio, de la animadversión y de –hablemos claro- persecución para ejercer el derecho a la libertad religiosa y a la libertad de enseñanza, que se ampara en la Constitución española. Si el objetivo de estas pintadas deleznables hubieran ido dirigidas hacia otras religiones la repercusión podría haber sido otra bien distinta, fácilmente imaginable. Pero siendo católico el objetivo,  los provocadores pueden estar tranquilos, saben que no existirán represalias. El perdón puede más que el rencor. Y no porque  los católicos hayamos nacido con unas cualidades innatas para frenar la ira y reparar el agravio; no, la razón es otra: imitar a Jesucristo, que se dejó clavar a un madero para perdonar los pecados de todos los hombres, los tuyos, los mios, y los de estos vecinos de Rivas que perturban el respeto a ejercer unos derechos otros tantos.


Hace unas semanas presencié en el cine la película Unbroken-El Invencible-. Narra la historia de Louis Zamperini, un famoso atleta norteamericano que se convirtió en héroe al tener un accidente aéreo en el Océano Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Junto con otros dos compañeros –uno de ellos falleció 33 días después-, pasaron 47 días a la deriva en una balsa, hasta que fueron hechos prisioneros por los japoneses. El responsable del campo de concentración era Matsuhiro Watanabe, un militar con fama de sádico que sometió personalmente al atleta a numerosas y fuertes torturas. Concluida la Segunda Guerra Mundial fue liberado y recibido como un héroe en Estados Unidos. Zamperini sufrió traumas y estrés post traumático a consecuencia de las experiencias vividas; el fracaso matrimonial y las secuelas derivadas de la guerra le impulsaron al consumo de alcohol hasta que  gracias a Billy Graham, un conocido predicador evangelista, enfocó su vida para contar sus experiencias basadas en charlas sobre el perdón. En 1950 visitó el Japón y pudo conocer a algunos guardias que le  custodiaron en el cautiverio, a los que nada más verles les abrazó como muestra de perdón. En 1988 fue relevista de la antorcha olímpica en los Juegos de Invierno celebrados en la ciudad japonesa de Nagano, y a pesar de los intentos por encontrarse con “El pájaro” –así se le llamaba a Matsuhiro Watanabe- y ofrecerle su perdón, se negó al pretendido encuentro. Zamperini escribió un libro, y hasta que murió en julio de 2014, a los 97 años, -sin poder ver el estreno de la película que Angelina Jolie llevó como directora a las pantallas cinematográficas-, continuó dando charlas relacionadas siempre con la reconciliación como signo de perdón.


De perdón y amor a nuestros enemigos se refirió el Papa Francisco en la homilía de la Misa de 18 de junio de 2013 en Santa Marta. Corta pero directa, como acostumbra, dijo: Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos. La oración hace milagros; y esto vale no solo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, alguna pequeña enemistad. ¿Quién no tiene antipatías? Por más que queramos enterrarlas siempre vuelven a renacer. Al igual que los catarros hay que tratarlos para que no deriven en afecciones más graves. Si dejamos de luchar por vencer las antipatías con facilidad y sin darnos cuenta pueden convertirse en odios, envidias y recelos que alteren la paz interior y aviven los juicios temerarios que tanto dañan la imagen del prójimo. El corazón corre el riesgo de enfermar de una peligrosa enfermedad: el odio.

Ahora que estamos en Cuaresma es una buena ocasión para hacer un chequeo al corazón y plantearnos tú y yo la capacidad para perdonar, para disculpar, para querer a pesar de todo a quienes consciente o inconscientemente perturban ocasional o temporalmente nuestras vidas. Y nada mejor para ese chequeo que ponerse en manos de unos buenos especialistas. Te los describo. Están como en un complejo hospitalario, llamado iglesias; no suelen vestir batas blancas sino pantalones, camisas y jerseys de tonos oscuros, aunque los hay que también van sin señas de identidad pública; no se identifican con placa sino con alzacuellos y están disponibles ante cualquier eventualidad del alma; atienden en consultas de reducido espacio llamadas confesionarios;  actúan no por poderes especiales, sino por un tratamiento llamado Confesión, producido por una ciencia denominada Misericordia. La inventó un genio llamado Dios. Y los resultados aplicados a un corazón que quiere ser curado son espectaculares. 

Reacciones a los sucesos como los de Rivas, y aptitudes personales como los de Louis Zamperini, demuestran que es posible vivir sin odios ni revanchas, y que el corazón lejos de ser un músculo que incita a la ira en determinadas situaciones, se fortalece con el riego por las arterias de un elemento indispensable para vivir con una paz interior a prueba de enojos: el perdón. Nada mejor que ejercitarlo a diario para que funcione óptimamente. La tarea cuesta, pero, pensándolo bien, creo que es preferible reflejar en nuestras vidas el comportamiento del atleta americano que el del militar japonés. Además, está demostrado que es bueno para la salud fumar la pipa de la paz que pintarrajearnos la cara y tocar los tambores de guerra para librar batallas contra nuestros enemigos, que, a decir verdad, ni son tantos ni tan fieros como los tenemos etiquetados.

A propósito de la Confesión, te dejo este video donde unos chicos lo explican de manera muy sencilla. ¡Ah!, no te pierdas el esquema que sale al final. Es muy constructivo.


1 comentario:

  1. Siempre es Cuaresma cuando no hay amor: el perdón es amor. Gracias por tu artículo y denunciar desde tu blog el acoso y derribo a qué están sometidos ese grupo de creyentes.

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